Por Enric Marín, periodista (EL PERIÓDICO, 15/05/08):
En estos últimos días, nuestras retinas se han visto impresionadas por las imágenes de dos acontecimientos catastróficos de dimensiones dantescas que tienen como escenario el gran continente asiático: el ciclón que ha devastado Birmania y el terremoto que ha castigado con extrema severidad Sichuan. Ante estas catástrofes de dimensiones apocalípticas pueden y deben hacerse muchas reflexiones. Desde una difícil serenidad y desde el sentimiento más estrictamente humano y solidario.
Las aproximaciones pueden ser históricas, económicas, políticas… y también comunicativas. El mundo es hoy mucho mayor y a la vez mucho más pequeño que hace unas décadas. Más pequeño porque los sistemas de transporte han reducido drásticamente las distancias. Ya lo hizo el ferrocarril, pero el golpe de gracia ha sido la masificación de la aviación comercial. Y también mayor porque la revolución de las comunicaciones culminada con internet ha convertido en vecinos a los habitantes del rincón más alejado del planeta. Estamos informados al instante de cualquier acontecimiento, por remota que sea su localización. Tenemos una percepción mundial de la realidad y formamos parte ya de la aldea global anunciada por Marshall McLuhan. Pero ¿qué tipo de aldea global?
NUESTRA globalización es jerárquica, desequilibrada y etnocéntrica. Tenemos más posibilidades que nunca de estar informados. Infinitamente más. Pero nuestra dieta informativa no es lo bastante equilibrada. Hay mucha información y poca interpretación. Y la estrategia periodística de espectacularizar cualquier tipo de noticia acaba produciendo una especie de banalización mediática de las tragedias. De todo tipo de tragedias. Y esto se da más en la información audiovisual que en la prensa escrita. ¿Es la información impresa más racional que la visual? No necesariamente. El dicho se- gún el cual una imagen vale más que mil palabras expresa una gran verdad. Sabemos que una palabra puede evocar mil imágenes. Esta es la clave de la comunicación poé- tica verbal. Pero una sola imagen puede contener mucha más información que mil palabras. Información fáctica e información emocional.
Dos ejemplos. La foto de la niña vietnamita corriendo asustada y dejando atrás el horror del napalm contenía más información que todos los editoriales imaginables. Y la pieza periodística más valiosa que yo conozco sobre los hechos sucedidos en Barcelona a raíz del golpe de Estado del 18 de julio de 1936 es el reportaje fotográfico de Agustí Centelles publicado una vez restablecida una cierta normalidad. Hace ya un siglo, la fotografía cambió el concepto de arte y el propio periodismo. De hecho, la narración periodística no llega a ser plenamente moderna hasta que incorpora la imagen como recurso informativo básico.
Las imágenes concentran información y tienen una gran fuerza comunicativa. Y esto lo saben todos los regímenes autoritarios desde la primera guerra mundial. Del mismo modo que todos tienen en común un mismo fundamento doctrinal en lo que se refiere a la concepción del derecho a la información. Esquemáticamente, es una actualización del absolutismo monárquico: el derecho a recibir y a emitir información no corresponde al ciudadano, sino al Estado, que puede delegar la gestión de ese derecho, pero la fuente de legitimidad corresponde siempre al Estado, nunca al ciudadano.
La consistencia democrática de cualquier sociedad siempre puede identificarse mejor en el respeto efectivo de las garantías democráticas que en las características de los distintos modelos electorales. Y una de las primeras garantías democráticas es el respeto a la libertad de expresión. Ahora, con el caso de Birmania y China hemos podido ver dos formas de intervenir sobre la información por parte de dos sistemas políticos autoritarios o dictatoriales. De modo diferenciado, en ambos casos el control de las imágenes es absolutamente estratégico. La conducta de la junta militar birmana es perfectamente representativa de una política informativa herméticamente cerrada. Se trata de ocultar todo tipo de información para poder fabricar un relato a medida del régimen. La condición es secuestrar las imágenes para que no lleguen a contradecir un discurso radiofónico e impreso íntegramente oficialista.
Realidad y propaganda periodística viven en dos mundos sin ninguna conexión real. Es la misma práctica que, a diferente escala, aplicó el régimen chino con la información doméstica del boicot al recorrido de la antorcha olímpica como protesta por la situación del Tíbet. Pero esta práctica contrasta muy vivamente con la apertura informativa relativa que las autoridades chinas han decretado con motivo del terremoto de Sichuan.
AQUÍ HAN cambiado la situación y los objetivos. Ahora se trata de promover la empatía emocional interna y externa. Local e internacional. Con dos objetivos: tapar el efecto mediático del boicot al recorrido de la antorcha olímpica y dejar constancia de la actitud diligente de las autoridades. Pero todo es un espejismo. Las autoridades chinas no han actuado con la desidia criminal de los militares birmanos. En absoluto. Pero en ningún sistema democrático el flujo de la información puede depender de un grifo que las autoridades abren y cierran a su antojo.
En estos últimos días, nuestras retinas se han visto impresionadas por las imágenes de dos acontecimientos catastróficos de dimensiones dantescas que tienen como escenario el gran continente asiático: el ciclón que ha devastado Birmania y el terremoto que ha castigado con extrema severidad Sichuan. Ante estas catástrofes de dimensiones apocalípticas pueden y deben hacerse muchas reflexiones. Desde una difícil serenidad y desde el sentimiento más estrictamente humano y solidario.
Las aproximaciones pueden ser históricas, económicas, políticas… y también comunicativas. El mundo es hoy mucho mayor y a la vez mucho más pequeño que hace unas décadas. Más pequeño porque los sistemas de transporte han reducido drásticamente las distancias. Ya lo hizo el ferrocarril, pero el golpe de gracia ha sido la masificación de la aviación comercial. Y también mayor porque la revolución de las comunicaciones culminada con internet ha convertido en vecinos a los habitantes del rincón más alejado del planeta. Estamos informados al instante de cualquier acontecimiento, por remota que sea su localización. Tenemos una percepción mundial de la realidad y formamos parte ya de la aldea global anunciada por Marshall McLuhan. Pero ¿qué tipo de aldea global?
NUESTRA globalización es jerárquica, desequilibrada y etnocéntrica. Tenemos más posibilidades que nunca de estar informados. Infinitamente más. Pero nuestra dieta informativa no es lo bastante equilibrada. Hay mucha información y poca interpretación. Y la estrategia periodística de espectacularizar cualquier tipo de noticia acaba produciendo una especie de banalización mediática de las tragedias. De todo tipo de tragedias. Y esto se da más en la información audiovisual que en la prensa escrita. ¿Es la información impresa más racional que la visual? No necesariamente. El dicho se- gún el cual una imagen vale más que mil palabras expresa una gran verdad. Sabemos que una palabra puede evocar mil imágenes. Esta es la clave de la comunicación poé- tica verbal. Pero una sola imagen puede contener mucha más información que mil palabras. Información fáctica e información emocional.
Dos ejemplos. La foto de la niña vietnamita corriendo asustada y dejando atrás el horror del napalm contenía más información que todos los editoriales imaginables. Y la pieza periodística más valiosa que yo conozco sobre los hechos sucedidos en Barcelona a raíz del golpe de Estado del 18 de julio de 1936 es el reportaje fotográfico de Agustí Centelles publicado una vez restablecida una cierta normalidad. Hace ya un siglo, la fotografía cambió el concepto de arte y el propio periodismo. De hecho, la narración periodística no llega a ser plenamente moderna hasta que incorpora la imagen como recurso informativo básico.
Las imágenes concentran información y tienen una gran fuerza comunicativa. Y esto lo saben todos los regímenes autoritarios desde la primera guerra mundial. Del mismo modo que todos tienen en común un mismo fundamento doctrinal en lo que se refiere a la concepción del derecho a la información. Esquemáticamente, es una actualización del absolutismo monárquico: el derecho a recibir y a emitir información no corresponde al ciudadano, sino al Estado, que puede delegar la gestión de ese derecho, pero la fuente de legitimidad corresponde siempre al Estado, nunca al ciudadano.
La consistencia democrática de cualquier sociedad siempre puede identificarse mejor en el respeto efectivo de las garantías democráticas que en las características de los distintos modelos electorales. Y una de las primeras garantías democráticas es el respeto a la libertad de expresión. Ahora, con el caso de Birmania y China hemos podido ver dos formas de intervenir sobre la información por parte de dos sistemas políticos autoritarios o dictatoriales. De modo diferenciado, en ambos casos el control de las imágenes es absolutamente estratégico. La conducta de la junta militar birmana es perfectamente representativa de una política informativa herméticamente cerrada. Se trata de ocultar todo tipo de información para poder fabricar un relato a medida del régimen. La condición es secuestrar las imágenes para que no lleguen a contradecir un discurso radiofónico e impreso íntegramente oficialista.
Realidad y propaganda periodística viven en dos mundos sin ninguna conexión real. Es la misma práctica que, a diferente escala, aplicó el régimen chino con la información doméstica del boicot al recorrido de la antorcha olímpica como protesta por la situación del Tíbet. Pero esta práctica contrasta muy vivamente con la apertura informativa relativa que las autoridades chinas han decretado con motivo del terremoto de Sichuan.
AQUÍ HAN cambiado la situación y los objetivos. Ahora se trata de promover la empatía emocional interna y externa. Local e internacional. Con dos objetivos: tapar el efecto mediático del boicot al recorrido de la antorcha olímpica y dejar constancia de la actitud diligente de las autoridades. Pero todo es un espejismo. Las autoridades chinas no han actuado con la desidia criminal de los militares birmanos. En absoluto. Pero en ningún sistema democrático el flujo de la información puede depender de un grifo que las autoridades abren y cierran a su antojo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario