Por Henry Kamen, historiador; su último libro publicado es Imagining Spain: Historical Myth & National Identity, Yale University Press, 2008 (EL MUNDO, 14/08/08):
El concepto de crímenes de guerra es una novedad del siglo XX. No había crímenes de guerra antes de la victoria de los Aliados sobre Alemania y Japón en 1945. Al acabar la II Guerra Mundial, los vencedores decidieron usar métodos judiciales para castigar a los asesinos y revisar las reglas de la guerra. En los Juicios de Núremberg de 1945 y 1946, se colgó a 11 dirigentes criminales de guerra alemanes. No es muy conocido que tribunales semejantes en Asia, especialmente uno en Tokio (1946-48), también condenaron a muerte a unos 900 políticos y generales japoneses. ¡Dios sabe que los vencedores tenían motivos suficientes para estar indignados! Eran totalmente conscientes de las masacres perpetradas por los agresores. En 1937, en la ciudad china de Nanking, los japoneses masacraron sistemáticamente a 300.000 personas y violaron a 20.000 mujeres. Se estima que 20 millones de soldados y 40 millones de civiles murieron como resultado de la agresión germano-japonesa que condujo a la II Guerra Mundial.
Los vencedores se sintieron con el derecho de castigar a los vencidos, y eligieron el criterio de crímenes de guerra. Sin embargo, el problema era cómo definir tal crimen. No existía una definición judicial del delito antes de Núremberg, de modo que a los nazis condenados se les ejecutó por acciones que no eran crímenes en el momento en que se cometieron. Los expertos legales que guiaron a los jueces durante los Juicios de Núremberg se hallaron ante una tarea enormemente difícil; aún hoy existen profundas diferencias de opinión entre los abogados. Un abogado estadounidense, hermano del presidente Eisenhower, informaba: «Los Juicios de Núremberg son una página negra en la Historia del mundo… He discutido la legalidad de estos juicios con algunos abogados y con algunos de los jueces que participaron. No intentaron justificar sus acciones sobre ningún fundamento legal».
¿Qué es un crimen de guerra? Las acciones que se toman en contra de los soldados no se consideran normalmente crímenes de guerra. El concepto de crimen se refiere principalmente a acciones que se dirigen contra civiles. Estas acciones incluyen la exterminación en masa de civiles por su raza (genocidio), destrucción incontrolada de la propiedad civil, uso indiscriminado de terror contra civiles, y así sucesivamente. Más sencillamente, el Tribunal Penal Internacional, constituido en La Haya en 2002, define crímenes contra la humanidad como crímenes cometidos en un conflicto armado pero dirigido contra la población civil. Los delitos considerados criminales se revisan constantemente. Entre los últimos actos definidos como crímenes, por ejemplo, se encuentra el de violación en masa.
Sin embargo, se ha cuestionando tanto la naturaleza del crimen de guerra como la validez del Tribunal Penal Internacional como tribunal para enjuiciar a los involucrados en la guerra serbo-bosniana. Hasta ahora el Tribunal ha recibido la adhesión de 107 países. Pero algunos de los más grandes, como Rusia, China, Estados Unidos e India, han declinado dar su apoyo formal. Esto indica que la definición de crimen de guerra, y la validez de los tribunales, sigue estando en serias dudas. La crítica principal -hecha, por ejemplo, durante el juicio de Slobodan Milosevic entre 2002 y 2006- es que los juicios por crímenes de guerra son siempre políticos y, por tanto, motivados por intereses propios e injustos. Esta fue en su momento la crítica fundamental en contra del Tribunal de Núremberg, que fue visto por algunos como un tribunal partidista constituido por los victoriosos, con un propósito específico de venganza. El senador estadounidense Robert Taft hizo una famosa declaración por entonces sobre Núremberg: «Todo el juicio está marcado por el espíritu de venganza, y la venganza rara vez es justicia. La ejecución en la horca de 11 hombres será una mancha en la Historia Americana que lamentaremos durante largo tiempo».
Estas críticas también se pueden hacer al Tribunal Penal Internacional en su intento actual de juzgar a Radovan Karadzic. Ha habido crímenes contra la humanidad en todas partes del globo, sobre todo en Africa Occidental, en Camboya, en Timor Oriental y en Darfur, pero los factores políticos siempre han complicado el proceso. En el corazón del concepto de crímenes de guerra existe la idea de que unos pocos individuos son los responsables de las acciones de un país o de sus soldados. ¿Pero son realmente ellos los únicos culpables? ¿En qué fase la responsabilidad criminal de un pueblo, una cultura, un régimen y un gobierno debe reducirse a una sola persona? ¿O debería ser la misma guerra la que tendría que cargar con la culpa? Me encontraba la semana pasada esperando en el metro de Londres, cuando vi un anuncio para el Museo Imperial de la Guerra de esa ciudad. El anuncio afirmaba inequívocamente que toda guerra es criminal. Si es verdad, entonces todos los actos de guerra pueden considerarse criminales. Todas las naciones tienen las manos manchadas de sangre.
Por ejemplo, los mismos fiscales rusos que ayudaron a condenar a los nazis en Núremberg, encubrieron el hecho de que sus propias tropas habían, unos años antes, masacrado a 22.000 oficiales del Ejército polaco en el bosque de Katyn. El Gobierno ruso no admitió el crimen hasta 1990. Las guerras más inhumanas son aquellas dirigidas contra países indefensos. Muchos estadounidenses han argüido, con buenas razones, que la invasión de Irak por parte de George W. Bush fue criminal. La guerra de Bush ha sido responsable de más muertes estadounidenses que Al Qaeda en Nueva York hace siete años. Además, hay que añadir que decenas de miles de iraquíes han muerto también desde que empezó la invasión. Un abogado estadounidense que participó como fiscal en Núremberg ha declarado recientemente que «se puede presentar a Estados Unidos como culpable del supremo crimen contra la humanidad, por constituir una guerra ilegal de agresiones contra una nación soberana (Irak)». Y, por supuesto, lo mismo se puede decir de todas las acciones militares a lo largo de la Historia. Siguiendo la misma definición, si retrocedemos hasta el siglo XVI, el ataque que Hernán Cortés y sus aliados indios dirigieron contra el pueblo azteca en 1520, que provocó la masacre de más de 200.000 personas inocentes, la mayoría civiles, fue un crimen de guerra masivo. ¿Se atreven los libros de Historia a declarar la verdad sobre esto?
En la publicidad que hoy rodea el arresto de Karadzic, hay un sentimiento palpable de pública satisfacción. No hay duda alguna de los sanguinarios excesos que deliberadamente cometieron las fuerzas militares dirigidas por Radovan Karadzic y su general Ratko Mladic. Sólo hay que observar la impresionante evidencia que contiene el acta de acusación inicial que redactó Richard Goldstone contra los dos hombres en 1995, con respecto a sus actividades en Bosnia (especialmente las acciones en Sarajevo, Srebrenica y Banja Luka), para darse cuenta que los serbios se habían convertido en bárbaros. La condena de Karadzic, considerado culpable de la muerte de 20.000 personas, sería un gesto simbólico importante. ¿Pero resolverá las causas reales del sangriento conflicto en Bosnia? ¿Favorecerá que se eviten tales conflictos en el futuro?
Uno tiene la sospecha de que el juicio en La Haya será poco más que un circo romano, en el que los perseguidores intentarán aislar y destruir a la presa indefensa. Los jueces que le condenen demostrarán que han defendido a la civilización contra la barbarie. Podremos dormir mejor, esperando al próximo líder provincial, en quien sabe qué rincón del mundo, para soltarnos otra Banja Luka, otra Srebrenica. Una vez más otra gran potencia, dirigida tal vez por Obama, empezará una nueva invasión en algún lugar. Y, cuando todo haya acabado, sólo el líder provincial aparecerá ante el Tribunal Penal Internacional, y una vez más dormiremos tranquilos sabiendo que otro criminal de guerra ha sido capturado.
El concepto de crímenes de guerra es una novedad del siglo XX. No había crímenes de guerra antes de la victoria de los Aliados sobre Alemania y Japón en 1945. Al acabar la II Guerra Mundial, los vencedores decidieron usar métodos judiciales para castigar a los asesinos y revisar las reglas de la guerra. En los Juicios de Núremberg de 1945 y 1946, se colgó a 11 dirigentes criminales de guerra alemanes. No es muy conocido que tribunales semejantes en Asia, especialmente uno en Tokio (1946-48), también condenaron a muerte a unos 900 políticos y generales japoneses. ¡Dios sabe que los vencedores tenían motivos suficientes para estar indignados! Eran totalmente conscientes de las masacres perpetradas por los agresores. En 1937, en la ciudad china de Nanking, los japoneses masacraron sistemáticamente a 300.000 personas y violaron a 20.000 mujeres. Se estima que 20 millones de soldados y 40 millones de civiles murieron como resultado de la agresión germano-japonesa que condujo a la II Guerra Mundial.
Los vencedores se sintieron con el derecho de castigar a los vencidos, y eligieron el criterio de crímenes de guerra. Sin embargo, el problema era cómo definir tal crimen. No existía una definición judicial del delito antes de Núremberg, de modo que a los nazis condenados se les ejecutó por acciones que no eran crímenes en el momento en que se cometieron. Los expertos legales que guiaron a los jueces durante los Juicios de Núremberg se hallaron ante una tarea enormemente difícil; aún hoy existen profundas diferencias de opinión entre los abogados. Un abogado estadounidense, hermano del presidente Eisenhower, informaba: «Los Juicios de Núremberg son una página negra en la Historia del mundo… He discutido la legalidad de estos juicios con algunos abogados y con algunos de los jueces que participaron. No intentaron justificar sus acciones sobre ningún fundamento legal».
¿Qué es un crimen de guerra? Las acciones que se toman en contra de los soldados no se consideran normalmente crímenes de guerra. El concepto de crimen se refiere principalmente a acciones que se dirigen contra civiles. Estas acciones incluyen la exterminación en masa de civiles por su raza (genocidio), destrucción incontrolada de la propiedad civil, uso indiscriminado de terror contra civiles, y así sucesivamente. Más sencillamente, el Tribunal Penal Internacional, constituido en La Haya en 2002, define crímenes contra la humanidad como crímenes cometidos en un conflicto armado pero dirigido contra la población civil. Los delitos considerados criminales se revisan constantemente. Entre los últimos actos definidos como crímenes, por ejemplo, se encuentra el de violación en masa.
Sin embargo, se ha cuestionando tanto la naturaleza del crimen de guerra como la validez del Tribunal Penal Internacional como tribunal para enjuiciar a los involucrados en la guerra serbo-bosniana. Hasta ahora el Tribunal ha recibido la adhesión de 107 países. Pero algunos de los más grandes, como Rusia, China, Estados Unidos e India, han declinado dar su apoyo formal. Esto indica que la definición de crimen de guerra, y la validez de los tribunales, sigue estando en serias dudas. La crítica principal -hecha, por ejemplo, durante el juicio de Slobodan Milosevic entre 2002 y 2006- es que los juicios por crímenes de guerra son siempre políticos y, por tanto, motivados por intereses propios e injustos. Esta fue en su momento la crítica fundamental en contra del Tribunal de Núremberg, que fue visto por algunos como un tribunal partidista constituido por los victoriosos, con un propósito específico de venganza. El senador estadounidense Robert Taft hizo una famosa declaración por entonces sobre Núremberg: «Todo el juicio está marcado por el espíritu de venganza, y la venganza rara vez es justicia. La ejecución en la horca de 11 hombres será una mancha en la Historia Americana que lamentaremos durante largo tiempo».
Estas críticas también se pueden hacer al Tribunal Penal Internacional en su intento actual de juzgar a Radovan Karadzic. Ha habido crímenes contra la humanidad en todas partes del globo, sobre todo en Africa Occidental, en Camboya, en Timor Oriental y en Darfur, pero los factores políticos siempre han complicado el proceso. En el corazón del concepto de crímenes de guerra existe la idea de que unos pocos individuos son los responsables de las acciones de un país o de sus soldados. ¿Pero son realmente ellos los únicos culpables? ¿En qué fase la responsabilidad criminal de un pueblo, una cultura, un régimen y un gobierno debe reducirse a una sola persona? ¿O debería ser la misma guerra la que tendría que cargar con la culpa? Me encontraba la semana pasada esperando en el metro de Londres, cuando vi un anuncio para el Museo Imperial de la Guerra de esa ciudad. El anuncio afirmaba inequívocamente que toda guerra es criminal. Si es verdad, entonces todos los actos de guerra pueden considerarse criminales. Todas las naciones tienen las manos manchadas de sangre.
Por ejemplo, los mismos fiscales rusos que ayudaron a condenar a los nazis en Núremberg, encubrieron el hecho de que sus propias tropas habían, unos años antes, masacrado a 22.000 oficiales del Ejército polaco en el bosque de Katyn. El Gobierno ruso no admitió el crimen hasta 1990. Las guerras más inhumanas son aquellas dirigidas contra países indefensos. Muchos estadounidenses han argüido, con buenas razones, que la invasión de Irak por parte de George W. Bush fue criminal. La guerra de Bush ha sido responsable de más muertes estadounidenses que Al Qaeda en Nueva York hace siete años. Además, hay que añadir que decenas de miles de iraquíes han muerto también desde que empezó la invasión. Un abogado estadounidense que participó como fiscal en Núremberg ha declarado recientemente que «se puede presentar a Estados Unidos como culpable del supremo crimen contra la humanidad, por constituir una guerra ilegal de agresiones contra una nación soberana (Irak)». Y, por supuesto, lo mismo se puede decir de todas las acciones militares a lo largo de la Historia. Siguiendo la misma definición, si retrocedemos hasta el siglo XVI, el ataque que Hernán Cortés y sus aliados indios dirigieron contra el pueblo azteca en 1520, que provocó la masacre de más de 200.000 personas inocentes, la mayoría civiles, fue un crimen de guerra masivo. ¿Se atreven los libros de Historia a declarar la verdad sobre esto?
En la publicidad que hoy rodea el arresto de Karadzic, hay un sentimiento palpable de pública satisfacción. No hay duda alguna de los sanguinarios excesos que deliberadamente cometieron las fuerzas militares dirigidas por Radovan Karadzic y su general Ratko Mladic. Sólo hay que observar la impresionante evidencia que contiene el acta de acusación inicial que redactó Richard Goldstone contra los dos hombres en 1995, con respecto a sus actividades en Bosnia (especialmente las acciones en Sarajevo, Srebrenica y Banja Luka), para darse cuenta que los serbios se habían convertido en bárbaros. La condena de Karadzic, considerado culpable de la muerte de 20.000 personas, sería un gesto simbólico importante. ¿Pero resolverá las causas reales del sangriento conflicto en Bosnia? ¿Favorecerá que se eviten tales conflictos en el futuro?
Uno tiene la sospecha de que el juicio en La Haya será poco más que un circo romano, en el que los perseguidores intentarán aislar y destruir a la presa indefensa. Los jueces que le condenen demostrarán que han defendido a la civilización contra la barbarie. Podremos dormir mejor, esperando al próximo líder provincial, en quien sabe qué rincón del mundo, para soltarnos otra Banja Luka, otra Srebrenica. Una vez más otra gran potencia, dirigida tal vez por Obama, empezará una nueva invasión en algún lugar. Y, cuando todo haya acabado, sólo el líder provincial aparecerá ante el Tribunal Penal Internacional, y una vez más dormiremos tranquilos sabiendo que otro criminal de guerra ha sido capturado.
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