Por Mateo Madridejos, periodista e historiador (EL PERIÓDICO, 19/05/08):
Los resultados electorales en Italia fueron harto sorprendentes, rompieron los pronósticos y dieron a Silvio Berlusconi, el multimillonario catódico, una victoria que no parece la de su decadencia inevitable, sino la de su asombrosa resurrección. Quizá porque la apariencia y el fulgor mediático tienen más fuerza que la realidad. ¿Cómo es posible que, tras las experiencias ingratas de sus dos gobiernos anteriores (1994-1996 y 2001-2006), los italianos le hayan devuelto la confianza por mayoría absoluta? El terremoto político es de tal intensidad que algunos comentaristas, sin miedo a la hipérbole, saludan el parto de la tercera República cuando algunos pensaban que la segunda estaba aún en sus primeros vagidos.
“Es un Waterloo”, titulaba el diario Il Reformista, lamentando la derrota de los comunistas y ecologistas, expulsados del Parlamento. Tanto La Stampa como Corriere della Sera, grandes rotativos de Turín y Milán, rezuman optimismo ante las perspectivas de estabilidad gubernamental gracias a la consolidación de dos grandes bloques, ya que los 26 partidos de la anterior legislatura quedan reducidos a seis. Según esa opinión balsámica, Italia va hacia el bipartidismo y la simplificación para aplicar reformas de gran calado. El progresista La Repubblica escondió su perplejidad tras “el tsunami electoral que trastoca el paisaje político”.
LA CAMPAÑA discurrió con el telón de fondo de la crisis económica, la zozobra nacional y la pesimista impresión, corroborada por las estadísticas, de que Italia pierde peso en Europa. En ese ambiente sombrío, decadente, de tedio o repugnancia ante los cabildeos, los electores fueron sensibles a la fractura y parálisis del desastroso Gobierno de Romano Prodi, fundado sobre una coalición disparatada que solo duró dos años. Los votantes decidieron diezmar a La Casta partitocrática, la élite política, pero no sabemos si será decisiva esa tendencia bipartidista.
La posición del centro-izquierda de Walter Veltroni, representado por el Partido Democrático, surgido de los restos del naufragio de la democracia cristiana y del comunismo transmutado en socialdemocracia, parece más sólida, más cohesionada en torno a un proyecto centrista, aunque no haya logrado captar el voto que se decantó por la Unión de Centro del católico Casini, la gran esperanza de la Confindustria en el caso de un empate electoral. El centro-derecha, por el contrario, se alimenta tanto del anticomunismo de siempre como de la personalidad de Il Cavaliere y la imagen que multiplican sus cadenas de TV.
Si hemos de creer al exsenador Antonio Polito, “desaparecida la izquierda por primera vez en la historia”, la empresa de Veltroni, cuya trayectoria resume la metamorfosis de la izquierda, persigue homologarse con el Partido Demócrata norteamericano o el neolaborismo. Las fuerzas coligadas tras Berlusconi en el Pueblo de la Libertad (PdL) son más heterogéneas e incluyen a los posfascistas de la extinta Alianza Nacional, de Gianfranco Fini, y los separatistas y xenófobos de la Liga Norte, de Umberto Bossi, que exige el federalismo fiscal, junto a otras personalidades dispuesta a alzarse con la herencia tan pronto como el magnate televisivo desfallezca o ascienda a la presidencia de la República.
Tanto Berlusconi como Veltroni moderaron su discurso como reflejo de unos programas parecidos sobre las rebajas de impuestos, la reducción del gasto público y la promesa de mejorar la declinante estructura económica, sin olvidar el salvamento de Alitalia o la limpieza de las basuras de Nápoles. Ni el neoliberalismo al estilo de Thatcher ni la tentación redistribuidora tan cara a la socialdemocracia, sino la mera gestión de los negocios inaplazables. Y sin ideología ni promesas susceptibles de captar la imaginación del país, la personalidad exuberante y retocada, de mercader exitoso, de Berlusconi, aunque ya no venda ilusiones sino “meses difíciles”, logró más titulares y resultó más atractiva que la profesoral de Veltroni, obsesionado por difuminar su pasado comunista y reafirmar el rechazo de la connivencia con la extrema izquierda.
SI EN SUS anteriores gobiernos Berlusconi se preocupó por sus negocios, mientras solventaba sus problemas judiciales, cabe esperar que ahora se dedique a los del país, aseguran cínicamente varios analistas. En el caso de que acierte con la medicina económica, seguirá en pie el desafío de crear una derecha puesta al día que complete el marco político y corrija la debilidad congénita del Estado. Una derecha que no sea la mera yuxtaposición de intereses y ambiciones, capaz de sobrevivir cuando él abandone el escenario.
Pasados los efectos del seísmo, conviene rebajar las expectativas. El electorado se desplaza hacia la derecha, tras el espectáculo poco edificante del último Gobierno, pero los bloques sociales se mantienen y las fuerzas políticas evolucionan hacia la quimera del centro, como sucede en otros países de Europa occidental. En esta época de vacas flacas, el liberalismo carece de fuerza social para aplicar sus principios, mientras la socialdemocracia sigue atascada por la revolución tecnológica, el desastre del socialismo real y el hundimiento de la utopía igualitaria. Ambas fuerzas, que levantaron Europa de las cenizas de 1945, llegaron a un armisticio que empieza a flaquear.
Los resultados electorales en Italia fueron harto sorprendentes, rompieron los pronósticos y dieron a Silvio Berlusconi, el multimillonario catódico, una victoria que no parece la de su decadencia inevitable, sino la de su asombrosa resurrección. Quizá porque la apariencia y el fulgor mediático tienen más fuerza que la realidad. ¿Cómo es posible que, tras las experiencias ingratas de sus dos gobiernos anteriores (1994-1996 y 2001-2006), los italianos le hayan devuelto la confianza por mayoría absoluta? El terremoto político es de tal intensidad que algunos comentaristas, sin miedo a la hipérbole, saludan el parto de la tercera República cuando algunos pensaban que la segunda estaba aún en sus primeros vagidos.
“Es un Waterloo”, titulaba el diario Il Reformista, lamentando la derrota de los comunistas y ecologistas, expulsados del Parlamento. Tanto La Stampa como Corriere della Sera, grandes rotativos de Turín y Milán, rezuman optimismo ante las perspectivas de estabilidad gubernamental gracias a la consolidación de dos grandes bloques, ya que los 26 partidos de la anterior legislatura quedan reducidos a seis. Según esa opinión balsámica, Italia va hacia el bipartidismo y la simplificación para aplicar reformas de gran calado. El progresista La Repubblica escondió su perplejidad tras “el tsunami electoral que trastoca el paisaje político”.
LA CAMPAÑA discurrió con el telón de fondo de la crisis económica, la zozobra nacional y la pesimista impresión, corroborada por las estadísticas, de que Italia pierde peso en Europa. En ese ambiente sombrío, decadente, de tedio o repugnancia ante los cabildeos, los electores fueron sensibles a la fractura y parálisis del desastroso Gobierno de Romano Prodi, fundado sobre una coalición disparatada que solo duró dos años. Los votantes decidieron diezmar a La Casta partitocrática, la élite política, pero no sabemos si será decisiva esa tendencia bipartidista.
La posición del centro-izquierda de Walter Veltroni, representado por el Partido Democrático, surgido de los restos del naufragio de la democracia cristiana y del comunismo transmutado en socialdemocracia, parece más sólida, más cohesionada en torno a un proyecto centrista, aunque no haya logrado captar el voto que se decantó por la Unión de Centro del católico Casini, la gran esperanza de la Confindustria en el caso de un empate electoral. El centro-derecha, por el contrario, se alimenta tanto del anticomunismo de siempre como de la personalidad de Il Cavaliere y la imagen que multiplican sus cadenas de TV.
Si hemos de creer al exsenador Antonio Polito, “desaparecida la izquierda por primera vez en la historia”, la empresa de Veltroni, cuya trayectoria resume la metamorfosis de la izquierda, persigue homologarse con el Partido Demócrata norteamericano o el neolaborismo. Las fuerzas coligadas tras Berlusconi en el Pueblo de la Libertad (PdL) son más heterogéneas e incluyen a los posfascistas de la extinta Alianza Nacional, de Gianfranco Fini, y los separatistas y xenófobos de la Liga Norte, de Umberto Bossi, que exige el federalismo fiscal, junto a otras personalidades dispuesta a alzarse con la herencia tan pronto como el magnate televisivo desfallezca o ascienda a la presidencia de la República.
Tanto Berlusconi como Veltroni moderaron su discurso como reflejo de unos programas parecidos sobre las rebajas de impuestos, la reducción del gasto público y la promesa de mejorar la declinante estructura económica, sin olvidar el salvamento de Alitalia o la limpieza de las basuras de Nápoles. Ni el neoliberalismo al estilo de Thatcher ni la tentación redistribuidora tan cara a la socialdemocracia, sino la mera gestión de los negocios inaplazables. Y sin ideología ni promesas susceptibles de captar la imaginación del país, la personalidad exuberante y retocada, de mercader exitoso, de Berlusconi, aunque ya no venda ilusiones sino “meses difíciles”, logró más titulares y resultó más atractiva que la profesoral de Veltroni, obsesionado por difuminar su pasado comunista y reafirmar el rechazo de la connivencia con la extrema izquierda.
SI EN SUS anteriores gobiernos Berlusconi se preocupó por sus negocios, mientras solventaba sus problemas judiciales, cabe esperar que ahora se dedique a los del país, aseguran cínicamente varios analistas. En el caso de que acierte con la medicina económica, seguirá en pie el desafío de crear una derecha puesta al día que complete el marco político y corrija la debilidad congénita del Estado. Una derecha que no sea la mera yuxtaposición de intereses y ambiciones, capaz de sobrevivir cuando él abandone el escenario.
Pasados los efectos del seísmo, conviene rebajar las expectativas. El electorado se desplaza hacia la derecha, tras el espectáculo poco edificante del último Gobierno, pero los bloques sociales se mantienen y las fuerzas políticas evolucionan hacia la quimera del centro, como sucede en otros países de Europa occidental. En esta época de vacas flacas, el liberalismo carece de fuerza social para aplicar sus principios, mientras la socialdemocracia sigue atascada por la revolución tecnológica, el desastre del socialismo real y el hundimiento de la utopía igualitaria. Ambas fuerzas, que levantaron Europa de las cenizas de 1945, llegaron a un armisticio que empieza a flaquear.
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