Por Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid y colaborador de BAKEAZ (EL CORREO DIGITAL, 01/08/08):
Tiene uno por momentos la impresión de que, por detrás de la general alegría que ha suscitado la detención en Belgrado de Radovan Karadzic -y de la cumplida consideración de la singularísima peripecia del personaje en los últimos meses- ha acabado por gestarse una eficacísima cortina de humo que esconde datos importantes. Y es que, ni es oro todo lo que reluce ni faltan los problemas al margen de los discursos, impregnados de insorteable optimismo, que se han revelado entre nosotros.
La detención y el traslado a Holanda de Karadzic bien puede ser, no sin paradoja, un engorro en las relaciones de la UE con Serbia. Aunque la tesis más repetida en nuestros medios apunta que es precisamente esa detención la que despeja el camino de Belgrado hacia la UE, lo cierto es que en la trastienda despunta un dato objeto de permanente desdén. En las últimas semanas se ha extendido en Serbia la impresión de que el Tribunal de La Haya empezaba a asumir un criterio mucho más generoso en relación con los encausados de origen serbio (en general, con todos los encausados). Al respecto el rumor más extendido no es otro que el que venía a apuntar una rápida liberación del principal dirigente del Partido Radical serbio, Vojislav Seselj. La explicación que comúnmente se ha aducido para ese eventual cambio de criterio en los jueces era doble: si, por un lado, en momentos como el presente -y más aún tras la declaración de independencia de Kosovo, el pasado febrero- es menester buscar alguna vía de reencuentro con Serbia, emitiendo al efecto señales de conciliación, por el otro los hechos objeto de enjuiciamiento empiezan a quedar demasiado atrás en el tiempo, lo cual facilita la asunción, al respecto, de cierta distancia. Lo suyo es certificar, por lo demás, que el tribunal de La Haya, que depende visiblemente de la financiación de las potencias occidentales, habría tomado nota de las prioridades que estas últimas otorgarían ahora a sus políticas.
Completemos el argumento anterior con una conclusión difícil de evitar: si se anunciaba una etapa de entente cordiale entre el tribunal que nos ocupa y los gobernantes serbios, la irrupción de la figura de Karadzic en el escenario no puede por menos que dificultar el despliegue de ese proyecto de repentina liberalidad de los jueces. Y es que, y no nos engañemos, si puede hacerse la vista gorda ante una eventual generosidad con encausados de rango menor, no parece que sea tan sencillo repetir la jugada con una figura de primer plano como es la del dirigente serbobosnio detenido. Hay quien se sentirá tentado de agregar que el ‘affaire Karadzic’ tiene, por añadidura, el indeseable efecto de resituar en el centro del debate político serbio una discusión que, al menos sobre el papel, debía pasar más bien inadvertida.
Tampoco está de más que subrayemos otra circunstancia que ha caído visiblemente en el olvido los últimos días. Podría parecer como si el contencioso que el Tribunal de La Haya mantenía con Belgrado hubiese quedado automáticamente resuelto con la detención de Radovan Karadzic. Hora es ésta de subrayar que, con toda evidencia, no es así. El deseo de pasar página que parece acosar a algunos de los responsables del mentado tribunal, el propósito de abrir una nueva etapa que atenaza al grueso de los dirigentes de la UE y, en fin, el esfuerzo de los actuales gobernantes serbios en lo que hace a propiciar una rápida incorporación a la Unión se han dado cita para borrar de las mentes de todos el nombre del general Ratko Mladic, que sigue campando, sin embargo, por sus respetos. Digámoslo de otra manera: tal y como están las cosas, bien pudiera parecer que la detención de Karadzic colma en plenitud las expectativas de las cancillerías occidentales, con lo cual sería preferible archivar, sin más, el asunto Mladic. Se antoja difícil, sin embargo, acallar las imaginables protestas que semejante conducta generaría. Téngase presente que sobran los datos para aseverar que fue Mladic, por cierto, el responsable de la principal de las matanzas registradas al calor del conflicto bosnio: la verificada en Srebrenica en el verano de 1995.
Agreguemos lo que, en suma, parece evidente: quien piense que la detención de Radovan Karadzic modifica un ápice las reglas del juego en la Bosnia -el país de sus crímenes- de estas horas se equivoca. Por desgracia la abrumadora mayoría de los bosnios tiene problemas más perentorios -el desempleo, los bajos salarios, la lentitud de la reconstrucción, las reyertas políticas al uso, la corrupción- de los que preocuparse. Les sucede algo similar a lo que tuvimos la oportunidad de comprobar ocurría con los ciudadanos serbios cuando, meses atrás, acudieron a votar en unas elecciones generales sobre las que todos los analistas señalaron -con ostentoso error- iba a pender poderosamente cuestión tan espinosa como la independencia de Kosovo.
Tiene uno por momentos la impresión de que, por detrás de la general alegría que ha suscitado la detención en Belgrado de Radovan Karadzic -y de la cumplida consideración de la singularísima peripecia del personaje en los últimos meses- ha acabado por gestarse una eficacísima cortina de humo que esconde datos importantes. Y es que, ni es oro todo lo que reluce ni faltan los problemas al margen de los discursos, impregnados de insorteable optimismo, que se han revelado entre nosotros.
La detención y el traslado a Holanda de Karadzic bien puede ser, no sin paradoja, un engorro en las relaciones de la UE con Serbia. Aunque la tesis más repetida en nuestros medios apunta que es precisamente esa detención la que despeja el camino de Belgrado hacia la UE, lo cierto es que en la trastienda despunta un dato objeto de permanente desdén. En las últimas semanas se ha extendido en Serbia la impresión de que el Tribunal de La Haya empezaba a asumir un criterio mucho más generoso en relación con los encausados de origen serbio (en general, con todos los encausados). Al respecto el rumor más extendido no es otro que el que venía a apuntar una rápida liberación del principal dirigente del Partido Radical serbio, Vojislav Seselj. La explicación que comúnmente se ha aducido para ese eventual cambio de criterio en los jueces era doble: si, por un lado, en momentos como el presente -y más aún tras la declaración de independencia de Kosovo, el pasado febrero- es menester buscar alguna vía de reencuentro con Serbia, emitiendo al efecto señales de conciliación, por el otro los hechos objeto de enjuiciamiento empiezan a quedar demasiado atrás en el tiempo, lo cual facilita la asunción, al respecto, de cierta distancia. Lo suyo es certificar, por lo demás, que el tribunal de La Haya, que depende visiblemente de la financiación de las potencias occidentales, habría tomado nota de las prioridades que estas últimas otorgarían ahora a sus políticas.
Completemos el argumento anterior con una conclusión difícil de evitar: si se anunciaba una etapa de entente cordiale entre el tribunal que nos ocupa y los gobernantes serbios, la irrupción de la figura de Karadzic en el escenario no puede por menos que dificultar el despliegue de ese proyecto de repentina liberalidad de los jueces. Y es que, y no nos engañemos, si puede hacerse la vista gorda ante una eventual generosidad con encausados de rango menor, no parece que sea tan sencillo repetir la jugada con una figura de primer plano como es la del dirigente serbobosnio detenido. Hay quien se sentirá tentado de agregar que el ‘affaire Karadzic’ tiene, por añadidura, el indeseable efecto de resituar en el centro del debate político serbio una discusión que, al menos sobre el papel, debía pasar más bien inadvertida.
Tampoco está de más que subrayemos otra circunstancia que ha caído visiblemente en el olvido los últimos días. Podría parecer como si el contencioso que el Tribunal de La Haya mantenía con Belgrado hubiese quedado automáticamente resuelto con la detención de Radovan Karadzic. Hora es ésta de subrayar que, con toda evidencia, no es así. El deseo de pasar página que parece acosar a algunos de los responsables del mentado tribunal, el propósito de abrir una nueva etapa que atenaza al grueso de los dirigentes de la UE y, en fin, el esfuerzo de los actuales gobernantes serbios en lo que hace a propiciar una rápida incorporación a la Unión se han dado cita para borrar de las mentes de todos el nombre del general Ratko Mladic, que sigue campando, sin embargo, por sus respetos. Digámoslo de otra manera: tal y como están las cosas, bien pudiera parecer que la detención de Karadzic colma en plenitud las expectativas de las cancillerías occidentales, con lo cual sería preferible archivar, sin más, el asunto Mladic. Se antoja difícil, sin embargo, acallar las imaginables protestas que semejante conducta generaría. Téngase presente que sobran los datos para aseverar que fue Mladic, por cierto, el responsable de la principal de las matanzas registradas al calor del conflicto bosnio: la verificada en Srebrenica en el verano de 1995.
Agreguemos lo que, en suma, parece evidente: quien piense que la detención de Radovan Karadzic modifica un ápice las reglas del juego en la Bosnia -el país de sus crímenes- de estas horas se equivoca. Por desgracia la abrumadora mayoría de los bosnios tiene problemas más perentorios -el desempleo, los bajos salarios, la lentitud de la reconstrucción, las reyertas políticas al uso, la corrupción- de los que preocuparse. Les sucede algo similar a lo que tuvimos la oportunidad de comprobar ocurría con los ciudadanos serbios cuando, meses atrás, acudieron a votar en unas elecciones generales sobre las que todos los analistas señalaron -con ostentoso error- iba a pender poderosamente cuestión tan espinosa como la independencia de Kosovo.
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