Por Óscar Espinosa Chepe, economista y periodista independiente cubano (EL PAÍS, 16/04/08):
Las posibilidades del comienzo de un proceso de cambios en Cuba se reforzaron con el ascenso del general Raúl Castro a presidente de los consejos de Estado y de Ministros en la sesión constitutiva de la VII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el 24 de febrero pasado. El general recibió un país casi en bancarrota, fragmentado y prácticamente paralizado en el tiempo. Y esto ocurría cuando la ciudadanía mostraba apreciables signos de descontento, incluidos segmentos obreros y estudiantiles constituidos por personas políticamente seleccionadas. Así que Raúl Castro, un hombre con credenciales de racional y pragmático, está obligado por las circunstancias a iniciar un proceso de cambios económicos que detenga el constante deterioro de la sociedad e impulse su recuperación y progreso.
Los discursos pronunciados por él desde mediados de 2006, en particular el 26 de julio pasado, crearon esperanzas en la población sobre una apertura que ayude a finalizar gradualmente las penurias diarias y saque al país del marasmo en que se encuentra. Su intervención en la Asamblea confirmó esa tendencia, al anunciar una radical reforma de la disfuncional estructura institucional del país mediante la reducción de los organismos de la administración central del Estado y una mejor distribución de sus funciones. Esto debería disminuir los enormes gastos burocráticos actuales y propiciar una más eficiente gestión, si las transformaciones redujeran la apreciable intromisión de los órganos del Estado en los asuntos de las empresas y la vida de los ciudadanos; una descentralización que contribuya a la solución de muchos problemas a nivel de municipios e instancias inferiores.
El 24 de febrero, el nuevo presidente se pronunció por eliminar las muchas prohibiciones impuestas al pueblo, empezando por las más sencillas. En las semanas posteriores se han tomado medidas acordes con esa promesa que, aunque insuficientes, podrían significar el comienzo de un proceso de apertura económica. En tal sentido, se autorizó la venta libre de computadoras, DVD, bicicletas y ollas eléctricas, y otros equipos electrónicos; el acceso a la telefonía móvil, el alojamiento en hoteles y el alquiler de automóviles, así como la creación de algunas tiendas especializadas para herramientas agrícolas.
El gran inconveniente de esas medidas es que se ejecutarán en pesos convertibles, llamados CUC, muy difíciles de obtener por la mayoría de la población, aunque llama la atención que en La Habana y algunas zonas del país se observen significativas ventas de determinados equipos como DVD y ollas eléctricas entre otros.
Como cuestión adicional, se permitirá la adquisición en cualquier farmacia de los medicamentos recetados, que anteriormente tenían que comprarse en las asignadas a cada médico, usualmente próximas a los hospitales o consultorios.
Con la excepción del término de la prohibición para tener teléfonos móviles, el resto de las medidas no fueron anunciadas por la prensa nacional. Se han ejecutado sin mediar información alguna, quizás por no querer reconocer públicamente la existencia durante años de imposiciones absurdas.
Por otra parte, altos cargos del Gobierno han anunciado la entrega masiva en usufructo de tierras ociosas a los campesinos para su explotación, lo cual sí constituiría una reforma sustancial. Por supuesto, habrá que esperar explicaciones oficiales adicionales para conocer su alcance. Se ha sabido que a nivel municipal se están creando dependencias encargadas de su ejecución, lo cual denota el propósito de descentralizar las gestiones gubernamentales.
Estas medidas podrían ser muy importantes, ya que Cuba importa actualmente el 84,0% de los alimentos, aunque más del 50,0% de las tierras cultivables estén ociosas o altamente subutilizadas, mientras los campesinos individuales que sólo poseen el 18,0% de las tierras cultivables producen cerca del 60,0% de los productos agropecuarios, a pesar de todas las limitaciones a que están sujetos.
Se destaca el llamamiento de Raúl Castro, en su toma de posesión, a trabajar hasta lograr que el salario recupere su papel y el nivel de vida de cada cual esté esencialmente en relación directa con los ingresos percibidos por el esfuerzo laboral. Todo esto evidentemente está vinculado a la reevaluación del peso cubano y la eliminación de la doble circulación monetaria, que tanto daño causa a la economía cubana. Esos objetivos serían alcanzables con una visión económica integral, como él señaló, donde entre otros aspectos se acometan reformas estructurales y de conceptos liberadoras del hoy encadenado potencial productivo, con la debida adecuación de los sistemas salarial y de precios.
Esto debería acompañarse de una racional política de subsidios, a fin de elevar la riqueza a distribuir mediante el incremento de la pobre productividad y la baja eficiencia económica existentes, en un marco de control efectivo de la masa financiera circulante para hacerla corresponder con la oferta de bienes y servicios.
La población ha reaccionado con optimismo cauteloso, aunque algunos ciudadanos muestran escepticismo. Es lógico, debido a las muchas ocasiones en que se levantaron expectativas de cambios, luego frenados y revertidos. Objetan que las ventas de artículos se realicen en moneda convertible, pues limita las compras y el acceso a los hoteles fundamentalmente a quienes reciben remesas del exterior, trabajan en el sector emergente constituido por empresas de capital mixto, embajadas y el turismo o negocian en el mercado negro, y a campesinos relacionados con productos generadores de altos dividendos. Además, critican que hayan existido esas prohibiciones irracionales durante tantos años.
No obstante, las opiniones son generalmente positivas, y se esperan medidas adicionales como, entre otras, la flexibilización de los complicados mecanismos existentes para recibir permiso de viajes al exterior, la liberalización del acceso a Internet y el fin del racionamiento de los alimentos presente desde hace 46 años, para sustituirlo por un mecanismo de ayuda a las personas verdaderamente necesitadas.
Paralelamente, la propuesta del nuevo presidente, aprobada por la Asamblea, de que se le permita consultar con Fidel Castro las decisiones de especial trascendencia para el futuro de la nación, sobre todo las vinculadas con la defensa, la política exterior y el desarrollo económico del país, ha despertado suspicacias, pues podría servir como elemento de injerencia, cuestión que habrá que seguir con cuidado, considerando las características personales del anterior presidente. No obstante, para Raúl Castro será sumamente difícil desconocer a Fidel y su legado mientras éste viva, y aún después de fallecer, pues dirigió durante casi 50 años al detalle el destino de Cuba, envuelto en una aureola mística, además de ser el hermano a quien ha acompañado inseparablemente.
La tarea que enfrentará el general Raúl Castro con su equipo, formado mayoritariamente por personas cercanas, entre las que se distinguen antiguos compañeros de armas del Segundo Frente Oriental Frank País, es inmensa y necesitará la aceptación de la comunidad internacional, objetivo difícil de lograr si, a la vez, el régimen no mejora su actual imagen de violador contumaz de los derechos humanos. Para ello, sería indispensable que el nuevo Gobierno diera señales positivas. En primer lugar, con gestos como la liberación de los presos de conciencia y políticos pacíficos, que cumplen sus condenas en condiciones infrahumanas por haber señalado males ahora reconocidos oficialmente.
Ciertamente, no podrán esperarse soluciones mágicas ante la magnitud de los problemas acumulados durante tantos años. Para ser efectivas, las medidas deberán aplicarse gradualmente y procurarse los menores costos sociales, aunque está claro que la peor variante sería continuar el inmovilismo con su carga de sufrimientos para todos los cubanos. El fracaso de la esperanza en una apertura, pudiera provocar un peligroso sentimiento de frustración popular. Las posibilidades de un amanecer hacia un futuro de prosperidad y avance social, en un espíritu de reconciliación nacional, tienen bases reales. Esta histórica oportunidad por ningún concepto debe perderse.
Las posibilidades del comienzo de un proceso de cambios en Cuba se reforzaron con el ascenso del general Raúl Castro a presidente de los consejos de Estado y de Ministros en la sesión constitutiva de la VII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el 24 de febrero pasado. El general recibió un país casi en bancarrota, fragmentado y prácticamente paralizado en el tiempo. Y esto ocurría cuando la ciudadanía mostraba apreciables signos de descontento, incluidos segmentos obreros y estudiantiles constituidos por personas políticamente seleccionadas. Así que Raúl Castro, un hombre con credenciales de racional y pragmático, está obligado por las circunstancias a iniciar un proceso de cambios económicos que detenga el constante deterioro de la sociedad e impulse su recuperación y progreso.
Los discursos pronunciados por él desde mediados de 2006, en particular el 26 de julio pasado, crearon esperanzas en la población sobre una apertura que ayude a finalizar gradualmente las penurias diarias y saque al país del marasmo en que se encuentra. Su intervención en la Asamblea confirmó esa tendencia, al anunciar una radical reforma de la disfuncional estructura institucional del país mediante la reducción de los organismos de la administración central del Estado y una mejor distribución de sus funciones. Esto debería disminuir los enormes gastos burocráticos actuales y propiciar una más eficiente gestión, si las transformaciones redujeran la apreciable intromisión de los órganos del Estado en los asuntos de las empresas y la vida de los ciudadanos; una descentralización que contribuya a la solución de muchos problemas a nivel de municipios e instancias inferiores.
El 24 de febrero, el nuevo presidente se pronunció por eliminar las muchas prohibiciones impuestas al pueblo, empezando por las más sencillas. En las semanas posteriores se han tomado medidas acordes con esa promesa que, aunque insuficientes, podrían significar el comienzo de un proceso de apertura económica. En tal sentido, se autorizó la venta libre de computadoras, DVD, bicicletas y ollas eléctricas, y otros equipos electrónicos; el acceso a la telefonía móvil, el alojamiento en hoteles y el alquiler de automóviles, así como la creación de algunas tiendas especializadas para herramientas agrícolas.
El gran inconveniente de esas medidas es que se ejecutarán en pesos convertibles, llamados CUC, muy difíciles de obtener por la mayoría de la población, aunque llama la atención que en La Habana y algunas zonas del país se observen significativas ventas de determinados equipos como DVD y ollas eléctricas entre otros.
Como cuestión adicional, se permitirá la adquisición en cualquier farmacia de los medicamentos recetados, que anteriormente tenían que comprarse en las asignadas a cada médico, usualmente próximas a los hospitales o consultorios.
Con la excepción del término de la prohibición para tener teléfonos móviles, el resto de las medidas no fueron anunciadas por la prensa nacional. Se han ejecutado sin mediar información alguna, quizás por no querer reconocer públicamente la existencia durante años de imposiciones absurdas.
Por otra parte, altos cargos del Gobierno han anunciado la entrega masiva en usufructo de tierras ociosas a los campesinos para su explotación, lo cual sí constituiría una reforma sustancial. Por supuesto, habrá que esperar explicaciones oficiales adicionales para conocer su alcance. Se ha sabido que a nivel municipal se están creando dependencias encargadas de su ejecución, lo cual denota el propósito de descentralizar las gestiones gubernamentales.
Estas medidas podrían ser muy importantes, ya que Cuba importa actualmente el 84,0% de los alimentos, aunque más del 50,0% de las tierras cultivables estén ociosas o altamente subutilizadas, mientras los campesinos individuales que sólo poseen el 18,0% de las tierras cultivables producen cerca del 60,0% de los productos agropecuarios, a pesar de todas las limitaciones a que están sujetos.
Se destaca el llamamiento de Raúl Castro, en su toma de posesión, a trabajar hasta lograr que el salario recupere su papel y el nivel de vida de cada cual esté esencialmente en relación directa con los ingresos percibidos por el esfuerzo laboral. Todo esto evidentemente está vinculado a la reevaluación del peso cubano y la eliminación de la doble circulación monetaria, que tanto daño causa a la economía cubana. Esos objetivos serían alcanzables con una visión económica integral, como él señaló, donde entre otros aspectos se acometan reformas estructurales y de conceptos liberadoras del hoy encadenado potencial productivo, con la debida adecuación de los sistemas salarial y de precios.
Esto debería acompañarse de una racional política de subsidios, a fin de elevar la riqueza a distribuir mediante el incremento de la pobre productividad y la baja eficiencia económica existentes, en un marco de control efectivo de la masa financiera circulante para hacerla corresponder con la oferta de bienes y servicios.
La población ha reaccionado con optimismo cauteloso, aunque algunos ciudadanos muestran escepticismo. Es lógico, debido a las muchas ocasiones en que se levantaron expectativas de cambios, luego frenados y revertidos. Objetan que las ventas de artículos se realicen en moneda convertible, pues limita las compras y el acceso a los hoteles fundamentalmente a quienes reciben remesas del exterior, trabajan en el sector emergente constituido por empresas de capital mixto, embajadas y el turismo o negocian en el mercado negro, y a campesinos relacionados con productos generadores de altos dividendos. Además, critican que hayan existido esas prohibiciones irracionales durante tantos años.
No obstante, las opiniones son generalmente positivas, y se esperan medidas adicionales como, entre otras, la flexibilización de los complicados mecanismos existentes para recibir permiso de viajes al exterior, la liberalización del acceso a Internet y el fin del racionamiento de los alimentos presente desde hace 46 años, para sustituirlo por un mecanismo de ayuda a las personas verdaderamente necesitadas.
Paralelamente, la propuesta del nuevo presidente, aprobada por la Asamblea, de que se le permita consultar con Fidel Castro las decisiones de especial trascendencia para el futuro de la nación, sobre todo las vinculadas con la defensa, la política exterior y el desarrollo económico del país, ha despertado suspicacias, pues podría servir como elemento de injerencia, cuestión que habrá que seguir con cuidado, considerando las características personales del anterior presidente. No obstante, para Raúl Castro será sumamente difícil desconocer a Fidel y su legado mientras éste viva, y aún después de fallecer, pues dirigió durante casi 50 años al detalle el destino de Cuba, envuelto en una aureola mística, además de ser el hermano a quien ha acompañado inseparablemente.
La tarea que enfrentará el general Raúl Castro con su equipo, formado mayoritariamente por personas cercanas, entre las que se distinguen antiguos compañeros de armas del Segundo Frente Oriental Frank País, es inmensa y necesitará la aceptación de la comunidad internacional, objetivo difícil de lograr si, a la vez, el régimen no mejora su actual imagen de violador contumaz de los derechos humanos. Para ello, sería indispensable que el nuevo Gobierno diera señales positivas. En primer lugar, con gestos como la liberación de los presos de conciencia y políticos pacíficos, que cumplen sus condenas en condiciones infrahumanas por haber señalado males ahora reconocidos oficialmente.
Ciertamente, no podrán esperarse soluciones mágicas ante la magnitud de los problemas acumulados durante tantos años. Para ser efectivas, las medidas deberán aplicarse gradualmente y procurarse los menores costos sociales, aunque está claro que la peor variante sería continuar el inmovilismo con su carga de sufrimientos para todos los cubanos. El fracaso de la esperanza en una apertura, pudiera provocar un peligroso sentimiento de frustración popular. Las posibilidades de un amanecer hacia un futuro de prosperidad y avance social, en un espíritu de reconciliación nacional, tienen bases reales. Esta histórica oportunidad por ningún concepto debe perderse.
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