Por Rosa Massagué, periodista (EL PERIÓDICO, 13/04/08):
“Nunca he visto a los italianos tan asqueados”, decía en estas mismas páginas la creadora del comisario veneciano Brunetti, la estadounidense Donna Leon, que lleva casi 30 años viviendo en Italia. En los programas de mayor audiencia de la RAI son más que frecuentes los comentarios del tipo: “Italia no se mueve” o “ha dejado de creer en sí misma”, y en las librerías hay títulos tan desmoralizadores como Italia, última parada o Rojo profundo, título referido no a una izquierda antigua resucitada, sino a la situación catastrófica de las cuentas del Estado.
Los italianos acuden hoy y mañana a las urnas desde el diván, con la autoestima por los suelos. Solo les han faltado los efectos de la actual crisis económica originada en EEUU. La puntilla final la han dado la mozarela radiactiva y la posible venta, en plena campaña electoral, de la compañía de bandera Alitalia, pérdida que resulta aún más lacerante cuando parece que ningún gran consorcio internacional está interesado en pagar la factura de años de clientelismo, deudas estratosféricas acumuladas, caída en picado de las reservas y cotización suspendida, o en asumir problemas adosados, como la intransigencia y la cortedad sindicales.
HACE MÁS de 30 años, en 1975, Italia estaba en el entonces G-6 junto a EEUU, Japón, Alemania, Francia y el Reino Unido. Hoy, sigue en la organización de los países más industrializados del mundo, convertida en G-8, pero las credenciales para su permanencia son dudosas. España reclama su puesto –pronto será Grecia quien adelante a Italia– y los italianos, que antes miraban a la Península ibérica con aires de superioridad, ahora lo hacen con envidia. Bruno Vespa, por ejemplo, el incombustible periodista televisivo, hablando del desastre de Alitalia, recordaba que hace años la TAP, la compañía portuguesa de bandera, que hoy aún vuela, era motivo de guasa. Take Another Plane (toma otro avión) era el chiste.
Walter Veltroni, el líder del recién creado Partido Democrático (PD), no se cansa de repetir su deseo de que Italia sea un país “tan dinámico como España”, independientemente de quien gobierne. Para muchos, como el escritor Alessandro Baricco, Zapatero representa “el modelo de izquierda laica y moderna que a nosotros nos falta”.
Modernización y rejuvenecimiento son las claves. Hace pocos días, en Madrid, Ezio Mauro, el director del diario La Repubblica, se quedó algo perplejo cuando una periodista joven le dijo que Italia es un país de viejos, que la universidad es vieja, que los profesores son viejos. El director reconoció que, en parte, es así. Pocos días después, desde las páginas del Herald Tribune, una estudiante italiana que este curso acaba su doctorado en Económicas en Barcelona, en la Pompeu Fabra, reforzaba esta opinión y manifestaba su temor ante el retorno.
No solo la universidad con sus catedráticos apoltronados en un mandarinato clientelar es vieja. Basta ver la televisión, donde los presentadores más populares han superado de largo la edad de la jubilación, como Pippo Baudo, que tiene más de 70 años, o Mike Bongiorno, que supera los 80. ¿Se imaginan que Laura Valenzuela o Joaquín Prat, si no hubiera fallecido, siguieran presentando programas de entretenimiento en hora de máxima audiencia?
El envejecimiento se extiende a muchas actividades, y la política es una de ellas. Por seguir en la televisión, en tertulias y debates se suceden muchos de los mismos personajes que protagonizaban la política hace 20 o 30 años o más, como el siete veces primer ministro Giulio Andreotti, que se acerca a los 90 años, o el líder radical Marco Pannella, al que le falta poco para los 80. O el presidente de la República, Giorgio Napolitano, nacido en 1925.
QUIZÁ NO se trate de quemar generaciones políticas, como está haciendo Mariano Rajoy en España, aupando a los treintañeros que encabeza Soraya Sáenz de Santamaría, pero sí que en Italia hace falta un corte neto. Veltroni, superados los 50, es de lo más joven que hay. Mientras en EEUU se discute acerca de si la edad de John McCain (1936) es un obstáculo –de ganar las elecciones, sería el presidente de más edad que llegaría a la Casa Blanca–, en Italia ni se plantea tal discusión en el caso de Silvio Berlusconi, coetáneo del senador estadounidense.
Los psicoanalistas que deben sanar al enfermo, el doctor Veltroni o el doctor Berlusconi, no parecen saber muy bien cómo tratar al paciente y en ningún caso plantean remedios de choque o a medio plazo, pese a la gravedad de la dolencia. Con programas bastante parecidos, el primero aboga por gastar menos, hacerlo mejor y reducir los impuestos. El segundo pide sacrificios a cambio también de rebajar la presión fiscal. Sin embargo, su credibilidad entre los electores no es muy convincente. Ambos han estado en el Gobierno o en su órbita en los últimos tres lustros, y alguna responsabilidad deben tener en la situación actual de parálisis.
Veltroni, al crear el PD, ha hecho una apuesta por el bipartidismo para permitir que las coaliciones de gobierno dejen de estar a merced del chantaje de los pequeños partidos. Esto supone una gran modernidad en Italia. Pero el líder de la derecha prefiere alimentar peligrosos recuerdos nostálgicos vistiendo, como está haciendo frecuentemente en esta campaña, una camisa negra.
“Nunca he visto a los italianos tan asqueados”, decía en estas mismas páginas la creadora del comisario veneciano Brunetti, la estadounidense Donna Leon, que lleva casi 30 años viviendo en Italia. En los programas de mayor audiencia de la RAI son más que frecuentes los comentarios del tipo: “Italia no se mueve” o “ha dejado de creer en sí misma”, y en las librerías hay títulos tan desmoralizadores como Italia, última parada o Rojo profundo, título referido no a una izquierda antigua resucitada, sino a la situación catastrófica de las cuentas del Estado.
Los italianos acuden hoy y mañana a las urnas desde el diván, con la autoestima por los suelos. Solo les han faltado los efectos de la actual crisis económica originada en EEUU. La puntilla final la han dado la mozarela radiactiva y la posible venta, en plena campaña electoral, de la compañía de bandera Alitalia, pérdida que resulta aún más lacerante cuando parece que ningún gran consorcio internacional está interesado en pagar la factura de años de clientelismo, deudas estratosféricas acumuladas, caída en picado de las reservas y cotización suspendida, o en asumir problemas adosados, como la intransigencia y la cortedad sindicales.
HACE MÁS de 30 años, en 1975, Italia estaba en el entonces G-6 junto a EEUU, Japón, Alemania, Francia y el Reino Unido. Hoy, sigue en la organización de los países más industrializados del mundo, convertida en G-8, pero las credenciales para su permanencia son dudosas. España reclama su puesto –pronto será Grecia quien adelante a Italia– y los italianos, que antes miraban a la Península ibérica con aires de superioridad, ahora lo hacen con envidia. Bruno Vespa, por ejemplo, el incombustible periodista televisivo, hablando del desastre de Alitalia, recordaba que hace años la TAP, la compañía portuguesa de bandera, que hoy aún vuela, era motivo de guasa. Take Another Plane (toma otro avión) era el chiste.
Walter Veltroni, el líder del recién creado Partido Democrático (PD), no se cansa de repetir su deseo de que Italia sea un país “tan dinámico como España”, independientemente de quien gobierne. Para muchos, como el escritor Alessandro Baricco, Zapatero representa “el modelo de izquierda laica y moderna que a nosotros nos falta”.
Modernización y rejuvenecimiento son las claves. Hace pocos días, en Madrid, Ezio Mauro, el director del diario La Repubblica, se quedó algo perplejo cuando una periodista joven le dijo que Italia es un país de viejos, que la universidad es vieja, que los profesores son viejos. El director reconoció que, en parte, es así. Pocos días después, desde las páginas del Herald Tribune, una estudiante italiana que este curso acaba su doctorado en Económicas en Barcelona, en la Pompeu Fabra, reforzaba esta opinión y manifestaba su temor ante el retorno.
No solo la universidad con sus catedráticos apoltronados en un mandarinato clientelar es vieja. Basta ver la televisión, donde los presentadores más populares han superado de largo la edad de la jubilación, como Pippo Baudo, que tiene más de 70 años, o Mike Bongiorno, que supera los 80. ¿Se imaginan que Laura Valenzuela o Joaquín Prat, si no hubiera fallecido, siguieran presentando programas de entretenimiento en hora de máxima audiencia?
El envejecimiento se extiende a muchas actividades, y la política es una de ellas. Por seguir en la televisión, en tertulias y debates se suceden muchos de los mismos personajes que protagonizaban la política hace 20 o 30 años o más, como el siete veces primer ministro Giulio Andreotti, que se acerca a los 90 años, o el líder radical Marco Pannella, al que le falta poco para los 80. O el presidente de la República, Giorgio Napolitano, nacido en 1925.
QUIZÁ NO se trate de quemar generaciones políticas, como está haciendo Mariano Rajoy en España, aupando a los treintañeros que encabeza Soraya Sáenz de Santamaría, pero sí que en Italia hace falta un corte neto. Veltroni, superados los 50, es de lo más joven que hay. Mientras en EEUU se discute acerca de si la edad de John McCain (1936) es un obstáculo –de ganar las elecciones, sería el presidente de más edad que llegaría a la Casa Blanca–, en Italia ni se plantea tal discusión en el caso de Silvio Berlusconi, coetáneo del senador estadounidense.
Los psicoanalistas que deben sanar al enfermo, el doctor Veltroni o el doctor Berlusconi, no parecen saber muy bien cómo tratar al paciente y en ningún caso plantean remedios de choque o a medio plazo, pese a la gravedad de la dolencia. Con programas bastante parecidos, el primero aboga por gastar menos, hacerlo mejor y reducir los impuestos. El segundo pide sacrificios a cambio también de rebajar la presión fiscal. Sin embargo, su credibilidad entre los electores no es muy convincente. Ambos han estado en el Gobierno o en su órbita en los últimos tres lustros, y alguna responsabilidad deben tener en la situación actual de parálisis.
Veltroni, al crear el PD, ha hecho una apuesta por el bipartidismo para permitir que las coaliciones de gobierno dejen de estar a merced del chantaje de los pequeños partidos. Esto supone una gran modernidad en Italia. Pero el líder de la derecha prefiere alimentar peligrosos recuerdos nostálgicos vistiendo, como está haciendo frecuentemente en esta campaña, una camisa negra.
1 comentario:
La Spagna ? Manca Finezza (Andreotti dixit)
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