Por Jorge de Esteban es catedrático de Derecho Constitucional y presidente del Consejo Editorial de EL MUNDO (EL MUNDO, 09/08/08):
La fastuosa ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín, que presenciamos ayer millones y millones de televidentes en todo el mundo, ha desempeñado el papel de un biombo chino -nunca mejor dicho-, con el que los dirigentes de ese inmenso país han querido ocultar la auténtica realidad política que sufren sus ciudadanos.
Nadie discute que en la China actual no se da ni siquiera un mínimo respeto a los derechos fundamentales, pues es bien sabido que en los últimos tiempos el régimen comunista ha llevado a cabo matanzas en el Tíbet, se producen constantemente detenciones irregulares de ciudadanos disidentes de la situación política, la contaminación ambiental en ciudades como Pekín es insoportable y, además, sus gobernantes ejercen una férrea censura sobre toda noticia -comunicada tanto por nacionales como por extranjeros- que pueda perturbar la necesaria paz olímpica que exige la celebración de los Juegos.
Sin embargo, todo esto se sabía hace ocho años, cuando el COI decidió encargar a China la organización de los XXIX Juegos de la era moderna, pues nada hacia prever que un país de partido único, en el que no se reconocían los más elementales derechos humanos, pudiese democratizarse mínimamente en el corto espacio de unos años, manteniendo la misma organización política a pesar, por supuesto, de los enormes cambios que se han adoptado en lo que se refiere a la economía, sector en el que rige un capitalismo comunista que, probablemente, mantiene los peores defectos de ambos sistemas, incluido por supuesto el común de la corrupción y las enormes desigualdades sociales. Pero al margen de ello, no cabe duda de que el país ha crecido enormemente en su economía con esta original fórmula iniciada por Hu Yaobang y aplicada después por Deng Xiaoping hace ya muchos años.
Pues bien, cuando el COI decidió conceder a China los presentes Juegos -gracias en gran parte a Juan Antonio Samaranch-, se sabía todo esto. Pero si al final se impuso esta decisión, se debió también a que los dirigentes chinos prometieron una cierta democratización del régimen, para llegar políticamente presentables a la cita del 8-8-8. Ahora bien, lo que ha pasado después recuerda el caso de aquella vidente, admirada curiosamente por Bertrand Russell, que vivía, hacia 1820, junto a un lago en el Estado de Nueva York. Esta profeta anunció a sus seguidores que tenía el don de caminar sobre el agua y prometió hacerlo así a las 11 en punto de una mañana próxima. El día señalado llegó, y se convocó una muchedumbre de varios millares de personas para presenciar el portento. Entonces ella les preguntó si creían seriamente que podría caminar sobre las aguas, a lo que respondieron de forma unánime que sí. «En ese caso no hay necesidad de que lo haga… Iros a casa», dijo la vidente, que se quedó tan ancha, ante el desconcierto de sus admiradores.
Algo de eso ha ocurrido igualmente en el caso de encargar a China la organización de los Juegos, pues hasta ahora no ha habido pruebas fehacientes de que el régimen se haya democratizado lo más mínimo. Más bien al contrario, porque en aras de conseguir la seguridad indispensable para que todo transcurra en orden, se han cometido en los últimos tiempos demasiadas tropelías contra los disidentes políticos o religiosos, especialmente por las protestas del Tíbet. Pero no sólo eso, sino que ya se han destapado casos como el descrito en estas páginas por David Jiménez, en el que un antiguo manifestante en la plaza de Tianamen, que perdió sus dos piernas al ser arrollado por un tanque, fue excluido en su momento del equipo paralímpico, demostrándose así cuáles han sido los criterios que han guiado a los actuales dirigentes chinos, al ir dejando un reguero de represaliados por el camino.
Claro que, como defiende Samaranch, precisamente una de las razones por las que se concedió a China ser sede de la cita deportiva se debe a que casi todos los países que han organizado unos Juegos conocieron después un incremento de libertades, como ocurrió, por ejemplo, en Corea del Sur en 1988. Esta doctrina falla de forma estrepitosa en el caso de la Alemania nazi en 1936, pues todos sabemos lo que ocurrió después. Es más: los Juegos no sólo sirvieron de propaganda desmesurada para los fines de Hitler, sino que crearon en el subconsciente colectivo alemán el poso de un racismo a favor de la raza aria que después se cobraría millones de víctimas.
No sabemos, por tanto, lo que pasará después de acabar los Juegos, pero si el actual régimen -que es una potencia nuclear- evoluciona hacia fórmulas mas democráticas se deberá a la presión internacional que, con motivo de esta Olimpiada, ejerzan no sólo los dirigentes de los países democráticos que participan en ella, sino también a la presión de los grandes genios del deporte, que son sin duda alguna unos líderes de opinión privilegiados en el mundo de hoy. El problema que se presenta es saber entonces cuál es el momento procesal oportuno -por decirlo así- para que hablen. Los que quieran hablar.
El presidente del COE ha recomendado esta misma semana la ley del silencio a nuestros deportistas, temiendo que, de lo contrario, pudiese haber represalias que perjudicasen nuestros resultados. Es comprensible, en parte, su posición. Sin embargo, en ningún caso se puede aceptar una censura previa a los que quieran opinar sobre la actual situación dictatorial en China. Cada uno es -o debe ser-lo suficientemente maduro para saber lo que tiene que hacer en un momento así. Pensemos en la influencia de lo que pudieran decir alguna de nuestras grandes estrellas deportivas sobre los derechos humanos en China, como son Nadal, Gasol o Contador. Pero eso es algo que sólo les concierne a ellos y sólo a ellos, sean deportistas o no.
Por supuesto, es cierto que el artículo 51.3 de la Carta Olímpica señala que no se permite llevar a cabo manifestaciones de orden político o propagandístico en ningún emplazamiento olímpico. Pero ello no se compadece con lo que señala la Declaración Universal de Derechos o la propia Constitución Española, reconociendo la libertad de expresión para todas las personas, incluidas, claro está, los deportistas. Pero es que, además, si se exige el cumplimiento de este precepto se debe exigir igualmente el contenido en el Principio 2 de la misma Carta, que expone que «el objetivo del olimpismo es poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico del hombre con el fin de favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana». Es más que probable que este artículo no lo hayan leído los actuales dirigentes chinos.
En cualquier caso, no sabemos lo que harán o dirán nuestros deportistas, pero al menos ya sabemos que España va a investigar, a través de un juez de la Audiencia Nacional, las responsabilidades del Gobierno chino en la represión de marzo pasado en el Tíbet. Esperemos que no nos quiten alguna medalla.
La fastuosa ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín, que presenciamos ayer millones y millones de televidentes en todo el mundo, ha desempeñado el papel de un biombo chino -nunca mejor dicho-, con el que los dirigentes de ese inmenso país han querido ocultar la auténtica realidad política que sufren sus ciudadanos.
Nadie discute que en la China actual no se da ni siquiera un mínimo respeto a los derechos fundamentales, pues es bien sabido que en los últimos tiempos el régimen comunista ha llevado a cabo matanzas en el Tíbet, se producen constantemente detenciones irregulares de ciudadanos disidentes de la situación política, la contaminación ambiental en ciudades como Pekín es insoportable y, además, sus gobernantes ejercen una férrea censura sobre toda noticia -comunicada tanto por nacionales como por extranjeros- que pueda perturbar la necesaria paz olímpica que exige la celebración de los Juegos.
Sin embargo, todo esto se sabía hace ocho años, cuando el COI decidió encargar a China la organización de los XXIX Juegos de la era moderna, pues nada hacia prever que un país de partido único, en el que no se reconocían los más elementales derechos humanos, pudiese democratizarse mínimamente en el corto espacio de unos años, manteniendo la misma organización política a pesar, por supuesto, de los enormes cambios que se han adoptado en lo que se refiere a la economía, sector en el que rige un capitalismo comunista que, probablemente, mantiene los peores defectos de ambos sistemas, incluido por supuesto el común de la corrupción y las enormes desigualdades sociales. Pero al margen de ello, no cabe duda de que el país ha crecido enormemente en su economía con esta original fórmula iniciada por Hu Yaobang y aplicada después por Deng Xiaoping hace ya muchos años.
Pues bien, cuando el COI decidió conceder a China los presentes Juegos -gracias en gran parte a Juan Antonio Samaranch-, se sabía todo esto. Pero si al final se impuso esta decisión, se debió también a que los dirigentes chinos prometieron una cierta democratización del régimen, para llegar políticamente presentables a la cita del 8-8-8. Ahora bien, lo que ha pasado después recuerda el caso de aquella vidente, admirada curiosamente por Bertrand Russell, que vivía, hacia 1820, junto a un lago en el Estado de Nueva York. Esta profeta anunció a sus seguidores que tenía el don de caminar sobre el agua y prometió hacerlo así a las 11 en punto de una mañana próxima. El día señalado llegó, y se convocó una muchedumbre de varios millares de personas para presenciar el portento. Entonces ella les preguntó si creían seriamente que podría caminar sobre las aguas, a lo que respondieron de forma unánime que sí. «En ese caso no hay necesidad de que lo haga… Iros a casa», dijo la vidente, que se quedó tan ancha, ante el desconcierto de sus admiradores.
Algo de eso ha ocurrido igualmente en el caso de encargar a China la organización de los Juegos, pues hasta ahora no ha habido pruebas fehacientes de que el régimen se haya democratizado lo más mínimo. Más bien al contrario, porque en aras de conseguir la seguridad indispensable para que todo transcurra en orden, se han cometido en los últimos tiempos demasiadas tropelías contra los disidentes políticos o religiosos, especialmente por las protestas del Tíbet. Pero no sólo eso, sino que ya se han destapado casos como el descrito en estas páginas por David Jiménez, en el que un antiguo manifestante en la plaza de Tianamen, que perdió sus dos piernas al ser arrollado por un tanque, fue excluido en su momento del equipo paralímpico, demostrándose así cuáles han sido los criterios que han guiado a los actuales dirigentes chinos, al ir dejando un reguero de represaliados por el camino.
Claro que, como defiende Samaranch, precisamente una de las razones por las que se concedió a China ser sede de la cita deportiva se debe a que casi todos los países que han organizado unos Juegos conocieron después un incremento de libertades, como ocurrió, por ejemplo, en Corea del Sur en 1988. Esta doctrina falla de forma estrepitosa en el caso de la Alemania nazi en 1936, pues todos sabemos lo que ocurrió después. Es más: los Juegos no sólo sirvieron de propaganda desmesurada para los fines de Hitler, sino que crearon en el subconsciente colectivo alemán el poso de un racismo a favor de la raza aria que después se cobraría millones de víctimas.
No sabemos, por tanto, lo que pasará después de acabar los Juegos, pero si el actual régimen -que es una potencia nuclear- evoluciona hacia fórmulas mas democráticas se deberá a la presión internacional que, con motivo de esta Olimpiada, ejerzan no sólo los dirigentes de los países democráticos que participan en ella, sino también a la presión de los grandes genios del deporte, que son sin duda alguna unos líderes de opinión privilegiados en el mundo de hoy. El problema que se presenta es saber entonces cuál es el momento procesal oportuno -por decirlo así- para que hablen. Los que quieran hablar.
El presidente del COE ha recomendado esta misma semana la ley del silencio a nuestros deportistas, temiendo que, de lo contrario, pudiese haber represalias que perjudicasen nuestros resultados. Es comprensible, en parte, su posición. Sin embargo, en ningún caso se puede aceptar una censura previa a los que quieran opinar sobre la actual situación dictatorial en China. Cada uno es -o debe ser-lo suficientemente maduro para saber lo que tiene que hacer en un momento así. Pensemos en la influencia de lo que pudieran decir alguna de nuestras grandes estrellas deportivas sobre los derechos humanos en China, como son Nadal, Gasol o Contador. Pero eso es algo que sólo les concierne a ellos y sólo a ellos, sean deportistas o no.
Por supuesto, es cierto que el artículo 51.3 de la Carta Olímpica señala que no se permite llevar a cabo manifestaciones de orden político o propagandístico en ningún emplazamiento olímpico. Pero ello no se compadece con lo que señala la Declaración Universal de Derechos o la propia Constitución Española, reconociendo la libertad de expresión para todas las personas, incluidas, claro está, los deportistas. Pero es que, además, si se exige el cumplimiento de este precepto se debe exigir igualmente el contenido en el Principio 2 de la misma Carta, que expone que «el objetivo del olimpismo es poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico del hombre con el fin de favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana». Es más que probable que este artículo no lo hayan leído los actuales dirigentes chinos.
En cualquier caso, no sabemos lo que harán o dirán nuestros deportistas, pero al menos ya sabemos que España va a investigar, a través de un juez de la Audiencia Nacional, las responsabilidades del Gobierno chino en la represión de marzo pasado en el Tíbet. Esperemos que no nos quiten alguna medalla.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario