Por Iñaki Anasagasti, senador de EAJ-PNV (EL CORREO DIGITAL, 16/08/08):
Bolivia se llama así por Simón Bolívar, el Libertador caraqueño de ascendencia vasca. Su primer presidente fue el Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, nacido en Cumaná, en el Oriente de Venezuela. Dos venezolanos pues en la historia de este país de diez millones de habitantes. Y, un tercero, Hugo Chávez, al que los prefectos bolivianos de forma mayoritaria le piden que no meta las narices en su país y deje en paz a Evo Morales.
Tres senadores hemos estado dos días en Santa Cruz de la Sierra y tres en La Paz y el Alto, como observadores del referéndum revocatorio, figura que no está en la Constitución boliviana, y que tuvo lugar el pasado domingo. Una experiencia única imposible de resumir en estas cortas líneas, con el reconocimiento al embajador de España, Francisco Montalbán, excelente profesional que nos coordinó un programa muy completo.
«Tened cuidado con el mal de altura, el soroche» -nos decían-. «A Leyre Pajín le dio el mareo y estuvo media hora sin conocimiento. Para evitarlo tomad mucha agua, aspirina, mate de coca o sorochil», insistían. Pero el mejor consejo fue el del indio: «Andar despacito, comer poquito y dormir solito».
El caso es que los 4.200 metros de El Alto y los 3.600 de La Paz no dan tanto mareo como la visión y constatación de un país hemipléjico. Bolivia son dos países. El Altiplano y la llanura, con departamentos, descritos como ‘la media luna’, que no quieren saber absolutamente nada del poder central de La Paz, y donde ante el desmoronamiento de los partidos, los prefectos (gobernadores) de cinco de estos territorios avanzan a galope tendido tratando de reafirmar unos estatutos de autonomía, sin encaje constitucional, en respuesta a un Evo Morales extraordinariamente ideologizado. Si bien es verdad que éste tiene un lenguaje populista contra la pobreza y se apoya en mucha de la demagogia chavista, ha puesto en la agenda la asignatura pendiente de un indigenismo preterido no en sus derechos ciudadanos -la prueba es que Morales, un indio aymara, es el presidente- sino en la aplicación de esos derechos. Le critican con razón que eso no se hace predicando el odio racial, sino integrando un país que no sólo tiene quechuas y aymaras sino también guaraníes, mestizos y blancos. Y ante eso, como me decía un aymara, opositor a Morales, «o actúas con inteligencia a lo Mandela o fracturas el país».
Otro de los puntos que están en la agenda política boliviana es el debate territorial. Estando en el aeropuerto, se me acercó un señor que, por viajar mucho entre Madrid y Santa Cruz, me conocía: «Yo le conozco a usted. Me apellido Arana, como Sabino. Sé lo que está pidiendo Ibarretxe. Eso aquí hoy es el chocolate del loro. No sé cómo los españoles tienen tanto pavor a los referendos. Nosotros estamos hartos de que no nos dejen prosperar. Santa Cruz, en los años cincuenta, tenía treinta mil habitantes. Hoy tiene un millón seiscientos mil. Crecemos integrando a los emigrantes y aquí de momento todos somos bolivianos, pero si siguen así, seremos sólo cruceños y que venga el ejército a ver qué hace. Evo, no se olvide usted, es un sindicalista cocalero. Tiene sólo mentalidad sindical. Reivindica lo suyo. Sólo lo suyo, pero por eso no es el presidente de todos los bolivianos. Sólo de los aymaras y de su fundamentalismo aymara. Y este país es otra cosa. Ahora pedimos autonomía, pero si no nos hacen caso, reivindicaremos la independencia». Y todo esto me lo dijo seguido. Pero fue lo que escuchamos en los dos días que pasamos en Santa Cruz de la Sierra, uno de los departamentos que le han dado al actual prefecto (gobernador) un 70% de votación. Y en Santa Cruz no hay un 70% de oligarcas, como les gusta decir en La Paz con ese lenguaje infantil de los años sesenta.
Me llamó también la atención la visión que tenían de Evo Morales. Le reconocían su trabajo en la necesidad de abordar en serio la situación de pobreza de los indígenas, la votación obtenida, el apoyo internacional, la buena coyuntura en la que llegó, que no ha sabido aprovechar al ahuyentar unas inversiones internacionales que le son vitales para sacarle provecho a la inmensa riqueza del país. Concretamente, el ex presidente Carlos Mesa, a quien visitamos en su despacho, nos dijo que le gustaría tener la mitad de la fuerza simbólica de Evo Morales, pero también es verdad que no se fían un pelo de lo que promete y no cumple; y mucho menos de su vicepresidente, Álvaro García Linera, con quien también estuvimos en su despacho. Éste es un personaje inquietante, culto y dogmático, blanco y extremista que se jacta de ser el último jacobino de la historia. «No siga pensando usted eso», nos decía el obispo de El Alto, el murciano Jesús Suárez, que ante esto le había dicho que se acordara de cómo acabaron los jacobinos en la Revolución Francesa.
De hecho, la visión del balcón del palacio presidencial, en la Plaza Murillo, en la noche del domingo echaba bastante para atrás. Ya de noche, salió el presidente Evo Morales y entonaron el himno nacional, puño izquierdo en alto y mano derecha en el corazón. Ya sabemos lo que simboliza el puño en alto como recuerdo de una ideología totalitaria que, en lugar de liberar, esclavizó al hombre en el siglo XX. Sin embargo, y sorpresivamente, estuvo conciliador. Sin dejar su retórica inflamada pidió entrevistarse con los prefectos para trabajar en la aprobación de una Constitución que incorpore los estatutos departamentales ya aprobados por referéndum.
Hizo, de alguna manera, de la necesidad virtud. Con cinco departamentos en contra que legitiman de hecho los estatutos ya aprobados, sabe que no puede gobernar un país para todos, aunque él haya subido en aceptación popular. Pero, todo hay que decirlo, sin haber tenido enfrente un candidato nacional alternativo opositor sino la petición a la ciudadanía de si tenía o no a bien que se interrumpieran su mandato y el de los prefectos. Pero el pueblo boliviano, fundamentalmente en el Altiplano, le ha dicho que continúe, como también se lo ha dicho a los prefectos opositores.
Ante este panorama, o negocia o el país va al enfrentamiento total. El problema estriba en que los prefectos no se fían de Morales. Sólo hace una semana había dicho que a él la legalidad le importa poco, porque él hace las cosas que tiene que hacer y dice a sus abogados, que para eso han estudiado, que acomoden la legalidad a lo que él dice.
Pero a pesar de todo, y, afortunadamente para el país, no ocurrió el domingo lo que más se temía: que se diera una victoria abrumadora de unos sobre otros, lo cual habría terminado seguramente por hacer crecer los ímpetus del gran vencedor para asumir posiciones más radicalizadas, a manera de exhibición de fuerza y de lucimiento del trofeo ganado. Lo deseable pues es que de una vez por todas entiendan que las urnas han hablado y les han dicho que la voluntad de la sociedad boliviana, desde la diversidad que la identifica, continúa demandando de ellos lo mismo que desde hace varios meses: diálogo auténtico para promover el entendimiento de los bolivianos y no el sometimiento de unos contra otros. Ésa es la clave de futuro de las sociedades maduras y civilizadas.
Bolivia se llama así por Simón Bolívar, el Libertador caraqueño de ascendencia vasca. Su primer presidente fue el Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, nacido en Cumaná, en el Oriente de Venezuela. Dos venezolanos pues en la historia de este país de diez millones de habitantes. Y, un tercero, Hugo Chávez, al que los prefectos bolivianos de forma mayoritaria le piden que no meta las narices en su país y deje en paz a Evo Morales.
Tres senadores hemos estado dos días en Santa Cruz de la Sierra y tres en La Paz y el Alto, como observadores del referéndum revocatorio, figura que no está en la Constitución boliviana, y que tuvo lugar el pasado domingo. Una experiencia única imposible de resumir en estas cortas líneas, con el reconocimiento al embajador de España, Francisco Montalbán, excelente profesional que nos coordinó un programa muy completo.
«Tened cuidado con el mal de altura, el soroche» -nos decían-. «A Leyre Pajín le dio el mareo y estuvo media hora sin conocimiento. Para evitarlo tomad mucha agua, aspirina, mate de coca o sorochil», insistían. Pero el mejor consejo fue el del indio: «Andar despacito, comer poquito y dormir solito».
El caso es que los 4.200 metros de El Alto y los 3.600 de La Paz no dan tanto mareo como la visión y constatación de un país hemipléjico. Bolivia son dos países. El Altiplano y la llanura, con departamentos, descritos como ‘la media luna’, que no quieren saber absolutamente nada del poder central de La Paz, y donde ante el desmoronamiento de los partidos, los prefectos (gobernadores) de cinco de estos territorios avanzan a galope tendido tratando de reafirmar unos estatutos de autonomía, sin encaje constitucional, en respuesta a un Evo Morales extraordinariamente ideologizado. Si bien es verdad que éste tiene un lenguaje populista contra la pobreza y se apoya en mucha de la demagogia chavista, ha puesto en la agenda la asignatura pendiente de un indigenismo preterido no en sus derechos ciudadanos -la prueba es que Morales, un indio aymara, es el presidente- sino en la aplicación de esos derechos. Le critican con razón que eso no se hace predicando el odio racial, sino integrando un país que no sólo tiene quechuas y aymaras sino también guaraníes, mestizos y blancos. Y ante eso, como me decía un aymara, opositor a Morales, «o actúas con inteligencia a lo Mandela o fracturas el país».
Otro de los puntos que están en la agenda política boliviana es el debate territorial. Estando en el aeropuerto, se me acercó un señor que, por viajar mucho entre Madrid y Santa Cruz, me conocía: «Yo le conozco a usted. Me apellido Arana, como Sabino. Sé lo que está pidiendo Ibarretxe. Eso aquí hoy es el chocolate del loro. No sé cómo los españoles tienen tanto pavor a los referendos. Nosotros estamos hartos de que no nos dejen prosperar. Santa Cruz, en los años cincuenta, tenía treinta mil habitantes. Hoy tiene un millón seiscientos mil. Crecemos integrando a los emigrantes y aquí de momento todos somos bolivianos, pero si siguen así, seremos sólo cruceños y que venga el ejército a ver qué hace. Evo, no se olvide usted, es un sindicalista cocalero. Tiene sólo mentalidad sindical. Reivindica lo suyo. Sólo lo suyo, pero por eso no es el presidente de todos los bolivianos. Sólo de los aymaras y de su fundamentalismo aymara. Y este país es otra cosa. Ahora pedimos autonomía, pero si no nos hacen caso, reivindicaremos la independencia». Y todo esto me lo dijo seguido. Pero fue lo que escuchamos en los dos días que pasamos en Santa Cruz de la Sierra, uno de los departamentos que le han dado al actual prefecto (gobernador) un 70% de votación. Y en Santa Cruz no hay un 70% de oligarcas, como les gusta decir en La Paz con ese lenguaje infantil de los años sesenta.
Me llamó también la atención la visión que tenían de Evo Morales. Le reconocían su trabajo en la necesidad de abordar en serio la situación de pobreza de los indígenas, la votación obtenida, el apoyo internacional, la buena coyuntura en la que llegó, que no ha sabido aprovechar al ahuyentar unas inversiones internacionales que le son vitales para sacarle provecho a la inmensa riqueza del país. Concretamente, el ex presidente Carlos Mesa, a quien visitamos en su despacho, nos dijo que le gustaría tener la mitad de la fuerza simbólica de Evo Morales, pero también es verdad que no se fían un pelo de lo que promete y no cumple; y mucho menos de su vicepresidente, Álvaro García Linera, con quien también estuvimos en su despacho. Éste es un personaje inquietante, culto y dogmático, blanco y extremista que se jacta de ser el último jacobino de la historia. «No siga pensando usted eso», nos decía el obispo de El Alto, el murciano Jesús Suárez, que ante esto le había dicho que se acordara de cómo acabaron los jacobinos en la Revolución Francesa.
De hecho, la visión del balcón del palacio presidencial, en la Plaza Murillo, en la noche del domingo echaba bastante para atrás. Ya de noche, salió el presidente Evo Morales y entonaron el himno nacional, puño izquierdo en alto y mano derecha en el corazón. Ya sabemos lo que simboliza el puño en alto como recuerdo de una ideología totalitaria que, en lugar de liberar, esclavizó al hombre en el siglo XX. Sin embargo, y sorpresivamente, estuvo conciliador. Sin dejar su retórica inflamada pidió entrevistarse con los prefectos para trabajar en la aprobación de una Constitución que incorpore los estatutos departamentales ya aprobados por referéndum.
Hizo, de alguna manera, de la necesidad virtud. Con cinco departamentos en contra que legitiman de hecho los estatutos ya aprobados, sabe que no puede gobernar un país para todos, aunque él haya subido en aceptación popular. Pero, todo hay que decirlo, sin haber tenido enfrente un candidato nacional alternativo opositor sino la petición a la ciudadanía de si tenía o no a bien que se interrumpieran su mandato y el de los prefectos. Pero el pueblo boliviano, fundamentalmente en el Altiplano, le ha dicho que continúe, como también se lo ha dicho a los prefectos opositores.
Ante este panorama, o negocia o el país va al enfrentamiento total. El problema estriba en que los prefectos no se fían de Morales. Sólo hace una semana había dicho que a él la legalidad le importa poco, porque él hace las cosas que tiene que hacer y dice a sus abogados, que para eso han estudiado, que acomoden la legalidad a lo que él dice.
Pero a pesar de todo, y, afortunadamente para el país, no ocurrió el domingo lo que más se temía: que se diera una victoria abrumadora de unos sobre otros, lo cual habría terminado seguramente por hacer crecer los ímpetus del gran vencedor para asumir posiciones más radicalizadas, a manera de exhibición de fuerza y de lucimiento del trofeo ganado. Lo deseable pues es que de una vez por todas entiendan que las urnas han hablado y les han dicho que la voluntad de la sociedad boliviana, desde la diversidad que la identifica, continúa demandando de ellos lo mismo que desde hace varios meses: diálogo auténtico para promover el entendimiento de los bolivianos y no el sometimiento de unos contra otros. Ésa es la clave de futuro de las sociedades maduras y civilizadas.
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