Por Eugenio Bregolat, ex embajador en Rusia y en China (LA VANGUARDIA, 06/08/08):
El 8/ 8/ 8, a las 8 y 8 de la tarde. Encajando en su concepción del orden cósmico el momento inaugural de los Juegos de Pekín, China dice: “Ya estoy aquí”. Los Juegos son una metáfora de la modernización de China, de su despertar después de un largo sueño, de su reemergencia como la gran potencia que ha sido más siglos que nadie.
La cosmología china desde antes de nuestra era establecía estrechas correlaciones entre el cielo, la naturaleza y el hombre, y tenía el hábito de numerarlas. Así, un texto de 139 a. C. reza: “el Cielo tiene 4 estaciones, 5 fases, 9 partes y 366 días; el hombre tiene 4 miembros, 5 vísceras, 9 orificios y 366 articulaciones”. El libro de los cambios (Yi Ching), uno de los grandes clásicos de la cultura china, establece 64 hexagramas: series de 6 líneas paralelas, continuas o discontinuas; cada una de ellos tenía características propias, usadas en adivinación. 64 es 8 x 8. El 8 es un número afortunado, propiciatorio, para los chinos. Uno de los rascacielos más altos y hermosos del mundo, en Pudong, Shanghai, el Jin Mao, tiene 88 pisos. Su cosmología nos recuerda que China es el más viejo de los países del mundo y que cuenta con una civilización de enorme originalidad y sofisticación. Tras muchos siglos siendo el país más rico, avanzado tecnológicamente, refinado y culto, China entró en decadencia en el siglo XVI, víctima de un cansancio histórico aún difícil de explicar. Europa, que tras el esplendor de Grecia y Roma vivió una larga edad oscura, despertaba justo entonces con el Renacimiento. China perdió después el tren de la revolución industrial, lo que la dejó a merced de los países más avanzados, que a partir de 1840 (primera guerra del Opio), la sometieron a un siglo largo de humillación y explotación. Desde entonces la historia de China ha consistido en una serie de intentos para alcanzar la modernidad. Fracasados el de la última dinastía imperial, el de la República burguesa de Sun Yatsen y el de la utopía igualitaria de Mao Tse Tung, por fin Deng Xiaoping, uno de los principales líderes de la milenaria historia china, dio con la fórmula para la modernización: la “política de reforma económica y apertura al exterior”, lanzada en diciembre de 1978. En estos 30 años China ha protagonizado el proceso de desarrollo económico más espectacular, por su dimensión y su velocidad, de la historia universal. Para el Banco Mundial, “China ha hecho en una generación lo que a la mayoría de los países les ha costado siglos”. Otros dicen que en estas tres décadas China ha comprimido el Renacimiento, la Ilustración, la revolución industrial y la revolución de la información.
Es obvio que China tiene muchos y grandes problemas, pero ha acreditado también una importante capacidad de superarlos. A mediados de siglo, si las cosas no se tuercen, China se sentará junto a Estados Unidos en la mesa de las grandes potencias. Europa, por cierto, que ahora da señales de fatiga histórica, sólo podrá sentarse a esta mesa si es capaz de superar sus dudas existenciales y hablar con una sola voz en política exterior y de defensa. De lo contrario, incluso las tres mayores potencias europeas, por separado, no serán más que jugadores de segunda división.
El proceso de integración pacífica y no traumática de la emergente gran potencia en el orden internacional, que la propia China preconiza, es uno de los grandes retos geoestratégicos del siglo que comienza. Hasta ahora sus principales hitos han sido el lanzamiento de la reforma económica (1978), y el ingreso en la OMC (2001). Los Juegos de Pekín y la Expo de Shanghai, en el 2010, son los siguientes.
El proceso de desarrollo económico de China comporta cambios dramáticos de orden social, psicológico e, inevitablemente, político. Nuevas clases sociales, cientos de miles de estudiantes en el extranjero, cientos de millones de teléfonos móviles y de internautas, decenas de millones de turistas que van y vienen. China es hoy un país mucho más rico, educado, culto, abierto y plural que en 1978. El sistema político tendrá que acabar adaptándose al cambio social y mental, y los dirigentes chinos, que lo saben muy bien, están estudiando el cómo y el cuándo. Que los JJ. OO. de Pekín incidirán en este proceso, ya incoado, actuando de acelerador y catalizador del cambio, es indudable. Aún descartando todo mimetismo, recuérdese el impacto de los JJ. OO. de Seúl sobre la democratización de Corea del Sur.
Un barcelonés ocupará un lugar de privilegio en Pekín el 8/ 8/ 8: “Samaranchi”, el español más conocido y querido en China, que nunca olvidará que él tuvo un papel decisivo en la concesión de los Juegos a Pekín y la anunció al mundo.
El 8/ 8/ 8, a las 8 y 8 de la tarde. Encajando en su concepción del orden cósmico el momento inaugural de los Juegos de Pekín, China dice: “Ya estoy aquí”. Los Juegos son una metáfora de la modernización de China, de su despertar después de un largo sueño, de su reemergencia como la gran potencia que ha sido más siglos que nadie.
La cosmología china desde antes de nuestra era establecía estrechas correlaciones entre el cielo, la naturaleza y el hombre, y tenía el hábito de numerarlas. Así, un texto de 139 a. C. reza: “el Cielo tiene 4 estaciones, 5 fases, 9 partes y 366 días; el hombre tiene 4 miembros, 5 vísceras, 9 orificios y 366 articulaciones”. El libro de los cambios (Yi Ching), uno de los grandes clásicos de la cultura china, establece 64 hexagramas: series de 6 líneas paralelas, continuas o discontinuas; cada una de ellos tenía características propias, usadas en adivinación. 64 es 8 x 8. El 8 es un número afortunado, propiciatorio, para los chinos. Uno de los rascacielos más altos y hermosos del mundo, en Pudong, Shanghai, el Jin Mao, tiene 88 pisos. Su cosmología nos recuerda que China es el más viejo de los países del mundo y que cuenta con una civilización de enorme originalidad y sofisticación. Tras muchos siglos siendo el país más rico, avanzado tecnológicamente, refinado y culto, China entró en decadencia en el siglo XVI, víctima de un cansancio histórico aún difícil de explicar. Europa, que tras el esplendor de Grecia y Roma vivió una larga edad oscura, despertaba justo entonces con el Renacimiento. China perdió después el tren de la revolución industrial, lo que la dejó a merced de los países más avanzados, que a partir de 1840 (primera guerra del Opio), la sometieron a un siglo largo de humillación y explotación. Desde entonces la historia de China ha consistido en una serie de intentos para alcanzar la modernidad. Fracasados el de la última dinastía imperial, el de la República burguesa de Sun Yatsen y el de la utopía igualitaria de Mao Tse Tung, por fin Deng Xiaoping, uno de los principales líderes de la milenaria historia china, dio con la fórmula para la modernización: la “política de reforma económica y apertura al exterior”, lanzada en diciembre de 1978. En estos 30 años China ha protagonizado el proceso de desarrollo económico más espectacular, por su dimensión y su velocidad, de la historia universal. Para el Banco Mundial, “China ha hecho en una generación lo que a la mayoría de los países les ha costado siglos”. Otros dicen que en estas tres décadas China ha comprimido el Renacimiento, la Ilustración, la revolución industrial y la revolución de la información.
Es obvio que China tiene muchos y grandes problemas, pero ha acreditado también una importante capacidad de superarlos. A mediados de siglo, si las cosas no se tuercen, China se sentará junto a Estados Unidos en la mesa de las grandes potencias. Europa, por cierto, que ahora da señales de fatiga histórica, sólo podrá sentarse a esta mesa si es capaz de superar sus dudas existenciales y hablar con una sola voz en política exterior y de defensa. De lo contrario, incluso las tres mayores potencias europeas, por separado, no serán más que jugadores de segunda división.
El proceso de integración pacífica y no traumática de la emergente gran potencia en el orden internacional, que la propia China preconiza, es uno de los grandes retos geoestratégicos del siglo que comienza. Hasta ahora sus principales hitos han sido el lanzamiento de la reforma económica (1978), y el ingreso en la OMC (2001). Los Juegos de Pekín y la Expo de Shanghai, en el 2010, son los siguientes.
El proceso de desarrollo económico de China comporta cambios dramáticos de orden social, psicológico e, inevitablemente, político. Nuevas clases sociales, cientos de miles de estudiantes en el extranjero, cientos de millones de teléfonos móviles y de internautas, decenas de millones de turistas que van y vienen. China es hoy un país mucho más rico, educado, culto, abierto y plural que en 1978. El sistema político tendrá que acabar adaptándose al cambio social y mental, y los dirigentes chinos, que lo saben muy bien, están estudiando el cómo y el cuándo. Que los JJ. OO. de Pekín incidirán en este proceso, ya incoado, actuando de acelerador y catalizador del cambio, es indudable. Aún descartando todo mimetismo, recuérdese el impacto de los JJ. OO. de Seúl sobre la democratización de Corea del Sur.
Un barcelonés ocupará un lugar de privilegio en Pekín el 8/ 8/ 8: “Samaranchi”, el español más conocido y querido en China, que nunca olvidará que él tuvo un papel decisivo en la concesión de los Juegos a Pekín y la anunció al mundo.
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