Por John O´Sullivan (ABC, 12/08/08):
Las chicas ucranias me vuelven loco de verdad
Dejan Occidente a la zaga
Y las chicas de Moscú me hacen cantar y gritar
Que Georgia siempre está en mi mente.
He vuelto a la URSS
No sabéis cuánta suerte tenéis, chicos,
De vuelta en la URSS
John Lennon & Paul McCartney
No son sólo los osetios del sur los que han vuelto a la URSS esta mañana. Otros georgianos, países del «extranjero cercano» a Rusia, desde el Cáucaso hasta el Báltico, «minorías nacionales» como los chechenos, e incluso los propios rusos, se enfrentan ahora a un país y a unos líderes políticos corruptos, autoritarios, militaristas, y a los que no les preocupa excesivamente dónde acaban sus fronteras. Otra cosa es lo afortunados que debemos sentirnos (ellos y nosotros) a este respecto.
En los últimos años, el Estado ruso ha asesinado en Londres a un exiliado con ciudadanía británica; expropiado inversiones extranjeras en nombre de una empresa de energía controlada por él mismo; cortado los suministros energéticos a países como medio de intimidación política; ayudado a los rebeldes secesionistas de los países vecinos para desequilibrar a los gobiernos recientemente independientes; y este fin de semana —se acabaron las contemplaciones— invadido y bombardeado el país soberano de Georgia.
A veces estas acciones han llevado el frágil disfraz de la aplicación de las leyes tributarias o del «mantenimiento de la paz» (aunque no el asesinato de Londres). La «democracia» ha sido un disfraz similar para un sistema político autoritario en el cual el poder y la riqueza están cada vez más concentrados en manos del ex presidente Vladimir Putin y otros siloviki (o ex burócratas de los servicios secretos).
Es más, este sistema parasitario ha sido exportado de manera muy rentable a las regiones «secesionistas» a las que el Kremlin afirma estar protegiendo. Como señala Yulia Latinina de Novaya Gazeta: «Osetia del Sur no es una región, ni un país, ni un régimen. Es una empresa conjunta entre generales siloviki y bandidos osetios para ganar dinero en un conflicto con Georgia». Casi todos los altos cargos del «Gobierno» de Osetia del Sur son ex funcionarios rusos. El «ministro del Interior», por ejemplo, sirvió antes en el Ministerio del Interior de la Osetia del Norte rusa.
Es este régimen marioneta —que existe para darles dinero a los siloviki y desestabilizar a la Georgia pro occidental— el que provocó la breve guerra la semana pasada al disparar incesantemente contra las aldeas georgianas cercanas y bombardearlas. Ahora está ocupado por «fuerzas de paz» rusas y, si Putin cumple lo que dice, pronto será reincorporado a Rusia. O «de vuelta a la URSS».
Todo lo que a los diplomáticos recién llegados les queda por establecer es si el retrazado de las fronteras internacionales por parte de Putin acabará ahí. ¿Podría ayudar ahora a los secesionistas de Abjasia? ¿O incluso atacar la zona central de Georgia para bloquear el único oleoducto que transporta la energía de Asia Central a Occidente sin atravesar territorio ruso?
Esta completa victoria rusa ha llevado a casi todos los analistas a la conclusión de que Saakashvili, el presidente de Georgia, cayó en una trampa rusa cuando lanzó una operación militar para recuperar Osetia del Sur. Es algo difícil de cuestionar. Pero ésta era una trampa con dos puertas. Si Georgia no hubiera tomado medida alguna, Rusia habría incorporado gradualmente la provincia secesionista. Putin ya había concedido pasaporte ruso a los residentes en Osetia del Sur. Las dos puertas de la trampa conducían al mismo resultado: la expansión rusa y el castigo a Georgia por atreverse a ser aliado de Occidente.
Moscú esperaba que su brutal invasión del territorio de otro país pudiera disfrazarse de operación de «paz» para evitar el «genocidio» y la «limpieza étnica» por parte de los georgianos. Su gobierno y sus medios amaestrados dirigieron una compleja operación de prensa para popularizar esta mendaz «historia». Inicialmente encontró cierta acogida entre algunos analistas occidentales para quienes cualquier enemigo de George Bush y sus amigos debe de tener razón.
Muchos alegaban, por ejemplo, que el reconocimiento de Osetia del Sur por parte de Putin era una respuesta al reconocimiento de la independencia de Kosovo por parte de Estados Unidos y la UE. Dado que Rusia lleva 16 años ayudando a los secesionistas, esto convertiría la respuesta rusa en un acontecimiento único en la historia del universo: la primera ocasión en la que una consecuencia precediese a su propia causa.
Otra excusa empleada para suavizar las críticas contra Rusia es que Saakashvili había enojado a Putin al pretender entrar en la OTAN. Este argumento es una particular aplicación de la premisa general de que, como irónicamente dice el filósofo Roger Scruton, «defensa igual a agresión». Lo que la semana pasada ha demostrado es que Saakashvili tenía razón al buscar la protección que la pertenencia a la OTAN le proporcionaría frente a la agresión rusa. Si se le hubiera concedido, al menos le habría dado al Kremlin una razón seria para evitar la escalada de esta semana.
En conjunto, esta combinación de compleja campaña de los medios rusos y masoquismo cultural de la opinión pública occidental podría haber convencido a Occidente de que se tragase este avance ruso, emitiese algunas protestas, y después siguiera como si nada. Eso todavía puede ocurrir: la opinión pública alemana es especialmente sensible a dichas tentaciones. Pero ante ese apaciguamiento se levantan ahora tres obstáculos.
El primero es la visión de los tanques rusos avanzando por territorio georgiano. En el trigésimo aniversario de la invasión de Checoslovaquia, despertaba todos los viejos recuerdos de la brutalidad soviética. El segundo es que los secesionistas abjazios, animados por Moscú, están ahora ampliando el conflicto y amenazan con desmembrar Georgia todavía más. Eso debilita seriamente el cuento ruso de las «fuerzas de paz». Y en tercer lugar, los ex satélites soviéticos ahora pertenecientes a la OTAN y a la Unión Europea forman un grupo de presión permanente a favor de que se establezca una defensa fuerte contra Rusia. El sábado, Polonia y los países del Báltico emitían un llamamiento conjunto para que ambos organismos se opusieran a la agresión rusa.
Pero, ¿cómo puede hacerlo occidente? Rusia tiene un predominio estratégico aplastante en la región. Quizás lo mejor que los diplomáticos occidentales puedan lograr a nivel local sea recongelar el conflicto de una forma que permita a Rusia conservar Osetia del Sur pero detenerse ahí. Entonces, sin dar formalmente el visto bueno a la anexión de Moscú, Georgia estaría de acuerdo en establecer su estatus futuro por vías exclusivamente pacíficas. Dada la actual beligerancia de Rusia (aún sigue bombardeando Georgia central), dicho acuerdo podría verse casi como un logro.
A largo plazo la cuestión es diferente. Si existe un riesgo de que Rusia se convierta en otra URSS, entonces Occidente debe demostrar que la estructura internacional posterior a la Guerra Fría va a seguir siendo la misma, tanto en el Cáucaso como en cualquier otro lugar.
Por ejemplo, si los centroeuropeos, enfadados por la crisis en Georgia, anunciasen que ahora aceptan las defensas de misiles a las que se ha opuesto Putin, su ataque a Georgia habría sido contraproducente desde el punto de vista estratégico. De manera similar, una nueva invitación a ingresar en la OTAN (quizás con un programa de oleoductos mejorado) demostraría que castigar a Georgia con excesiva dureza no sirve más que para empujar al país a una alianza más estrecha con Occidente. Y una decisión conjunta de los países occidentales de rechazar como no válidos los pasaportes rusos portados por ciudadanos de Osetia del Sur, tal vez sanciones en el enclave, dejaría al Kremlin con la gestión de un empobrecido enclave.
Estas políticas son menos peligrosas de lo que parecen porque Rusia es más débil de lo que parece. Su éxito económico actual se debe casi por entero a unos precios energéticos elevados que probablemente sufrirán grandes fluctuaciones en el futuro. Su mercado bursátil está sufriendo caídas debido a las aventuras militares y a la prudencia de los inversores. Sufre una seria disminución de la población. Y, en parte como consecuencia, recluta a los miembros de su ejército, de manera desproporcionada, entre los chechenos y otras minorías nacionales.
De forma que a Rusia le conviene evitar las aventuras militares, especialmente en el Cáucaso, garantizar las inversiones occidentales y los mercados abiertos y, en general, mejorar su imagen actual de «oso con la cabeza alta». Occidente puede ofrecer lo que Rusia necesita; también puede advertir al país que, si reacciona violentamente ante cualquiera de las políticas antes propuestas, puede imponerle todo un conjunto de sanciones económicas como respuesta, empezando por su expulsión del G-8.
Por supuesto, Rusia dispone de su propia sanción económica: cortar su suministro de energía a Occidente y dejar a los europeos sumidos en la oscuridad. Pero si esto entra dentro de lo posible, ¿no es mejor que lo sepamos antes de que sea demasiado tarde?
De otra forma, puede que los georgianos no sean los únicos a los que se invite a cantar este estribillo final:
«Muéstrame tus montañas de cumbres nevadas
allá en el sur;
llévame a la granja de tu padre;
déjame oír el sonido de tu balalaica;
ven y dale calor a tu camarada.
He vuelto a la URSS.
No sabéis lo afortunados que sois, chicos;
de vuelta en la URSS».
Las chicas ucranias me vuelven loco de verdad
Dejan Occidente a la zaga
Y las chicas de Moscú me hacen cantar y gritar
Que Georgia siempre está en mi mente.
He vuelto a la URSS
No sabéis cuánta suerte tenéis, chicos,
De vuelta en la URSS
John Lennon & Paul McCartney
No son sólo los osetios del sur los que han vuelto a la URSS esta mañana. Otros georgianos, países del «extranjero cercano» a Rusia, desde el Cáucaso hasta el Báltico, «minorías nacionales» como los chechenos, e incluso los propios rusos, se enfrentan ahora a un país y a unos líderes políticos corruptos, autoritarios, militaristas, y a los que no les preocupa excesivamente dónde acaban sus fronteras. Otra cosa es lo afortunados que debemos sentirnos (ellos y nosotros) a este respecto.
En los últimos años, el Estado ruso ha asesinado en Londres a un exiliado con ciudadanía británica; expropiado inversiones extranjeras en nombre de una empresa de energía controlada por él mismo; cortado los suministros energéticos a países como medio de intimidación política; ayudado a los rebeldes secesionistas de los países vecinos para desequilibrar a los gobiernos recientemente independientes; y este fin de semana —se acabaron las contemplaciones— invadido y bombardeado el país soberano de Georgia.
A veces estas acciones han llevado el frágil disfraz de la aplicación de las leyes tributarias o del «mantenimiento de la paz» (aunque no el asesinato de Londres). La «democracia» ha sido un disfraz similar para un sistema político autoritario en el cual el poder y la riqueza están cada vez más concentrados en manos del ex presidente Vladimir Putin y otros siloviki (o ex burócratas de los servicios secretos).
Es más, este sistema parasitario ha sido exportado de manera muy rentable a las regiones «secesionistas» a las que el Kremlin afirma estar protegiendo. Como señala Yulia Latinina de Novaya Gazeta: «Osetia del Sur no es una región, ni un país, ni un régimen. Es una empresa conjunta entre generales siloviki y bandidos osetios para ganar dinero en un conflicto con Georgia». Casi todos los altos cargos del «Gobierno» de Osetia del Sur son ex funcionarios rusos. El «ministro del Interior», por ejemplo, sirvió antes en el Ministerio del Interior de la Osetia del Norte rusa.
Es este régimen marioneta —que existe para darles dinero a los siloviki y desestabilizar a la Georgia pro occidental— el que provocó la breve guerra la semana pasada al disparar incesantemente contra las aldeas georgianas cercanas y bombardearlas. Ahora está ocupado por «fuerzas de paz» rusas y, si Putin cumple lo que dice, pronto será reincorporado a Rusia. O «de vuelta a la URSS».
Todo lo que a los diplomáticos recién llegados les queda por establecer es si el retrazado de las fronteras internacionales por parte de Putin acabará ahí. ¿Podría ayudar ahora a los secesionistas de Abjasia? ¿O incluso atacar la zona central de Georgia para bloquear el único oleoducto que transporta la energía de Asia Central a Occidente sin atravesar territorio ruso?
Esta completa victoria rusa ha llevado a casi todos los analistas a la conclusión de que Saakashvili, el presidente de Georgia, cayó en una trampa rusa cuando lanzó una operación militar para recuperar Osetia del Sur. Es algo difícil de cuestionar. Pero ésta era una trampa con dos puertas. Si Georgia no hubiera tomado medida alguna, Rusia habría incorporado gradualmente la provincia secesionista. Putin ya había concedido pasaporte ruso a los residentes en Osetia del Sur. Las dos puertas de la trampa conducían al mismo resultado: la expansión rusa y el castigo a Georgia por atreverse a ser aliado de Occidente.
Moscú esperaba que su brutal invasión del territorio de otro país pudiera disfrazarse de operación de «paz» para evitar el «genocidio» y la «limpieza étnica» por parte de los georgianos. Su gobierno y sus medios amaestrados dirigieron una compleja operación de prensa para popularizar esta mendaz «historia». Inicialmente encontró cierta acogida entre algunos analistas occidentales para quienes cualquier enemigo de George Bush y sus amigos debe de tener razón.
Muchos alegaban, por ejemplo, que el reconocimiento de Osetia del Sur por parte de Putin era una respuesta al reconocimiento de la independencia de Kosovo por parte de Estados Unidos y la UE. Dado que Rusia lleva 16 años ayudando a los secesionistas, esto convertiría la respuesta rusa en un acontecimiento único en la historia del universo: la primera ocasión en la que una consecuencia precediese a su propia causa.
Otra excusa empleada para suavizar las críticas contra Rusia es que Saakashvili había enojado a Putin al pretender entrar en la OTAN. Este argumento es una particular aplicación de la premisa general de que, como irónicamente dice el filósofo Roger Scruton, «defensa igual a agresión». Lo que la semana pasada ha demostrado es que Saakashvili tenía razón al buscar la protección que la pertenencia a la OTAN le proporcionaría frente a la agresión rusa. Si se le hubiera concedido, al menos le habría dado al Kremlin una razón seria para evitar la escalada de esta semana.
En conjunto, esta combinación de compleja campaña de los medios rusos y masoquismo cultural de la opinión pública occidental podría haber convencido a Occidente de que se tragase este avance ruso, emitiese algunas protestas, y después siguiera como si nada. Eso todavía puede ocurrir: la opinión pública alemana es especialmente sensible a dichas tentaciones. Pero ante ese apaciguamiento se levantan ahora tres obstáculos.
El primero es la visión de los tanques rusos avanzando por territorio georgiano. En el trigésimo aniversario de la invasión de Checoslovaquia, despertaba todos los viejos recuerdos de la brutalidad soviética. El segundo es que los secesionistas abjazios, animados por Moscú, están ahora ampliando el conflicto y amenazan con desmembrar Georgia todavía más. Eso debilita seriamente el cuento ruso de las «fuerzas de paz». Y en tercer lugar, los ex satélites soviéticos ahora pertenecientes a la OTAN y a la Unión Europea forman un grupo de presión permanente a favor de que se establezca una defensa fuerte contra Rusia. El sábado, Polonia y los países del Báltico emitían un llamamiento conjunto para que ambos organismos se opusieran a la agresión rusa.
Pero, ¿cómo puede hacerlo occidente? Rusia tiene un predominio estratégico aplastante en la región. Quizás lo mejor que los diplomáticos occidentales puedan lograr a nivel local sea recongelar el conflicto de una forma que permita a Rusia conservar Osetia del Sur pero detenerse ahí. Entonces, sin dar formalmente el visto bueno a la anexión de Moscú, Georgia estaría de acuerdo en establecer su estatus futuro por vías exclusivamente pacíficas. Dada la actual beligerancia de Rusia (aún sigue bombardeando Georgia central), dicho acuerdo podría verse casi como un logro.
A largo plazo la cuestión es diferente. Si existe un riesgo de que Rusia se convierta en otra URSS, entonces Occidente debe demostrar que la estructura internacional posterior a la Guerra Fría va a seguir siendo la misma, tanto en el Cáucaso como en cualquier otro lugar.
Por ejemplo, si los centroeuropeos, enfadados por la crisis en Georgia, anunciasen que ahora aceptan las defensas de misiles a las que se ha opuesto Putin, su ataque a Georgia habría sido contraproducente desde el punto de vista estratégico. De manera similar, una nueva invitación a ingresar en la OTAN (quizás con un programa de oleoductos mejorado) demostraría que castigar a Georgia con excesiva dureza no sirve más que para empujar al país a una alianza más estrecha con Occidente. Y una decisión conjunta de los países occidentales de rechazar como no válidos los pasaportes rusos portados por ciudadanos de Osetia del Sur, tal vez sanciones en el enclave, dejaría al Kremlin con la gestión de un empobrecido enclave.
Estas políticas son menos peligrosas de lo que parecen porque Rusia es más débil de lo que parece. Su éxito económico actual se debe casi por entero a unos precios energéticos elevados que probablemente sufrirán grandes fluctuaciones en el futuro. Su mercado bursátil está sufriendo caídas debido a las aventuras militares y a la prudencia de los inversores. Sufre una seria disminución de la población. Y, en parte como consecuencia, recluta a los miembros de su ejército, de manera desproporcionada, entre los chechenos y otras minorías nacionales.
De forma que a Rusia le conviene evitar las aventuras militares, especialmente en el Cáucaso, garantizar las inversiones occidentales y los mercados abiertos y, en general, mejorar su imagen actual de «oso con la cabeza alta». Occidente puede ofrecer lo que Rusia necesita; también puede advertir al país que, si reacciona violentamente ante cualquiera de las políticas antes propuestas, puede imponerle todo un conjunto de sanciones económicas como respuesta, empezando por su expulsión del G-8.
Por supuesto, Rusia dispone de su propia sanción económica: cortar su suministro de energía a Occidente y dejar a los europeos sumidos en la oscuridad. Pero si esto entra dentro de lo posible, ¿no es mejor que lo sepamos antes de que sea demasiado tarde?
De otra forma, puede que los georgianos no sean los únicos a los que se invite a cantar este estribillo final:
«Muéstrame tus montañas de cumbres nevadas
allá en el sur;
llévame a la granja de tu padre;
déjame oír el sonido de tu balalaica;
ven y dale calor a tu camarada.
He vuelto a la URSS.
No sabéis lo afortunados que sois, chicos;
de vuelta en la URSS».
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