Por Josep Borrell, presidente de la Comisión de Desarrollo del Parlamento Europeo (EL PERIÓDICO, 25/05/08):
De repente hemos redescubierto la importancia de la agricultura como sector estratégico de la economía globalizada. La habíamos olvidado desde que la Revolución Verde mejoró los rendimientos y detuvo el crecimiento del hambre en el mundo. Pero ahora estamos tomando conciencia de que el mayor desafío de este siglo será alimentario. Y su solución ofrece una gran oportunidad a las tierras agrícolas, como recordaba en Lleida durante el pregón de sus fiestas.
Después de 40 años de tendencia a la baja de los precios de los cereales, dos años de un déficit menor del 10%, justo cuando aumentaba la demanda de los países emergentes y los accidentes climáticos habían disminuido los stocks ,ha provocado una alza de precios amplificada por la especulación financiera.
Hoy, otros 100 millones de personas pueden añadirse a los 850 millones de mal nutridos .En el 2050, cuando la población alcance los 9.000 millones, habrá que alimentar a un 50% más de seres humanos .Y la mejora del nivel de vida y la emergencia de nuevas clases medias en países de gran población están cambiando la dieta alimentaria y la demanda agrícola. En China, por ejemplo, la población urbana, que aumenta en 15 millones o 20 millones de personas al año, consume tres veces más carne que la rural.
Así es, pero hay que tener mucho cuidado en cómo se dice, evitando confundir culpa con causa. Puede parecer que responsabilizamos de la escasez y de la carestía de los alimentos a los pobres de la tierra que apenas ahora pueden empezar a comer, no solo más, sino mejor.
Así ha ocurrido con la agria polémica entre EEUU y la India, que empezó cuando el presidente Bush citó como una de las causas del aumento de precios la prosperidad de la clase media india. La respuesta fue recordarle que los estadounidenses consumen de media un 50% más de calorías que los indios, que con lo que se gastan los norteamericanos en liposucciones para eliminar su exceso de grasa se podría alimentar al África subsahariana, y sugerirles que se pongan a dieta para acabar con el hambre en el mundo.
Y ES CIERTO, los estadounidenses consumen 3.770 calorías al día, más que en ningún otro país, y los indios, 2.440. Son también los que consumen más carne de vacuno per cápita, la más costosa de producir en términos de agua y calorías. De manera que la responsabilidad del problema no se puede atribuir al último que ejerce su derecho a la alimentación, sino a los que llevan tiempo haciéndolo en exceso. Lo mismo puede decirse con respecto al cambio climático, que va a afectar dramáticamente a los países en desarrollo cuando el problema lo han creado los que protagonizaron la revolución industrial.
Para la clase política y académica de la India, su prosperidad no es la causa de la actual crisis alimentaría. Otras razones son tanto o más importantes, y todas ellas son responsabilidad de los occidentales: el declive del dólar causado por un exceso de consumo a crédito, el aumento del precio del petróleo que despilfarramos, el uso de tierra cultivable en EEUU y Europa para la producción de biocombustibles, los manejos especulativos del sistema financiero que controlamos y las subvenciones a las exportaciones que han destruido la producción agrícola en África.
Todas estas causas influyen en mayor o menor medida, pero la airada llamada a ponerse a dieta de los indios a los norteamericanos refleja otro problema: ¿es posible que toda la humanidad adopte una dieta alimentaría tan rica en proteína animal como la nuestra?
Parece que no. La producción de carne se ha multiplicado por cinco desde el final de la segunda guerra mundial y se estima que se doblará en los próximos 20 años. Pero nuestros sistemas de ganadería industrial ya consumen el 60% de la cosecha mundial de cereales, básicamente maíz y soja, que podrían resolver de sobras el problema de los 850 millones de desnutridos.
SI MALTHUS levantara la cabeza, creería que la competición por los alimentos escasos no es entre humanos, sino entre humanos y animales .Y, además, nos diría que la producción de carne no es “rentable” en términos de balance de recursos (tierra, agua, calorías vegetales). A la cría y producción de alimentos para el ganado dedicamos tres cuartas partes de las tierras agrícolas mundiales, para producir 100 gramos de vacuno hacen falta 25.000 litros de agua y una caloría de su carne necesita 17 calorías vegetales. Aunque otras carnes son menos exigentes (para el pollo y el cerdo la relación es de 4 a 1), parece evidente que 9.000 millones de personas no pueden comer los 100 kilos de carne al año que consumimos en el mundo desarrollado.
Y, además, este consumo de carne es el triple del aconsejado por la Organización Mundial de la Salud y nos causa enfermedades relacionadas con la sobrealimentación, como las cardiovasculares, y los problemas de obesidad.
De manera que la exigencia de los indios a los estadounidenses para que se pongan a dieta refleja bien la realidad de los límites físicos de nuestro mundo. Un mundo con capacidad, en términos de superficie y tecnología, para alimentar a 9.000 millones de personas, pero no de cualquier manera.
Esta crisis se puede superar, pero nos recuerda que nuestro modo de vida occidental, el de una muy pequeña parte de la humanidad que hasta ahora ha tenido la supremacía política, tendrá que modificarse, por las buenas o por las malas, porque no es sostenible en términos ecológicos ni políticos.
De repente hemos redescubierto la importancia de la agricultura como sector estratégico de la economía globalizada. La habíamos olvidado desde que la Revolución Verde mejoró los rendimientos y detuvo el crecimiento del hambre en el mundo. Pero ahora estamos tomando conciencia de que el mayor desafío de este siglo será alimentario. Y su solución ofrece una gran oportunidad a las tierras agrícolas, como recordaba en Lleida durante el pregón de sus fiestas.
Después de 40 años de tendencia a la baja de los precios de los cereales, dos años de un déficit menor del 10%, justo cuando aumentaba la demanda de los países emergentes y los accidentes climáticos habían disminuido los stocks ,ha provocado una alza de precios amplificada por la especulación financiera.
Hoy, otros 100 millones de personas pueden añadirse a los 850 millones de mal nutridos .En el 2050, cuando la población alcance los 9.000 millones, habrá que alimentar a un 50% más de seres humanos .Y la mejora del nivel de vida y la emergencia de nuevas clases medias en países de gran población están cambiando la dieta alimentaria y la demanda agrícola. En China, por ejemplo, la población urbana, que aumenta en 15 millones o 20 millones de personas al año, consume tres veces más carne que la rural.
Así es, pero hay que tener mucho cuidado en cómo se dice, evitando confundir culpa con causa. Puede parecer que responsabilizamos de la escasez y de la carestía de los alimentos a los pobres de la tierra que apenas ahora pueden empezar a comer, no solo más, sino mejor.
Así ha ocurrido con la agria polémica entre EEUU y la India, que empezó cuando el presidente Bush citó como una de las causas del aumento de precios la prosperidad de la clase media india. La respuesta fue recordarle que los estadounidenses consumen de media un 50% más de calorías que los indios, que con lo que se gastan los norteamericanos en liposucciones para eliminar su exceso de grasa se podría alimentar al África subsahariana, y sugerirles que se pongan a dieta para acabar con el hambre en el mundo.
Y ES CIERTO, los estadounidenses consumen 3.770 calorías al día, más que en ningún otro país, y los indios, 2.440. Son también los que consumen más carne de vacuno per cápita, la más costosa de producir en términos de agua y calorías. De manera que la responsabilidad del problema no se puede atribuir al último que ejerce su derecho a la alimentación, sino a los que llevan tiempo haciéndolo en exceso. Lo mismo puede decirse con respecto al cambio climático, que va a afectar dramáticamente a los países en desarrollo cuando el problema lo han creado los que protagonizaron la revolución industrial.
Para la clase política y académica de la India, su prosperidad no es la causa de la actual crisis alimentaría. Otras razones son tanto o más importantes, y todas ellas son responsabilidad de los occidentales: el declive del dólar causado por un exceso de consumo a crédito, el aumento del precio del petróleo que despilfarramos, el uso de tierra cultivable en EEUU y Europa para la producción de biocombustibles, los manejos especulativos del sistema financiero que controlamos y las subvenciones a las exportaciones que han destruido la producción agrícola en África.
Todas estas causas influyen en mayor o menor medida, pero la airada llamada a ponerse a dieta de los indios a los norteamericanos refleja otro problema: ¿es posible que toda la humanidad adopte una dieta alimentaría tan rica en proteína animal como la nuestra?
Parece que no. La producción de carne se ha multiplicado por cinco desde el final de la segunda guerra mundial y se estima que se doblará en los próximos 20 años. Pero nuestros sistemas de ganadería industrial ya consumen el 60% de la cosecha mundial de cereales, básicamente maíz y soja, que podrían resolver de sobras el problema de los 850 millones de desnutridos.
SI MALTHUS levantara la cabeza, creería que la competición por los alimentos escasos no es entre humanos, sino entre humanos y animales .Y, además, nos diría que la producción de carne no es “rentable” en términos de balance de recursos (tierra, agua, calorías vegetales). A la cría y producción de alimentos para el ganado dedicamos tres cuartas partes de las tierras agrícolas mundiales, para producir 100 gramos de vacuno hacen falta 25.000 litros de agua y una caloría de su carne necesita 17 calorías vegetales. Aunque otras carnes son menos exigentes (para el pollo y el cerdo la relación es de 4 a 1), parece evidente que 9.000 millones de personas no pueden comer los 100 kilos de carne al año que consumimos en el mundo desarrollado.
Y, además, este consumo de carne es el triple del aconsejado por la Organización Mundial de la Salud y nos causa enfermedades relacionadas con la sobrealimentación, como las cardiovasculares, y los problemas de obesidad.
De manera que la exigencia de los indios a los estadounidenses para que se pongan a dieta refleja bien la realidad de los límites físicos de nuestro mundo. Un mundo con capacidad, en términos de superficie y tecnología, para alimentar a 9.000 millones de personas, pero no de cualquier manera.
Esta crisis se puede superar, pero nos recuerda que nuestro modo de vida occidental, el de una muy pequeña parte de la humanidad que hasta ahora ha tenido la supremacía política, tendrá que modificarse, por las buenas o por las malas, porque no es sostenible en términos ecológicos ni políticos.
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