Por José-María Ruiz Soroa (EL CORREO DIGITAL, 24/05/08):
Los sucesivos informes PISA de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico acerca de las competencias y capacidades de los alumnos de la educación media en diversos países suelen ser objeto de apasionados comentarios públicos en tanto en cuanto clasifican a los países (y también a las comunidades autónomas que se prestan a ello) en una escala de mejores y peores. Sus resultados en este aspecto son pasto apetecible para nacionalistas o chauvinistas de toda condición. Y, sin embargo, pocos medios se preocupan de subrayar otros aspectos de la educación que estos informes revelan, unos aspectos que son mucho más interesantes que el de saber si los riojanos sacan una centésima más que los vascos, o los finlandeses una décima más que los españoles.
Uno de esos resultados es el que muestra el grado de diferencia existente entre los alumnos a los que se sometió a las pruebas, es decir, cómo se distribuyen los alumnos dentro del grupo controlado. Según sea esa distribución, obtendremos países con una enseñanza muy igualitaria en aquellos casos en que la mayoría de alumnos se concentra en unos resultados medios comunes; y países con enseñanza desigualitaria cuando existe una gran diferencia de conocimientos entre los diversos alumnos. Este aspecto se mide estadísticamente a través de la desviación típica que presentan las muestras.
Pues bien, es muy interesante observar que España es uno de los países más igualitarios del mundo en el reparto de las competencias cognitivas de sus educandos, es decir, uno de los países donde menos diferencias existen entre individuos en la distribución de los conocimientos. Somos una de las sociedades más equitativas en esta cuestión, de forma que nuestro sistema escolar consigue ampliamente el objetivo de reducir las diferencias entre individuos. Estamos muy por delante de países como Estados Unidos, Reino Unido o Alemania, que son mucho más desigualitarios. Y, si nos atenemos a la escala nacional interna, el vasco (desviación típica 84) es un sistema todavía más igualitario que el español medio (91). ¡Albricias en la escala de igualdad!
Este resultado se ha celebrado en general por las autoridades educativas como algo sumamente positivo, puesto que significaría que nuestro sistema escolar distribuye el conocimiento entre todos sin discriminar a los alumnos. Sin embargo, el igualitarismo en la enseñanza es un valor más que dudoso o, por lo menos, tiene una doble cara. Por una sencilla razón: porque el conocimiento no es algo finito que se reparte entre las personas (como la riqueza material), sino que es algo infinito del que todos pueden tomar sin disminuir por ello el caudal colectivo a disposición de los demás. Los buenos alumnos no hurtan conocimiento a los demás. Y, efectivamente, el igualitarismo español muestra su cara negativa en otro dato llamativo que se repite machaconamente desde hace doce años en todos los informes PISA: nuestra enseñanza está entre las que menos alumnos «excelentes» produce. En 2.003 el sistema escolar español generaba sólo un 3% de alumnos notables, en 2.006 aportaba un 5%; mientras que países como Japón, Alemania, Finlandia, USA o Reino Unido están alrededor del 15% o 20%. Y en el caso vasco, de nuevo nos distinguimos por llevar a su extremo la característica nacional: el nivel de alumnos destacados (del nivel 5) es el más bajo de España (4%), y el porcentaje de alumnos «excelentes» (nivel 6) es entre nosotros directa y brutalmente simple: cero.
A la vista de estos resultados, los expertos en educación han subrayado que «en contra de lo que se suele creer, no es un fracaso escolar alto lo que distingue a España de los países más ricos y avanzados, sino una proporción muy baja de alumnos de nivel alto» (Julio Carabaña). La educación anglosajona es muy desigualitaria, pero produce un elevado número de excelentes. Finlandia o Japón serían el ideal, pues logran ser al mismo tiempo igualitarios y altos productores de excelencia. Nosotros somos igualitarios pero muy mediocres. Una mala noticia.
Estos datos reflejan probablemente sesgos sociológicos profundos de la sociedad española, que ha sido desde antiguo una sociedad apasionada por la igualdad y, en general, ha visto con desconfianza y desaprobación el esfuerzo individual por sobresalir en el grupo de referencia. En nuestro país, el término «elite» posee un carácter peyorativo. A este sesgo se han sumado en los últimos tiempos una insistencia excesiva en el ámbito educativo a favor de la igualdad de resultados. Es cierto que no es bueno que alumnos con dificultades queden descolgados del conjunto y también es cierto que la competitividad no es el único valor a resaltar. Pero exagerar esa prédica genera a la postre unos resultados mediocres generalizados para todos. Descollar del grupo se ha convertido hasta tal punto en un disvalor entre nosotros que hemos llegado a implantarlo incluso en la psicología juvenil. Preocupante.
Los sucesivos informes PISA de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico acerca de las competencias y capacidades de los alumnos de la educación media en diversos países suelen ser objeto de apasionados comentarios públicos en tanto en cuanto clasifican a los países (y también a las comunidades autónomas que se prestan a ello) en una escala de mejores y peores. Sus resultados en este aspecto son pasto apetecible para nacionalistas o chauvinistas de toda condición. Y, sin embargo, pocos medios se preocupan de subrayar otros aspectos de la educación que estos informes revelan, unos aspectos que son mucho más interesantes que el de saber si los riojanos sacan una centésima más que los vascos, o los finlandeses una décima más que los españoles.
Uno de esos resultados es el que muestra el grado de diferencia existente entre los alumnos a los que se sometió a las pruebas, es decir, cómo se distribuyen los alumnos dentro del grupo controlado. Según sea esa distribución, obtendremos países con una enseñanza muy igualitaria en aquellos casos en que la mayoría de alumnos se concentra en unos resultados medios comunes; y países con enseñanza desigualitaria cuando existe una gran diferencia de conocimientos entre los diversos alumnos. Este aspecto se mide estadísticamente a través de la desviación típica que presentan las muestras.
Pues bien, es muy interesante observar que España es uno de los países más igualitarios del mundo en el reparto de las competencias cognitivas de sus educandos, es decir, uno de los países donde menos diferencias existen entre individuos en la distribución de los conocimientos. Somos una de las sociedades más equitativas en esta cuestión, de forma que nuestro sistema escolar consigue ampliamente el objetivo de reducir las diferencias entre individuos. Estamos muy por delante de países como Estados Unidos, Reino Unido o Alemania, que son mucho más desigualitarios. Y, si nos atenemos a la escala nacional interna, el vasco (desviación típica 84) es un sistema todavía más igualitario que el español medio (91). ¡Albricias en la escala de igualdad!
Este resultado se ha celebrado en general por las autoridades educativas como algo sumamente positivo, puesto que significaría que nuestro sistema escolar distribuye el conocimiento entre todos sin discriminar a los alumnos. Sin embargo, el igualitarismo en la enseñanza es un valor más que dudoso o, por lo menos, tiene una doble cara. Por una sencilla razón: porque el conocimiento no es algo finito que se reparte entre las personas (como la riqueza material), sino que es algo infinito del que todos pueden tomar sin disminuir por ello el caudal colectivo a disposición de los demás. Los buenos alumnos no hurtan conocimiento a los demás. Y, efectivamente, el igualitarismo español muestra su cara negativa en otro dato llamativo que se repite machaconamente desde hace doce años en todos los informes PISA: nuestra enseñanza está entre las que menos alumnos «excelentes» produce. En 2.003 el sistema escolar español generaba sólo un 3% de alumnos notables, en 2.006 aportaba un 5%; mientras que países como Japón, Alemania, Finlandia, USA o Reino Unido están alrededor del 15% o 20%. Y en el caso vasco, de nuevo nos distinguimos por llevar a su extremo la característica nacional: el nivel de alumnos destacados (del nivel 5) es el más bajo de España (4%), y el porcentaje de alumnos «excelentes» (nivel 6) es entre nosotros directa y brutalmente simple: cero.
A la vista de estos resultados, los expertos en educación han subrayado que «en contra de lo que se suele creer, no es un fracaso escolar alto lo que distingue a España de los países más ricos y avanzados, sino una proporción muy baja de alumnos de nivel alto» (Julio Carabaña). La educación anglosajona es muy desigualitaria, pero produce un elevado número de excelentes. Finlandia o Japón serían el ideal, pues logran ser al mismo tiempo igualitarios y altos productores de excelencia. Nosotros somos igualitarios pero muy mediocres. Una mala noticia.
Estos datos reflejan probablemente sesgos sociológicos profundos de la sociedad española, que ha sido desde antiguo una sociedad apasionada por la igualdad y, en general, ha visto con desconfianza y desaprobación el esfuerzo individual por sobresalir en el grupo de referencia. En nuestro país, el término «elite» posee un carácter peyorativo. A este sesgo se han sumado en los últimos tiempos una insistencia excesiva en el ámbito educativo a favor de la igualdad de resultados. Es cierto que no es bueno que alumnos con dificultades queden descolgados del conjunto y también es cierto que la competitividad no es el único valor a resaltar. Pero exagerar esa prédica genera a la postre unos resultados mediocres generalizados para todos. Descollar del grupo se ha convertido hasta tal punto en un disvalor entre nosotros que hemos llegado a implantarlo incluso en la psicología juvenil. Preocupante.
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