Por Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París (LA VANGUARDIA, 10/05/08):
Con ocasión del primer aniversario de la elección de Nicolas Sarkozy para la presidencia francesa, ¿qué balance cabe extraer de su política?
El rasgo más espectacular se refiere indudablemente a la mejora de las relaciones con Estados Unidos. En este sentido, se ha cumplido el objetivo preferente de Sarkozy. Resta por conocer si Francia obtendrá el beneficio esperado. Las relaciones franco-estadounidenses se habían degradado notablemente a raíz de la oposición de Jacques Chirac a la guerra de Iraq, aunque este último había procedido a una reconciliación con Washington desde el 2005. París y Washington colaboraron estrechamente en los temas de Irán, Líbano o Afganistán. A Chirac se le demonizó en EE. UU. Sarkozy ha optado por gestos espectaculares: vacaciones estivales en EE. UU., picnic en el rancho de Bush, discurso ante el Congreso, y refuerzo de las tropas francesas en Afganistán y voluntad de reintegración de Francia en la OTAN.
Algunos se han sorprendido de que Sarkozy haya optado por aproximarse a Bush cuando este está desacreditado, incluso en Estados Unidos. Pero Nicolas Sarkozy ha apostado por “comprar a la baja” juzgando que sus gestos espectaculares pueden granjearle popularidad en su país y entre los responsables políticos estadounidenses.
Francia participaba ya en la mayoría de los comités militares de la OTAN; su reintegración plena, por tanto, es básicamente simbólica. Pero en diplomacia los símbolos cuentan. Sería menester obtener de Washington concesiones palpables sobre la defensa europea. Ya no bastarán simples promesas verbales estadounidenses. Sobre Afganistán, es innegable el riesgo de hundirse en el cenagal. ¿Resultará que es necesario un refuerzo de la presencia francesa - cuando se evocó su retirada en la campaña electoral francesa- sin garantías sobre la estrategia que aplicará EE. UU. y que por ahora ha fracasado?
La máxima puntuación de Nicolas Sarkozy, en todo caso, se ha registrado en la cuestión de la construcción europea. Desde el fracaso del referéndum de mayo del 2005 existía un bloqueo institucional que pudo desencallarse merced a la adopción de un minitratado. Es posible que Sarkozy haya irritado a algunos de sus homólogos. Las capitales europeas han podido juzgar que el dinamismo del que hacía gala París era una forma de llevar el agua a su molino, se tratara del tratado de Lisboa, la liberación de las enfermeras búlgaras encarceladas en Libia o el proyecto de una Unión Mediterránea.
Sobre África, el balance se suaviza. Se acoge negativamente la política de inmigración de Francia. El asunto de El Arca de Zoé - aunque el Gobierno no haya tenido implicación alguna- ha hecho estragos en la opinión pública africana en general.
En Oriente Medio, Sarkozy se reafirma como amigo de Israel, aunque a decir verdad ningún presidente se ha presentado como enemigo del Estado hebreo. La diferencia estriba en que Sarkozy es positivamente apreciado en Israel, lo que no ocurría con Chirac. No ha dejado de manifestar, de todos modos, el carácter capital del conflicto palestino-israelí, circunstancia que no suele darse en los incondicionales de Israel. Francia, sin embargo, se mostrará menos emprendedora y dinámica en la cuestión palestina y no presionará a Israel. Europa y el mundo occidental ya no tendrán tanto a Francia como abogada de la causa palestina. Sarkozy, sin embargo, pretende mantener buenas relaciones, sobre todo comerciales, con los países árabes. Rusos y chinos temían un cuestionamiento de las buenas relaciones que mantenían con Francia, a la vista de las declaraciones de campaña de Sarkozy. Tales relaciones apenas han cambiado.
La diferencia más significativa entre las declaraciones de campaña y la política del presidente se aprecia en el capítulo de los derechos humanos. En campaña, Sarkozy recalcó que sería el presidente de los derechos humanos, que nunca sacrificaría en aras de los intereses de Francia. Censuraba la política excesivamente comercial de Francia. Pero, una vez elegido, no hemos visto ninguna ruptura, sino una gran continuidad. El candidato cedió con excesiva facilidad a las tentaciones de significarse en este sentido y pesó sin duda el espejismo de poder llamar a capítulo a los países del Sur sobre la cuestión de la democracia. Un presidente no es el responsable de una ONG y el Sur, a su vez, suele reprochar a los países occidentales su geometría variable sobre los derechos humanos. Sarkozy prefiere abordar cuestiones emblemáticas - las enfermeras búlgaras, Ingrid Betancourt- importantes desde el punto de vista humano pero que no definen por sí solas una política de derechos humanos.
Sarkozy reivindica la pertenencia de Francia al mundo occidental. Y convendría preguntarse por la idea de las relaciones internacionales que ello implica. ¿Visión multilateral o voluntad de dominio, por más que revestida de un discurso sobre la exportación de valores? Es evidente que la respuesta variará según McCain u Obama ganen en EE. UU. A partir de entonces, ¿no le interesaría a Francia mantener márgenes de maniobra autónomos?
Con ocasión del primer aniversario de la elección de Nicolas Sarkozy para la presidencia francesa, ¿qué balance cabe extraer de su política?
El rasgo más espectacular se refiere indudablemente a la mejora de las relaciones con Estados Unidos. En este sentido, se ha cumplido el objetivo preferente de Sarkozy. Resta por conocer si Francia obtendrá el beneficio esperado. Las relaciones franco-estadounidenses se habían degradado notablemente a raíz de la oposición de Jacques Chirac a la guerra de Iraq, aunque este último había procedido a una reconciliación con Washington desde el 2005. París y Washington colaboraron estrechamente en los temas de Irán, Líbano o Afganistán. A Chirac se le demonizó en EE. UU. Sarkozy ha optado por gestos espectaculares: vacaciones estivales en EE. UU., picnic en el rancho de Bush, discurso ante el Congreso, y refuerzo de las tropas francesas en Afganistán y voluntad de reintegración de Francia en la OTAN.
Algunos se han sorprendido de que Sarkozy haya optado por aproximarse a Bush cuando este está desacreditado, incluso en Estados Unidos. Pero Nicolas Sarkozy ha apostado por “comprar a la baja” juzgando que sus gestos espectaculares pueden granjearle popularidad en su país y entre los responsables políticos estadounidenses.
Francia participaba ya en la mayoría de los comités militares de la OTAN; su reintegración plena, por tanto, es básicamente simbólica. Pero en diplomacia los símbolos cuentan. Sería menester obtener de Washington concesiones palpables sobre la defensa europea. Ya no bastarán simples promesas verbales estadounidenses. Sobre Afganistán, es innegable el riesgo de hundirse en el cenagal. ¿Resultará que es necesario un refuerzo de la presencia francesa - cuando se evocó su retirada en la campaña electoral francesa- sin garantías sobre la estrategia que aplicará EE. UU. y que por ahora ha fracasado?
La máxima puntuación de Nicolas Sarkozy, en todo caso, se ha registrado en la cuestión de la construcción europea. Desde el fracaso del referéndum de mayo del 2005 existía un bloqueo institucional que pudo desencallarse merced a la adopción de un minitratado. Es posible que Sarkozy haya irritado a algunos de sus homólogos. Las capitales europeas han podido juzgar que el dinamismo del que hacía gala París era una forma de llevar el agua a su molino, se tratara del tratado de Lisboa, la liberación de las enfermeras búlgaras encarceladas en Libia o el proyecto de una Unión Mediterránea.
Sobre África, el balance se suaviza. Se acoge negativamente la política de inmigración de Francia. El asunto de El Arca de Zoé - aunque el Gobierno no haya tenido implicación alguna- ha hecho estragos en la opinión pública africana en general.
En Oriente Medio, Sarkozy se reafirma como amigo de Israel, aunque a decir verdad ningún presidente se ha presentado como enemigo del Estado hebreo. La diferencia estriba en que Sarkozy es positivamente apreciado en Israel, lo que no ocurría con Chirac. No ha dejado de manifestar, de todos modos, el carácter capital del conflicto palestino-israelí, circunstancia que no suele darse en los incondicionales de Israel. Francia, sin embargo, se mostrará menos emprendedora y dinámica en la cuestión palestina y no presionará a Israel. Europa y el mundo occidental ya no tendrán tanto a Francia como abogada de la causa palestina. Sarkozy, sin embargo, pretende mantener buenas relaciones, sobre todo comerciales, con los países árabes. Rusos y chinos temían un cuestionamiento de las buenas relaciones que mantenían con Francia, a la vista de las declaraciones de campaña de Sarkozy. Tales relaciones apenas han cambiado.
La diferencia más significativa entre las declaraciones de campaña y la política del presidente se aprecia en el capítulo de los derechos humanos. En campaña, Sarkozy recalcó que sería el presidente de los derechos humanos, que nunca sacrificaría en aras de los intereses de Francia. Censuraba la política excesivamente comercial de Francia. Pero, una vez elegido, no hemos visto ninguna ruptura, sino una gran continuidad. El candidato cedió con excesiva facilidad a las tentaciones de significarse en este sentido y pesó sin duda el espejismo de poder llamar a capítulo a los países del Sur sobre la cuestión de la democracia. Un presidente no es el responsable de una ONG y el Sur, a su vez, suele reprochar a los países occidentales su geometría variable sobre los derechos humanos. Sarkozy prefiere abordar cuestiones emblemáticas - las enfermeras búlgaras, Ingrid Betancourt- importantes desde el punto de vista humano pero que no definen por sí solas una política de derechos humanos.
Sarkozy reivindica la pertenencia de Francia al mundo occidental. Y convendría preguntarse por la idea de las relaciones internacionales que ello implica. ¿Visión multilateral o voluntad de dominio, por más que revestida de un discurso sobre la exportación de valores? Es evidente que la respuesta variará según McCain u Obama ganen en EE. UU. A partir de entonces, ¿no le interesaría a Francia mantener márgenes de maniobra autónomos?
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