Por Armand Puig, Decano de la Facultad de Teología de Catalunya (EL PERIÓDICO, 26/05/08):
Hace algunos años, Lluís Duch, monje de Montserrat, escribió que las confesiones cristianas sufren una crisis institucional, pero que la figura de Jesús, el fundador del cristianismo, mantiene una muy buena salud. En efecto, la atención que merece su persona es extraordinaria y constante, y no se reduce ni se detiene. En el simposio internacional sobre la búsqueda del Jesús histórico, celebrado la pasada semana en la Facultad de Teología de Catalunya, se dijo que cada seis horas aparecía un nuevo libro sobre Jesús. Este dato habla por sí solo: Jesús es un personaje mediático.
Pero ¿qué puede tener de atractivo un rabino judío del siglo I que vivió casi siempre en Galilea y que tuvo un final trágico en Jerusalén? ¿Por qué Jesús despierta un interés tan grande si unos 30 años de su vida nos son prácticamente desconocidos y si en los tres restantes tan solo actuó en el marco del pueblo judío?
Los expertos en el Nuevo Testamento y en religiones antiguas han iniciado una búsqueda histórica que quiere dar la razón a las preguntas que Jesús despierta. Se llama tercera búsqueda del Jesús histórico. Empezó en los años 80 del pasado siglo y hoy agrupa a estudiosos de varias confesiones e incluso creencias: cristianos, judíos, incluso agnósticos han entrado en liza para acercarse, describir e interpretar a Jesús y su misterio. Quedó en evidencia en el simposio citado, en el que participaron tres profesores protestantes (Bauckham, Charlesworth, Marguerat) y cinco católicos (Aguirre, Freyne, Segalla, Tuñí y yo mismo).
Este deseo de conocer a Jesús es compartido por gran parte de la opinión pública. Así lo prueba el éxito de algunos autores de los llamados best-sellers, que han vendido millones de libros (El código Da Vinci, 75 millones). Interesan Jesús y su mundo, su humanidad y su divinidad, sus amigos y sus enemigos, sus enigmas y su luz. Regularmente, aparecen reportajes con pretendidos descubrimientos arqueológicos de la tumba donde fue enterrado o bien vídeos sobre los ambientes en los que discurre su vida o sobre fragmentos de su vida –hace poco, por ejemplo, se grabó en la basílica de Sant Just de Barcelona una intervención sobre los Reyes de Oriente en un vídeo coproducido por ARTE y TV-3, entre otros–. Todo ello parece no tener freno. Cuesta llenar las iglesias, pero Jesús, solo él, llena centenares de productos literarios y audiovisuales. ¡Mundo curioso, el nuestro!
ME GUSTARÍA, pues, compartir con quienes me están leyendo el por qué de este boom. Por un lado, me parece que hay necesidad de iconos, de personajes emblemáticos, del presente y del pasado, que sean referentes comunes de la humanidad en este inicio de siglo, vivido bajo el signo evidente de la confusión, la incertidumbre y el desasosiego vital. Se buscan personajes capaces de transmitir calidad espiritual, más allá de los inmediatismos y la dictadura de la economía a la que nos vemos abocados. Un mundo con dificultades para comprenderse a sí mismo queda fascinado ante Jesús, alguien con un alto sentido de la libertad y de la compasión hacia los demás, alguien que no ignora la verdad ni flirtea con la injusticia, alguien que pone la palabra mágica amor en el primer lugar de su mensaje. Evidentemente, esto tiene poco que ver con una visión utilitarista de la vida –solo vale lo que me beneficia– ni con una estrategia de poder. Jesús es el icono de lo que hay de bueno dentro de cada uno y que no siempre emerge.
Jesús se presenta como alguien extremadamente cercano a las personas y sus coordenadas vitales. Y la búsqueda del Jesús de la historia contribuye a evidenciar esta proximidad. Por ejemplo, ahora entendemos mucho mejor que Jesús no rehuya cultivar la amistad alrededor de una mesa y que, sentado junto a gente muy diversa, se les dirija con palabras y actitudes llenas de afecto. Jesús no es un asceta riguroso sino espiritual, para quien la persona humana, auténtica imagen de Dios, ocupa el centro de sus intereses. Como buen judío, practica la religión de Moisés, pero no se conforma con repetirla: su punto está entre lo recibido y lo nuevo, no se avergüenza de ser judío pero la pertenencia étnica es insignificante en su escala de valores. Sin ganas de provocar ni de hacerse el original, Jesús promueve una auténtica revolución en las relaciones interhumanas. Para él, el primer lugar es para el niño, el pobre, el forastero, la mujer, el enfermo. El término tolerancia le queda pequeño. El que mejor le va es amistad.
JESÚS TAMBIÉN descoloca. La búsqueda histórica intenta precisar quién es, pero cuantas más ventanas se abren sobre su persona, más horizontes aparecen. Y más matices. No todas las cuestiones que lo rodean son clarificables, pero la búsqueda actual logra algo muy valioso: dar color al ambiente en que vivió Jesús. Esto permite apreciar una gama cromática altamente interesante, en relación con el pueblo judío en el siglo I (el siglo de la destrucción del templo de Jerusalén), las tensiones en que vivió (los romanos eran los dueños del país) y los debates ideológicos en juego (entre esenios, saduceos y fariseos). Estamos ante un mosaico sobre el que hay que dibujar, paulatinamente, el retrato histórico de un personaje realmente global, que interesa a creyentes y no creyentes.
Hace algunos años, Lluís Duch, monje de Montserrat, escribió que las confesiones cristianas sufren una crisis institucional, pero que la figura de Jesús, el fundador del cristianismo, mantiene una muy buena salud. En efecto, la atención que merece su persona es extraordinaria y constante, y no se reduce ni se detiene. En el simposio internacional sobre la búsqueda del Jesús histórico, celebrado la pasada semana en la Facultad de Teología de Catalunya, se dijo que cada seis horas aparecía un nuevo libro sobre Jesús. Este dato habla por sí solo: Jesús es un personaje mediático.
Pero ¿qué puede tener de atractivo un rabino judío del siglo I que vivió casi siempre en Galilea y que tuvo un final trágico en Jerusalén? ¿Por qué Jesús despierta un interés tan grande si unos 30 años de su vida nos son prácticamente desconocidos y si en los tres restantes tan solo actuó en el marco del pueblo judío?
Los expertos en el Nuevo Testamento y en religiones antiguas han iniciado una búsqueda histórica que quiere dar la razón a las preguntas que Jesús despierta. Se llama tercera búsqueda del Jesús histórico. Empezó en los años 80 del pasado siglo y hoy agrupa a estudiosos de varias confesiones e incluso creencias: cristianos, judíos, incluso agnósticos han entrado en liza para acercarse, describir e interpretar a Jesús y su misterio. Quedó en evidencia en el simposio citado, en el que participaron tres profesores protestantes (Bauckham, Charlesworth, Marguerat) y cinco católicos (Aguirre, Freyne, Segalla, Tuñí y yo mismo).
Este deseo de conocer a Jesús es compartido por gran parte de la opinión pública. Así lo prueba el éxito de algunos autores de los llamados best-sellers, que han vendido millones de libros (El código Da Vinci, 75 millones). Interesan Jesús y su mundo, su humanidad y su divinidad, sus amigos y sus enemigos, sus enigmas y su luz. Regularmente, aparecen reportajes con pretendidos descubrimientos arqueológicos de la tumba donde fue enterrado o bien vídeos sobre los ambientes en los que discurre su vida o sobre fragmentos de su vida –hace poco, por ejemplo, se grabó en la basílica de Sant Just de Barcelona una intervención sobre los Reyes de Oriente en un vídeo coproducido por ARTE y TV-3, entre otros–. Todo ello parece no tener freno. Cuesta llenar las iglesias, pero Jesús, solo él, llena centenares de productos literarios y audiovisuales. ¡Mundo curioso, el nuestro!
ME GUSTARÍA, pues, compartir con quienes me están leyendo el por qué de este boom. Por un lado, me parece que hay necesidad de iconos, de personajes emblemáticos, del presente y del pasado, que sean referentes comunes de la humanidad en este inicio de siglo, vivido bajo el signo evidente de la confusión, la incertidumbre y el desasosiego vital. Se buscan personajes capaces de transmitir calidad espiritual, más allá de los inmediatismos y la dictadura de la economía a la que nos vemos abocados. Un mundo con dificultades para comprenderse a sí mismo queda fascinado ante Jesús, alguien con un alto sentido de la libertad y de la compasión hacia los demás, alguien que no ignora la verdad ni flirtea con la injusticia, alguien que pone la palabra mágica amor en el primer lugar de su mensaje. Evidentemente, esto tiene poco que ver con una visión utilitarista de la vida –solo vale lo que me beneficia– ni con una estrategia de poder. Jesús es el icono de lo que hay de bueno dentro de cada uno y que no siempre emerge.
Jesús se presenta como alguien extremadamente cercano a las personas y sus coordenadas vitales. Y la búsqueda del Jesús de la historia contribuye a evidenciar esta proximidad. Por ejemplo, ahora entendemos mucho mejor que Jesús no rehuya cultivar la amistad alrededor de una mesa y que, sentado junto a gente muy diversa, se les dirija con palabras y actitudes llenas de afecto. Jesús no es un asceta riguroso sino espiritual, para quien la persona humana, auténtica imagen de Dios, ocupa el centro de sus intereses. Como buen judío, practica la religión de Moisés, pero no se conforma con repetirla: su punto está entre lo recibido y lo nuevo, no se avergüenza de ser judío pero la pertenencia étnica es insignificante en su escala de valores. Sin ganas de provocar ni de hacerse el original, Jesús promueve una auténtica revolución en las relaciones interhumanas. Para él, el primer lugar es para el niño, el pobre, el forastero, la mujer, el enfermo. El término tolerancia le queda pequeño. El que mejor le va es amistad.
JESÚS TAMBIÉN descoloca. La búsqueda histórica intenta precisar quién es, pero cuantas más ventanas se abren sobre su persona, más horizontes aparecen. Y más matices. No todas las cuestiones que lo rodean son clarificables, pero la búsqueda actual logra algo muy valioso: dar color al ambiente en que vivió Jesús. Esto permite apreciar una gama cromática altamente interesante, en relación con el pueblo judío en el siglo I (el siglo de la destrucción del templo de Jerusalén), las tensiones en que vivió (los romanos eran los dueños del país) y los debates ideológicos en juego (entre esenios, saduceos y fariseos). Estamos ante un mosaico sobre el que hay que dibujar, paulatinamente, el retrato histórico de un personaje realmente global, que interesa a creyentes y no creyentes.
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