Por Gregorio Morán (18/05/08):
Existe un tremendo desorden en lo que concierne al valor de nuestra imagen.
Nos resistimos a ser vigilados desde cámaras ocultas en la calle, pero colgamos en la red fotos y vídeos que hasta hace poco constituían el álbum familiar, y también algunas de las del otro álbum personal. La webcam, que imaginamos como una ventana electrónica, es usada como un espejo por miles de adolescentes que se miran con coquetería mientras ensayan bailes en ropa interior que luego, despreocupadamente, lanzan al océano digital como un regalo, un testimonio o una picardía a la que los americanos llaman teasing, conscientes del tormento que causan en el receptor. Luego están los vándalos, que se sirven de estas nuevas cámaras para registrar sus hazañas, y que cuando estas son realizadas contra alguien, son conscientes de cómo la grabación aumenta la humillación hacia sus víctimas y hasta del valor que esta puede adquirir para posteriores extorsiones. Las prácticas rayan lo increíble, por su crueldad, y casi hay que recomendar su silenciamiento, no sea una de esas cosas que una vez pronunciadas, son promocionadas.
Lo que todas estas prácticas tienen en común, siendo su propósito aparentemente diferente, es que revelan un nuevo sistema de valores en el que la cámara ya no sirve para notariar viajes ni tropiezos ante lo bello, sino para generar evidencias de lo que ahora otorga valor a quien esté frente y detrás de la cámara: soy bella y dueña de mi sexualidad, me gusta el riesgo y no temo a la autoridad, soy capaz de imponerme por la fuerza, etcétera.
Estas imágenes sirven y significan en la medida en que en el cosmos teen tienen un valor de cambio y devuelven a su autor algún prestigio. El Huckleberry Finn de antaño, que pagaba su ejercicio de libertad con la marginalidad, está ahora en la cúspide jerárquica de muchas aulas. Y la manera de entender la libertad que tienen estos cabecillas es contraviniendo mucho de lo establecido, o políticamente correcto, por lo que nos hallamos ante la paradoja histórica de que en gran medida, lo establecido hoy es más que correcto y rebelarse contra ello, más que inconveniente, puede ser hasta reaccionario. En cierta manera, el uso que hacemos de estas nuevas cámaras refrenda a Paul Virilio cuando afirma que el accidente es el producto de mayor valor en nuestra sociedad, es aquello que, como imagen o noticia, más rápido circula y que más riqueza genera en su venta e intercambio, constituyendo finalmente la esencia de noticiarios y el dictado de la agenda política.
Quizás también nos hallemos ante la dictadura que las pantallas imponen con su particular código de fotogenia, por el que nada vale tanto como una buena caída (Preston Sturges) y ninguna película triunfa sin destruir la propiedad, desnudar a la gente o insultar a la autoridad (Alan Alda).
El llamado cine skater,que tuvo en el programa de MTV Jackass su expresión comercial, anticipó este esquema de valores, al proponer un formato audiovisual en el que el gag lo es todo y en el que es sujeto de variaciones ingeniosas y salvajes del slapstick,humor de riesgo y habilidad física.
La brevedad y autonomía de estos gags los hace idóneos para el intercambio vía móvil o internet. El carácter outsider del mundillo skater,que no se define por cuestionar al sistema sino por circular siempre en deriva, inventar un espacio de edad suspendida y al margen de la sensatez, ha hecho de la cafrada, del accidente planificado, su expresión artística efímera. Algunas tienen la belleza de una acción situacionista. Otras, producen vergüenza ajena.
Otra manera de entender la producción de estas imágenes es la de verlas como una extensión artificiosa y planificada, de aquello que nutre los programas de vídeos caseros y de imágenes impactantes. Si estos programas certifican lo atractivo de la imagen catastrófica, voyeurística y accidental, parece lógico que alguien se plantee hacer de su producción una creación de riesgo (para los demás).
Internet contiene todas las paradojas concernientes a esta situación. Las habitaciones de los demás son uno de los escenarios más comunes en la red. La vida de los otros, con y sin su consentimiento, es seguramente el tema que más pesa en el mátrix del www. Y el voyeur, que hace poco se representaba como una figura solitaria y antisocial, es hoy como el turista, un tópico y una condición que todos encarnamos intermitentemente.
Quizás haya algo bueno en que la gente valore al resto como una familia universal y cuelgue su álbum, o parte de él, para quien desee verlo. ¡Qué gran subversión desatender la histeria que nos rodea sobre los derechos de propiedad y el miedo a lo que los demás hagan con nuestra imagen!
Urge, no obstante, aprender a desprestigiar (de manera efectiva) el uso que de estas imágenes hacen algunos como herramienta de humillación. Las numerosas páginas y archivos de imágenes de ex novias vengadas, sin ir más lejos, representan un nuevo delito, en apariencia light, que sumariza lo peor de la atomizada intimidad digital.
Existe un tremendo desorden en lo que concierne al valor de nuestra imagen.
Nos resistimos a ser vigilados desde cámaras ocultas en la calle, pero colgamos en la red fotos y vídeos que hasta hace poco constituían el álbum familiar, y también algunas de las del otro álbum personal. La webcam, que imaginamos como una ventana electrónica, es usada como un espejo por miles de adolescentes que se miran con coquetería mientras ensayan bailes en ropa interior que luego, despreocupadamente, lanzan al océano digital como un regalo, un testimonio o una picardía a la que los americanos llaman teasing, conscientes del tormento que causan en el receptor. Luego están los vándalos, que se sirven de estas nuevas cámaras para registrar sus hazañas, y que cuando estas son realizadas contra alguien, son conscientes de cómo la grabación aumenta la humillación hacia sus víctimas y hasta del valor que esta puede adquirir para posteriores extorsiones. Las prácticas rayan lo increíble, por su crueldad, y casi hay que recomendar su silenciamiento, no sea una de esas cosas que una vez pronunciadas, son promocionadas.
Lo que todas estas prácticas tienen en común, siendo su propósito aparentemente diferente, es que revelan un nuevo sistema de valores en el que la cámara ya no sirve para notariar viajes ni tropiezos ante lo bello, sino para generar evidencias de lo que ahora otorga valor a quien esté frente y detrás de la cámara: soy bella y dueña de mi sexualidad, me gusta el riesgo y no temo a la autoridad, soy capaz de imponerme por la fuerza, etcétera.
Estas imágenes sirven y significan en la medida en que en el cosmos teen tienen un valor de cambio y devuelven a su autor algún prestigio. El Huckleberry Finn de antaño, que pagaba su ejercicio de libertad con la marginalidad, está ahora en la cúspide jerárquica de muchas aulas. Y la manera de entender la libertad que tienen estos cabecillas es contraviniendo mucho de lo establecido, o políticamente correcto, por lo que nos hallamos ante la paradoja histórica de que en gran medida, lo establecido hoy es más que correcto y rebelarse contra ello, más que inconveniente, puede ser hasta reaccionario. En cierta manera, el uso que hacemos de estas nuevas cámaras refrenda a Paul Virilio cuando afirma que el accidente es el producto de mayor valor en nuestra sociedad, es aquello que, como imagen o noticia, más rápido circula y que más riqueza genera en su venta e intercambio, constituyendo finalmente la esencia de noticiarios y el dictado de la agenda política.
Quizás también nos hallemos ante la dictadura que las pantallas imponen con su particular código de fotogenia, por el que nada vale tanto como una buena caída (Preston Sturges) y ninguna película triunfa sin destruir la propiedad, desnudar a la gente o insultar a la autoridad (Alan Alda).
El llamado cine skater,que tuvo en el programa de MTV Jackass su expresión comercial, anticipó este esquema de valores, al proponer un formato audiovisual en el que el gag lo es todo y en el que es sujeto de variaciones ingeniosas y salvajes del slapstick,humor de riesgo y habilidad física.
La brevedad y autonomía de estos gags los hace idóneos para el intercambio vía móvil o internet. El carácter outsider del mundillo skater,que no se define por cuestionar al sistema sino por circular siempre en deriva, inventar un espacio de edad suspendida y al margen de la sensatez, ha hecho de la cafrada, del accidente planificado, su expresión artística efímera. Algunas tienen la belleza de una acción situacionista. Otras, producen vergüenza ajena.
Otra manera de entender la producción de estas imágenes es la de verlas como una extensión artificiosa y planificada, de aquello que nutre los programas de vídeos caseros y de imágenes impactantes. Si estos programas certifican lo atractivo de la imagen catastrófica, voyeurística y accidental, parece lógico que alguien se plantee hacer de su producción una creación de riesgo (para los demás).
Internet contiene todas las paradojas concernientes a esta situación. Las habitaciones de los demás son uno de los escenarios más comunes en la red. La vida de los otros, con y sin su consentimiento, es seguramente el tema que más pesa en el mátrix del www. Y el voyeur, que hace poco se representaba como una figura solitaria y antisocial, es hoy como el turista, un tópico y una condición que todos encarnamos intermitentemente.
Quizás haya algo bueno en que la gente valore al resto como una familia universal y cuelgue su álbum, o parte de él, para quien desee verlo. ¡Qué gran subversión desatender la histeria que nos rodea sobre los derechos de propiedad y el miedo a lo que los demás hagan con nuestra imagen!
Urge, no obstante, aprender a desprestigiar (de manera efectiva) el uso que de estas imágenes hacen algunos como herramienta de humillación. Las numerosas páginas y archivos de imágenes de ex novias vengadas, sin ir más lejos, representan un nuevo delito, en apariencia light, que sumariza lo peor de la atomizada intimidad digital.
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