Por José Luis Rojo (EL CORREO DIGITAL, 25/05/08):
Sin duda, todos y todas hemos leído en los últimos meses acerca del espectacular aumento del precio de los alimentos. Todo el mundo sufre las consecuencias pero ¿cuál es el significado real de esta situación para un país como Burundi, donde 8 de sus 9 millones de habitantes viven con menos de 1 euro y medio al día?
En Burundi, más del 90% de la población vive de la agricultura y la ganadería, pero ya no hay más tierras. Sólo queda un 5,9% de superficie forestal y la producción agrícola por habitante ha caído en los últimos diez años un 23%. En el último año, el precio de los combustibles ha subido un 48%, mientras que los salarios sólo lo han hecho un 7%. En el mercado de la capital, las alubias (única fuente de proteínas para buena parte de la población) han subido un 50% y el arroz un 33%. La situación se ha vuelto tan grave que alrededor de un 20% de las familias rurales se han visto obligadas a consumir las semillas destinadas a la siembra.
¿Cuáles son las consecuencias en el día a día de estas cifras? Obvias pero dramáticas: la gente en Burundi pasa hambre. Pero no se trata del hambre coyuntural causado por guerras o desastres naturales, a la que África nos tiene tristemente acostumbrados. Se trata de una malnutrición estructural y generalizada, porque la mayoría de la población, sencillamente, ya no puede comprar la comida que necesita. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) de marzo de este año, 7 de cada 10 hogares de Burundi tienen dificultades para consumir una comida al día, y en 2 de cada 10 se pasan días enteros sin comer.
Los alimentos suponen el 17% del total de las importaciones del país, pero en el actual contexto de precios esto resulta insuficiente. El problema se agrava porque Burundi apenas cuenta con divisas. No hay petróleo, ni minas, ni turismo, ni nada que proporcione los dólares necesarios para comprar fuera la comida que el país no produce. Según la FAO y el Ministerio de Agricultura de Burundi, las necesidades de entre 1.370.000 y 1.185.000 personas, dependiendo de cómo vaya la cosecha, no van a poder ser atendidas.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? Por una parte, tenemos las circunstancias particulares y especialmente desafortunadas de Burundi: diez años de guerra civil, gran densidad de población, falta de fuentes de divisas pero a estas circunstancias locales se suman otras globales que están afectando a toda África.
Durante las dos últimas décadas, las políticas oficiales de desarrollo, impulsadas por instituciones como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, han dejado de lado la agricultura. Se suponía que había que invertir en sectores más productivos y que ya se encargarían los excedentes de otros países más ‘eficientes’ de alimentar a los africanos. Sólo se apoyaron cultivos de exportación que aportasen divisas a unas economías que tenían que competir en un mercado global. El término ‘agricultura de subsistencia’ era casi despectivo entre las grandes instituciones financieras. No generaba divisas, no era globalizable, y no parecía importar demasiado que tuviese la nada despreciable virtud de dar de comer a la gente.
Pero la terca realidad se ha empeñado en desmontar esos impecables postulados teóricos. A nadie se le ocurrió pensar que esos países más eficientes pudiesen decidir vender sus excedentes agrícolas al mejor postor, que evidentemente no es africano, o convertirlos en combustible. Por otra parte, parece que no ha sido una gran idea dejar que el mercado regule los precios de los alimentos y que estos se hayan convertido en productos especulativos como el oro o las hipotecas basura.
Y ahora nos encontramos con que países como Burundi se encuentran al borde del abismo, entendido éste como explosión social en forma de revueltas del hambre o de flujos migratorios incontrolados. La gente no se va a quedar sentada pasando hambre y los disturbios que ya han tenido lugar en otros países africanos pueden no tardar en llegar. Según la delegación de la FAO/PAM en Burundi, «se impone una acción de gran envergadura en favor de la producción agrícola. De otra forma, el país se encontrará en una situación de inseguridad alimentaria creciente que corre el riesgo de desencadenar una crisis social de graves consecuencias». Parece ser que lo peor aún no ha llegado para los países indefensos como Burundi. Claro que quizás ahora no estarían tan indefensos si algunas instituciones internacionales, al amparo de sus «incuestionables» recetas para el desarrollo, no se hubiesen encargado antes de desarmarles.
Sin duda, todos y todas hemos leído en los últimos meses acerca del espectacular aumento del precio de los alimentos. Todo el mundo sufre las consecuencias pero ¿cuál es el significado real de esta situación para un país como Burundi, donde 8 de sus 9 millones de habitantes viven con menos de 1 euro y medio al día?
En Burundi, más del 90% de la población vive de la agricultura y la ganadería, pero ya no hay más tierras. Sólo queda un 5,9% de superficie forestal y la producción agrícola por habitante ha caído en los últimos diez años un 23%. En el último año, el precio de los combustibles ha subido un 48%, mientras que los salarios sólo lo han hecho un 7%. En el mercado de la capital, las alubias (única fuente de proteínas para buena parte de la población) han subido un 50% y el arroz un 33%. La situación se ha vuelto tan grave que alrededor de un 20% de las familias rurales se han visto obligadas a consumir las semillas destinadas a la siembra.
¿Cuáles son las consecuencias en el día a día de estas cifras? Obvias pero dramáticas: la gente en Burundi pasa hambre. Pero no se trata del hambre coyuntural causado por guerras o desastres naturales, a la que África nos tiene tristemente acostumbrados. Se trata de una malnutrición estructural y generalizada, porque la mayoría de la población, sencillamente, ya no puede comprar la comida que necesita. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) de marzo de este año, 7 de cada 10 hogares de Burundi tienen dificultades para consumir una comida al día, y en 2 de cada 10 se pasan días enteros sin comer.
Los alimentos suponen el 17% del total de las importaciones del país, pero en el actual contexto de precios esto resulta insuficiente. El problema se agrava porque Burundi apenas cuenta con divisas. No hay petróleo, ni minas, ni turismo, ni nada que proporcione los dólares necesarios para comprar fuera la comida que el país no produce. Según la FAO y el Ministerio de Agricultura de Burundi, las necesidades de entre 1.370.000 y 1.185.000 personas, dependiendo de cómo vaya la cosecha, no van a poder ser atendidas.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? Por una parte, tenemos las circunstancias particulares y especialmente desafortunadas de Burundi: diez años de guerra civil, gran densidad de población, falta de fuentes de divisas pero a estas circunstancias locales se suman otras globales que están afectando a toda África.
Durante las dos últimas décadas, las políticas oficiales de desarrollo, impulsadas por instituciones como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, han dejado de lado la agricultura. Se suponía que había que invertir en sectores más productivos y que ya se encargarían los excedentes de otros países más ‘eficientes’ de alimentar a los africanos. Sólo se apoyaron cultivos de exportación que aportasen divisas a unas economías que tenían que competir en un mercado global. El término ‘agricultura de subsistencia’ era casi despectivo entre las grandes instituciones financieras. No generaba divisas, no era globalizable, y no parecía importar demasiado que tuviese la nada despreciable virtud de dar de comer a la gente.
Pero la terca realidad se ha empeñado en desmontar esos impecables postulados teóricos. A nadie se le ocurrió pensar que esos países más eficientes pudiesen decidir vender sus excedentes agrícolas al mejor postor, que evidentemente no es africano, o convertirlos en combustible. Por otra parte, parece que no ha sido una gran idea dejar que el mercado regule los precios de los alimentos y que estos se hayan convertido en productos especulativos como el oro o las hipotecas basura.
Y ahora nos encontramos con que países como Burundi se encuentran al borde del abismo, entendido éste como explosión social en forma de revueltas del hambre o de flujos migratorios incontrolados. La gente no se va a quedar sentada pasando hambre y los disturbios que ya han tenido lugar en otros países africanos pueden no tardar en llegar. Según la delegación de la FAO/PAM en Burundi, «se impone una acción de gran envergadura en favor de la producción agrícola. De otra forma, el país se encontrará en una situación de inseguridad alimentaria creciente que corre el riesgo de desencadenar una crisis social de graves consecuencias». Parece ser que lo peor aún no ha llegado para los países indefensos como Burundi. Claro que quizás ahora no estarían tan indefensos si algunas instituciones internacionales, al amparo de sus «incuestionables» recetas para el desarrollo, no se hubiesen encargado antes de desarmarles.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario