Por Gonzalo Fanjul, coordinador de investigaciones de Intermón Oxfam (EL PAÍS, 05/05/08):
Desde hace semanas, los habitantes de los barrios más pobres de Puerto Príncipe y de otras poblaciones haitianas salen a la calle para protestar por el precio de los alimentos. Las protestas son de tal calibre que han conseguido lo que antes sólo habían logrado las asonadas militares: forzar la renuncia de un primer ministro. La opinión pública internacional exige medidas para proteger a Haití y a otros muchos países pobres de una crisis alimentaria inminente, y se suceden las iniciativas para acelerar la provisión de alimentos y atender la emergencia humanitaria. Son medidas urgentes e imprescindibles, pero no deben esconder el debate sobre las causas de esta situación. ¿Qué lecciones podemos aprender de esta crisis para no cometer los mismos errores en el futuro? Les propongo tres.
Lección número uno: no dejes de producir alimentos si no eres capaz de comprárselos a otros. Haití se enfrenta hoy a una carestía estructural de arroz, pero hace sólo 20 años sus campesinos eran capaces de producir todo el arroz que consumía la población nacional a un precio razonable. ¿Qué se torció? En 1995, el FMI y el Banco Mundial “sugirieron” la aplicación de un plan de liberalización comercial rápida. Y cuando dicen “rápida” se refieren exactamente a eso: en pocos meses los aranceles a la importación se desplomaron del 50% al 3%, lo que abrió la puerta a una avalancha de arroz subsidiado procedente de los Estados Unidos. Los precios locales disminuyeron levemente, pero en pocos años la producción nacional se desplomó, dejando al país en manos del mercado exterior. Hoy Haití importa un 80% del arroz que consume, y los precios internos se han multiplicado por dos.
Lo lamentable es que este caso es una plantilla del modo en que han operado los mercados agrarios internacionales durante los últimos 30 años: liberalización unilateral de los países más pobres, exportación masiva de productos subsidiados por parte de los países ricos y un sector rural abandonado por donantes internacionales y gobiernos locales. Para países que no cuentan con las divisas para comprar en los mercados internacionales, la dependencia alimentaria absoluta se ha convertido en una ruleta rusa de consecuencias imprevisibles.
Lección número dos: no dejes la resolución del problema en manos de los mismos que lo han provocado. Una de las formas más obscenas de competencia desleal consiste en utilizar los programas internacionales de ayuda alimentaria para dar salida a los excedentes agrícolas que no se han podido colocar en el mercado propio. Eso es exactamente lo que Estados Unidos ha hecho durante décadas, hundiendo los mercados internacionales y debilitando la capacidad de producción de los países más pobres. Paradójicamente, uno de los defensores más entusiastas de este modelo durante su etapa como secretario de Comercio estadounidense fue Robert Zoellik, que hoy preside el Banco Mundial. Si aceptamos que la crisis alimentaria no es el resultado de un cataclismo divino, sino la consecuencia de tomar muchas decisiones equivocadas a lo largo de muchos años, ponerle a él y a otros como él al frente de la crisis es como encargar a los directivos de Gescartera la dirección de la CNMV.
Lección número tres: si las cosas están mal, no hagas nada que las empeore. A pesar de las evidencias científicas que cuestionan los beneficios de los biocombustibles en la lucha contra el calentamiento global, la UE y Estados Unidos se han lanzado a una carrera insensata de producción de biomasa que reducirá aún más la oferta mundial de alimentos como el maíz. Para cualquiera que lo quiera ver, estas medidas están menos relacionadas con el cambio climático que con los precios del petróleo y la inercia de unas políticas agrarias basadas en intereses creados. Pero incluso el interés propio tiene un límite: España y otros países desarrollados deben replantearse con urgencia los objetivos de producción de biocombustibles, y apostar seriamente por la eficiencia energética y las energías renovables.
Las lecciones de esta crisis suponen lo más difícil para un responsable político, que es reconocer un error y dar marcha atrás. Pero eso es precisamente lo que distingue a un líder de un burócrata miope, y son verdaderos líderes lo que necesitamos en este momento. Si lo urgente ahora es garantizar el suministro de alimentos a las poblaciones pobres del planeta, lo más importante es tomar las medidas para que esta situación no se repita en el futuro.
No hace falta esperar demasiado. Siguen abiertas importantes negociaciones comerciales entre países ricos y pobres, donde están en juego algunas de las políticas públicas que reducirían la vulnerabilidad alimentaria. Es la oportunidad de consolidar mecanismos que permitan al mundo en desarrollo protegerse frente a la competencia desleal e impulsar su sector agrario.
Por otro lado, ya se han empezado a escuchar en el seno de la UE las primeras voces que cuestionan la política de biocombustibles. El Gobierno español no debería tardar más en unirse a ellas. Y no menos importante: conviene sacar de la sombra a los responsables de las políticas de desarrollo y dejar a los ministerios de Economía y a las instituciones financieras internacionales detrás de la ventanilla durante algún tiempo. Entonces toda esta situación habrá tenido incluso su lado bueno.
Desde hace semanas, los habitantes de los barrios más pobres de Puerto Príncipe y de otras poblaciones haitianas salen a la calle para protestar por el precio de los alimentos. Las protestas son de tal calibre que han conseguido lo que antes sólo habían logrado las asonadas militares: forzar la renuncia de un primer ministro. La opinión pública internacional exige medidas para proteger a Haití y a otros muchos países pobres de una crisis alimentaria inminente, y se suceden las iniciativas para acelerar la provisión de alimentos y atender la emergencia humanitaria. Son medidas urgentes e imprescindibles, pero no deben esconder el debate sobre las causas de esta situación. ¿Qué lecciones podemos aprender de esta crisis para no cometer los mismos errores en el futuro? Les propongo tres.
Lección número uno: no dejes de producir alimentos si no eres capaz de comprárselos a otros. Haití se enfrenta hoy a una carestía estructural de arroz, pero hace sólo 20 años sus campesinos eran capaces de producir todo el arroz que consumía la población nacional a un precio razonable. ¿Qué se torció? En 1995, el FMI y el Banco Mundial “sugirieron” la aplicación de un plan de liberalización comercial rápida. Y cuando dicen “rápida” se refieren exactamente a eso: en pocos meses los aranceles a la importación se desplomaron del 50% al 3%, lo que abrió la puerta a una avalancha de arroz subsidiado procedente de los Estados Unidos. Los precios locales disminuyeron levemente, pero en pocos años la producción nacional se desplomó, dejando al país en manos del mercado exterior. Hoy Haití importa un 80% del arroz que consume, y los precios internos se han multiplicado por dos.
Lo lamentable es que este caso es una plantilla del modo en que han operado los mercados agrarios internacionales durante los últimos 30 años: liberalización unilateral de los países más pobres, exportación masiva de productos subsidiados por parte de los países ricos y un sector rural abandonado por donantes internacionales y gobiernos locales. Para países que no cuentan con las divisas para comprar en los mercados internacionales, la dependencia alimentaria absoluta se ha convertido en una ruleta rusa de consecuencias imprevisibles.
Lección número dos: no dejes la resolución del problema en manos de los mismos que lo han provocado. Una de las formas más obscenas de competencia desleal consiste en utilizar los programas internacionales de ayuda alimentaria para dar salida a los excedentes agrícolas que no se han podido colocar en el mercado propio. Eso es exactamente lo que Estados Unidos ha hecho durante décadas, hundiendo los mercados internacionales y debilitando la capacidad de producción de los países más pobres. Paradójicamente, uno de los defensores más entusiastas de este modelo durante su etapa como secretario de Comercio estadounidense fue Robert Zoellik, que hoy preside el Banco Mundial. Si aceptamos que la crisis alimentaria no es el resultado de un cataclismo divino, sino la consecuencia de tomar muchas decisiones equivocadas a lo largo de muchos años, ponerle a él y a otros como él al frente de la crisis es como encargar a los directivos de Gescartera la dirección de la CNMV.
Lección número tres: si las cosas están mal, no hagas nada que las empeore. A pesar de las evidencias científicas que cuestionan los beneficios de los biocombustibles en la lucha contra el calentamiento global, la UE y Estados Unidos se han lanzado a una carrera insensata de producción de biomasa que reducirá aún más la oferta mundial de alimentos como el maíz. Para cualquiera que lo quiera ver, estas medidas están menos relacionadas con el cambio climático que con los precios del petróleo y la inercia de unas políticas agrarias basadas en intereses creados. Pero incluso el interés propio tiene un límite: España y otros países desarrollados deben replantearse con urgencia los objetivos de producción de biocombustibles, y apostar seriamente por la eficiencia energética y las energías renovables.
Las lecciones de esta crisis suponen lo más difícil para un responsable político, que es reconocer un error y dar marcha atrás. Pero eso es precisamente lo que distingue a un líder de un burócrata miope, y son verdaderos líderes lo que necesitamos en este momento. Si lo urgente ahora es garantizar el suministro de alimentos a las poblaciones pobres del planeta, lo más importante es tomar las medidas para que esta situación no se repita en el futuro.
No hace falta esperar demasiado. Siguen abiertas importantes negociaciones comerciales entre países ricos y pobres, donde están en juego algunas de las políticas públicas que reducirían la vulnerabilidad alimentaria. Es la oportunidad de consolidar mecanismos que permitan al mundo en desarrollo protegerse frente a la competencia desleal e impulsar su sector agrario.
Por otro lado, ya se han empezado a escuchar en el seno de la UE las primeras voces que cuestionan la política de biocombustibles. El Gobierno español no debería tardar más en unirse a ellas. Y no menos importante: conviene sacar de la sombra a los responsables de las políticas de desarrollo y dejar a los ministerios de Economía y a las instituciones financieras internacionales detrás de la ventanilla durante algún tiempo. Entonces toda esta situación habrá tenido incluso su lado bueno.
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