Por Said Aburish, escritor y biógrafo de Sadam Husein. Autor de Naser, el último árabe. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 07/05/08):
Las relaciones árabe-estadounidenses decaen cada vez que Estados Unidos celebra elecciones presidenciales. Durante más de medio siglo, los políticos estadounidenses que han aspirado a la presidencia han vendido los derechos de los árabes al mejor postor a fin de ganar el voto judío, sobre todo en estados como Nueva York y California. Hasta hace un par de elecciones, los árabes protestaron contra el ciego e indiscriminado apoyo estadounidense a Israel. De hecho, con un Estados Unidos dividido por la política sobre Iraq, tanto republicanos como demócratas pueden mostrar incluso mayor desdén que de costumbre por los puntos de vista y la conciencia árabes.
Las relaciones entre ambas partes no siempre fueron malas. Tras la Primera Guerra Mundial, EE. UU., bajo el mandato de Woodrow Wilson, fue un país muy popular. Se opuso al colonialismo británico y francés y apoyó la independencia árabe. El negocio del petróleo estaba entonces exclusivamente en manos británicas y EE. UU. propició una política de puertas abiertas de modo que los demás países pudieran entrar en este negocio con el consiguiente aumento de los ingresos procedentes de esta fuente de energía.
En los años treinta, el secretario del Interior, Harold Ickes, hizo caer en la cuenta a Franklin D. Roosevelt de que Estados Unidos, en último término, dependería del petróleo saudí en lo tocante a sus necesidades energéticas. La situación dio pie al presidente a establecer un programa de ayuda durante la Segunda Guerra Mundial que desembocó en la famosa reunión entre el propio Roosevelt e Ibn Saud. El 5 de abril de 1945, en respuesta a una carta del monarca Ibn Saud, Roosevelt prometió que EE. UU. no adoptaría decisiones sobre Palestina sin tomar en consideración los intereses del pueblo árabe en la zona. La carta se dirigía al “gran y buen amigo”. Para desgracia del futuro desarrollo de las relaciones árabe-estadounidenses, Roosevelt murió la semana siguiente.
Fue Truman, el sucesor de Roosevelt, quien comenzó el trueque del apoyo a Israel por el voto. Antes incluso de las presidenciales de 1948, en 1946, convenció a Gran Bretaña - que tenía entonces las riendas de Palestina- para que admitiera más inmigrantes judíos de los que quería admitir. Rechazó el criterio del ministro de Exteriores británico, Ernst Bevin, en el sentido de que tal iniciativa crearía un problema más grave en Oriente Medio.
En mayo de 1948, Truman, un demócrata, no sólo se retractó de las promesas de Roosevelt a los árabes sino que reconoció al Estado de Israel una hora después de su creación. Truman dijo posteriormente a la prensa que “árabes y judíos son primos; ambos hijos de Abraham que deberían abrazarse y hacer las paces”.
Después de Truman, en 1952 y 1956, rivalizaron por la presidencia Einsenhower y Stevenson (republicano y demócrata, respectivamente). La segunda vez que se enfrentaron coincidió con la crisis de Suez, cuando Eisenhower adoptó una postura crítica frente a Israel y se salió con la suya debido a su inmensa popularidad.
Cuando Nixon y Kennedy lucharon por la presidencia en 1960, mostraron un interés común por la “seguridad de Israel”, aunque el líder árabe era entonces Naser, que había manifestado que Israel no estaba entre sus prioridades (luego cambió de opinión). Hasta que tuvo que responder a los humillantes ataques israelíes contra su ejército, Naser se centró en los problemas internos de Egipto.
En la Casa Blanca, Johnson sucedió a Kennedy. Político texano que poco sabía de los asuntos mundiales, Johnson se rodeó de un grupo de sionistas convencidos. Según informes dados a conocer recientemente, Johnson en 1967 conoció los planes israelíes de lanzar una guerra contra sus vecinos árabes y miró para otro lado debido a las inminentes elecciones presidenciales de 1968.
Lo sucedido desde tiempos de Johnson es de fácil comprensión: cada aspirante a la presidencia de EE. UU. reinventa el problema árabe-israelí y ofrece un apoyo incondicional a Israel. Los candidatos suelen afirmar que Israel corre peligro inminente. Algunos, como Walter Mondale que rivalizó con Reagan, prometen trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén en desafío a las resoluciones de la ONU.
Tal como pinta ahora el panorama, las actuales elecciones presidenciales en EE. UU. generarán renovadas promesas a Israel a costa del mundo árabe. El candidato republicano McCain visitó Israel recientemente y brindó a los israelíes un apoyo total contra los ”terroristas en Gaza”. Por lo demás, ha erosionado la figura del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abas, al rehusar visitarle. Lo cierto es que la actitud de McCain ha ayudado más a Hamas que a cualquier otra personalidad, grupo o instancia.
La visita y las palabras de McCain han sido un pistoletazo de salida revelador sobre el mundo árabe. No es de extrañar que un reciente sondeo de la BBC indicara que las relaciones de EE. UU. con el mundo árabe han alcanzado el punto más bajo de su historia. Pero el peligro no estriba en la falta de popularidad de lo árabe en EE. UU., sino en la acción de los extremistas árabes que podrían responder a estas provocadoras declaraciones estrellando aviones contra rascacielos.
Las relaciones árabe-estadounidenses decaen cada vez que Estados Unidos celebra elecciones presidenciales. Durante más de medio siglo, los políticos estadounidenses que han aspirado a la presidencia han vendido los derechos de los árabes al mejor postor a fin de ganar el voto judío, sobre todo en estados como Nueva York y California. Hasta hace un par de elecciones, los árabes protestaron contra el ciego e indiscriminado apoyo estadounidense a Israel. De hecho, con un Estados Unidos dividido por la política sobre Iraq, tanto republicanos como demócratas pueden mostrar incluso mayor desdén que de costumbre por los puntos de vista y la conciencia árabes.
Las relaciones entre ambas partes no siempre fueron malas. Tras la Primera Guerra Mundial, EE. UU., bajo el mandato de Woodrow Wilson, fue un país muy popular. Se opuso al colonialismo británico y francés y apoyó la independencia árabe. El negocio del petróleo estaba entonces exclusivamente en manos británicas y EE. UU. propició una política de puertas abiertas de modo que los demás países pudieran entrar en este negocio con el consiguiente aumento de los ingresos procedentes de esta fuente de energía.
En los años treinta, el secretario del Interior, Harold Ickes, hizo caer en la cuenta a Franklin D. Roosevelt de que Estados Unidos, en último término, dependería del petróleo saudí en lo tocante a sus necesidades energéticas. La situación dio pie al presidente a establecer un programa de ayuda durante la Segunda Guerra Mundial que desembocó en la famosa reunión entre el propio Roosevelt e Ibn Saud. El 5 de abril de 1945, en respuesta a una carta del monarca Ibn Saud, Roosevelt prometió que EE. UU. no adoptaría decisiones sobre Palestina sin tomar en consideración los intereses del pueblo árabe en la zona. La carta se dirigía al “gran y buen amigo”. Para desgracia del futuro desarrollo de las relaciones árabe-estadounidenses, Roosevelt murió la semana siguiente.
Fue Truman, el sucesor de Roosevelt, quien comenzó el trueque del apoyo a Israel por el voto. Antes incluso de las presidenciales de 1948, en 1946, convenció a Gran Bretaña - que tenía entonces las riendas de Palestina- para que admitiera más inmigrantes judíos de los que quería admitir. Rechazó el criterio del ministro de Exteriores británico, Ernst Bevin, en el sentido de que tal iniciativa crearía un problema más grave en Oriente Medio.
En mayo de 1948, Truman, un demócrata, no sólo se retractó de las promesas de Roosevelt a los árabes sino que reconoció al Estado de Israel una hora después de su creación. Truman dijo posteriormente a la prensa que “árabes y judíos son primos; ambos hijos de Abraham que deberían abrazarse y hacer las paces”.
Después de Truman, en 1952 y 1956, rivalizaron por la presidencia Einsenhower y Stevenson (republicano y demócrata, respectivamente). La segunda vez que se enfrentaron coincidió con la crisis de Suez, cuando Eisenhower adoptó una postura crítica frente a Israel y se salió con la suya debido a su inmensa popularidad.
Cuando Nixon y Kennedy lucharon por la presidencia en 1960, mostraron un interés común por la “seguridad de Israel”, aunque el líder árabe era entonces Naser, que había manifestado que Israel no estaba entre sus prioridades (luego cambió de opinión). Hasta que tuvo que responder a los humillantes ataques israelíes contra su ejército, Naser se centró en los problemas internos de Egipto.
En la Casa Blanca, Johnson sucedió a Kennedy. Político texano que poco sabía de los asuntos mundiales, Johnson se rodeó de un grupo de sionistas convencidos. Según informes dados a conocer recientemente, Johnson en 1967 conoció los planes israelíes de lanzar una guerra contra sus vecinos árabes y miró para otro lado debido a las inminentes elecciones presidenciales de 1968.
Lo sucedido desde tiempos de Johnson es de fácil comprensión: cada aspirante a la presidencia de EE. UU. reinventa el problema árabe-israelí y ofrece un apoyo incondicional a Israel. Los candidatos suelen afirmar que Israel corre peligro inminente. Algunos, como Walter Mondale que rivalizó con Reagan, prometen trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén en desafío a las resoluciones de la ONU.
Tal como pinta ahora el panorama, las actuales elecciones presidenciales en EE. UU. generarán renovadas promesas a Israel a costa del mundo árabe. El candidato republicano McCain visitó Israel recientemente y brindó a los israelíes un apoyo total contra los ”terroristas en Gaza”. Por lo demás, ha erosionado la figura del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abas, al rehusar visitarle. Lo cierto es que la actitud de McCain ha ayudado más a Hamas que a cualquier otra personalidad, grupo o instancia.
La visita y las palabras de McCain han sido un pistoletazo de salida revelador sobre el mundo árabe. No es de extrañar que un reciente sondeo de la BBC indicara que las relaciones de EE. UU. con el mundo árabe han alcanzado el punto más bajo de su historia. Pero el peligro no estriba en la falta de popularidad de lo árabe en EE. UU., sino en la acción de los extremistas árabes que podrían responder a estas provocadoras declaraciones estrellando aviones contra rascacielos.
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