Por Walter Laqueur, director del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington
Se ha descubierto una nueva enfermedad. Se llama “terrorfobia”. Sus descubridores argumentan que el terrorismo no es un peligro real sino un miedo irracional. Se ha abierto paso un importante debate al respecto en Estados Unidos y, en menor medida, en todas partes. Se publican libros que sostienen que los gobiernos exageran tremendamente el peligro y cientos de artículos en las páginas de la prensa seria y solvente informan a la sociedad de que el sobrevalorado peligro del terrorismo distorsiona nuestros enfoques de los asuntos internacionales, limita nuestras libertades cívicas y provoca un gasto innecesario de miles de millones de dólares.
Si después de los ataques del 11-S del 2001 se generó toda una “industria del terrorismo”, en la actualidad somos testigos de la existencia de toda una “industria de la terrorfobia” que nos dice que no tenemos nada o casi nada que temer salvo el propio temor.
Según los datos estadísticos disponibles, el año pasado murieron unas 20.000 personas en todo el mundo a consecuencia de acciones terroristas. Triste cifra, aunque muy inferior a la cifra de muertos durante algunas jornadas de las dos guerras mundiales del siglo XX y muy inferior a la cifra de muertos en accidentes de tráfico.
¿Qué parte de verdad cabe descubrir en las advertencias contra la actitud consistente en tomarse demasiado en serio el terrorismo? Indudablemente es correcto afirmar que se ha producido cierta hiperactividad tras los ataques de Nueva York y Washington (además de Londres, Madrid, Estambul, Argelia, Karachi, Casablanca y otros). Se han creado organismos como el Departamento de Seguridad Interna de Estados Unidos, cuya eficacia sigue siendo objeto de duda. Se han publicado miles de libros sobre terrorismo aunque la solvencia de sus autores se pone a veces asimismo en duda (suelen coincidir con quienes fracasaron hace años en capturar y detener a Osama bin Laden y en combatir contra Al Qaeda. Se han propuesto extrañas teorías sobre el terrorismo, sobre sus motivaciones y las formas de combatirlo. La misma expresión “guerra contra el terrorismo” resulta ambigua y problemática, aparte de engañosa en muchos aspectos.
Sin embargo, también es verdad que los organismos y servicios de seguridad occidentales y de otras partes del mundo han complicado la vida a los terroristas. Muchos terroristas han sido detenidos y se han desbaratado sus finanzas y comunicaciones. De haber tenido menos éxito en contraatacar a los terroristas, se habrían producido más ataques, más víctimas, más daños… y habría menos quejas en el sentido de que las autoridades están exagerando la lucha contra el terrorismo.
Los especialistas solventes en terrorismo han estado diciendo durante muchos años que en los tiempos actuales el terrorismo no constituye el mayor peligro a que se enfrenta la humanidad por la sencilla razón de que las armas en poder de los terroristas son de eficacia limitada. Sin embargo, también han dicho durante mucho tiempo que esta situación forzosamente cambiará cuando el terrorismo acceda a las armas de destrucción masiva. Nadie puede predecir cuándo sucederá: dentro de cinco, diez o quince años… Pero pocos dudan de que - en última instancia- sucederá. Si no es así, sería la primera vez en la historia de la humanidad en que un arma, una vez inventada, no se haya empleado. Sobra el fanatismo entre los grupos extremistas para superar escrúpulos morales y, por lo que se refiere al acceso a tales armas, hace tiempo que se ha demostrado que las dificultades técnicas no son insuperables. Por supuesto, la mayoría de los primeros intentos de empleo de tales armas fracasarán o sólo funcionarán en parte. Pero en principio debe admitirse que el progreso tecnológico ha propiciado una situación sin precedentes en la historia de la humanidad: un puñado de individuos se halla, o se hallará en breve, en disposición de causar enormes daños y matar personas en proporción mucho mayor a la de los ataques terroristas en el pasado.
Cabría señalar en este punto: ¿cesará tal vez el terrorismo? También parece bastante improbable, dado que en un periodo en que las guerras convencionales son demasiado caras y desastrosas, el terrorismo se está convirtiendo en forma dominante de conflicto entre países y nacionalidades. Mientras haya conflicto sobre la faz de la tierra habrá violencia, y el terrorismo será la modalidad menos cara de tal violencia.
Naturalmente, habrá periodos de mayor y menos terrorismo. Pero suponer que cesará por completo implica un optimismo casi sobrehumano.
¿Qué deberían hacer los gobiernos en tal situación? Es improbable que las leyes actuales basten para impedir ataques terroristas en la era futura de armas de destrucción masiva. Probablemente deberán aplicarse medidas más estrictas susceptibles de limitar muchas libertades que damos por supuestas… No obstante, si estas medidas se aplican antes de que se produzca una gran catástrofe, los gobiernos no contarán con el respaldo de la opinión pública. Mucha gente razonará que no es seguro que se registre tal desastre y que si realmente ocurre, acaso no ocurra en su país o ciudad. En suma, los gobiernos responsables deben avisar a la sociedad sobre los peligros que se avecinan. Sin embargo, no se atreven a anticiparse excesivamente a sus respectivas opiniones públicas.
Se ha descubierto una nueva enfermedad. Se llama “terrorfobia”. Sus descubridores argumentan que el terrorismo no es un peligro real sino un miedo irracional. Se ha abierto paso un importante debate al respecto en Estados Unidos y, en menor medida, en todas partes. Se publican libros que sostienen que los gobiernos exageran tremendamente el peligro y cientos de artículos en las páginas de la prensa seria y solvente informan a la sociedad de que el sobrevalorado peligro del terrorismo distorsiona nuestros enfoques de los asuntos internacionales, limita nuestras libertades cívicas y provoca un gasto innecesario de miles de millones de dólares.
Si después de los ataques del 11-S del 2001 se generó toda una “industria del terrorismo”, en la actualidad somos testigos de la existencia de toda una “industria de la terrorfobia” que nos dice que no tenemos nada o casi nada que temer salvo el propio temor.
Según los datos estadísticos disponibles, el año pasado murieron unas 20.000 personas en todo el mundo a consecuencia de acciones terroristas. Triste cifra, aunque muy inferior a la cifra de muertos durante algunas jornadas de las dos guerras mundiales del siglo XX y muy inferior a la cifra de muertos en accidentes de tráfico.
¿Qué parte de verdad cabe descubrir en las advertencias contra la actitud consistente en tomarse demasiado en serio el terrorismo? Indudablemente es correcto afirmar que se ha producido cierta hiperactividad tras los ataques de Nueva York y Washington (además de Londres, Madrid, Estambul, Argelia, Karachi, Casablanca y otros). Se han creado organismos como el Departamento de Seguridad Interna de Estados Unidos, cuya eficacia sigue siendo objeto de duda. Se han publicado miles de libros sobre terrorismo aunque la solvencia de sus autores se pone a veces asimismo en duda (suelen coincidir con quienes fracasaron hace años en capturar y detener a Osama bin Laden y en combatir contra Al Qaeda. Se han propuesto extrañas teorías sobre el terrorismo, sobre sus motivaciones y las formas de combatirlo. La misma expresión “guerra contra el terrorismo” resulta ambigua y problemática, aparte de engañosa en muchos aspectos.
Sin embargo, también es verdad que los organismos y servicios de seguridad occidentales y de otras partes del mundo han complicado la vida a los terroristas. Muchos terroristas han sido detenidos y se han desbaratado sus finanzas y comunicaciones. De haber tenido menos éxito en contraatacar a los terroristas, se habrían producido más ataques, más víctimas, más daños… y habría menos quejas en el sentido de que las autoridades están exagerando la lucha contra el terrorismo.
Los especialistas solventes en terrorismo han estado diciendo durante muchos años que en los tiempos actuales el terrorismo no constituye el mayor peligro a que se enfrenta la humanidad por la sencilla razón de que las armas en poder de los terroristas son de eficacia limitada. Sin embargo, también han dicho durante mucho tiempo que esta situación forzosamente cambiará cuando el terrorismo acceda a las armas de destrucción masiva. Nadie puede predecir cuándo sucederá: dentro de cinco, diez o quince años… Pero pocos dudan de que - en última instancia- sucederá. Si no es así, sería la primera vez en la historia de la humanidad en que un arma, una vez inventada, no se haya empleado. Sobra el fanatismo entre los grupos extremistas para superar escrúpulos morales y, por lo que se refiere al acceso a tales armas, hace tiempo que se ha demostrado que las dificultades técnicas no son insuperables. Por supuesto, la mayoría de los primeros intentos de empleo de tales armas fracasarán o sólo funcionarán en parte. Pero en principio debe admitirse que el progreso tecnológico ha propiciado una situación sin precedentes en la historia de la humanidad: un puñado de individuos se halla, o se hallará en breve, en disposición de causar enormes daños y matar personas en proporción mucho mayor a la de los ataques terroristas en el pasado.
Cabría señalar en este punto: ¿cesará tal vez el terrorismo? También parece bastante improbable, dado que en un periodo en que las guerras convencionales son demasiado caras y desastrosas, el terrorismo se está convirtiendo en forma dominante de conflicto entre países y nacionalidades. Mientras haya conflicto sobre la faz de la tierra habrá violencia, y el terrorismo será la modalidad menos cara de tal violencia.
Naturalmente, habrá periodos de mayor y menos terrorismo. Pero suponer que cesará por completo implica un optimismo casi sobrehumano.
¿Qué deberían hacer los gobiernos en tal situación? Es improbable que las leyes actuales basten para impedir ataques terroristas en la era futura de armas de destrucción masiva. Probablemente deberán aplicarse medidas más estrictas susceptibles de limitar muchas libertades que damos por supuestas… No obstante, si estas medidas se aplican antes de que se produzca una gran catástrofe, los gobiernos no contarán con el respaldo de la opinión pública. Mucha gente razonará que no es seguro que se registre tal desastre y que si realmente ocurre, acaso no ocurra en su país o ciudad. En suma, los gobiernos responsables deben avisar a la sociedad sobre los peligros que se avecinan. Sin embargo, no se atreven a anticiparse excesivamente a sus respectivas opiniones públicas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario