Por Frances Reguant, economista (EL PERIÓDICO, 24/05/08):
La crisis de precios de los alimentos básicos es la expresión de un fenómeno mundial. La preocupación lógica por el tema y el gran seguimiento mediático que está teniendo nos ha llevado a conocer los precios del maíz en Chicago, las tensiones en Haití o la producción de arroz en Birmania. Pero quizá se ha hablado menos del impacto que este tema está teniendo en nuestra propia casa. En Catalunya, el problema nos llega de dos maneras, con un doble resultado. Por una parte, el incremento general de precios, que presiona al consumidor y tensa nuestra tasa de inflación, con todo el efecto desestabilizador en el conjunto de la economía. Por otra parte, el incremento de los costes del sector productor que es dependiente de estas materias primas, especialmente el ganadero, que, en buena parte, no ha podido repercutir plenamente estos costes al consumidor, lo que ha puesto en dificultad su viabilidad económica.
LLEGADOS A este punto, debemos dar la palabra a los datos en bruto. Según un reciente informe publicado por el Departamento de Agricultura, Alimentación y Acción Rural, si se hubiesen repercutido en el consumidor la totalidad de los incrementos de costes de las materias primas para alimentación animal, la tasa de inflación (IPC) habría tenido un 40% más de incremento, pasando (en el periodo considerado de agosto del 2006 a febrero del 2008) del 4,63% al 6,47%.
Los datos confirman que han subido los alimentos de forma destacada, pero no en correspondencia con los costes. Por tanto, existe un factor añadido de presión inflacionista latente y, lógicamente, mientras no se produzca el ajuste, alguien está pagando los platos rotos. Ello quiere decir que o bien bajan los precios de las materias primas y se recuperan los márgenes económicos de la producción (hecho que coyunturalmente se está produciendo con signos evidentes de moderación), o bien se repercuten en el consumidor los costes completos, o bien existirá un progresivo abandono de la producción ganadera por falta de viabilidad. Paradójicamente, en este último caso (ley de King) la falta de oferta probablemente producirá posteriormente un repunte más que proporcional de los precios de la carne. Y parece que este es el proceso que se está produciendo. Grandes productores, como Canadá y Dinamarca, están padeciendo bruscas reducciones de la cabaña porcina.
Este problema tiene especial incidencia en Catalunya, dado el volumen de su ganadería intensiva, que es la base de un potente complejo agroalimentario. Hoy la agroalimentación es el primer sector industrial en Catalunya y encabeza en importancia a las regiones europeas. Estamos hablando de un sector moderno y competitivo, con un peso importante del capital autóctono y con un destacable potencial exportador, hecho que suele ser poco conocido. Esta relativa fortaleza de partida da sentido a la esperanza del sector de que, tras superar la situación actual de bajos precios, pueda salir en parte fortalecido en una nueva coyuntura con la oferta ajustada. Sin embargo, no será fácil: la ganadería intensiva tiene la gran fragilidad de su dependencia de las materias primas del exterior. Es decir, compramos cereales y los convertimos, por ejemplo, en jamones, un producto con mucho mayor valor añadido.
Para hablar de soluciones, o de las mejores actuaciones de entre las posibles, se trata de dirigir las energías en las dos direcciones del problema: optimizando los procesos de transmisión de precios en la cadena alimentaria y defendiendo la necesaria viabilidad de un sector clave para el equilibrio y la salud económica de nuestro país. En cuanto a los precios, la mejor vacuna contra la especulación y las prácticas oligopolistas es la transparencia y la buena información de los mercados.
POR OTRA parte, existen grandes posibilidades de mejora en la cadena de distribución. La moderna logística y las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) abren nuevas oportunidades para acercar el productor al consumidor mediante redes de distribución directa, con beneficios evidentes por ambas partes, tal como algunas experiencias ya nos están demostrando. Por el contrario, pensar que las vías de control administrativo de precios y márgenes van a resolver los problemas ni tiene sentido en el marco económico de la Unión Europea ni daría buenos resultados en la práctica. Normalmente, toda rigidez burocrática impuesta a los precios es el condimento de nuevos desajustes.
Debemos ser conscientes de que el problema es global. Por tanto, hay que abordarlo a este nivel, estableciendo las estrategias oportunas que permitan incidir en los centros de decisiones estatales, europeas e internacionales. Por esta razón, encerrarse en el entorno local buscando culpables cercanos (la gran distribución o los agricultores, por ejemplo) es la mejor manera de perder el tiempo y perder posiciones en el entorno competitivo. En definitiva, se trata de asumir el papel de liderazgo que corresponde a un sector con un peso importante en España y en Europa.
La crisis de precios de los alimentos básicos es la expresión de un fenómeno mundial. La preocupación lógica por el tema y el gran seguimiento mediático que está teniendo nos ha llevado a conocer los precios del maíz en Chicago, las tensiones en Haití o la producción de arroz en Birmania. Pero quizá se ha hablado menos del impacto que este tema está teniendo en nuestra propia casa. En Catalunya, el problema nos llega de dos maneras, con un doble resultado. Por una parte, el incremento general de precios, que presiona al consumidor y tensa nuestra tasa de inflación, con todo el efecto desestabilizador en el conjunto de la economía. Por otra parte, el incremento de los costes del sector productor que es dependiente de estas materias primas, especialmente el ganadero, que, en buena parte, no ha podido repercutir plenamente estos costes al consumidor, lo que ha puesto en dificultad su viabilidad económica.
LLEGADOS A este punto, debemos dar la palabra a los datos en bruto. Según un reciente informe publicado por el Departamento de Agricultura, Alimentación y Acción Rural, si se hubiesen repercutido en el consumidor la totalidad de los incrementos de costes de las materias primas para alimentación animal, la tasa de inflación (IPC) habría tenido un 40% más de incremento, pasando (en el periodo considerado de agosto del 2006 a febrero del 2008) del 4,63% al 6,47%.
Los datos confirman que han subido los alimentos de forma destacada, pero no en correspondencia con los costes. Por tanto, existe un factor añadido de presión inflacionista latente y, lógicamente, mientras no se produzca el ajuste, alguien está pagando los platos rotos. Ello quiere decir que o bien bajan los precios de las materias primas y se recuperan los márgenes económicos de la producción (hecho que coyunturalmente se está produciendo con signos evidentes de moderación), o bien se repercuten en el consumidor los costes completos, o bien existirá un progresivo abandono de la producción ganadera por falta de viabilidad. Paradójicamente, en este último caso (ley de King) la falta de oferta probablemente producirá posteriormente un repunte más que proporcional de los precios de la carne. Y parece que este es el proceso que se está produciendo. Grandes productores, como Canadá y Dinamarca, están padeciendo bruscas reducciones de la cabaña porcina.
Este problema tiene especial incidencia en Catalunya, dado el volumen de su ganadería intensiva, que es la base de un potente complejo agroalimentario. Hoy la agroalimentación es el primer sector industrial en Catalunya y encabeza en importancia a las regiones europeas. Estamos hablando de un sector moderno y competitivo, con un peso importante del capital autóctono y con un destacable potencial exportador, hecho que suele ser poco conocido. Esta relativa fortaleza de partida da sentido a la esperanza del sector de que, tras superar la situación actual de bajos precios, pueda salir en parte fortalecido en una nueva coyuntura con la oferta ajustada. Sin embargo, no será fácil: la ganadería intensiva tiene la gran fragilidad de su dependencia de las materias primas del exterior. Es decir, compramos cereales y los convertimos, por ejemplo, en jamones, un producto con mucho mayor valor añadido.
Para hablar de soluciones, o de las mejores actuaciones de entre las posibles, se trata de dirigir las energías en las dos direcciones del problema: optimizando los procesos de transmisión de precios en la cadena alimentaria y defendiendo la necesaria viabilidad de un sector clave para el equilibrio y la salud económica de nuestro país. En cuanto a los precios, la mejor vacuna contra la especulación y las prácticas oligopolistas es la transparencia y la buena información de los mercados.
POR OTRA parte, existen grandes posibilidades de mejora en la cadena de distribución. La moderna logística y las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) abren nuevas oportunidades para acercar el productor al consumidor mediante redes de distribución directa, con beneficios evidentes por ambas partes, tal como algunas experiencias ya nos están demostrando. Por el contrario, pensar que las vías de control administrativo de precios y márgenes van a resolver los problemas ni tiene sentido en el marco económico de la Unión Europea ni daría buenos resultados en la práctica. Normalmente, toda rigidez burocrática impuesta a los precios es el condimento de nuevos desajustes.
Debemos ser conscientes de que el problema es global. Por tanto, hay que abordarlo a este nivel, estableciendo las estrategias oportunas que permitan incidir en los centros de decisiones estatales, europeas e internacionales. Por esta razón, encerrarse en el entorno local buscando culpables cercanos (la gran distribución o los agricultores, por ejemplo) es la mejor manera de perder el tiempo y perder posiciones en el entorno competitivo. En definitiva, se trata de asumir el papel de liderazgo que corresponde a un sector con un peso importante en España y en Europa.
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