Por Ana Sálomon, Directora general de Casa Sefarad-Israel (EL PERIÓDICO, 20/05/08):
El pueblo judío tiene miles de años de historia a sus espaldas. Pero el Estado del que se ha dotado tiene, sin embargo, apenas 60. Es este un hecho paradójico y constituye en sí algo singular sobre lo que es preciso detenerse en un aniversario como el que celebramos estos días.
La historia de los judíos es, sin duda, una de las más sorprendentes. Los europeos hemos convivido con ellos durante siglos y ello nos otorga no solo una especial sensibilidad a la hora de observar la evolución de Israel, sino también una responsabilidad. Sensibilidad, porque la cultura europea, y la española en particular, debe mucho a las aportaciones que los judíos han hecho a su conformación. Responsabilidad, al mismo tiempo, porque esta convivencia milenaria no ha librado al pueblo judío de sufrir una larga serie de atropellos, de los que el Holocausto fue el más cruel y devastador. La onda expansiva de aquella hecatombe resuena aún hoy en día, alcanzándonos de lleno, y su recuerdo obliga a todos los europeos a extraer las conclusiones políticas y morales correspondientes.
LA FUNDACIÓN del Estado de Israel por voluntad de Naciones Unidas en una de sus primeras decisiones tras la segunda guerra mundial, es consecuencia de tantos episodios de injusticia y opresión. Para los judíos, para el sionismo que alumbró la idea moderna de construir una patria nueva en la que poder vivir como ciudadanos de pleno derecho, ese Estado simboliza el logro, por fin, de los derechos que los europeos habíamos conquistado desde la Revolución francesa. La historia del Estado de Israel es, por tanto, la de una liberación para innumerables hombres y mujeres que vieron en ese nuevo país la materialización de un anhelo utópico: establecer una sociedad de ciudadanos libres.
En un siglo como el XX, que ha visto el nacimiento de tantas nuevas naciones, la consolidación de Israel como Estado es un éxito indudable. Acoger a tantos inmigrantes originarios de países diferentes, hablando lenguas dispares, con educación y niveles de desarrollo tan alejados, ha sido una labor que ha exigido imaginación, organización y tolerancia. Establecer para esos nuevos ciudadanos cauces políticos que les permitieran realizarse como tales, proveerlos de los servicios esenciales de una sociedad moderna, dotarlos de una lengua común recuperada, es algo que nos admira a todos. Emerger, al fin, como una sociedad desarrollada, democrática e innovadora es además una hermosa sorpresa en un mundo en el que asistimos a tantos ejemplos fallidos de organización social y política.
ESPAÑA NO puede sino sumarse al pueblo de Israel en esta celebración. Nuestro país es un referente de primera magnitud para los ciudadanos israelís. Habiendo vivido en nuestro suelo durante más de mil años, para los judíos España (Sefarad) constituye una evocación permanente. Muchos judíos en todo el mundo llevan en su lengua y costumbres un componente hispano. En las calles de Tel-Aviv se puede oír hablar español, y los nombres de Toledo, Girona o Córdoba son familiares para cualquier estudiante de Israel.
España no es, pues, indiferente para Israel, e Israel no puede serlo para nosotros tampoco. A lo largo de los más de 20 años de relaciones diplomáticas entre ambos países, miles de ciudadanos españoles han visitado los lugares emblemáticos de Tierra Santa, los kibutz, las universidades o las playas del mediterráneo israelí. Los reyes de España han visitado Israel, y varios presidentes de Israel nos han visitado a su vez oficialmente. Las relaciones económicas y culturales han dado pasos significativos. El camino recorrido ha sido fructífero, pero aún hay mucho por hacer.
Los sucesivos gobiernos españoles de la democracia han prestado gran atención a Israel. España ha querido ser desde hace años un país activo en la consecución de la paz entre israelís y palestinos, un conflicto que la sociedad española siente cercano. La Conferencia de Madrid de 1991 fue un hito diplomático en este proceso, y los esfuerzos de la diplomacia española desde entonces han sido más que considerables para acercar a las partes en conflicto y lograr la paz necesaria.
LAS INICIATIVAS españolas en pro de la amistad con Israel no han dejado de alumbrar nuevos frutos. La creación de Casa Sefarad-Israel, inaugurada oficialmente en el 2007 por el Ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación, Miguel Ángel Moratinos, y la Ministra de Asuntos Exteriores de Israel, Tzipi Livni, es uno de ellos. A esta institución se le ha encomendado la tarea de difundir el patrimonio judío español y la cultura judía en toda su riqueza, desarrollar los lazos con las comunidades judías y contribuir al estrechamiento de las relaciones entre las sociedades española e israelí.
Desde su fundación, Casa Sefarad-Israel ha trabajado activamente en favor de estos objetivos, de los que España e Israel deben salir beneficiados. Sesenta años después de aquella decisión de las Naciones Unidas que alumbró la creación del Estado de Israel, Casa Sefarad-Israel aspira a ser uno de los instrumentos que permitan materializar el horizonte de entendimiento que existe para nuestros dos pueblos, durante tanto tiempo actores de una rica y común historia.
El pueblo judío tiene miles de años de historia a sus espaldas. Pero el Estado del que se ha dotado tiene, sin embargo, apenas 60. Es este un hecho paradójico y constituye en sí algo singular sobre lo que es preciso detenerse en un aniversario como el que celebramos estos días.
La historia de los judíos es, sin duda, una de las más sorprendentes. Los europeos hemos convivido con ellos durante siglos y ello nos otorga no solo una especial sensibilidad a la hora de observar la evolución de Israel, sino también una responsabilidad. Sensibilidad, porque la cultura europea, y la española en particular, debe mucho a las aportaciones que los judíos han hecho a su conformación. Responsabilidad, al mismo tiempo, porque esta convivencia milenaria no ha librado al pueblo judío de sufrir una larga serie de atropellos, de los que el Holocausto fue el más cruel y devastador. La onda expansiva de aquella hecatombe resuena aún hoy en día, alcanzándonos de lleno, y su recuerdo obliga a todos los europeos a extraer las conclusiones políticas y morales correspondientes.
LA FUNDACIÓN del Estado de Israel por voluntad de Naciones Unidas en una de sus primeras decisiones tras la segunda guerra mundial, es consecuencia de tantos episodios de injusticia y opresión. Para los judíos, para el sionismo que alumbró la idea moderna de construir una patria nueva en la que poder vivir como ciudadanos de pleno derecho, ese Estado simboliza el logro, por fin, de los derechos que los europeos habíamos conquistado desde la Revolución francesa. La historia del Estado de Israel es, por tanto, la de una liberación para innumerables hombres y mujeres que vieron en ese nuevo país la materialización de un anhelo utópico: establecer una sociedad de ciudadanos libres.
En un siglo como el XX, que ha visto el nacimiento de tantas nuevas naciones, la consolidación de Israel como Estado es un éxito indudable. Acoger a tantos inmigrantes originarios de países diferentes, hablando lenguas dispares, con educación y niveles de desarrollo tan alejados, ha sido una labor que ha exigido imaginación, organización y tolerancia. Establecer para esos nuevos ciudadanos cauces políticos que les permitieran realizarse como tales, proveerlos de los servicios esenciales de una sociedad moderna, dotarlos de una lengua común recuperada, es algo que nos admira a todos. Emerger, al fin, como una sociedad desarrollada, democrática e innovadora es además una hermosa sorpresa en un mundo en el que asistimos a tantos ejemplos fallidos de organización social y política.
ESPAÑA NO puede sino sumarse al pueblo de Israel en esta celebración. Nuestro país es un referente de primera magnitud para los ciudadanos israelís. Habiendo vivido en nuestro suelo durante más de mil años, para los judíos España (Sefarad) constituye una evocación permanente. Muchos judíos en todo el mundo llevan en su lengua y costumbres un componente hispano. En las calles de Tel-Aviv se puede oír hablar español, y los nombres de Toledo, Girona o Córdoba son familiares para cualquier estudiante de Israel.
España no es, pues, indiferente para Israel, e Israel no puede serlo para nosotros tampoco. A lo largo de los más de 20 años de relaciones diplomáticas entre ambos países, miles de ciudadanos españoles han visitado los lugares emblemáticos de Tierra Santa, los kibutz, las universidades o las playas del mediterráneo israelí. Los reyes de España han visitado Israel, y varios presidentes de Israel nos han visitado a su vez oficialmente. Las relaciones económicas y culturales han dado pasos significativos. El camino recorrido ha sido fructífero, pero aún hay mucho por hacer.
Los sucesivos gobiernos españoles de la democracia han prestado gran atención a Israel. España ha querido ser desde hace años un país activo en la consecución de la paz entre israelís y palestinos, un conflicto que la sociedad española siente cercano. La Conferencia de Madrid de 1991 fue un hito diplomático en este proceso, y los esfuerzos de la diplomacia española desde entonces han sido más que considerables para acercar a las partes en conflicto y lograr la paz necesaria.
LAS INICIATIVAS españolas en pro de la amistad con Israel no han dejado de alumbrar nuevos frutos. La creación de Casa Sefarad-Israel, inaugurada oficialmente en el 2007 por el Ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación, Miguel Ángel Moratinos, y la Ministra de Asuntos Exteriores de Israel, Tzipi Livni, es uno de ellos. A esta institución se le ha encomendado la tarea de difundir el patrimonio judío español y la cultura judía en toda su riqueza, desarrollar los lazos con las comunidades judías y contribuir al estrechamiento de las relaciones entre las sociedades española e israelí.
Desde su fundación, Casa Sefarad-Israel ha trabajado activamente en favor de estos objetivos, de los que España e Israel deben salir beneficiados. Sesenta años después de aquella decisión de las Naciones Unidas que alumbró la creación del Estado de Israel, Casa Sefarad-Israel aspira a ser uno de los instrumentos que permitan materializar el horizonte de entendimiento que existe para nuestros dos pueblos, durante tanto tiempo actores de una rica y común historia.
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