Por ANTONIO CAÑO - Washington - (El País.com, 12/04/2008)
El paso del general David Petraeus por Washington, donde fue interrogado por cuatro comités del Congreso a lo largo de más de 10 horas de comparecencia, dejó dibujado en gran medida el terreno en el que se disputará desde ahora la campaña presidencial en relación con Irak, la mayor preocupación nacional después de la crisis económica.
Dejó establecido, primero, que habrá un elevado número de tropas estadounidenses combatiendo en el país árabe (alrededor de 140.000) cuando los electores acudan a las urnas el 4 de noviembre. El presidente George W. Bush, que hace meses entregó al general Petraeus los derechos de autor de esa guerra, ha respaldado la solicitud del jefe militar en Irak de suspender a partir de julio la salida progresiva de tropas. Probablemente, esta será la última decisión de cierta trascendencia que Bush tome sobre Irak.
La guerra queda ya en manos de su sucesor. Los tres aspirantes al cargo, Barack Obama, John McCain y Hillary Clinton, estuvieron esta semana entre el panel de senadores ante el que Petraeus rindió cuentas. Ha sido, por tanto, una buena ocasión de observar con qué argumentos afrontará cada uno de ellos una guerra oficialmente sin un final previsto.
Y lo que se ha visto despierta mayores dudas sobre el futuro de los candidatos demócratas, especialmente de Obama, que sobre el aspirante republicano. Éste no está exento de riesgos, ni mucho menos. El mero y brutal reconocimiento por parte de Petraeus de que "no hemos pasado ninguna esquina, no vemos ninguna luz al final del túnel, tenemos que dejar el champán al fondo del refrigerador", representa una gran amenaza para McCain. Los norteamericanos están hartos de guerra y no va a ser fácil pedirles más paciencia.
Pero, con todo su frío análisis, Petraeus es una gran ayuda para McCain. No sólo por su prestigio personal, milagrosamente intacto después de un año en el primer plano, sino por lo que Petraeus ofrece: la victoria. Es verdad que el jefe militar en Irak ha advertido que los progresos conseguidos en los últimos meses son "frágiles y reversibles". Pero son progresos, al fin y al cabo. "Progresos que nos demuestran que el éxito está al alcance", como dijo McCain.
La pareja McCain-Petraeus (un improbable pero seductivo ticket electoral) tiene un plan de futuro para Irak, un plan basado, probablemente, en una ilusión vana, pero un plan que contiene las palabras triunfo y honor. "No permitamos que el alto precio pagado hasta ahora en Irak sea en vano", pide McCain.
Frente a eso, la posición de los dos candidatos demócratas, aunque todavía identificada con el sentimiento mayoritario a favor de la retirada de tropas, empieza a sonar derrotista y un poco del pasado.
Los principales argumentos de Obama en este debate son: que él siempre estuvo contra la guerra, que se ocupó Irak con razones falsas y que ahora se combate sólo para mantener "un caótico y cenagoso status quo". Bien, de acuerdo. Ya sabemos todo eso. Pero, ¿qué más? ¿Qué hacer a partir de ahora? Retirarse y rápidamente, propone Obama. ¿Dejando atrás esa caótica y cenagosa situación? ¿Retirarse derrotados? ¿Existe alguna forma de retirarse con dignidad?
Da la impresión de que Barack Obama va a necesitar responder a estas dudas en los próximos meses. Va a tener que poner al día su argumentario sobre Irak para hacer frente a este nuevo hilo de esperanza que McCain-Petraeus han ofrecido al optimista electorado norteamericano, al que le duele aceptar una derrota en Irak tanto como el sufrimiento que esa guerra conlleva. "La filosofía nacional es la de que podemos conseguir cualquier cosa si nos lo proponemos con la fuerza necesaria", recuerda la columnista Margaret Carlson.
Contradecir ese optimismo ancestral es siempre un gran riesgo. Y, en una campaña electoral, puede significar el fracaso. Cuando los norteamericanos elijan un nuevo presidente en noviembre de este año el país estará en guerra. Obama necesita demostrar a los ciudadanos que sabrá gestionarla, aún siendo para ponerle fin.
En noviembre de 2006, los demócratas obtuvieron un resonante triunfo en las elecciones para el Congreso gracias, fundamentalmente, a su oposición a la guerra. Fue un voto apasionado contra una política que en ese momento hacía agua por los cuatro costados. Las cosas han cambiado un poco ahora. La situación en Irak permite decidir con menos pasión, con más serenidad. Y no se eligen congresistas sino un comandante en jefe.
El paso del general David Petraeus por Washington, donde fue interrogado por cuatro comités del Congreso a lo largo de más de 10 horas de comparecencia, dejó dibujado en gran medida el terreno en el que se disputará desde ahora la campaña presidencial en relación con Irak, la mayor preocupación nacional después de la crisis económica.
Dejó establecido, primero, que habrá un elevado número de tropas estadounidenses combatiendo en el país árabe (alrededor de 140.000) cuando los electores acudan a las urnas el 4 de noviembre. El presidente George W. Bush, que hace meses entregó al general Petraeus los derechos de autor de esa guerra, ha respaldado la solicitud del jefe militar en Irak de suspender a partir de julio la salida progresiva de tropas. Probablemente, esta será la última decisión de cierta trascendencia que Bush tome sobre Irak.
La guerra queda ya en manos de su sucesor. Los tres aspirantes al cargo, Barack Obama, John McCain y Hillary Clinton, estuvieron esta semana entre el panel de senadores ante el que Petraeus rindió cuentas. Ha sido, por tanto, una buena ocasión de observar con qué argumentos afrontará cada uno de ellos una guerra oficialmente sin un final previsto.
Y lo que se ha visto despierta mayores dudas sobre el futuro de los candidatos demócratas, especialmente de Obama, que sobre el aspirante republicano. Éste no está exento de riesgos, ni mucho menos. El mero y brutal reconocimiento por parte de Petraeus de que "no hemos pasado ninguna esquina, no vemos ninguna luz al final del túnel, tenemos que dejar el champán al fondo del refrigerador", representa una gran amenaza para McCain. Los norteamericanos están hartos de guerra y no va a ser fácil pedirles más paciencia.
Pero, con todo su frío análisis, Petraeus es una gran ayuda para McCain. No sólo por su prestigio personal, milagrosamente intacto después de un año en el primer plano, sino por lo que Petraeus ofrece: la victoria. Es verdad que el jefe militar en Irak ha advertido que los progresos conseguidos en los últimos meses son "frágiles y reversibles". Pero son progresos, al fin y al cabo. "Progresos que nos demuestran que el éxito está al alcance", como dijo McCain.
La pareja McCain-Petraeus (un improbable pero seductivo ticket electoral) tiene un plan de futuro para Irak, un plan basado, probablemente, en una ilusión vana, pero un plan que contiene las palabras triunfo y honor. "No permitamos que el alto precio pagado hasta ahora en Irak sea en vano", pide McCain.
Frente a eso, la posición de los dos candidatos demócratas, aunque todavía identificada con el sentimiento mayoritario a favor de la retirada de tropas, empieza a sonar derrotista y un poco del pasado.
Los principales argumentos de Obama en este debate son: que él siempre estuvo contra la guerra, que se ocupó Irak con razones falsas y que ahora se combate sólo para mantener "un caótico y cenagoso status quo". Bien, de acuerdo. Ya sabemos todo eso. Pero, ¿qué más? ¿Qué hacer a partir de ahora? Retirarse y rápidamente, propone Obama. ¿Dejando atrás esa caótica y cenagosa situación? ¿Retirarse derrotados? ¿Existe alguna forma de retirarse con dignidad?
Da la impresión de que Barack Obama va a necesitar responder a estas dudas en los próximos meses. Va a tener que poner al día su argumentario sobre Irak para hacer frente a este nuevo hilo de esperanza que McCain-Petraeus han ofrecido al optimista electorado norteamericano, al que le duele aceptar una derrota en Irak tanto como el sufrimiento que esa guerra conlleva. "La filosofía nacional es la de que podemos conseguir cualquier cosa si nos lo proponemos con la fuerza necesaria", recuerda la columnista Margaret Carlson.
Contradecir ese optimismo ancestral es siempre un gran riesgo. Y, en una campaña electoral, puede significar el fracaso. Cuando los norteamericanos elijan un nuevo presidente en noviembre de este año el país estará en guerra. Obama necesita demostrar a los ciudadanos que sabrá gestionarla, aún siendo para ponerle fin.
En noviembre de 2006, los demócratas obtuvieron un resonante triunfo en las elecciones para el Congreso gracias, fundamentalmente, a su oposición a la guerra. Fue un voto apasionado contra una política que en ese momento hacía agua por los cuatro costados. Las cosas han cambiado un poco ahora. La situación en Irak permite decidir con menos pasión, con más serenidad. Y no se eligen congresistas sino un comandante en jefe.
1 comentario:
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