Por William R. Polk, miembro del Consejo de Planificación Política del Departamento de Estado durante la presidencia de John F. Kennedy (LA VANGUARDIA, 20/05/08):
En mis tres anteriores artículos sobre el tema me he referido a los pasos dados en dirección a una guerra contra Irán, las consecuencias probables de una guerra de esta naturaleza y el programa de quienes la promueven. En este último analizaré cómo los riesgos inherentes a esta crisis podrían transmutarse en instrumentos para alcanzar un planeta más seguro.
La guerra, cuando llega, no se presenta únicamente adrede, a propósito. Durante los largos años de la guerra fría, buena parte de nosotros se interrogó con preocupación sobre el peligro de un eventual conflicto, y el peligro en cuestión se vio efectivamente ilustrado por decenas de incidentes; si algunos pudieron sortearse, se debió más a la fortuna que a la inteligencia. Por consiguiente, cuanto más destructivas y numerosas son las armas, mayor es el peligro de su empleo. Las armas nucleares constituyen el peligro fundamental.
Dado el horror que resultaría de su empleo, surge la primera pregunta: ¿por qué los países de nuestro planeta quieren hacerse con ellas?
Cabe dar una rápida respuesta diciendo que un arma nuclear es la forma más infalible y concluyente de defenderse en nuestro peligroso mundo. Existen, naturalmente, otras razones para acceder a la categoría de potencia nuclear - acceso a tecnología avanzada, prestigio nacional, electricidad barata, etcétera.-, pero la razón fundamental, a fin de cuentas, es la defensa nacional.
Los iraníes son conscientes de que Bush los identificó como uno de los tres países miembros del eje del mal. Y observan que Iraq, que no poseía armamento nuclear, ha sido prácticamente destruido en tanto que a Corea del Norte, que las ha fabricado, se le ofreció un programa de ayuda económica y humanitaria. Las amenazas, pues, incitarán inevitablemente a los dirigentes iraníes a hacerse con el arma nuclear. Si EE. UU. ataca a Irán, aun en el caso de que logre destruir todas las instalaciones y matar a sus técnicos, cualquier gobierno futuro del país tratará de procurarse el arma nuclear. Tal fue, al fin y al cabo, el objetivo del gobierno del sha, quien, de haber vivido más años, habría dejado en herencia armamento nuclear al actual Gobierno de Irán. Por tanto, las amenazas y, evidentemente, cualquier operación militar sólo pueden redundar, en esencia, en una autoderrota, por más que pueda mediar un triunfo transitorio.
La segunda pregunta es: ¿qué consecuencias acarrearía que Irán se hiciera con el arma nuclear?
Es indudable que cuantos más países la posean, mayor será el peligro. Durante el primer medio siglo de era nuclear, hemos sido a la vez prudentes y afortunados, pero no podemos contar con la prudencia o la suerte, como Robert McNamara - que, ciertamente, conocía los riesgos- argumentó en su artículo titulado Apocalypse soon (Foreign Policy,mayo/ junio, 2005).
Sin embargo, como así lo entienden todas las actuales potencias nucleares, esta arma definitiva sólo puede emplearse a título disuasorio: su empleo garantiza un contraataque devastador. En consecuencia, la práctica histeria suscitada por la acusación de que Irán está decidido a hacerse con el arma nuclear es una flor marchita. Pero hay un peligro importante que se derivaría del hecho del arma nuclear en manos de Irán: Turquía, Arabia Saudí, los países más ricos del Golfo y, posiblemente, Siria podrían emprender la misma senda, lo que causaría una inestabilidad aún mayor en Oriente Medio.
Cabría afirmar, por tanto, que la ONU debería intentar disuadir a Irán de hacerse con el arma nuclear. La crisis actual brinda una oportunidad singular para ello. ¿Qué resultado podría obtenerse? Las amenazas, o incluso, la acción militar no funcionarán. Podría funcionar, posiblemente, una reanudación del programa acordado hace años por Rusia y EE. UU.: reducir, y posteriormente eliminar armas nucleares. En el curso de este programa, Oriente Medio podría convertirse en zona desnuclearizada. Israel, que posee un importante arsenal nuclear, se beneficiaría de tal programa porque si otros países de Oriente Medio se hacen con armamento nuclear su seguridad menguará y sus riesgos se incrementarán. Por tanto - cabría razonar- dado que Israel ya posee el arma y la fuerza aérea más poderosas de la zona, al propio Israel podría resultarle de interés sumarse a la creación de una zona desnuclearizada, sobre todo si se le pudiera proporcionar una garantía firme contra un eventual ataque.
E Irán podría ser persuadido - desde mi punto de vista- a renunciar a un programa de armamento si sus países vecinos acordaran hacer lo propio y se aportaran las adecuadas garantías contra un ataque.
Estados Unidos debería derogar su doctrina del ataque preventivo, cosa que favorecería sus intereses, pues la verdad es que resulta más hacedero y factible enredar a EE. UU. en una guerra que incrementar su seguridad nacional. Al poner de relieve las cuestiones en las que los países de la región, y otros en general, comparten objetivos comunes, la crisis iraní proporciona una ocasión de reajustar objetivos y medios de acción y, en consecuencia, avanzar hacia una verdadera seguridad lejos del peligro de una catástrofe.
En mis tres anteriores artículos sobre el tema me he referido a los pasos dados en dirección a una guerra contra Irán, las consecuencias probables de una guerra de esta naturaleza y el programa de quienes la promueven. En este último analizaré cómo los riesgos inherentes a esta crisis podrían transmutarse en instrumentos para alcanzar un planeta más seguro.
La guerra, cuando llega, no se presenta únicamente adrede, a propósito. Durante los largos años de la guerra fría, buena parte de nosotros se interrogó con preocupación sobre el peligro de un eventual conflicto, y el peligro en cuestión se vio efectivamente ilustrado por decenas de incidentes; si algunos pudieron sortearse, se debió más a la fortuna que a la inteligencia. Por consiguiente, cuanto más destructivas y numerosas son las armas, mayor es el peligro de su empleo. Las armas nucleares constituyen el peligro fundamental.
Dado el horror que resultaría de su empleo, surge la primera pregunta: ¿por qué los países de nuestro planeta quieren hacerse con ellas?
Cabe dar una rápida respuesta diciendo que un arma nuclear es la forma más infalible y concluyente de defenderse en nuestro peligroso mundo. Existen, naturalmente, otras razones para acceder a la categoría de potencia nuclear - acceso a tecnología avanzada, prestigio nacional, electricidad barata, etcétera.-, pero la razón fundamental, a fin de cuentas, es la defensa nacional.
Los iraníes son conscientes de que Bush los identificó como uno de los tres países miembros del eje del mal. Y observan que Iraq, que no poseía armamento nuclear, ha sido prácticamente destruido en tanto que a Corea del Norte, que las ha fabricado, se le ofreció un programa de ayuda económica y humanitaria. Las amenazas, pues, incitarán inevitablemente a los dirigentes iraníes a hacerse con el arma nuclear. Si EE. UU. ataca a Irán, aun en el caso de que logre destruir todas las instalaciones y matar a sus técnicos, cualquier gobierno futuro del país tratará de procurarse el arma nuclear. Tal fue, al fin y al cabo, el objetivo del gobierno del sha, quien, de haber vivido más años, habría dejado en herencia armamento nuclear al actual Gobierno de Irán. Por tanto, las amenazas y, evidentemente, cualquier operación militar sólo pueden redundar, en esencia, en una autoderrota, por más que pueda mediar un triunfo transitorio.
La segunda pregunta es: ¿qué consecuencias acarrearía que Irán se hiciera con el arma nuclear?
Es indudable que cuantos más países la posean, mayor será el peligro. Durante el primer medio siglo de era nuclear, hemos sido a la vez prudentes y afortunados, pero no podemos contar con la prudencia o la suerte, como Robert McNamara - que, ciertamente, conocía los riesgos- argumentó en su artículo titulado Apocalypse soon (Foreign Policy,mayo/ junio, 2005).
Sin embargo, como así lo entienden todas las actuales potencias nucleares, esta arma definitiva sólo puede emplearse a título disuasorio: su empleo garantiza un contraataque devastador. En consecuencia, la práctica histeria suscitada por la acusación de que Irán está decidido a hacerse con el arma nuclear es una flor marchita. Pero hay un peligro importante que se derivaría del hecho del arma nuclear en manos de Irán: Turquía, Arabia Saudí, los países más ricos del Golfo y, posiblemente, Siria podrían emprender la misma senda, lo que causaría una inestabilidad aún mayor en Oriente Medio.
Cabría afirmar, por tanto, que la ONU debería intentar disuadir a Irán de hacerse con el arma nuclear. La crisis actual brinda una oportunidad singular para ello. ¿Qué resultado podría obtenerse? Las amenazas, o incluso, la acción militar no funcionarán. Podría funcionar, posiblemente, una reanudación del programa acordado hace años por Rusia y EE. UU.: reducir, y posteriormente eliminar armas nucleares. En el curso de este programa, Oriente Medio podría convertirse en zona desnuclearizada. Israel, que posee un importante arsenal nuclear, se beneficiaría de tal programa porque si otros países de Oriente Medio se hacen con armamento nuclear su seguridad menguará y sus riesgos se incrementarán. Por tanto - cabría razonar- dado que Israel ya posee el arma y la fuerza aérea más poderosas de la zona, al propio Israel podría resultarle de interés sumarse a la creación de una zona desnuclearizada, sobre todo si se le pudiera proporcionar una garantía firme contra un eventual ataque.
E Irán podría ser persuadido - desde mi punto de vista- a renunciar a un programa de armamento si sus países vecinos acordaran hacer lo propio y se aportaran las adecuadas garantías contra un ataque.
Estados Unidos debería derogar su doctrina del ataque preventivo, cosa que favorecería sus intereses, pues la verdad es que resulta más hacedero y factible enredar a EE. UU. en una guerra que incrementar su seguridad nacional. Al poner de relieve las cuestiones en las que los países de la región, y otros en general, comparten objetivos comunes, la crisis iraní proporciona una ocasión de reajustar objetivos y medios de acción y, en consecuencia, avanzar hacia una verdadera seguridad lejos del peligro de una catástrofe.
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