Por Nicole Muchnik, pintora y escritora (EL PAÍS, 14/05/08):
Ruanda es un pequeño país anclado en la región de los Grandes Lagos y fronterizo con Uganda, Tanzania, la República Democrática del Congo (ex Zaire) y Burundi. Un 80% de sus ocho millones de habitantes son hutus; casi todo el resto, tutsis.
Desde el fin de los años 1980, Francia apoyaba abiertamente al presidente hutu Habyarimana, a pesar de lo que se sabía en todos los observatorios internacionales: que las Fuerzas Armadas Ruandesas (FAR), junto con las milicias hutus, estaban involucradas en una feroz represión de todos los opositores tutsis; entre ellos, la fuerte minoría tutsi exiliada en Uganda y organizada en el Frente Patriótico Ruandés (FPR).
Cuando en abril de 1994 el avión del presidente Habyarimana fue abatido en un sospechoso accidente, lo que hasta la fecha era una lucha sangrienta por el poder se convirtió en la matanza de la minoría tutsi del país.
¿Fueron Francia y su entonces presidente François Mitterrand responsables en parte de lo que se consideran los peores crímenes de guerra desde el Holocausto judío de la Segunda Guerra Mundial? ¿Participaron los servicios secretos franceses en el atentado contra Habyarimana?
A pesar del desmentido por parte de los sucesivos gobiernos franceses, no son pocos los analistas independientes, franceses o internacionales, que defienden las acusaciones contra París. Para el general canadiense Romeo Dallaire, comandante del Cuerpo de la ONU (MINUAR) en 1993-1994 -que pagó su estancia en Ruanda con 10 años de depresión clínica-, los oficiales franceses consejeros del Ejército ruandés “sabían necesariamente lo que pasaba. Estaban muy bien informados sobre los preparativos para la matanza”. Para Patrick de Saint-Exupéry, uno de los pocos que han hecho un trabajo de periodista de una ética totalmente irreprochable -completado luego por los análisis y libros de François Xavier Vershave, Jean-Paul Gouteux, Medhi Ba, Michel Sitbon, David Servenay y Gabriel Périès, y el serio trabajo de la revista La Nuit Rwandaise-, “los oficiales franceses formaron a los asesinos para el genocidio. Enseñaron estrategias y tácticas al Ejército ruandés”.
El general Dallaire va más lejos: “Unos días después del asesinato del presidente Habyarimana, vimos en acción a soldados europeos vistiendo uniformes del Ejército ruandés. Había muchos militares franceses en el Estado Mayor del Ejército ruandés y, en particular, en la Guardia Presidencial. ¡Y se quedaron hasta el final!”. En la película Kigali, todos los interlocutores del periodista J. C. Klotz afirman que, deliberadamente, los militares franceses hicieron oídos sordos a las llamadas desesperadas de los tutsis.
Para Linda Melvern, autora de un estudio sobre el exterminio, “el genocidio fue perfectamente planificado. Es difícil creer que la preparación técnica de las matanzas, para las cuales fue necesaria la compra de miles de machetes, no llamara la atención de los 47 oficiales franceses de rango superior incrustados en ese momento dentro del Ejército ruandés y bajo las órdenes directas del Gobierno francés”.
Según la Rwanda News Agency (enero de 2008), dos documentos secretos han salido de los archivos del Ministerio de Defensa francés. En el primero, el coronel Poncet, encargado de la evacuación de los franceses residentes en Ruanda, recomienda “no enseñar a los medios de comunicación a soldados franceses absteniéndose de poner fin a las matanzas de las que son testigos”. En el segundo, el coronel Cussac confirma que “en el Ejército francés se sabía desde el 8 de abril de 1994 que las matanzas tenían a los tutsis como blanco”. Georges Kapler, enviado por la Comisión Ciudadana de Investigación (CEC) para interrogar a los sobrevivientes, descubre, a medida que los testigos oculares van hablando, la implicación directa de soldados franceses en los acontecimientos, y concluye que le es “imposible no considerar la hipótesis según la cual este país de los derechos humanos (Francia) no sólo habría facilitado, sino concebido, el plan de exterminio”. La CEC aportó también informaciones espeluznantes sobre lo que pasó en la “Zona Humanitaria segura” bajo control francés.
¿Queda alguna duda sobre la naturaleza real de la “guerra” de Ruanda? Es extremadamente penoso aceptar la idea de que, lo que se llama hoy un “genocidio reconocido de notoriedad pública”, según el Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR) -y no una guerra por el poder entre fracciones tribales-, haya implicado como testigo y/o como actor a una sólida democracia europea, en este caso, Francia.
“Nadie puede cuestionar que en 1994 hubo una masiva campaña enfocada a destruir el conjunto o por lo menos gran parte del pueblo tutsi de Ruanda”, dice el TPIR. “No se puede conocer el número de víctimas, pero los tutsis en su inmensa mayoría han sido matados, violados o dañados en su integridad física o mental. El genocidio ruandés es un hecho que se inscribe en la historia del mundo”.
Escribe Tony Judt en The New York Review of Books: “El problema no es la descripción (de los horrores del siglo XX), sino el mensaje según el cual todo eso queda ya detrás de nosotros y que ahora sólo nos queda avanzar, sin más trabas y aliviados de los errores del pasado, hacia una época mejor y diferente”. Pues, adelante.
Ruanda es un pequeño país anclado en la región de los Grandes Lagos y fronterizo con Uganda, Tanzania, la República Democrática del Congo (ex Zaire) y Burundi. Un 80% de sus ocho millones de habitantes son hutus; casi todo el resto, tutsis.
Desde el fin de los años 1980, Francia apoyaba abiertamente al presidente hutu Habyarimana, a pesar de lo que se sabía en todos los observatorios internacionales: que las Fuerzas Armadas Ruandesas (FAR), junto con las milicias hutus, estaban involucradas en una feroz represión de todos los opositores tutsis; entre ellos, la fuerte minoría tutsi exiliada en Uganda y organizada en el Frente Patriótico Ruandés (FPR).
Cuando en abril de 1994 el avión del presidente Habyarimana fue abatido en un sospechoso accidente, lo que hasta la fecha era una lucha sangrienta por el poder se convirtió en la matanza de la minoría tutsi del país.
¿Fueron Francia y su entonces presidente François Mitterrand responsables en parte de lo que se consideran los peores crímenes de guerra desde el Holocausto judío de la Segunda Guerra Mundial? ¿Participaron los servicios secretos franceses en el atentado contra Habyarimana?
A pesar del desmentido por parte de los sucesivos gobiernos franceses, no son pocos los analistas independientes, franceses o internacionales, que defienden las acusaciones contra París. Para el general canadiense Romeo Dallaire, comandante del Cuerpo de la ONU (MINUAR) en 1993-1994 -que pagó su estancia en Ruanda con 10 años de depresión clínica-, los oficiales franceses consejeros del Ejército ruandés “sabían necesariamente lo que pasaba. Estaban muy bien informados sobre los preparativos para la matanza”. Para Patrick de Saint-Exupéry, uno de los pocos que han hecho un trabajo de periodista de una ética totalmente irreprochable -completado luego por los análisis y libros de François Xavier Vershave, Jean-Paul Gouteux, Medhi Ba, Michel Sitbon, David Servenay y Gabriel Périès, y el serio trabajo de la revista La Nuit Rwandaise-, “los oficiales franceses formaron a los asesinos para el genocidio. Enseñaron estrategias y tácticas al Ejército ruandés”.
El general Dallaire va más lejos: “Unos días después del asesinato del presidente Habyarimana, vimos en acción a soldados europeos vistiendo uniformes del Ejército ruandés. Había muchos militares franceses en el Estado Mayor del Ejército ruandés y, en particular, en la Guardia Presidencial. ¡Y se quedaron hasta el final!”. En la película Kigali, todos los interlocutores del periodista J. C. Klotz afirman que, deliberadamente, los militares franceses hicieron oídos sordos a las llamadas desesperadas de los tutsis.
Para Linda Melvern, autora de un estudio sobre el exterminio, “el genocidio fue perfectamente planificado. Es difícil creer que la preparación técnica de las matanzas, para las cuales fue necesaria la compra de miles de machetes, no llamara la atención de los 47 oficiales franceses de rango superior incrustados en ese momento dentro del Ejército ruandés y bajo las órdenes directas del Gobierno francés”.
Según la Rwanda News Agency (enero de 2008), dos documentos secretos han salido de los archivos del Ministerio de Defensa francés. En el primero, el coronel Poncet, encargado de la evacuación de los franceses residentes en Ruanda, recomienda “no enseñar a los medios de comunicación a soldados franceses absteniéndose de poner fin a las matanzas de las que son testigos”. En el segundo, el coronel Cussac confirma que “en el Ejército francés se sabía desde el 8 de abril de 1994 que las matanzas tenían a los tutsis como blanco”. Georges Kapler, enviado por la Comisión Ciudadana de Investigación (CEC) para interrogar a los sobrevivientes, descubre, a medida que los testigos oculares van hablando, la implicación directa de soldados franceses en los acontecimientos, y concluye que le es “imposible no considerar la hipótesis según la cual este país de los derechos humanos (Francia) no sólo habría facilitado, sino concebido, el plan de exterminio”. La CEC aportó también informaciones espeluznantes sobre lo que pasó en la “Zona Humanitaria segura” bajo control francés.
¿Queda alguna duda sobre la naturaleza real de la “guerra” de Ruanda? Es extremadamente penoso aceptar la idea de que, lo que se llama hoy un “genocidio reconocido de notoriedad pública”, según el Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR) -y no una guerra por el poder entre fracciones tribales-, haya implicado como testigo y/o como actor a una sólida democracia europea, en este caso, Francia.
“Nadie puede cuestionar que en 1994 hubo una masiva campaña enfocada a destruir el conjunto o por lo menos gran parte del pueblo tutsi de Ruanda”, dice el TPIR. “No se puede conocer el número de víctimas, pero los tutsis en su inmensa mayoría han sido matados, violados o dañados en su integridad física o mental. El genocidio ruandés es un hecho que se inscribe en la historia del mundo”.
Escribe Tony Judt en The New York Review of Books: “El problema no es la descripción (de los horrores del siglo XX), sino el mensaje según el cual todo eso queda ya detrás de nosotros y que ahora sólo nos queda avanzar, sin más trabas y aliviados de los errores del pasado, hacia una época mejor y diferente”. Pues, adelante.
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