Por David Seaton, analista político (EL MUNDO, 07/08/08):
El mayor problema que habrá de afrontar el mundo en los próximos años será, con toda probabilidad, el de encontrar espacio, alimento, aire y energía suficiente para la población de China e India, dos potencias emergentes que en los últimos años han iniciado una importantísima estrategia exterior para hacerse con todo esto a través de grandes sumas de dinero contante y sonante, en efectivo.
Estamos muy cerca de averiguar si el actual sistema económico mundial, que tantas riquezas nos ha proporcionado hasta ahora, está preparado para soportar que los ciudadanos chinos y los indios accedan a vivir igual de bien que nosotros, los occidentales, o incluso para el simple hecho de que sueñen con llegar a vivir así. Sus problemas sociales y políticos ya no son temas sobre los que de cuando en cuando leemos artículos en la revista National Geographic; no, se trata de asuntos que afectan, directamente, a nuestra vida diaria.
Hace poco menos de 200 años, China aportaba alrededor de un tercio de la producción mundial, e India, un 16%. En aquellos tiempos, Europa aportaba un 17% y Estados Unidos -que, evidentemente, estaba muy lejos de ser la superpotencia que es hoy en día- menos del 2%. En 1950, la proporción de EEUU había subido ya al 27%, mientras que la aportación a la producción global de China había caído al 5%, cifra similar a la de India, con un 4%.
Hoy la globalización ha cambiado este panorama. En lugar de limitarse simplemente a proporcionar materias primas y mercados cautivos para nuestros fabricantes, China e India han llegado a integrarse en un continuo con las economías occidentales, y centenares de millones de sus ciudadanos forman parte de una clase media universal.
Ante esta situación, la pregunta clave es: ¿habrá petróleo suficiente en el planeta para llenar los depósitos de India y China cuando dispongan de tantos automóviles per cápita como EEUU o Europa? ¿Habrá aire suficiente en el planeta para respirar cuando todos esos automóviles echen los gases de sus escapes a la atmósfera? ¿Habrá cereales suficientes en el planeta para alimentar a todos los cerdos que se pueda comer la clase media china? ¿Habrá agua suficiente en el planeta para regar esos cereales y todos los cultivos necesarios para alimentar a tantísima gente?
En estos momentos notamos como nunca el despertar de Asia en la subida de los precios de la energía y los alimentos, pero no ha de transcurrir mucho tiempo sin que se haga notar también su enorme potencial humano. El tamaño importa. Como expresaba recientemente un agudo observador: «Si es usted uno entre un millón, resulta que en China o India hay hasta 1.000 como usted». Pese a que este tipo de datos apenas trasciendan a los medios, los estudiantes ya tienen más matrículas de honor en China o en India que las del número global de alumnos en Estados Unidos.
Ahora bien, a pesar de las similitudes en tamaño y talento, India y China presentan problemas enormemente diferentes. China es un régimen autoritario e India es una democracia pero, paradójicamente, China tiene una tasa de alfabetización de adultos del 90,9%, según la UNESCO, mientras que en India sólo un 61,3% de la población es capaz de leer y escribir. En cuanto a la esperanza de vida, en India es de 64 años, mientras que en China alcanza los 73.
En contradicción con el hecho de ser «la democracia más grande del mundo», la nueva prosperidad de India depende por completo de una -en proporción- minúscula elite de científicos, economistas e ingenieros informáticos. Mientras aproximadamente 100 millones de indios gozan de un estilo de vida comparable al de los europeos occidentales, 300 millones de sus compatriotas viven con menos de un dólar estadounidense al día. En China ya sólo se encuentran en esta última situación 85 millones de personas, con una población total mayor a la de su vecino del sur. En India, el 45% de los niños por debajo de los cinco años padece desnutrición, y más de la mitad de la población vive todavía en zonas rurales. Empujados por unos precios de los alimentos y de la energía que no dejan de subir, las enormes masas rurales y analfabetas de India -con derecho a voto, eso sí- viven resentidas e inquietas.
He aquí un síntoma del tremendo abismo existente entre los nuevos ricos y los pobres de toda la vida. Y otra paradoja más: mientras en China Mao Tse Tung sólo pervive en la cara de las monedas, en más de la cuarta parte del territorio indio hay guerrillas maoístas activas, cada vez más eficaces, del mismo tipo que las que recientemente se han hecho con el poder en el vecino Nepal. El maoísmo, según el primer ministro indio Manmohan Singh, es el principal problema de seguridad interna al que jamás se haya enfrentado el país.
Con la subida de los precios de los alimentos y de la energía, la agitación revolucionaria podría acabar llevando a millones de indios, con una capacitación profesional magnífica y perfecto dominio del inglés, al mercado de empleo occidental. Los miembros de la nueva clase media nativa de India pueden convertirse en los nuevos británicos obligados a huir de su país. Y una huida de esas características supondría el muro de Berlín de la globalización.
El mayor problema que habrá de afrontar el mundo en los próximos años será, con toda probabilidad, el de encontrar espacio, alimento, aire y energía suficiente para la población de China e India, dos potencias emergentes que en los últimos años han iniciado una importantísima estrategia exterior para hacerse con todo esto a través de grandes sumas de dinero contante y sonante, en efectivo.
Estamos muy cerca de averiguar si el actual sistema económico mundial, que tantas riquezas nos ha proporcionado hasta ahora, está preparado para soportar que los ciudadanos chinos y los indios accedan a vivir igual de bien que nosotros, los occidentales, o incluso para el simple hecho de que sueñen con llegar a vivir así. Sus problemas sociales y políticos ya no son temas sobre los que de cuando en cuando leemos artículos en la revista National Geographic; no, se trata de asuntos que afectan, directamente, a nuestra vida diaria.
Hace poco menos de 200 años, China aportaba alrededor de un tercio de la producción mundial, e India, un 16%. En aquellos tiempos, Europa aportaba un 17% y Estados Unidos -que, evidentemente, estaba muy lejos de ser la superpotencia que es hoy en día- menos del 2%. En 1950, la proporción de EEUU había subido ya al 27%, mientras que la aportación a la producción global de China había caído al 5%, cifra similar a la de India, con un 4%.
Hoy la globalización ha cambiado este panorama. En lugar de limitarse simplemente a proporcionar materias primas y mercados cautivos para nuestros fabricantes, China e India han llegado a integrarse en un continuo con las economías occidentales, y centenares de millones de sus ciudadanos forman parte de una clase media universal.
Ante esta situación, la pregunta clave es: ¿habrá petróleo suficiente en el planeta para llenar los depósitos de India y China cuando dispongan de tantos automóviles per cápita como EEUU o Europa? ¿Habrá aire suficiente en el planeta para respirar cuando todos esos automóviles echen los gases de sus escapes a la atmósfera? ¿Habrá cereales suficientes en el planeta para alimentar a todos los cerdos que se pueda comer la clase media china? ¿Habrá agua suficiente en el planeta para regar esos cereales y todos los cultivos necesarios para alimentar a tantísima gente?
En estos momentos notamos como nunca el despertar de Asia en la subida de los precios de la energía y los alimentos, pero no ha de transcurrir mucho tiempo sin que se haga notar también su enorme potencial humano. El tamaño importa. Como expresaba recientemente un agudo observador: «Si es usted uno entre un millón, resulta que en China o India hay hasta 1.000 como usted». Pese a que este tipo de datos apenas trasciendan a los medios, los estudiantes ya tienen más matrículas de honor en China o en India que las del número global de alumnos en Estados Unidos.
Ahora bien, a pesar de las similitudes en tamaño y talento, India y China presentan problemas enormemente diferentes. China es un régimen autoritario e India es una democracia pero, paradójicamente, China tiene una tasa de alfabetización de adultos del 90,9%, según la UNESCO, mientras que en India sólo un 61,3% de la población es capaz de leer y escribir. En cuanto a la esperanza de vida, en India es de 64 años, mientras que en China alcanza los 73.
En contradicción con el hecho de ser «la democracia más grande del mundo», la nueva prosperidad de India depende por completo de una -en proporción- minúscula elite de científicos, economistas e ingenieros informáticos. Mientras aproximadamente 100 millones de indios gozan de un estilo de vida comparable al de los europeos occidentales, 300 millones de sus compatriotas viven con menos de un dólar estadounidense al día. En China ya sólo se encuentran en esta última situación 85 millones de personas, con una población total mayor a la de su vecino del sur. En India, el 45% de los niños por debajo de los cinco años padece desnutrición, y más de la mitad de la población vive todavía en zonas rurales. Empujados por unos precios de los alimentos y de la energía que no dejan de subir, las enormes masas rurales y analfabetas de India -con derecho a voto, eso sí- viven resentidas e inquietas.
He aquí un síntoma del tremendo abismo existente entre los nuevos ricos y los pobres de toda la vida. Y otra paradoja más: mientras en China Mao Tse Tung sólo pervive en la cara de las monedas, en más de la cuarta parte del territorio indio hay guerrillas maoístas activas, cada vez más eficaces, del mismo tipo que las que recientemente se han hecho con el poder en el vecino Nepal. El maoísmo, según el primer ministro indio Manmohan Singh, es el principal problema de seguridad interna al que jamás se haya enfrentado el país.
Con la subida de los precios de los alimentos y de la energía, la agitación revolucionaria podría acabar llevando a millones de indios, con una capacitación profesional magnífica y perfecto dominio del inglés, al mercado de empleo occidental. Los miembros de la nueva clase media nativa de India pueden convertirse en los nuevos británicos obligados a huir de su país. Y una huida de esas características supondría el muro de Berlín de la globalización.
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