Por LLUÍS BASSETS (El País.com, 01/05/2008)
El reverendo Jeremiah Wright es uno de los personajes destacados de Sueños de mi padre, la autobiografía seminovelada de Barack Obama, publicada en 1995, que llegó a best-seller mucho antes de que el senador por Illinois se convirtiera en una estrella política en ascenso. Obama esboza un pequeño retrato del pastor actualmente jubilado de la Iglesia Unida de la Trinidad de Cristo de Chicago: "Hijo de un ministro baptista [que] resistió la vocación paterna al principio, se apuntó en los marines al salir del college, y flirteó con la bebida, el islam y el nacionalismo negro en los años 60", antes de sentar cabeza en la universidad, "donde aprendió hebreo y griego, leyó a Tillich y Niebuhr y a los teólogos de la liberación negros". Wright y Obama, a pesar de los 20 años de diferencia que les separan, vienen del mismo mundo: la izquierda nacionalista negra, que se refugia en las iglesias comunitarias como alternativa al fracaso de los Panteras Negras y cultiva el mito del pasado y las raíces africanas.
En el segundo libro de Obama La audacia de esperar, el pastor Wright merece una única y breve mención en el epílogo, justo para reconocer que el título del libro es una frase entresacada de uno de sus sermones, y representa "lo mejor del espíritu americano". Antes de acuñar su Yes we can (Sí, se puede), el lema político de Obama era esa audacity of hope. Cuando se publicó hace dos años, como presentación ideológica y programática antes de su participación en la carrera presidencial, muy pocos sabían de la existencia de este reverendo histrión, tan verborreico y extremista. Y el editor del libro debió considerar la mención tan marginal que ni siquiera recogió su nombre en el índice onomástico.
La fe religiosa de los norteamericanos queda muy lejos del ángulo de visión de los europeos. Obama se define como "cristiano y escéptico". La religión tiene que ver con el sentido de pertenencia a una tradición y a una comunidad, es decir, a una identidad. Que se traduce en valores morales, puntos de vista políticos, y al final, en opciones electorales. Puede funcionar también como un espectáculo participativo, que entretiene y conforta, e incluso proporciona una experiencia de gran intensidad anímica, sobre todo cuando se da en las megaiglesias o con el directo en televisión. Así explica Wright cómo funciona en su congregación: "Vengo de una tradición religiosa donde gritamos en la iglesia y nos manifestamos en el piquete de huelga. La experiencia religiosa negra es distinta. Hacemos las cosas de otra forma". En las iglesias negras los cánticos pueden llevar a escenas de trance e histeria sagrada, prácticas muy propias de las tendencias carismáticas y pentecostalistas, que incluyen la eventualidad de milagros, don de lenguas, profecías o visiones y que pertenecen, de hecho, a un acervo americano del que participan incluso los católicos. Según una reciente encuesta del Pew Research Center, más de la mitad de los católicos hispanos, un 54%, se identifican con estas experiencias sobrenaturales, en comparación con sólo el 12% de los blancos católicos.
Pero a la vez, fe y religión funcionan también como productos comerciales, objeto de shopping y de oscilaciones según las reglas de la oferta y la demanda del auténtico Dios americano. Como en el mercado, estas adscripciones religiosas son de entrada y salida, e incluso pueden solaparse y convertirse en sincréticas. El criterio final más importante es el pragmático: que funcionen. La religión se aleja cada vez más de la teología y se convierte en autoayuda, para individuos o para comunidades, algo que hoy en día incluso interesa en Roma.
Obama no puede despegarse de un día para otro de todo lo que significa la iglesia en la que ha crecido como dirigente comunitario y político, y que le ha proporcionado el impulso para llegar al Senado y ahora situarse a un paso de la batalla final por la presidencia. Pero el pastor que le apacentó sostiene unas ideas, las mismas que hace 20 años, que son la negación de las que Obama defiende ahora. Lo que éste quiere unir, Wright quiere mantenerlo separado. Para el reverendo, desde la esclavitud negra y el racismo, pasando por el lanzamiento de las bombas nucleares sobre Japón, hasta la guerra de Irak, todo entra en el mismo saco de crueldad arrogante, que jamás observa fallo en su propia actuación ni pide disculpas por sus errores. Es imposible sintetizar mejor el ideario del perfecto enemigo de Estados Unidos. El sida es un invento blanco para exterminar a los negros. El líder de la nación del Islam, antisemita notorio, Louis Farrakhan, es un héroe del siglo XX y del XXI. Los atentados del 11-S fueron el castigo merecido por el terrorismo de Estado practicado durante años.
Wright ha sacudido la campaña electoral como un zombi incordiante que llega del pasado para intentar una nueva vida, pero quitándosela a Obama. Y es muy posible que lo esté consiguiendo, ante la calculada prudencia de Hillary Clinton y John McCain, que no quieren aprovecharlo para hacer más sangre. Sobre todo para no quedar salpicados.
El reverendo Jeremiah Wright es uno de los personajes destacados de Sueños de mi padre, la autobiografía seminovelada de Barack Obama, publicada en 1995, que llegó a best-seller mucho antes de que el senador por Illinois se convirtiera en una estrella política en ascenso. Obama esboza un pequeño retrato del pastor actualmente jubilado de la Iglesia Unida de la Trinidad de Cristo de Chicago: "Hijo de un ministro baptista [que] resistió la vocación paterna al principio, se apuntó en los marines al salir del college, y flirteó con la bebida, el islam y el nacionalismo negro en los años 60", antes de sentar cabeza en la universidad, "donde aprendió hebreo y griego, leyó a Tillich y Niebuhr y a los teólogos de la liberación negros". Wright y Obama, a pesar de los 20 años de diferencia que les separan, vienen del mismo mundo: la izquierda nacionalista negra, que se refugia en las iglesias comunitarias como alternativa al fracaso de los Panteras Negras y cultiva el mito del pasado y las raíces africanas.
En el segundo libro de Obama La audacia de esperar, el pastor Wright merece una única y breve mención en el epílogo, justo para reconocer que el título del libro es una frase entresacada de uno de sus sermones, y representa "lo mejor del espíritu americano". Antes de acuñar su Yes we can (Sí, se puede), el lema político de Obama era esa audacity of hope. Cuando se publicó hace dos años, como presentación ideológica y programática antes de su participación en la carrera presidencial, muy pocos sabían de la existencia de este reverendo histrión, tan verborreico y extremista. Y el editor del libro debió considerar la mención tan marginal que ni siquiera recogió su nombre en el índice onomástico.
La fe religiosa de los norteamericanos queda muy lejos del ángulo de visión de los europeos. Obama se define como "cristiano y escéptico". La religión tiene que ver con el sentido de pertenencia a una tradición y a una comunidad, es decir, a una identidad. Que se traduce en valores morales, puntos de vista políticos, y al final, en opciones electorales. Puede funcionar también como un espectáculo participativo, que entretiene y conforta, e incluso proporciona una experiencia de gran intensidad anímica, sobre todo cuando se da en las megaiglesias o con el directo en televisión. Así explica Wright cómo funciona en su congregación: "Vengo de una tradición religiosa donde gritamos en la iglesia y nos manifestamos en el piquete de huelga. La experiencia religiosa negra es distinta. Hacemos las cosas de otra forma". En las iglesias negras los cánticos pueden llevar a escenas de trance e histeria sagrada, prácticas muy propias de las tendencias carismáticas y pentecostalistas, que incluyen la eventualidad de milagros, don de lenguas, profecías o visiones y que pertenecen, de hecho, a un acervo americano del que participan incluso los católicos. Según una reciente encuesta del Pew Research Center, más de la mitad de los católicos hispanos, un 54%, se identifican con estas experiencias sobrenaturales, en comparación con sólo el 12% de los blancos católicos.
Pero a la vez, fe y religión funcionan también como productos comerciales, objeto de shopping y de oscilaciones según las reglas de la oferta y la demanda del auténtico Dios americano. Como en el mercado, estas adscripciones religiosas son de entrada y salida, e incluso pueden solaparse y convertirse en sincréticas. El criterio final más importante es el pragmático: que funcionen. La religión se aleja cada vez más de la teología y se convierte en autoayuda, para individuos o para comunidades, algo que hoy en día incluso interesa en Roma.
Obama no puede despegarse de un día para otro de todo lo que significa la iglesia en la que ha crecido como dirigente comunitario y político, y que le ha proporcionado el impulso para llegar al Senado y ahora situarse a un paso de la batalla final por la presidencia. Pero el pastor que le apacentó sostiene unas ideas, las mismas que hace 20 años, que son la negación de las que Obama defiende ahora. Lo que éste quiere unir, Wright quiere mantenerlo separado. Para el reverendo, desde la esclavitud negra y el racismo, pasando por el lanzamiento de las bombas nucleares sobre Japón, hasta la guerra de Irak, todo entra en el mismo saco de crueldad arrogante, que jamás observa fallo en su propia actuación ni pide disculpas por sus errores. Es imposible sintetizar mejor el ideario del perfecto enemigo de Estados Unidos. El sida es un invento blanco para exterminar a los negros. El líder de la nación del Islam, antisemita notorio, Louis Farrakhan, es un héroe del siglo XX y del XXI. Los atentados del 11-S fueron el castigo merecido por el terrorismo de Estado practicado durante años.
Wright ha sacudido la campaña electoral como un zombi incordiante que llega del pasado para intentar una nueva vida, pero quitándosela a Obama. Y es muy posible que lo esté consiguiendo, ante la calculada prudencia de Hillary Clinton y John McCain, que no quieren aprovecharlo para hacer más sangre. Sobre todo para no quedar salpicados.
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