Por Loretta Napoleoni, economista italiana, autora de Economía canalla. Traducción de Carlos Gumpert (EL PAÍS, 13/08/08):
La espectacular liberación de Ingrid Betancourt ha dejado al mundo literalmente boquiabierto y parece ser que ya se trabaja activamente en Hollywood en el guión para un posible rodaje. Sin embargo, más que una película nostálgica de cuando el mundo estaba dividido en dos bloques, el declive de las tristemente célebres FARC, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, podría ser el argumento de un episodio del culebrón Chávez.
Sería un error, en efecto, intentar deshacer el intrincado ovillo de relaciones entre políticos, terroristas y milicias recurriendo a los instrumentos de la guerra fría: por una parte, un célebre rehén -icono del esfuerzo democrático de Colombia-, un presidente emprendedor, Álvaro Uribe, apoyado por los gringos de Washington, y una extraordinaria coalición encabezada por el Elíseo y los servicios secretos israelíes; por otra, las FARC, el imprevisible presidente-dictador venezolano Hugo Chávez, y el movimiento antiimperialista de Latinoamérica.
La realidad, según se dice, supera frecuentemente a la ficción, de manera que sería aconsejable que durante los próximos meses los guionistas de Hollywood no dejaran de tener muy en cuenta este dicho. El terrorismo no es el tiempo atmosférico, resulta imposible realizar previsiones precisas. Hace seis meses, todos los analistas se mostraban concordes en considerar a las FARC como el único grupo armado presente en Latinoamérica con capacidad de globalizarse, es decir, con posibilidades de dejar sentir su presencia fuera de Colombia.
Desde hace años, en efecto, mantienen relaciones con el IRA y con ETA y entablan negocios con los banqueros libaneses de Hezbolá en Ciudad del Este. Y sin embargo, en el curso de unos cuantos meses, el Ejército colombiano, flanqueado por el estadounidense, consiguió hacer pedazos a la cúpula de la organización.
En mayo perdió la vida en un bombardeo en la frontera ecuatoriana el número dos de las FARC, Raúl Reyes, la eminencia gris del grupo. Poco después muere en su cama el propio fundador, Tirofijo. Defecciones y traiciones diezman a los militantes y el Ejecutivo admite que ha habido infiltraciones en su seno. En unos cuantos meses, la punta de diamante del terrorismo latinoamericano se convierte en un ejército a la desbandada, y si hoy Ingrid Betancourt está libre es precisamente gracias a la falta de comunicación y de coordinación que hoy caracteriza a la organización.
Resultaría prematuro, sin embargo, declarar el final de las FARC. No sería la primera vez que se las da por desahuciadas: en 1980, el número de sus militantes había descendido a 200miembros y la organización estaba sin blanca, hasta el extremo de carecer de dinero incluso para alimentar a sus poquísimos adeptos; sin embargo, Tirofijo tiene una intuición genial. Estipula un acuerdo con la narcomafia colombiana, gestionada en aquel momento por un puñado de individuos, ofreciéndole protección armada contra el Ejército a cambio de una porción de los beneficios del narcotráfico. Las FARC saben moverse en el interior del país y son unos maestros de la guerrilla. Es lo que le hace falta al cartel: mantener alejado al Ejército colombiano para multiplicar la producción de cocaína. La asociación funciona y las FARC se enriquecen.
El actual declive de la organización va unido a la política de erradicación de las plantaciones de coca en Colombia, a la hostilidad de la población civil vejada por secuestros e impuestos revolucionarios y al apoyo militar de los Estados Unidos. Pero el nuevo jefe, el antropólogo Alfonso Cano, de 60 años, podría guardarse un as en la manga: un acuerdo de cooperación con un protector ilustre, el presidente de Venezuela.
Chávez ha defendido en repetidas ocasiones la causa política de las FARC, llegando incluso a incitar a Uribe a reconocer a la organización como fuerza política a cambio de la promesa de su desmilitarización. Colombia y los Estados Unidos sostienen que Chávez protege a las FARC, un verbo diplomático tras el cual se esconde la convicción de que Venezuela es su auténtico patrocinador. En mayo, tras la muerte de Reyes, la Interpol recupera tres portátiles que contenían información relativa a una presunta oferta de 300 millones de dólares por parte de Chávez. En un correo electrónico se ventila la posibilidad de que las FARC adiestren a fuerzas venezolanas en las técnicas de guerrilla. ¿Con qué objeto? No faltan en Suramérica quienes creen que Chávez pretende convertir a las FARC en una milicia personal, en un Ejército en la sombra, oculto en la selva tropical que cubre la mayor parte de la frontera con Colombia. Es para ese ejército para el que hace poco Venezuela ha adquirido 1.000 AK-42 rusos, un arma predilecta por terroristas y guerrilleros pero que no pertenece a la dotación del Ejército venezolano.
Las condiciones económicas de Colombia y de Venezuela parecen confirmar la tesis de que las FARC, si no reconvierten, desaparecerán. El crecimiento es rápido en ambos países por más que la gestión de la economía sea distinta. El presidente Uribe, notoriamente pro americano, ha sido capaz de estimular el crecimiento económico a través de la exportación de manufacturas hacia Estados Unidos y del flujo de capitales extranjeros, que se han triplicado desde 2002, alcanzando los 6.300 millones de dólares. La pobreza y el desempleo han descendido y el índice de popularidad de Uribe ha subido hasta el 80%, gracias entre otras cosas a sus victorias contra las FARC y contra la criminalidad. Los asesinatos han descendido en un 40% y los ataques terroristas en un 77%. La producción de cocaína se reduce y a medida que se van erradicando las plantaciones, los cocaineros las desplazan al otro lado de las fronteras, en Perú, Bolivia y Venezuela.
El crecimiento económico venezolano, por el contrario, va unido al petróleo y al gasto público. No existe un sector privado, pues, al contrario, Chávez se ha esforzado por destruirlo. La economía está a merced de una inflación galopante, el 23% en 2007, casi el doble que en 2008, y se da una carencia crónica de productos básicos, desde la leche a la harina. La retórica anticapitalista del presidente alimenta la fuga de capitales. La criminalidad ha aumentado hasta niveles de récord, mientras que el índice de popularidad de Chávez ha descendido hasta el 40%. Y al presidente le hacen falta grandes esfuerzos para mantener buenas relaciones con sus vecinos antiimperialistas, como Evo Morales, sobre quienes pretende ejercer su propia influencia política.
Y así llega el inesperado final de este episodio del culebrón Chávez: las FARC impiden que la oposición contra Chávez alcance sus propósitos y a cambio obtienen vía libre para reconducir el narcotráfico proveniente de las nuevas plantaciones a través de Venezuela. La transición de grupo armado a narcomafia se concluye y al mismo tiempo se completa la de presidente a dictador.
La espectacular liberación de Ingrid Betancourt ha dejado al mundo literalmente boquiabierto y parece ser que ya se trabaja activamente en Hollywood en el guión para un posible rodaje. Sin embargo, más que una película nostálgica de cuando el mundo estaba dividido en dos bloques, el declive de las tristemente célebres FARC, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, podría ser el argumento de un episodio del culebrón Chávez.
Sería un error, en efecto, intentar deshacer el intrincado ovillo de relaciones entre políticos, terroristas y milicias recurriendo a los instrumentos de la guerra fría: por una parte, un célebre rehén -icono del esfuerzo democrático de Colombia-, un presidente emprendedor, Álvaro Uribe, apoyado por los gringos de Washington, y una extraordinaria coalición encabezada por el Elíseo y los servicios secretos israelíes; por otra, las FARC, el imprevisible presidente-dictador venezolano Hugo Chávez, y el movimiento antiimperialista de Latinoamérica.
La realidad, según se dice, supera frecuentemente a la ficción, de manera que sería aconsejable que durante los próximos meses los guionistas de Hollywood no dejaran de tener muy en cuenta este dicho. El terrorismo no es el tiempo atmosférico, resulta imposible realizar previsiones precisas. Hace seis meses, todos los analistas se mostraban concordes en considerar a las FARC como el único grupo armado presente en Latinoamérica con capacidad de globalizarse, es decir, con posibilidades de dejar sentir su presencia fuera de Colombia.
Desde hace años, en efecto, mantienen relaciones con el IRA y con ETA y entablan negocios con los banqueros libaneses de Hezbolá en Ciudad del Este. Y sin embargo, en el curso de unos cuantos meses, el Ejército colombiano, flanqueado por el estadounidense, consiguió hacer pedazos a la cúpula de la organización.
En mayo perdió la vida en un bombardeo en la frontera ecuatoriana el número dos de las FARC, Raúl Reyes, la eminencia gris del grupo. Poco después muere en su cama el propio fundador, Tirofijo. Defecciones y traiciones diezman a los militantes y el Ejecutivo admite que ha habido infiltraciones en su seno. En unos cuantos meses, la punta de diamante del terrorismo latinoamericano se convierte en un ejército a la desbandada, y si hoy Ingrid Betancourt está libre es precisamente gracias a la falta de comunicación y de coordinación que hoy caracteriza a la organización.
Resultaría prematuro, sin embargo, declarar el final de las FARC. No sería la primera vez que se las da por desahuciadas: en 1980, el número de sus militantes había descendido a 200miembros y la organización estaba sin blanca, hasta el extremo de carecer de dinero incluso para alimentar a sus poquísimos adeptos; sin embargo, Tirofijo tiene una intuición genial. Estipula un acuerdo con la narcomafia colombiana, gestionada en aquel momento por un puñado de individuos, ofreciéndole protección armada contra el Ejército a cambio de una porción de los beneficios del narcotráfico. Las FARC saben moverse en el interior del país y son unos maestros de la guerrilla. Es lo que le hace falta al cartel: mantener alejado al Ejército colombiano para multiplicar la producción de cocaína. La asociación funciona y las FARC se enriquecen.
El actual declive de la organización va unido a la política de erradicación de las plantaciones de coca en Colombia, a la hostilidad de la población civil vejada por secuestros e impuestos revolucionarios y al apoyo militar de los Estados Unidos. Pero el nuevo jefe, el antropólogo Alfonso Cano, de 60 años, podría guardarse un as en la manga: un acuerdo de cooperación con un protector ilustre, el presidente de Venezuela.
Chávez ha defendido en repetidas ocasiones la causa política de las FARC, llegando incluso a incitar a Uribe a reconocer a la organización como fuerza política a cambio de la promesa de su desmilitarización. Colombia y los Estados Unidos sostienen que Chávez protege a las FARC, un verbo diplomático tras el cual se esconde la convicción de que Venezuela es su auténtico patrocinador. En mayo, tras la muerte de Reyes, la Interpol recupera tres portátiles que contenían información relativa a una presunta oferta de 300 millones de dólares por parte de Chávez. En un correo electrónico se ventila la posibilidad de que las FARC adiestren a fuerzas venezolanas en las técnicas de guerrilla. ¿Con qué objeto? No faltan en Suramérica quienes creen que Chávez pretende convertir a las FARC en una milicia personal, en un Ejército en la sombra, oculto en la selva tropical que cubre la mayor parte de la frontera con Colombia. Es para ese ejército para el que hace poco Venezuela ha adquirido 1.000 AK-42 rusos, un arma predilecta por terroristas y guerrilleros pero que no pertenece a la dotación del Ejército venezolano.
Las condiciones económicas de Colombia y de Venezuela parecen confirmar la tesis de que las FARC, si no reconvierten, desaparecerán. El crecimiento es rápido en ambos países por más que la gestión de la economía sea distinta. El presidente Uribe, notoriamente pro americano, ha sido capaz de estimular el crecimiento económico a través de la exportación de manufacturas hacia Estados Unidos y del flujo de capitales extranjeros, que se han triplicado desde 2002, alcanzando los 6.300 millones de dólares. La pobreza y el desempleo han descendido y el índice de popularidad de Uribe ha subido hasta el 80%, gracias entre otras cosas a sus victorias contra las FARC y contra la criminalidad. Los asesinatos han descendido en un 40% y los ataques terroristas en un 77%. La producción de cocaína se reduce y a medida que se van erradicando las plantaciones, los cocaineros las desplazan al otro lado de las fronteras, en Perú, Bolivia y Venezuela.
El crecimiento económico venezolano, por el contrario, va unido al petróleo y al gasto público. No existe un sector privado, pues, al contrario, Chávez se ha esforzado por destruirlo. La economía está a merced de una inflación galopante, el 23% en 2007, casi el doble que en 2008, y se da una carencia crónica de productos básicos, desde la leche a la harina. La retórica anticapitalista del presidente alimenta la fuga de capitales. La criminalidad ha aumentado hasta niveles de récord, mientras que el índice de popularidad de Chávez ha descendido hasta el 40%. Y al presidente le hacen falta grandes esfuerzos para mantener buenas relaciones con sus vecinos antiimperialistas, como Evo Morales, sobre quienes pretende ejercer su propia influencia política.
Y así llega el inesperado final de este episodio del culebrón Chávez: las FARC impiden que la oposición contra Chávez alcance sus propósitos y a cambio obtienen vía libre para reconducir el narcotráfico proveniente de las nuevas plantaciones a través de Venezuela. La transición de grupo armado a narcomafia se concluye y al mismo tiempo se completa la de presidente a dictador.
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