jueves, mayo 08, 2008

Los mejores y peores días de América Latina

Por Jorge Castañeda, ex secretario de Relaciones Exteriores de México y profesor de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York (EL PAÍS, 07/05/08):

La región latinoamericana se encuentra hoy en uno de sus mejores y peores momentos. De esta contradicción se desprende la grave división y la creciente crisis política que la agobian.

El mejor momento: hace por lo menos tres decenios que las economías iberoamericanas no alcanzaban las tasas de crecimiento de los últimos cinco años. Gracias a políticas “macro” sensatas, y también, por supuesto, a los elevadísimos precios de los commodities -cobre, hierro, soja, petróleo…- la expansión económica ha sido larga, sin inflación ni desequilibrios externos, hasta ahora. Todo esto ha generado una reducción innegable de la pobreza, una pequeña pero alentadora merma a la desigualdad, y, sobre todo, una expansión notable de la clase media baja hasta en países como México y Brasil.

En lo político, la evolución ha sido igualmente positiva. Las transiciones a la democracia de los años ochenta han resultado ser duraderas y profundas. Con la excepción del régimen de Cuba y de las FARC en Colombia, todos los actores políticos de la región compiten por el poder vía las urnas: incluso Hugo Chávez acepta sus derrotas en las mismas. El respeto a los derechos humanos, imperfecto por supuesto, es mayor que nunca, y la eficacia y repercusión de las denuncias a sus violaciones también. América Latina importa menos en el mundo, porque genera menos problemas; su vitalidad cultural se encuentra intacta, más extendida y menos espectacular.

¿Por qué entonces el subcontinente se encuentra enfrascado en más conflictos diplomáticos, políticos, sociales y de delincuencia que en cualquier otro momento de la historia reciente? En efecto, de sur a norte, atestiguamos una extrema polarización política en México, que ha paralizado cámaras legislativas y arterias de la capital; el diferendo antiguo pero agudizado, entre Nicaragua y Colombia por la isla de San Andrés y los límites marinos (ya presentado ante la Corte Internacional de Justicia -CIJ-); el que impera con una creciente animosidad entre Venezuela y Colombia, en todos los ámbitos; el pleito fronterizo, personal y militar entre Colombia y Ecuador; el conflicto armado en Colombia sigue cobrando vidas a gran escala; el inminente cierre de las chavistas Casas del Alba en Perú; el litigio de límites marinos entre Perú y Chile (también ya ante la CIJ); la extrema tensión, a causa de varios referendos, entre las provincias orientales de Bolivia y el Altiplano, y las divergencias sobre suministro de energía entre ese país, Argentina y Brasil, sin omitir, desde luego, el diferendo ancestral entre Chile y Bolivia sobre el acceso al mar. Si agregamos el reciente paro del campo en Argentina, la reacción feroz de los cripto-piqueteros kirchneristas (Luis d’Elía: “Lo único que me mueve es el odio contra la puta oligarquía… Tengo un odio visceral contra los blancos del Barrio Norte”) y el aquelarre incomprensible (también llevado a la CIJ) entre Uruguay y Argentina por la papelera en la República Oriental y el cierre fronterizo en Gualeyguachu, comprobamos una retahíla insólita de líos. ¿A qué se debe?

Se antojan múltiples factores explicativos. Podemos, sin embargo, centrarnos en uno, que, sin ser suficiente, es necesario y primordial. América Latina se encuentra hoy escindida en dos bandos: uno, el que bajo la afinidad con o férula de -según la óptica- el llamado Consenso de Washington, sigue el camino de la democracia representativa -con todos sus bemoles- de la economía de mercado y la globalización -con sus insuficiencias irrefutables-, de relaciones cordiales, aunque no desprovistas de desacuerdos, con Estados Unidos, y que incluye a México, República Dominicana, Costa Rica y Panamá, Colombia, Perú, Chile, Uruguay y Brasil; y otro, del proverbial “eje del bien” (o “del mal”, de nuevo según la óptica), estatista, globalifóbico, preso de tentaciones autoritarias y/o de democracia “participativa”, antiamericano y convencido de que “otro mundo es posible”, regenteado por La Habana y Chávez (ya que la supervivencia del segundo representa un asunto de vida o muerte para el Gobierno isleño), y con antenas importantes, dentro y fuera del poder, en México (López Obrador y el PRD), El Salvador (el FMLN), Nicaragua, Colombia (las FARC y parte del Polo Democrático), Ecuador, Bolivia, Argentina, y ahora, muy probablemente Paraguay. Ninguno de los dos bandos es químicamente puro: abundan fuerzas del primero en el seno del segundo, y muchos gobiernos de ese primer grupo se ven asediados por fuerzas financiadas y organizadas, por gobiernos del segundo. Más aún, algunos países, sobre todo la Argentina y en menor medida Guatemala, oscilan entre un bando y otro.

Existe, sin embargo, una asimetría fundamental entre ambos bandos. Los partidarios y adeptos de la ortodoxia macroeconómica, de la democracia antes llamada burguesa y del entendimiento con Washington, incluso gobernado por Bush, son timoratos, introvertidos y cautelosos al extremo; no fue ninguna casualidad que quien le espetara a Chávez “¡Por qué no te callas!”, fue Juan Carlos I, no Calderón, ni Uribe, García, Bachelet, Vázquez, o Lula. Mientras que el otro lado posee, desde años atrás, una estrategia, y de manera mucho más reciente, los medios para ponerla en práctica. He aquí el quid del asunto.

El conglomerado en cuestión hoy cuenta con la capacidad de realizar el añejo sueño del Che Guevara: no “uno, dos, muchos Vietnams”, sino uno, dos muchos Venezuelas, en el sentido de conquistar el poder vía las urnas, de conservarlo, transformarlo y concentrarlo vía la modificación constitucional y la creación de milicias armadas y partidos monolíticos, todo ello financiado por el petrolero de PDVSA, defendido y promovido por cuadros de seguridad cubanos, alentado por políticas sociales a largo plazo equivocadas pero a corto plazo seductoras, llevadas al terreno por médicos, maestros e instructores cubanos, respaldados, en la teoría y cada vez más en la práctica, por las armas rusas suministradas a Caracas.

Más que nada, este bando cuenta con una narrativa convincente. Ante la persistencia de la pobreza y la desigualdad, la recurrente agresión y/o descuido norteamericanos, la mezquindad del empresariado y la corrupción e incompetencia de los gobiernos anteriores, la alternativa bolivariana aparece como soñada. Se entregan servicios de educación y salud a los más pobres a través de las llamadas misiones y de los cuadros cubanos; se obtienen fondos para pagarlos ya sea nacionalizando empresas de recursos naturales (Venezuela, Bolivia), ya sea cobrando rentas o impuestos más elevados por servicios o exportaciones (Ecuador, con la telefonía y el petróleo; Paraguay, con la electricidad). Se imponen -amenaza de expropiación me-diante- reducciones de precios de productos de consumo popular (cemento, varilla, harina, pan, bebidas, etcétera). Es decir, la narrativa ofrece un diagnóstico intolerable y propone una solución alcanzable. Dentro de su simplismo, pero en democracia (a diferencia de la época del Che y de las guerrillas urbi et orbi en América Latina) y con acceso a medios, partidos, y sindicatos, el mensaje funciona. Es falso, pero verosímil y asimilable. Al otro bando, aun si poseyera un discurso equivalente, le aterra pronunciarlo.

En este esquema, la joya de la corona es Colombia. Los cubanos son demasiado inteligentes para creer que países como México o Brasil puedan caber dentro del Plan Estratégico de las FARC en las famosas computadoras; se dan por bien servidos con que Calderón y Lula sean sus amigos o cómplices, no en sustituirlos con aliados incondicionales (izquierda del PT, López Obrador). Argentina y Perú son objetos codiciados, pero en ninguno de los dos casos disponen de quintas columnas fieles y poderosas. Pero en Colombia, a pesar de la supuesta distancia de las FARC con La Habana y de la reticencia de parte del Polo Democrático de ser correa de transmisión de Chávez, cuentan con la ausencia de un sucesor viable de Uribe, para transformar la elección de 2010 en un hito. Por eso, todo va encaminado a Colombia: las negociaciones para liberar a los rehenes, el apoyo y búsqueda de reconocimiento para las FARC, la promoción internacional de figuras como Piedad Córdoba, las negociaciones entre Uribe y el ELN en Cuba.

En los meses que vienen, veremos cómo esta estrategia se despliega, con reveses y aciertos, llenando el vacío dejado por el otro bando. Y comprobaremos, por desgracia, cómo los conflictos de la región, proliferarán y se acentuarán. Y cómo, por último, estos mejores días de América pueden rápidamente virar en una nueva debacle, si no se hace nada para evitarlo.

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