Por Noemi Klein, columnista de The Nation y The Guardian de Londres. Autora de No logo: el poder de las marcas (LA VANGUARDIA, 25/05/08):
Cuando llegó la noticia del catastrófico terremoto en Sichuan, recordé a Zheng Sun Man, un ejecutivo especialista en seguridad que conocí en un viaje reciente a China. Zheng dirige Aebell Electrical Technology, una empresa con sede en Cantón que fabrica cámaras de vigilancia y las vende al Gobierno. Zheng, salido de una escuela de administración de empresas, de 28 años, quiso persuadirme de que sus cámaras y altavoces no eran usados contra los activistas pro democracia o los sindicalistas. Son para lidiar con desastres naturales, explicaba Zheng, como las monstruosas tormentas de nieve antes del Año Nuevo lunar. Durante la crisis, me aseguró, el Gobierno “pudo usar los datos de las cámaras del ferrocarril para organizar una evacuación”. Así, “el Gobierno central pudo lidiar desde el norte con las emergencias en el sur”.
Por supuesto, las cámaras de vigilancia también tienen otros usos. Contribuyen a configurar los carteles de de los “más buscados” entre los activistas tibetanos.
Pero Zheng tenía un punto a su favor: nada aterroriza tanto a un régimen represivo como un desastre natural. Los estados autoritarios gobiernan por el miedo y proyectan un aura de control total. Cuando súbitamente parecen carecer de personal, sus sujetos pueden envalentonarse.
Es algo que tener en cuenta cuando dos de los regímenes más represivos del planeta - China y Birmania- luchan para responder a desastres devastadores: el terremoto de Sichuan y el ciclón Nargis.En ambos casos, los desastres han expuesto graves debilidades de esos regímenes y pueden encender niveles de furia difíciles de controlar.
Cuando China está ocupada construyéndose a sí misma, creando trabajos y nuevas riquezas, los residentes suelen quedarse mudos sobre los constructores que se burlan de los códigos de seguridad, mientras los funcionarios locales son sobornados con el propósito de que hagan la vista gorda.
Pero cuando en China un terremoto derrumba edificios, la verdad tiene un modo de escapar de los escombros. “Miren todos los edificios de alrededor. Tenían la misma altura, pero ¿por qué se derrumbó la escuela?”, pregunta una persona en Juyuan a un periodista extranjero. “Porque los contratistas desean conseguir ganancias a costa de nuestros niños”, añadió.
Una madre en Dujiangyan le dijo a un reportero del The Guardian:”Los funcionarios chinos son demasiado corruptos y malos… Tienen dinero para pagar a prostitutas y concubinas, pero no tienen dinero para nuestros niños”.
Pero nada de esto se compara con la furia que está bullendo en Birmania, donde los supervivientes del ciclón han apaleado al menos a un funcionario local, furiosos frente a su fallos en distribuir ayuda. Simon Billenness, copresidente del consejo directivo de la campaña en favor de Birmania de Estados Unidos, me dijo: “Esto es el Katrina mil veces. Ignoro cómo podrán evitar una convulsión política”.
Según un informe del Asia Times,el régimen ha estado confiscando los envíos de alimentos suministrados por organismos internacionales y los ha distribuido entre sus 400.000 soldados. Este robo en una escala relativamente pequeña está fortaleciendo a la junta militar para su robo más grande a través del referéndum constitucional que los generales han insistido en celebrar pese a la catástrofe natural.
Extrayendo una página al libreto del fallecido dictador chileno Augusto Pinochet, los generales han bosquejado una Constitución que intenta garantizar que ningún gobierno tendrá jamás poder suficiente para enjuiciarlos por sus crímenes o recuperar su riqueza mal habida.
El ciclón, mientras, le ha presentado a la junta una última, vasta oportunidad de negocios: bloquear el acceso de ayuda al fértil delta del Irawadi. Así, cientos de miles de agricultores de arroz, en su mayoría de la etnia karen, quedan sentenciados a muerte. Según Mark Farmaner, director de la campaña por Birmania en el Reino Unido, esas tierras “pueden ser transferidas a los compinches de los generales” (algo similar pasó luego del tsunami del 2004 en Sri Lanka y Tailandia con tierras costeras).
Esto no es incompetencia, como muchos han sostenido. Es limpieza étnica por medio del liberalismo económico. Si la junta de Birmania evita el motín y consigue estos objetivos, será en gran medida gracias a China, que ha bloqueado todo intento de la ONU para una intervención humanitaria en Birmania. Dentro de China, donde el Gobierno intenta mostrarse compasivo, la noticia de esta complicidad podría resultar explosiva.
¿Recibirán esta noticia los ciudadanos de China? Tal vez sí. Hasta ahora Pekín ha mostrado una asombrosa determinación para censurar y controlar toda forma de comunicación. Pero en el velatorio del terremoto, el notorio programa Great Firewall que permite censurar información en internet está teniendo serios fallos. Los blogs se han vuelto locos e incluso los periodistas del Gobierno insisten en revelar la verdad de lo ocurrido.
Para los gobernantes de China, nada ha sido más importante para mantener el poder que controlar lo que la gente ve y escucha. Si pierden eso, ni las cámaras de vigilancia ni los altavoces serán capaces de ayudarlos.
Cuando llegó la noticia del catastrófico terremoto en Sichuan, recordé a Zheng Sun Man, un ejecutivo especialista en seguridad que conocí en un viaje reciente a China. Zheng dirige Aebell Electrical Technology, una empresa con sede en Cantón que fabrica cámaras de vigilancia y las vende al Gobierno. Zheng, salido de una escuela de administración de empresas, de 28 años, quiso persuadirme de que sus cámaras y altavoces no eran usados contra los activistas pro democracia o los sindicalistas. Son para lidiar con desastres naturales, explicaba Zheng, como las monstruosas tormentas de nieve antes del Año Nuevo lunar. Durante la crisis, me aseguró, el Gobierno “pudo usar los datos de las cámaras del ferrocarril para organizar una evacuación”. Así, “el Gobierno central pudo lidiar desde el norte con las emergencias en el sur”.
Por supuesto, las cámaras de vigilancia también tienen otros usos. Contribuyen a configurar los carteles de de los “más buscados” entre los activistas tibetanos.
Pero Zheng tenía un punto a su favor: nada aterroriza tanto a un régimen represivo como un desastre natural. Los estados autoritarios gobiernan por el miedo y proyectan un aura de control total. Cuando súbitamente parecen carecer de personal, sus sujetos pueden envalentonarse.
Es algo que tener en cuenta cuando dos de los regímenes más represivos del planeta - China y Birmania- luchan para responder a desastres devastadores: el terremoto de Sichuan y el ciclón Nargis.En ambos casos, los desastres han expuesto graves debilidades de esos regímenes y pueden encender niveles de furia difíciles de controlar.
Cuando China está ocupada construyéndose a sí misma, creando trabajos y nuevas riquezas, los residentes suelen quedarse mudos sobre los constructores que se burlan de los códigos de seguridad, mientras los funcionarios locales son sobornados con el propósito de que hagan la vista gorda.
Pero cuando en China un terremoto derrumba edificios, la verdad tiene un modo de escapar de los escombros. “Miren todos los edificios de alrededor. Tenían la misma altura, pero ¿por qué se derrumbó la escuela?”, pregunta una persona en Juyuan a un periodista extranjero. “Porque los contratistas desean conseguir ganancias a costa de nuestros niños”, añadió.
Una madre en Dujiangyan le dijo a un reportero del The Guardian:”Los funcionarios chinos son demasiado corruptos y malos… Tienen dinero para pagar a prostitutas y concubinas, pero no tienen dinero para nuestros niños”.
Pero nada de esto se compara con la furia que está bullendo en Birmania, donde los supervivientes del ciclón han apaleado al menos a un funcionario local, furiosos frente a su fallos en distribuir ayuda. Simon Billenness, copresidente del consejo directivo de la campaña en favor de Birmania de Estados Unidos, me dijo: “Esto es el Katrina mil veces. Ignoro cómo podrán evitar una convulsión política”.
Según un informe del Asia Times,el régimen ha estado confiscando los envíos de alimentos suministrados por organismos internacionales y los ha distribuido entre sus 400.000 soldados. Este robo en una escala relativamente pequeña está fortaleciendo a la junta militar para su robo más grande a través del referéndum constitucional que los generales han insistido en celebrar pese a la catástrofe natural.
Extrayendo una página al libreto del fallecido dictador chileno Augusto Pinochet, los generales han bosquejado una Constitución que intenta garantizar que ningún gobierno tendrá jamás poder suficiente para enjuiciarlos por sus crímenes o recuperar su riqueza mal habida.
El ciclón, mientras, le ha presentado a la junta una última, vasta oportunidad de negocios: bloquear el acceso de ayuda al fértil delta del Irawadi. Así, cientos de miles de agricultores de arroz, en su mayoría de la etnia karen, quedan sentenciados a muerte. Según Mark Farmaner, director de la campaña por Birmania en el Reino Unido, esas tierras “pueden ser transferidas a los compinches de los generales” (algo similar pasó luego del tsunami del 2004 en Sri Lanka y Tailandia con tierras costeras).
Esto no es incompetencia, como muchos han sostenido. Es limpieza étnica por medio del liberalismo económico. Si la junta de Birmania evita el motín y consigue estos objetivos, será en gran medida gracias a China, que ha bloqueado todo intento de la ONU para una intervención humanitaria en Birmania. Dentro de China, donde el Gobierno intenta mostrarse compasivo, la noticia de esta complicidad podría resultar explosiva.
¿Recibirán esta noticia los ciudadanos de China? Tal vez sí. Hasta ahora Pekín ha mostrado una asombrosa determinación para censurar y controlar toda forma de comunicación. Pero en el velatorio del terremoto, el notorio programa Great Firewall que permite censurar información en internet está teniendo serios fallos. Los blogs se han vuelto locos e incluso los periodistas del Gobierno insisten en revelar la verdad de lo ocurrido.
Para los gobernantes de China, nada ha sido más importante para mantener el poder que controlar lo que la gente ve y escucha. Si pierden eso, ni las cámaras de vigilancia ni los altavoces serán capaces de ayudarlos.
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