Por Samuel Hadas, analista diplomático. Primer embajador de Israel en España y ante la Santa Sede (LA VANGUARDIA, 29/04/08):
Nuestra generación ha sido testigo de una transformación en las relaciones entre la Iglesia católica y el pueblo judío que parecía inconcebible no mucho tiempo atrás. El concilio Vaticano II, con la aprobación en 1965 de la declaración Nostra Aetate, que rechaza la doctrina de la acusación colectiva contra los judíos por la crucifixión de Cristo, inició para la Iglesia un periodo de toma de conciencia sobre un trágico y conflictivo pasado. Esta nueva postura se convirtió en doctrina y contribuyó a derribar acendrados prejuicios, constituyéndose en los cimientos de un nuevo edificio teológico, construido ladrillo sobre ladrillo, que desde entonces modifica en forma gradual la actitud de la Iglesia católica hacia el pueblo judío y el Estado de Israel. El Papa Juan Pablo II fue quien dio el impulso definitivo a esta actitud.
Juan Pablo II modificó gradualmente la sensibilidad de la Iglesia católica hacia los judíos. Recordemos sus condenas del antisemitismo, la visita a la gran sinagoga de Roma, la primera de un Papa a un templo judío (se necesitaron muchos siglos para que un Papa se decidiera a franquear los pocos centenares de metros que separan, a una y otra ribera del Tíber, el Vaticano de la gran sinagoga de Roma), el establecimiento de relaciones diplomáticas con el Estado de Israel, su insistencia en acentuar las raíces judías del cristianismo y mucho más. Fue el primer Papa que puso a la Iglesia católica frente a sus responsabilidades históricas con los judíos. Su “peregrinación de la reconciliación” comenzó al inicio de su pontificado y culminó con su visita a Tierra Santa en marzo del 2000, donde dejó un mensaje de reconciliación y paz a una tierra atormentada y atravesó con maestría un peligroso campo minado de sensibilidades políticas y religiosas.
El Papa Benedicto XVI, siendo presidente de la congregación para la Doctrina de la Fe, reconoció que no hubo suficiente sensibilidad cristiana hacia los judíos. Durante siglos se ocultaron prejuicios contra los judíos, lo que permitió que se toleraran más fácilmente las agresiones contra ellos, dijo entonces, agregando que “el fallo de los cristianos no fue la raíz inmediata del holocausto, pero que evidentemente facilitó este horrendo crimen”. Desde su ascensión al pontificado, Benedicto XVI hizo algunos gestos que le han ganado la opinión favorable de los judíos, pero también dio pasos que han causado momentos poco felices en las relaciones entre ambas comunidades. En los tres años de su pontificado ha insistido en que un diálogo auténtico entre judíos y católicos debe ser construido sobre las diferencias y el respeto mutuo, pero algunas de sus declaraciones han causado perplejidad e incluso irritación entre los judíos. La reactivación de la misa en latín del Viernes Santo, que había sido retirada en las reformas de los sesenta, ha sido el último paso controvertido y ha causado una nueva polémica entre la Santa Sede y las principales organizaciones judías. También en la propia Iglesia.
La nueva formulación de la oración modifica expresiones del Misal de 1962 que, en opinión de intelectuales judíos, ha sido respetuosa con los judíos. Las objeciones no cesaron pese a que el Papa Benedicto XVI suavizó el nuevo texto, removiendo finalmente la ofensiva mención de la “ceguera judía” frente a Cristo, así como la frase que pedía a Dios “remover el velo de sus corazones”. La liturgia en latín es considerada ofensiva para los judíos que ven en ella una llamada a la conversión de los judíos, por quienes se ora por que “sus corazones sean iluminados por Dios para que reconozcan a Jesucristo como salvador de todos los hombres”. La insatisfacción es profunda.
Ante las reacciones que causara, la Santa Sede se vio obligada a explicar que la nueva formulación está en armonía con las declaraciones de la Iglesia católica respecto al pueblo judío y de las relaciones en las últimas cuatro décadas, mantenidas en un marco de respeto mutuo. Para algunas instituciones judías se trata solamente de “cambios cosméticos”. Otras consideran que se trata de un paso atrás en el diálogo judeo-católico. Benedicto XVI se reunió en su visita a Estados Unidos con líderes de judíos buscando tender puentes, e incluso visitó, en vísperas de la Pascua judía, una sinagoga neoyorquina (en su tierra natal ya había hecho un gesto similar en una sinagoga en Colonia), enfatizando que lo hacía como un gesto de amistad y asegurando sentirse conmovido al recordar que “Jesús rezó en un lugar como este”. Más aún, en un mensaje dirigido a la comunidad judía del mundo entero declaró sentirse particularmente cercano a los judíos “en un espíritu de apertura a las posibilidades reales de cooperación que vemos ante nosotros”. Ello, a la vez que un alto jerarca de la Santa Sede consideró necesario explicar que la reacción judía “está basada en la emoción más que en la razón”.
Muchos judíos y también católicos se preguntan si había necesidad de un nuevo rezo. La liturgia existente había contribuido a crear una atmósfera de reconciliación y de confianza recíproca. La controversia ha demostrado lo difícil que es el diálogo entre las religiones. Este continuará, pero también la polémica.
Nuestra generación ha sido testigo de una transformación en las relaciones entre la Iglesia católica y el pueblo judío que parecía inconcebible no mucho tiempo atrás. El concilio Vaticano II, con la aprobación en 1965 de la declaración Nostra Aetate, que rechaza la doctrina de la acusación colectiva contra los judíos por la crucifixión de Cristo, inició para la Iglesia un periodo de toma de conciencia sobre un trágico y conflictivo pasado. Esta nueva postura se convirtió en doctrina y contribuyó a derribar acendrados prejuicios, constituyéndose en los cimientos de un nuevo edificio teológico, construido ladrillo sobre ladrillo, que desde entonces modifica en forma gradual la actitud de la Iglesia católica hacia el pueblo judío y el Estado de Israel. El Papa Juan Pablo II fue quien dio el impulso definitivo a esta actitud.
Juan Pablo II modificó gradualmente la sensibilidad de la Iglesia católica hacia los judíos. Recordemos sus condenas del antisemitismo, la visita a la gran sinagoga de Roma, la primera de un Papa a un templo judío (se necesitaron muchos siglos para que un Papa se decidiera a franquear los pocos centenares de metros que separan, a una y otra ribera del Tíber, el Vaticano de la gran sinagoga de Roma), el establecimiento de relaciones diplomáticas con el Estado de Israel, su insistencia en acentuar las raíces judías del cristianismo y mucho más. Fue el primer Papa que puso a la Iglesia católica frente a sus responsabilidades históricas con los judíos. Su “peregrinación de la reconciliación” comenzó al inicio de su pontificado y culminó con su visita a Tierra Santa en marzo del 2000, donde dejó un mensaje de reconciliación y paz a una tierra atormentada y atravesó con maestría un peligroso campo minado de sensibilidades políticas y religiosas.
El Papa Benedicto XVI, siendo presidente de la congregación para la Doctrina de la Fe, reconoció que no hubo suficiente sensibilidad cristiana hacia los judíos. Durante siglos se ocultaron prejuicios contra los judíos, lo que permitió que se toleraran más fácilmente las agresiones contra ellos, dijo entonces, agregando que “el fallo de los cristianos no fue la raíz inmediata del holocausto, pero que evidentemente facilitó este horrendo crimen”. Desde su ascensión al pontificado, Benedicto XVI hizo algunos gestos que le han ganado la opinión favorable de los judíos, pero también dio pasos que han causado momentos poco felices en las relaciones entre ambas comunidades. En los tres años de su pontificado ha insistido en que un diálogo auténtico entre judíos y católicos debe ser construido sobre las diferencias y el respeto mutuo, pero algunas de sus declaraciones han causado perplejidad e incluso irritación entre los judíos. La reactivación de la misa en latín del Viernes Santo, que había sido retirada en las reformas de los sesenta, ha sido el último paso controvertido y ha causado una nueva polémica entre la Santa Sede y las principales organizaciones judías. También en la propia Iglesia.
La nueva formulación de la oración modifica expresiones del Misal de 1962 que, en opinión de intelectuales judíos, ha sido respetuosa con los judíos. Las objeciones no cesaron pese a que el Papa Benedicto XVI suavizó el nuevo texto, removiendo finalmente la ofensiva mención de la “ceguera judía” frente a Cristo, así como la frase que pedía a Dios “remover el velo de sus corazones”. La liturgia en latín es considerada ofensiva para los judíos que ven en ella una llamada a la conversión de los judíos, por quienes se ora por que “sus corazones sean iluminados por Dios para que reconozcan a Jesucristo como salvador de todos los hombres”. La insatisfacción es profunda.
Ante las reacciones que causara, la Santa Sede se vio obligada a explicar que la nueva formulación está en armonía con las declaraciones de la Iglesia católica respecto al pueblo judío y de las relaciones en las últimas cuatro décadas, mantenidas en un marco de respeto mutuo. Para algunas instituciones judías se trata solamente de “cambios cosméticos”. Otras consideran que se trata de un paso atrás en el diálogo judeo-católico. Benedicto XVI se reunió en su visita a Estados Unidos con líderes de judíos buscando tender puentes, e incluso visitó, en vísperas de la Pascua judía, una sinagoga neoyorquina (en su tierra natal ya había hecho un gesto similar en una sinagoga en Colonia), enfatizando que lo hacía como un gesto de amistad y asegurando sentirse conmovido al recordar que “Jesús rezó en un lugar como este”. Más aún, en un mensaje dirigido a la comunidad judía del mundo entero declaró sentirse particularmente cercano a los judíos “en un espíritu de apertura a las posibilidades reales de cooperación que vemos ante nosotros”. Ello, a la vez que un alto jerarca de la Santa Sede consideró necesario explicar que la reacción judía “está basada en la emoción más que en la razón”.
Muchos judíos y también católicos se preguntan si había necesidad de un nuevo rezo. La liturgia existente había contribuido a crear una atmósfera de reconciliación y de confianza recíproca. La controversia ha demostrado lo difícil que es el diálogo entre las religiones. Este continuará, pero también la polémica.
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