Por Jesús López-Medel, abogado del Estado (EL PERIÓDICO, 13/08/08):
Bolivia es uno de los lugares más bellos del planeta. La Madre Tierra (a la que veneran) ha desperdigado color y calidez por lugares muy diversos. Desde Sucre, Potosí, las salinas de Huyami, el altiplano, el lago Titicaca o las maravillosas misiones jesuíticas de Chiquitania, son razones para acercarse allí. Pero el país está lleno de contrastes. Es el segundo más pobre del continente (después de Haití) y, al mismo tiempo, contiene una gran riqueza energética y de minerales. Es un lugar en el que, junto a las minas más subterráneas, se alzan tierras muy cercanas al cielo, a 4.000 metros, donde mascar coca es una necesidad. Es un territorio con una diversidad étnica e idiomática inmensa (23 pueblos diferentes).
Es Bolivia uno de los países de América Latina con una historia más convulsa (¡que ya es decir!), donde a los golpes militares le sucedían revoluciones cuyas consecuencias eran igual de efímeras. La inestabilidad es congénita a Bolivia. Es el país de la incertidumbre y de la volatilidad. Tras la sucesión de fracasos a escala social de una casta política endogámica, de una élite blanca tan bien formada como alejada del pueblo, este, permanentemente olvidado, expresó sus anhelos de cambio dando su confianza a un dirigente indígena: Evo Morales.
HABÍA CALDO de cultivo para que entrase por vía democrática, en diciembre del 2005, el aire fresco de la revolución que diese respuesta a las necesidades y reivindicaciones históricamente marginadas de la mayoría de la población. Pero la nueva línea incluía algo muy boliviano: la confusión y la poca claridad.
El triunfo de Morales, dirigente no de un partido político, sino de algo más amplio como el Movimiento al Socialismo, se basó en las movilizaciones populares, financiadas desde el mentor venezolano-bolivariano Hugo Chávez. Los bloqueos constantes derribaron en un año a dos presidentes. El estado de gracia de Morales se prolongaría, eligiéndose en junio de 2006 a los miembros de una Asamblea Constituyente para elaborar una nueva Constitución. La forma de redactarla y aprobarla fue surrealista. Las constantes irregularidades eran dignas de un manual de ciencia política y de un libro de anécdotas y disparates.
Los partidos opositores están muy debilitados, escasamente estructurados (como el país en sí) y con mínima credibilidad. El foco de resistencia fue cuajando en torno a los líderes territoriales de las regiones, los llamados gobernadores, aunque son elegidos por el pueblo. Inicialmente, fueron los dirigentes de las zonas más ricas, como Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija –la llamada media luna– quienes expresaron su oposición al proceso de Morales de refundación del país. Sus ansias de pluralismo y libertad se canalizaron a través de propuestas identitarias mal vistas por la dirigencia oficial de La Paz, la capital (aunque oficialmente es Sucre). El intento por sofocar cualquier anhelo autonomista y de participación de estas regiones en la gobernabilidad del país y en los recursos que generan, fue alentando a esa oposición.
Esta se extendió a otras dos zonas con lo que ahora, en seis de los nueve departamentos del país, el rechazo a Morales es muy firme. La decepción de amplios sectores de la población ante las promesas pendientes ha incrementado la frustración. También el rechazo a un estilo de gobierno a impulsos y con abundantes gestos demagógicos ha repercutido en un apoyo firme de esas regiones a los líderes locales enfrentados a Morales. Incluso sectores europeos que, sin prejuicios iniciales, veíamos con comprensión el cambio, sentimos que la situación es frustrante. España, que es el país del mundo que más ayuda a los proyectos sociales de desarrollo y cooperación del Gobierno de Morales, se ha convertido para este en una de las injustas coartadas para autojustificar sus escasos avances.
EN CAMBIO, en las zonas más pobres y en la superpoblada La Paz, el líder aymara mantiene muy fuerte su respaldo. Nada tenían y nada pueden perder. De los anteriores gobernantes, poco recibieron. La oposición no está ni vertebrada ni genera confianza. A Morales le consideran uno de los suyos. Es un argumento concluyente.
Además de la escasa reducción de la pobreza, lo peor es que al coexistir modelos muy diferentes de país, este sufre una convulsión muy intensa. Al riesgo de secesión se suma –hace tiempo, aunque va in crescendo– el de confrontación. Así fue también la campaña. En este ambiente, aunque todos tengan algo de culpa, es el Gobierno el que más está alentando el enfrentamiento. Debería ser quien intentase promover diálogo y acercamiento en lugar de la imposición de su modelo con el riesgo de fracturar definitivamente el país. Tras rechazar todas las demandas consolidadas de autonomías territoriales (el MAS solo admite “autonomías étnicas” con sus reglas propias, incluida la justicia), el referendo revocatorio del domingo fue un desafío tan inútil por los resultados como ilegal (el Tribunal Constitucional expresó numerosos reparos que no fueron atendidos), al igual que las consultas celebradas en las regiones autonomistas. Con esta consulta pretendía Morales no solo reafirmarse, sino también intentar derribar a sus opositores, los gobernadores. Lo primero lo consiguió; lo segundo, no. Era un referendo no constructivo, sino destructivo del país. Más tensión para un Estado que necesita sensatez.
Bolivia es uno de los lugares más bellos del planeta. La Madre Tierra (a la que veneran) ha desperdigado color y calidez por lugares muy diversos. Desde Sucre, Potosí, las salinas de Huyami, el altiplano, el lago Titicaca o las maravillosas misiones jesuíticas de Chiquitania, son razones para acercarse allí. Pero el país está lleno de contrastes. Es el segundo más pobre del continente (después de Haití) y, al mismo tiempo, contiene una gran riqueza energética y de minerales. Es un lugar en el que, junto a las minas más subterráneas, se alzan tierras muy cercanas al cielo, a 4.000 metros, donde mascar coca es una necesidad. Es un territorio con una diversidad étnica e idiomática inmensa (23 pueblos diferentes).
Es Bolivia uno de los países de América Latina con una historia más convulsa (¡que ya es decir!), donde a los golpes militares le sucedían revoluciones cuyas consecuencias eran igual de efímeras. La inestabilidad es congénita a Bolivia. Es el país de la incertidumbre y de la volatilidad. Tras la sucesión de fracasos a escala social de una casta política endogámica, de una élite blanca tan bien formada como alejada del pueblo, este, permanentemente olvidado, expresó sus anhelos de cambio dando su confianza a un dirigente indígena: Evo Morales.
HABÍA CALDO de cultivo para que entrase por vía democrática, en diciembre del 2005, el aire fresco de la revolución que diese respuesta a las necesidades y reivindicaciones históricamente marginadas de la mayoría de la población. Pero la nueva línea incluía algo muy boliviano: la confusión y la poca claridad.
El triunfo de Morales, dirigente no de un partido político, sino de algo más amplio como el Movimiento al Socialismo, se basó en las movilizaciones populares, financiadas desde el mentor venezolano-bolivariano Hugo Chávez. Los bloqueos constantes derribaron en un año a dos presidentes. El estado de gracia de Morales se prolongaría, eligiéndose en junio de 2006 a los miembros de una Asamblea Constituyente para elaborar una nueva Constitución. La forma de redactarla y aprobarla fue surrealista. Las constantes irregularidades eran dignas de un manual de ciencia política y de un libro de anécdotas y disparates.
Los partidos opositores están muy debilitados, escasamente estructurados (como el país en sí) y con mínima credibilidad. El foco de resistencia fue cuajando en torno a los líderes territoriales de las regiones, los llamados gobernadores, aunque son elegidos por el pueblo. Inicialmente, fueron los dirigentes de las zonas más ricas, como Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija –la llamada media luna– quienes expresaron su oposición al proceso de Morales de refundación del país. Sus ansias de pluralismo y libertad se canalizaron a través de propuestas identitarias mal vistas por la dirigencia oficial de La Paz, la capital (aunque oficialmente es Sucre). El intento por sofocar cualquier anhelo autonomista y de participación de estas regiones en la gobernabilidad del país y en los recursos que generan, fue alentando a esa oposición.
Esta se extendió a otras dos zonas con lo que ahora, en seis de los nueve departamentos del país, el rechazo a Morales es muy firme. La decepción de amplios sectores de la población ante las promesas pendientes ha incrementado la frustración. También el rechazo a un estilo de gobierno a impulsos y con abundantes gestos demagógicos ha repercutido en un apoyo firme de esas regiones a los líderes locales enfrentados a Morales. Incluso sectores europeos que, sin prejuicios iniciales, veíamos con comprensión el cambio, sentimos que la situación es frustrante. España, que es el país del mundo que más ayuda a los proyectos sociales de desarrollo y cooperación del Gobierno de Morales, se ha convertido para este en una de las injustas coartadas para autojustificar sus escasos avances.
EN CAMBIO, en las zonas más pobres y en la superpoblada La Paz, el líder aymara mantiene muy fuerte su respaldo. Nada tenían y nada pueden perder. De los anteriores gobernantes, poco recibieron. La oposición no está ni vertebrada ni genera confianza. A Morales le consideran uno de los suyos. Es un argumento concluyente.
Además de la escasa reducción de la pobreza, lo peor es que al coexistir modelos muy diferentes de país, este sufre una convulsión muy intensa. Al riesgo de secesión se suma –hace tiempo, aunque va in crescendo– el de confrontación. Así fue también la campaña. En este ambiente, aunque todos tengan algo de culpa, es el Gobierno el que más está alentando el enfrentamiento. Debería ser quien intentase promover diálogo y acercamiento en lugar de la imposición de su modelo con el riesgo de fracturar definitivamente el país. Tras rechazar todas las demandas consolidadas de autonomías territoriales (el MAS solo admite “autonomías étnicas” con sus reglas propias, incluida la justicia), el referendo revocatorio del domingo fue un desafío tan inútil por los resultados como ilegal (el Tribunal Constitucional expresó numerosos reparos que no fueron atendidos), al igual que las consultas celebradas en las regiones autonomistas. Con esta consulta pretendía Morales no solo reafirmarse, sino también intentar derribar a sus opositores, los gobernadores. Lo primero lo consiguió; lo segundo, no. Era un referendo no constructivo, sino destructivo del país. Más tensión para un Estado que necesita sensatez.
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