Por Mchel Wieiorka, profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 19/05/08):
Siempre es saludable, a fin de reflexionar sobre los debates que inquietan a una sociedad, atender a otros lugares y experiencias para sacar partido de ellas. Vista desde Catalunya, la de Quebec merece especialmente un análisis: ambas entidades políticas defienden su lengua y su identidad cultural en el seno de un Estado poderoso, España en un caso y Canadá en el otro; ambas reciben asimismo considerables flujos migratorios. Para afrontar las tensiones de cuanto afecta a la identidad nacional, el Gobierno quebequés puso en marcha en el 2007 una comisión copresidida por el historiador Lucien Bouchard y el filósofo Charles Taylor que rinde su informe en estas fechas. La Comisión de Consulta sobre las prácticas de adaptación relacionadas con las diferencias culturales debía estudiar la delicada cuestión de las “adaptaciones razonables”, aunque ha analizado de hecho la cuestión mucho más general: “¿Qué es Quebec?”.
La “adaptación razonable” encuentra su origen en 1985, en una decisión judicial favorable a una vendedora que invocando a la Iglesia universal de Dios se negaba a trabajar el sábado y obtuvo una sentencia del tribunal que obligaba a su empresario a respetar sus convicciones religiosas y modificar en consecuencia sus horarios de trabajo. La decisión judicial, que ha sentado jurisprudencia, es de naturaleza individual y no colectiva; el derecho que reconoce se refiere a una persona y no a una minoría religiosa o de otro tipo. En fecha posterior han visto la luz diversas disposiciones siempre acompañadas de polémica: modificaciones de horarios de algunas piscinas públicas de Montreal para introducir periodos reservados a mujeres; autorización concedida a un joven sij para portar su cuchillo ceremonial en el colegio o instituto, a condición de que lo porte cosido bajo el vestido; negativa al empleo de un lugar de oración para los estudiantes musulmanes de la Escuela Superior de Tecnología de Montreal y acuerdo para que dispongan de un ámbito de recogimiento en aulas no destinadas a clases; instalación de cristales esmerilados en salas de gimnasio cuyas ventanas dan sobre una callejuela donde se halla una sinagoga (los judíos jasidíes querían impedir que los miembros de su comunidad pudieran ver a las mujeres en ropa de deporte), etcétera.
Ahora bien, por una parte, tales “adaptaciones razonables” no lo solucionan todo y, por otra, la Comisión Bouchard-Taylor ha ido mucho más allá de las reclamaciones y las demandas que, en esencia y en el periodo de trabajo de la comisión, no concernían tanto a musulmanes, sijs o judíos cuanto a confesiones protestantes y discapacitados. En efecto, la comisión ha trabajado en un marco histórico de incidentes frecuentes aireados en los medios de comunicación desde enfoques distintos: a propósito del islam, del porte del velo (que llevaba una espectadora de un torneo de fútbol o participantes de una competición de taekwondo), de la presencia de musulmanes en una cabaña típica donde se degusta el jarabe de arce (pidieron que se cambiara la comida que incluía cerdo) donde a una veintena de personas se les invitó a salir del salón de baile durante el rato de oración en la estancia contigua, para no hablar de los acuerdos municipales de la pequeña localidad de Hérouxville relativos a “normas y hábitos” de la vida diaria que proscriben especialmente - nada menos- que la lapidación de las mujeres en la plaza pública o “quemarlas vivas, quemarlas con ácido o practicarles la ablación”. Por lo demás, una parte de los quebequeses juzga que estas “adaptaciones razonables” son una expresión del poder canadiense, anglófono y multiculturalista, ya que, en última instancia, el Tribunal Supremo federal zanja la cuestión y decide en la materia.
He aquí, pues, que el debate hace furor en los medios de comunicación de Quebec y mucho más lejos. Pero ¿no vienen a refrendar - y ahondar- las “adaptaciones razonables” precisamente la crisis de identidad nacional quebequesa otorgando a identidades venidas de fuera una cierta legitimidad? ¿No se inscriben tales “adaptaciones” en la lógica de dominación anglófona y, más exactamente, en el multiculturalismo que permite a Canadá desde los años setenta acabar con la imagen de dos naciones (anglófona y francófona) en beneficio de la de una nación dominante y un cierto número de minorías (entre ellas la minoría francófona), a la que ya sólo resta simplemente reconocer los derechos particulares?
¿Puede Quebec, merced a estas “adaptaciones razonables”, promover una política inteligente, consistente en evitar ir a los extremos e intentar conciliar los valores universales del derecho y la razón con el respeto a las convicciones religiosas (o de otro tipo) sin por ello caer en el comunitarismo, puesto que las decisiones adoptadas conciernen a personas y no a comunidades como tales?
Sí, en la medida en que las mencionadas disposiciones y/ o soluciones que se han ido adoptando se inscriban en el seno de la identidad nacional quebequesa, respeten su unidad - empezando por su lengua- y apelen a la sensatez y al rechazo a acudir a los extremos y no sólo a los dictámenes de la justicia. No, si derivan de una lógica de dominación anglófona y son susceptibles de minar la unidad de la nación.
La Comisión Bouchard-Taylor ha realizado una labor impresionante a lo largo de numerosas sesiones y reuniones mantenidas en todos los rincones de Quebec, oyendo las opiniones de la gente, respondiendo a preguntas en televisión… en un gesto que dos periodistas, Jeff Heinrich y Valérie Dufour, acaban de calificar de Circus quebecus (título de un libro de Éditions du Boréal), un circo sobre el que arrojan una mirada más bien favorable. En cualquier caso, se aprecia claramente el desafío que entraña esta consulta de vastas proporciones, cuyos resultados merecen meditarse asimismo en Catalunya: ¿resulta posible garantizar la toma en consideración de la diversidad cultural y religiosa sin lisonjear o adular a los comunitarismos, respetando la unidad nacional (quebequesa, catalana) en un contexto donde se ve amenazada por un lado por la dominación (anglófona en un caso, española en el otro) y por el otro por la globalización y los flujos migratorios lastrados por diferencias y rasgos distintivos de todas clases.
Siempre es saludable, a fin de reflexionar sobre los debates que inquietan a una sociedad, atender a otros lugares y experiencias para sacar partido de ellas. Vista desde Catalunya, la de Quebec merece especialmente un análisis: ambas entidades políticas defienden su lengua y su identidad cultural en el seno de un Estado poderoso, España en un caso y Canadá en el otro; ambas reciben asimismo considerables flujos migratorios. Para afrontar las tensiones de cuanto afecta a la identidad nacional, el Gobierno quebequés puso en marcha en el 2007 una comisión copresidida por el historiador Lucien Bouchard y el filósofo Charles Taylor que rinde su informe en estas fechas. La Comisión de Consulta sobre las prácticas de adaptación relacionadas con las diferencias culturales debía estudiar la delicada cuestión de las “adaptaciones razonables”, aunque ha analizado de hecho la cuestión mucho más general: “¿Qué es Quebec?”.
La “adaptación razonable” encuentra su origen en 1985, en una decisión judicial favorable a una vendedora que invocando a la Iglesia universal de Dios se negaba a trabajar el sábado y obtuvo una sentencia del tribunal que obligaba a su empresario a respetar sus convicciones religiosas y modificar en consecuencia sus horarios de trabajo. La decisión judicial, que ha sentado jurisprudencia, es de naturaleza individual y no colectiva; el derecho que reconoce se refiere a una persona y no a una minoría religiosa o de otro tipo. En fecha posterior han visto la luz diversas disposiciones siempre acompañadas de polémica: modificaciones de horarios de algunas piscinas públicas de Montreal para introducir periodos reservados a mujeres; autorización concedida a un joven sij para portar su cuchillo ceremonial en el colegio o instituto, a condición de que lo porte cosido bajo el vestido; negativa al empleo de un lugar de oración para los estudiantes musulmanes de la Escuela Superior de Tecnología de Montreal y acuerdo para que dispongan de un ámbito de recogimiento en aulas no destinadas a clases; instalación de cristales esmerilados en salas de gimnasio cuyas ventanas dan sobre una callejuela donde se halla una sinagoga (los judíos jasidíes querían impedir que los miembros de su comunidad pudieran ver a las mujeres en ropa de deporte), etcétera.
Ahora bien, por una parte, tales “adaptaciones razonables” no lo solucionan todo y, por otra, la Comisión Bouchard-Taylor ha ido mucho más allá de las reclamaciones y las demandas que, en esencia y en el periodo de trabajo de la comisión, no concernían tanto a musulmanes, sijs o judíos cuanto a confesiones protestantes y discapacitados. En efecto, la comisión ha trabajado en un marco histórico de incidentes frecuentes aireados en los medios de comunicación desde enfoques distintos: a propósito del islam, del porte del velo (que llevaba una espectadora de un torneo de fútbol o participantes de una competición de taekwondo), de la presencia de musulmanes en una cabaña típica donde se degusta el jarabe de arce (pidieron que se cambiara la comida que incluía cerdo) donde a una veintena de personas se les invitó a salir del salón de baile durante el rato de oración en la estancia contigua, para no hablar de los acuerdos municipales de la pequeña localidad de Hérouxville relativos a “normas y hábitos” de la vida diaria que proscriben especialmente - nada menos- que la lapidación de las mujeres en la plaza pública o “quemarlas vivas, quemarlas con ácido o practicarles la ablación”. Por lo demás, una parte de los quebequeses juzga que estas “adaptaciones razonables” son una expresión del poder canadiense, anglófono y multiculturalista, ya que, en última instancia, el Tribunal Supremo federal zanja la cuestión y decide en la materia.
He aquí, pues, que el debate hace furor en los medios de comunicación de Quebec y mucho más lejos. Pero ¿no vienen a refrendar - y ahondar- las “adaptaciones razonables” precisamente la crisis de identidad nacional quebequesa otorgando a identidades venidas de fuera una cierta legitimidad? ¿No se inscriben tales “adaptaciones” en la lógica de dominación anglófona y, más exactamente, en el multiculturalismo que permite a Canadá desde los años setenta acabar con la imagen de dos naciones (anglófona y francófona) en beneficio de la de una nación dominante y un cierto número de minorías (entre ellas la minoría francófona), a la que ya sólo resta simplemente reconocer los derechos particulares?
¿Puede Quebec, merced a estas “adaptaciones razonables”, promover una política inteligente, consistente en evitar ir a los extremos e intentar conciliar los valores universales del derecho y la razón con el respeto a las convicciones religiosas (o de otro tipo) sin por ello caer en el comunitarismo, puesto que las decisiones adoptadas conciernen a personas y no a comunidades como tales?
Sí, en la medida en que las mencionadas disposiciones y/ o soluciones que se han ido adoptando se inscriban en el seno de la identidad nacional quebequesa, respeten su unidad - empezando por su lengua- y apelen a la sensatez y al rechazo a acudir a los extremos y no sólo a los dictámenes de la justicia. No, si derivan de una lógica de dominación anglófona y son susceptibles de minar la unidad de la nación.
La Comisión Bouchard-Taylor ha realizado una labor impresionante a lo largo de numerosas sesiones y reuniones mantenidas en todos los rincones de Quebec, oyendo las opiniones de la gente, respondiendo a preguntas en televisión… en un gesto que dos periodistas, Jeff Heinrich y Valérie Dufour, acaban de calificar de Circus quebecus (título de un libro de Éditions du Boréal), un circo sobre el que arrojan una mirada más bien favorable. En cualquier caso, se aprecia claramente el desafío que entraña esta consulta de vastas proporciones, cuyos resultados merecen meditarse asimismo en Catalunya: ¿resulta posible garantizar la toma en consideración de la diversidad cultural y religiosa sin lisonjear o adular a los comunitarismos, respetando la unidad nacional (quebequesa, catalana) en un contexto donde se ve amenazada por un lado por la dominación (anglófona en un caso, española en el otro) y por el otro por la globalización y los flujos migratorios lastrados por diferencias y rasgos distintivos de todas clases.
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