Por el Teniente General Pedro Bernal Gutiérrez, director del Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional (ABC, 22/05/08):
A la finalización de la II Guerra Mundial se produjo un paréntesis que dio lugar a un nuevo orden mundial que se prolongaría durante 40 años. Este orden se basó en conceptos como la estrategia de la «respuesta flexible» de Maxwel Taylor, la teoría de la «contención» de Kennan o la «coexistencia pacífica» de Breznev. Era la bipolaridad y la Guerra Fría.
El siglo XXI inicia su andadura en medio de un paréntesis estratégico que se abrió hace 19 años con la caída del muro de Berlín. Tenemos motivos para pensar que estamos al final de ese periodo de transición y que, dejando atrás a Fukuyama, vivimos «el retorno de la historia», usando una expresión de Joschka Fischer, ex ministro de Asuntos Exteriores de Alemania.
Tras pasar por una posible unipolaridad, nos hallamos en el proceso de creación de un orden mundial que evoluciona hacia una situación de carácter multipolar y asimétrico. Este escenario está marcado por la aparición de las llamadas potencias emergentes y por la degradación de la estabilidad en ámbitos regionales. Asimismo, por el colapso de algunas estructuras estatales o la aparición de nuevas formas de organización no estatal de carácter supranacional. En plena era del conocimiento y de la globalización, asistimos a un mayor protagonismo de los organismos internacionales, en especial, de la ONU.
Se recupera una «nueva geopolítica» y se vuelve a hablar del «gran juego» con el que Kippling abordaba el comportamiento de las grandes potencias de su época. En nuestro siglo, el gran juego geopolítico podría identificarse por una rivalidad estratégica entre los grandes poderes continentales: China, Rusia e India y las grandes potencias marítimas: Estados Unidos, Unión Europea y Japón.
Sus rasgos principales pueden estar representados por el enfrentamiento en torno al dominio del triángulo euroasiático (o nueva tierra corazón de Mackinder), el Noreste de Asia e Iberoamérica y por la competitividad en la obtención de recursos mundiales, por lo que algunos consideran que estamos ante una nueva Guerra Fría en torno a la energía. La consecución de la tecnología emergente, el reconocimiento del terrorismo como amenaza común y el pragmatismo en las relaciones internacionales, son factores a los que se añade la divergente interpretación de los principios y valores de carácter universal.
Coincidiendo con este proceso de cambio, Kissinger señala tres revoluciones simultáneas: la transformación del sistema tradicional de estado en Europa, el reto del islamismo extremo a las nociones históricas de soberanía y la deriva del centro de gravedad de los asuntos internacionales desde el océano Atlántico al Pacífico e Índico.
Las relaciones de poder se encuentran a caballo entre la doctrina británica del «equilibrio de poder» que en el siglo XVIII superó «la razón de estado» de Richelieu, basada en las grandes potencias, y la teoría de la «política de poder», apuntada por Metternich, a comienzos del siglo XIX, fundamentada en el peso de las organizaciones internacionales.
Se han multiplicado los ataques terroristas. La guerra tradicional está dejando paso a las guerras asimétricas, actúan tanto sujetos estatales como no estatales y participan combatientes civiles y militares. Con frecuencia se acude a las guerras delegadas, sin respeto a las más elementales reglas admitidas por la comunidad internacional, y se pone en cuestión el papel de las organizaciones internacionales.
Entre los más relevantes riesgos y amenazas del nuevo marco estratégico de seguridad y defensa se incluyen el terrorismo internacional y las armas de destrucción masiva, además de los conflictos regionales, los estados fallidos, las pandemias y el crimen organizado transnacional. También se encuentran fenómenos y cuestiones de carácter transversal, relacionados entre sí y que afectan al normal funcionamiento y desarrollo de la sociedad. Al cambio climático y la competición por la energía se suman factores como la inmigración ilegal, la pobreza, la falta de gobernabilidad o la globalización.
Necesitamos un nuevo modelo propio de paz, seguridad y defensa para hacer frente a los desafíos de este siglo y preservar nuestros intereses nacionales. Tendremos que responder a cuestiones que implican una mayor complejidad e incertidumbre y menor tiempo de respuesta. Habrá que actuar en una mayor variedad de escenarios, con una participación más amplia de grupos e individuos y, sobre todo, asegurar la unidad de acción del Estado como principio fundamental, al objeto de combinar, armonizar e integrar de forma sinérgica el empleo de todos los instrumentos y recursos nacionales.
En España, la referencia para ese modelo la tenemos, fundamentalmente, en la Revisión Estratégica de Defensa de 2003, la Directiva de Defensa Nacional de 2004 y la Ley Orgánica de Defensa de 2005. El modelo debe responder a una perspectiva nacional y, también, ser coherente con la de nuestros aliados y la de los organismos internacionales de los que formamos parte.
La referencia en la Unión Europea la constituyen la Política Exterior y de Seguridad Común y su derivada, la Política Europea de Seguridad y Defensa. El compromiso de participación de España, en línea con la de los principales socios comunitarios, pasa por impulsar la cooperación estructurada permanente y mantener una adecuada participación en las iniciativas militares europeas.
El modelo incorpora cambios como el paso desde la defensa territorial a la seguridad compartida y a la defensa colectiva, con empleo de fuerzas expedicionarias integradas en organizaciones internacionales. Pasa de la defensa frente a un adversario a enfrentar el propio conflicto en sí, de unas amenazas concretas a otras múltiples, complejas e inciertas y de una disuasión estática y contundente a otra dinámica y a la medida. También, de operaciones basadas en objetivos a otras basadas en efectos, y del combate convencional a operaciones asimétricas o de carácter diverso, como las de paz o de ayuda humanitaria, en cooperación con actores de todo tipo.
Por otro lado, la legitimidad «externa» e «interna» de las misiones en el exterior son factores fundamentales a la hora de emplear nuestras Fuerzas Armadas.
España debe ser un importante actor en el sector de la seguridad y la defensa, trabajando por la paz, los derechos humanos, la democracia y la justicia social, potenciando su papel internacional mediante la acción exterior del Estado y la cooperación con los organismos internacionales y con aquellos países con los que compartimos intereses comunes, aplicando una visión global pero con un enfoque regional.
Es preciso conseguir un sustancial aumento de la conciencia y cultura de paz, seguridad y defensa de nuestra sociedad. Es importante impulsar los foros multidisciplinares de debate, investigación y difusión, como es el Ceseden, con participación de individuos, instituciones y organismos, públicos y privados.
De cara al futuro, el planeamiento ha de centrarse en la obtención de capacidades, junto con el desarrollo de la tecnología y la búsqueda de métodos de financiación acordes con los condicionantes de tiempo que afectan a los modernos sistemas operativos.
La transformación de las Fuerzas Armadas es un proceso permanente y conlleva un cambio de mentalidad del personal, que ha de capacitarse para las nuevas misiones sin menoscabo de su capacidad para el combate y, sobre todo, conservando sus valores institucionales y militares.
Lograr todo ello es nuestro reto y nuestra oportunidad.
A la finalización de la II Guerra Mundial se produjo un paréntesis que dio lugar a un nuevo orden mundial que se prolongaría durante 40 años. Este orden se basó en conceptos como la estrategia de la «respuesta flexible» de Maxwel Taylor, la teoría de la «contención» de Kennan o la «coexistencia pacífica» de Breznev. Era la bipolaridad y la Guerra Fría.
El siglo XXI inicia su andadura en medio de un paréntesis estratégico que se abrió hace 19 años con la caída del muro de Berlín. Tenemos motivos para pensar que estamos al final de ese periodo de transición y que, dejando atrás a Fukuyama, vivimos «el retorno de la historia», usando una expresión de Joschka Fischer, ex ministro de Asuntos Exteriores de Alemania.
Tras pasar por una posible unipolaridad, nos hallamos en el proceso de creación de un orden mundial que evoluciona hacia una situación de carácter multipolar y asimétrico. Este escenario está marcado por la aparición de las llamadas potencias emergentes y por la degradación de la estabilidad en ámbitos regionales. Asimismo, por el colapso de algunas estructuras estatales o la aparición de nuevas formas de organización no estatal de carácter supranacional. En plena era del conocimiento y de la globalización, asistimos a un mayor protagonismo de los organismos internacionales, en especial, de la ONU.
Se recupera una «nueva geopolítica» y se vuelve a hablar del «gran juego» con el que Kippling abordaba el comportamiento de las grandes potencias de su época. En nuestro siglo, el gran juego geopolítico podría identificarse por una rivalidad estratégica entre los grandes poderes continentales: China, Rusia e India y las grandes potencias marítimas: Estados Unidos, Unión Europea y Japón.
Sus rasgos principales pueden estar representados por el enfrentamiento en torno al dominio del triángulo euroasiático (o nueva tierra corazón de Mackinder), el Noreste de Asia e Iberoamérica y por la competitividad en la obtención de recursos mundiales, por lo que algunos consideran que estamos ante una nueva Guerra Fría en torno a la energía. La consecución de la tecnología emergente, el reconocimiento del terrorismo como amenaza común y el pragmatismo en las relaciones internacionales, son factores a los que se añade la divergente interpretación de los principios y valores de carácter universal.
Coincidiendo con este proceso de cambio, Kissinger señala tres revoluciones simultáneas: la transformación del sistema tradicional de estado en Europa, el reto del islamismo extremo a las nociones históricas de soberanía y la deriva del centro de gravedad de los asuntos internacionales desde el océano Atlántico al Pacífico e Índico.
Las relaciones de poder se encuentran a caballo entre la doctrina británica del «equilibrio de poder» que en el siglo XVIII superó «la razón de estado» de Richelieu, basada en las grandes potencias, y la teoría de la «política de poder», apuntada por Metternich, a comienzos del siglo XIX, fundamentada en el peso de las organizaciones internacionales.
Se han multiplicado los ataques terroristas. La guerra tradicional está dejando paso a las guerras asimétricas, actúan tanto sujetos estatales como no estatales y participan combatientes civiles y militares. Con frecuencia se acude a las guerras delegadas, sin respeto a las más elementales reglas admitidas por la comunidad internacional, y se pone en cuestión el papel de las organizaciones internacionales.
Entre los más relevantes riesgos y amenazas del nuevo marco estratégico de seguridad y defensa se incluyen el terrorismo internacional y las armas de destrucción masiva, además de los conflictos regionales, los estados fallidos, las pandemias y el crimen organizado transnacional. También se encuentran fenómenos y cuestiones de carácter transversal, relacionados entre sí y que afectan al normal funcionamiento y desarrollo de la sociedad. Al cambio climático y la competición por la energía se suman factores como la inmigración ilegal, la pobreza, la falta de gobernabilidad o la globalización.
Necesitamos un nuevo modelo propio de paz, seguridad y defensa para hacer frente a los desafíos de este siglo y preservar nuestros intereses nacionales. Tendremos que responder a cuestiones que implican una mayor complejidad e incertidumbre y menor tiempo de respuesta. Habrá que actuar en una mayor variedad de escenarios, con una participación más amplia de grupos e individuos y, sobre todo, asegurar la unidad de acción del Estado como principio fundamental, al objeto de combinar, armonizar e integrar de forma sinérgica el empleo de todos los instrumentos y recursos nacionales.
En España, la referencia para ese modelo la tenemos, fundamentalmente, en la Revisión Estratégica de Defensa de 2003, la Directiva de Defensa Nacional de 2004 y la Ley Orgánica de Defensa de 2005. El modelo debe responder a una perspectiva nacional y, también, ser coherente con la de nuestros aliados y la de los organismos internacionales de los que formamos parte.
La referencia en la Unión Europea la constituyen la Política Exterior y de Seguridad Común y su derivada, la Política Europea de Seguridad y Defensa. El compromiso de participación de España, en línea con la de los principales socios comunitarios, pasa por impulsar la cooperación estructurada permanente y mantener una adecuada participación en las iniciativas militares europeas.
El modelo incorpora cambios como el paso desde la defensa territorial a la seguridad compartida y a la defensa colectiva, con empleo de fuerzas expedicionarias integradas en organizaciones internacionales. Pasa de la defensa frente a un adversario a enfrentar el propio conflicto en sí, de unas amenazas concretas a otras múltiples, complejas e inciertas y de una disuasión estática y contundente a otra dinámica y a la medida. También, de operaciones basadas en objetivos a otras basadas en efectos, y del combate convencional a operaciones asimétricas o de carácter diverso, como las de paz o de ayuda humanitaria, en cooperación con actores de todo tipo.
Por otro lado, la legitimidad «externa» e «interna» de las misiones en el exterior son factores fundamentales a la hora de emplear nuestras Fuerzas Armadas.
España debe ser un importante actor en el sector de la seguridad y la defensa, trabajando por la paz, los derechos humanos, la democracia y la justicia social, potenciando su papel internacional mediante la acción exterior del Estado y la cooperación con los organismos internacionales y con aquellos países con los que compartimos intereses comunes, aplicando una visión global pero con un enfoque regional.
Es preciso conseguir un sustancial aumento de la conciencia y cultura de paz, seguridad y defensa de nuestra sociedad. Es importante impulsar los foros multidisciplinares de debate, investigación y difusión, como es el Ceseden, con participación de individuos, instituciones y organismos, públicos y privados.
De cara al futuro, el planeamiento ha de centrarse en la obtención de capacidades, junto con el desarrollo de la tecnología y la búsqueda de métodos de financiación acordes con los condicionantes de tiempo que afectan a los modernos sistemas operativos.
La transformación de las Fuerzas Armadas es un proceso permanente y conlleva un cambio de mentalidad del personal, que ha de capacitarse para las nuevas misiones sin menoscabo de su capacidad para el combate y, sobre todo, conservando sus valores institucionales y militares.
Lograr todo ello es nuestro reto y nuestra oportunidad.
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