Por Ramón Folch, socioecólogo y director general de ERF y presidente del Consejo Social de la UPC (EL PERIÓDICO, 15/05/08):
Las ideas económicas de los siglos XIX y XX consideraban que la matriz biofísica era ajena a los procesos económicos, al punto de que algunos de sus componentes productivamente esenciales (agua, suelo, clima, etcétera) eran bienes libres irrelevantes. Este sesgado modo de mirar la realidad ha situado al sistema económico supuestamente al margen del entorno biofísico. Sin embargo, hoy como nunca, esos factores pretendidamente secundarios tienen un valor socioeconómico enorme (cambio climático, agua, petróleo y otros recursos energéticos, incendios forestales, inundaciones). Forman parte de la realidad econó- mica y alguien carga con ellos, sea el sector público (reforestaciones, descontaminación, saneamiento), sea el sector privado (encarecimiento de procesos productivos o de transporte, por ejemplo), y ello sin contar la descapitalización natural y social (contaminación, enfermedades, riesgos, pérdida de biodiversidad, congestión, etcétera). Son factores económicamente relevantes, pues, pero no figuran en los balances.
POR ELLO convendría disponer de unos balances económicos completos y realistas que incorporaran esas partidas habitualmente ignoradas o desdeñadas. Se trataría de integrarlas en las cuentas económicas, a ser posible a partir de cuantificaciones objetivables (como toneladas de CO emitidas, litros de agua consumidos, metros cuadrados de suelo ocupados…). En todo caso, no habría que confundir la valoración económica de las externalidades socioambientales con la mera monetarización de los valores. Un balance global no debería pretender poner precio a lo que no puede tenerlo (la belleza, la felicidad, la dignidad…), sino justipreciar lo que sí lo tiene.
La sostenibilidad propende a internalizar los costes socioambientales de los procesos económicos y a priorizar el valor añadido del trabajo y de los recursos. La incorporación de las partidas desdeñadas y, en consecuencia, la visión del sistema socioeconómico desde la perspectiva sostenibilista requeriría tener en cuenta tres factores esenciales: la relación coste-eficacia en términos monetarios, sociales y socioambientales, tanto a corto como a medio y largo plazo; la eficiencia, o sea, la relación entre el gasto de recursos y el servicio obtenido, y la valoración de los servicios socioambientales, porque son fundamentales para el desarrollo humano y para el funcionamiento del sistema económico, aunque sean prestados pasivamente y como complemento a los usos productivos vinculados a los sistemas biofísicos.
Este último aspecto es singularmente importante. La superación de los umbrales en el uso o en el deterioro de recursos, así como la pérdida de competitividad de algunas actividades productivas –la agricultura o la silvicultura, por ejemplo– han llevado a la abolición de la capacidad natural de antaño o, cuando menos, a la reducción de su eficacia. Por eso convendría valorar y, llegado el caso, poner precio a las tareas de mantenimiento y gestión necesarias para garantizar artificialmente su viabilidad (descontaminación, restauración, etcétera). La incorporación de estos factores en las cuentas econó- micas es esencial para tomar decisiones de gobierno que de veras quieran orientar cualquier economía, y en concreto la catalana, hacia opciones sostenibilistas.
Los parámetros socioambientales podrían configurarse en función de su valor de uso, que emana directamente del disfrute actual y futuro de un activo ambiental; del valor de existencia, que deriva de que un activo exista y siga existiendo, con independencia del uso que de él se haga; del valor de opción, que se refiere a la disposición a pagar para que un activo ambiental siga disponible para un uso futuro; y del valor de quasi-opción, que se refiere a la disposición a pagar para que un activo ambiental siga disponible para un potencial uso futuro. Habría que monetarizar esos valores. Hay precedentes (el precio de la tonelada de CO según el valor otorgado en el mercado de emisiones creado por el Protocolo de Kyoto), pero la mayoría de las veces habría que fijar un valor referencial en relación con los costos generados por su reversión (costos de reposición, descontaminación, saneamiento…).
LAS externalidades no integradas hasta la fecha en los balances pueden ser directas o indirectas y pueden haber sido generadas en cualquier parte del planeta. Habría, pues, que priorizar las externalidades directas generadas y soportadas en cada lugar concreto. Por otro lado, cada sector económico genera externalidades ambientalmente nocivas, pero también las recibe. Así, la agricultura suele contaminar el agua y el suelo con nitratos y plaguicidas, pero también sufre la mengua de la calidad y cantidad de agua de riego o la pérdida de suelo cultivable, por ejemplo. Por tanto, habría que fijar el balance para cada sector y evitar dobles contabilizaciones.
Todo ello exige un ejercicio de imaginación económica. Lo necesitamos para combatir el exceso de fantasía contable. Los balances actuales no son lo bastante serios. La sostenibilidad propende a la internalización de los costos sociales y ambientales de los procesos econó- micos y a la priorización del valor añadido del trabajo y los recursos frente a las piruetas financieras. Por eso necesita balances correctos y cuentas bien hechas. Al fin y al cabo, la ecología es la economía de los ecosistemas y la economía es la ecología del sistema económico. Manos a la obra, pues.
Las ideas económicas de los siglos XIX y XX consideraban que la matriz biofísica era ajena a los procesos económicos, al punto de que algunos de sus componentes productivamente esenciales (agua, suelo, clima, etcétera) eran bienes libres irrelevantes. Este sesgado modo de mirar la realidad ha situado al sistema económico supuestamente al margen del entorno biofísico. Sin embargo, hoy como nunca, esos factores pretendidamente secundarios tienen un valor socioeconómico enorme (cambio climático, agua, petróleo y otros recursos energéticos, incendios forestales, inundaciones). Forman parte de la realidad econó- mica y alguien carga con ellos, sea el sector público (reforestaciones, descontaminación, saneamiento), sea el sector privado (encarecimiento de procesos productivos o de transporte, por ejemplo), y ello sin contar la descapitalización natural y social (contaminación, enfermedades, riesgos, pérdida de biodiversidad, congestión, etcétera). Son factores económicamente relevantes, pues, pero no figuran en los balances.
POR ELLO convendría disponer de unos balances económicos completos y realistas que incorporaran esas partidas habitualmente ignoradas o desdeñadas. Se trataría de integrarlas en las cuentas económicas, a ser posible a partir de cuantificaciones objetivables (como toneladas de CO emitidas, litros de agua consumidos, metros cuadrados de suelo ocupados…). En todo caso, no habría que confundir la valoración económica de las externalidades socioambientales con la mera monetarización de los valores. Un balance global no debería pretender poner precio a lo que no puede tenerlo (la belleza, la felicidad, la dignidad…), sino justipreciar lo que sí lo tiene.
La sostenibilidad propende a internalizar los costes socioambientales de los procesos económicos y a priorizar el valor añadido del trabajo y de los recursos. La incorporación de las partidas desdeñadas y, en consecuencia, la visión del sistema socioeconómico desde la perspectiva sostenibilista requeriría tener en cuenta tres factores esenciales: la relación coste-eficacia en términos monetarios, sociales y socioambientales, tanto a corto como a medio y largo plazo; la eficiencia, o sea, la relación entre el gasto de recursos y el servicio obtenido, y la valoración de los servicios socioambientales, porque son fundamentales para el desarrollo humano y para el funcionamiento del sistema económico, aunque sean prestados pasivamente y como complemento a los usos productivos vinculados a los sistemas biofísicos.
Este último aspecto es singularmente importante. La superación de los umbrales en el uso o en el deterioro de recursos, así como la pérdida de competitividad de algunas actividades productivas –la agricultura o la silvicultura, por ejemplo– han llevado a la abolición de la capacidad natural de antaño o, cuando menos, a la reducción de su eficacia. Por eso convendría valorar y, llegado el caso, poner precio a las tareas de mantenimiento y gestión necesarias para garantizar artificialmente su viabilidad (descontaminación, restauración, etcétera). La incorporación de estos factores en las cuentas econó- micas es esencial para tomar decisiones de gobierno que de veras quieran orientar cualquier economía, y en concreto la catalana, hacia opciones sostenibilistas.
Los parámetros socioambientales podrían configurarse en función de su valor de uso, que emana directamente del disfrute actual y futuro de un activo ambiental; del valor de existencia, que deriva de que un activo exista y siga existiendo, con independencia del uso que de él se haga; del valor de opción, que se refiere a la disposición a pagar para que un activo ambiental siga disponible para un uso futuro; y del valor de quasi-opción, que se refiere a la disposición a pagar para que un activo ambiental siga disponible para un potencial uso futuro. Habría que monetarizar esos valores. Hay precedentes (el precio de la tonelada de CO según el valor otorgado en el mercado de emisiones creado por el Protocolo de Kyoto), pero la mayoría de las veces habría que fijar un valor referencial en relación con los costos generados por su reversión (costos de reposición, descontaminación, saneamiento…).
LAS externalidades no integradas hasta la fecha en los balances pueden ser directas o indirectas y pueden haber sido generadas en cualquier parte del planeta. Habría, pues, que priorizar las externalidades directas generadas y soportadas en cada lugar concreto. Por otro lado, cada sector económico genera externalidades ambientalmente nocivas, pero también las recibe. Así, la agricultura suele contaminar el agua y el suelo con nitratos y plaguicidas, pero también sufre la mengua de la calidad y cantidad de agua de riego o la pérdida de suelo cultivable, por ejemplo. Por tanto, habría que fijar el balance para cada sector y evitar dobles contabilizaciones.
Todo ello exige un ejercicio de imaginación económica. Lo necesitamos para combatir el exceso de fantasía contable. Los balances actuales no son lo bastante serios. La sostenibilidad propende a la internalización de los costos sociales y ambientales de los procesos econó- micos y a la priorización del valor añadido del trabajo y los recursos frente a las piruetas financieras. Por eso necesita balances correctos y cuentas bien hechas. Al fin y al cabo, la ecología es la economía de los ecosistemas y la economía es la ecología del sistema económico. Manos a la obra, pues.
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