Por Josep Borrell, presidente de la Comisión de Desarrollo del Parlamento Europeo (EL PERIÓDICO, 25/04/08):
Hace dos años Nepal era noticia por los combates entre la guerrilla maoísta y el Ejército y por la violenta represión de las manifestaciones contra el rey. Pero desde entonces ha vivido una serie de acuerdos de paz y acaba de elegir una Asamblea Constituyente en la que los antiguos guerrilleros han obtenido una amplia mayoría.
La comunidad internacional, representada entre otras organizaciones por una misión del Parlamento Europeo, que me honré en presidir, acompañó un proceso realizado en condiciones ciertamente difíciles.
Desde hace 20 años, Nepal se deslizó por una pendiente de inestabilidad política, desgobierno y corrupción que lo empobrecieron todavía más. En 1996 una guerrilla maoísta se extendió por el país y fue ganando fuerza a pesar de la violenta represión del Ejército.
EEUU Y CHINA coincidieron en su oposición a esa guerrilla. EEUU la incluyó en su lista de organizaciones terroristas, y China contribuyó a armar el Ejército real porque bastantes problemas tiene con el Tíbet y no deseaba un nuevo foco de inestabilidad en un país encajonado entre ella y la India.
La mayoría de nepalís consideraba a la familia real como dioses vivientes, pero la monarquía contribuyó también a la descomposición política del país. En el 2001, el príncipe heredero mató a los reyes, sus padres, y a otros seis miembros de la familia antes de suicidarse. Siete años después, la única explicación para ese drama palaciego es que el príncipe estaba enfadado porque no le dejaban casarse con la mujer de sus sueños…
Cualquiera que fuera la causa, la matanza llevó al trono al hermano del rey asesinado. Bajo su mandato, la inestabilidad política aumentó hasta que en el 2005 asumió todo el poder, que perdió en el 2006 ante la presión popular. Un acuerdo de paz ponía fin a la guerrilla, que entregaba las armas bajo custodia de la ONU. La campaña de las elecciones a la Asamblea Constituyente fue especialmente tensa y violenta. Afortunadamente, la población mantuvo la calma sin entrar en esas mortíferas espirales de violencia interétnica y la jornada electoral fue un verdadero éxito, con una alta participación y la menor violencia de las tres últimas elecciones.
A pesar de las intimidaciones de unos y de otros, los nepalís tenían ganas de votar y se apresuraron a hacerlo. Desde las madrugada hacían cola ante los colegios. Se les veía satisfechos y orgullosos, acompañando a los mayores a pie de urna y aplicando pacientemente un rudimentario sistema de identificación de los votantes, a los que se pintaba el dedo con una tinta indeleble para evitar que pudieran volver a votar.
Las urnas se aplaudían a su cierre, se acompañaban a los centros de recuento, en un ambiente que recordaba el de nuestras primeras elecciones, 30 años atrás, aunque la participación haya sido más baja que en otras elecciones: 10 años de guerrilla han producido 1,5 millones de emigrantes y millones de desplazamientos internos que afectan al voto en un país de difíciles comunicaciones y sin voto por correo. En estas circunstancias, la normalidad del proceso y la participación son excepcionales. Todos los líderes políticos lo admitieron enseguida, sin esperar a conocer los resultados.
La segunda sorpresa es que el partido de la antigua guerrilla ha ganando ampliamente las elecciones en todo el país, con más de la mitad de los escaños adjudicados. Ciertamente, los nepalís han votado con todas sus fuerzas por un cambio político radical y el rey tendrá que marcharse en seguida.
El líder maoísta Prachandra ha lanzado un mensaje a la comunidad internacional en el que asegura su compromiso con la democracia, y se muestra dispuesto a un Gobierno de coalición para estabilizar el país, construir la paz duradera, institucionalizar el cambio republicano y dinamizar la economía. ¿Bastará eso para que EEUU y los inversores globales olviden su pasado de guerrillero maoísta y cooperen con él? Así debería ser, y en ello puede desempeñar un papel fundamental la UE, que está desarrollando un importante programa de cooperación al desarrollo con Nepal.
NO DEBERÍAMOS repetir el error cometido en Palestina, donde, después de la victoria electoral de Hamas, nos negamos a hablar con su Gobierno, lo que ha conducido a la dramática situación de Gaza. En Nepal habría muchas menos razones, puesto que allí no hay un conflicto con otro Estado. Además, es curioso escuchar el discurso de los ideólogos maoístas. Su prioridad es acabar con la monarquía y el feudalismo, pero te hablan poco de socialismo, pretenden instalar el capitalismo dentro de un sistema multipartito competitivo.
Los occidentales muchas veces predicamos que lo que pedimos es democracia, pero en el fondo lo que nos interesa es estabilidad. Y por eso hemos dado apoyos vergonzosos a regímenes políticos dictatoriales en países en desarrollo, como en Kenia, mirando a otro lado hasta que estalla la tragedia.
Y hay que actuar aprisa porque uno de los países que más va a sufrir la crisis alimentaría mundial que se avecina es Nepal. Con un fuerte déficit agrícola, se ve muy afectado por las restricciones a la importación decretadas por sus vecinos. Diez millones de nepalís están subalimentados y la malnutrición infantil afecta al 40%.
No es un buen contexto para políticas profundamente reformadoras, y la esperanza democrática no llena los estómagos. Razón de más para ayudar al tránsito pacífico de las balas a los votos.
Hace dos años Nepal era noticia por los combates entre la guerrilla maoísta y el Ejército y por la violenta represión de las manifestaciones contra el rey. Pero desde entonces ha vivido una serie de acuerdos de paz y acaba de elegir una Asamblea Constituyente en la que los antiguos guerrilleros han obtenido una amplia mayoría.
La comunidad internacional, representada entre otras organizaciones por una misión del Parlamento Europeo, que me honré en presidir, acompañó un proceso realizado en condiciones ciertamente difíciles.
Desde hace 20 años, Nepal se deslizó por una pendiente de inestabilidad política, desgobierno y corrupción que lo empobrecieron todavía más. En 1996 una guerrilla maoísta se extendió por el país y fue ganando fuerza a pesar de la violenta represión del Ejército.
EEUU Y CHINA coincidieron en su oposición a esa guerrilla. EEUU la incluyó en su lista de organizaciones terroristas, y China contribuyó a armar el Ejército real porque bastantes problemas tiene con el Tíbet y no deseaba un nuevo foco de inestabilidad en un país encajonado entre ella y la India.
La mayoría de nepalís consideraba a la familia real como dioses vivientes, pero la monarquía contribuyó también a la descomposición política del país. En el 2001, el príncipe heredero mató a los reyes, sus padres, y a otros seis miembros de la familia antes de suicidarse. Siete años después, la única explicación para ese drama palaciego es que el príncipe estaba enfadado porque no le dejaban casarse con la mujer de sus sueños…
Cualquiera que fuera la causa, la matanza llevó al trono al hermano del rey asesinado. Bajo su mandato, la inestabilidad política aumentó hasta que en el 2005 asumió todo el poder, que perdió en el 2006 ante la presión popular. Un acuerdo de paz ponía fin a la guerrilla, que entregaba las armas bajo custodia de la ONU. La campaña de las elecciones a la Asamblea Constituyente fue especialmente tensa y violenta. Afortunadamente, la población mantuvo la calma sin entrar en esas mortíferas espirales de violencia interétnica y la jornada electoral fue un verdadero éxito, con una alta participación y la menor violencia de las tres últimas elecciones.
A pesar de las intimidaciones de unos y de otros, los nepalís tenían ganas de votar y se apresuraron a hacerlo. Desde las madrugada hacían cola ante los colegios. Se les veía satisfechos y orgullosos, acompañando a los mayores a pie de urna y aplicando pacientemente un rudimentario sistema de identificación de los votantes, a los que se pintaba el dedo con una tinta indeleble para evitar que pudieran volver a votar.
Las urnas se aplaudían a su cierre, se acompañaban a los centros de recuento, en un ambiente que recordaba el de nuestras primeras elecciones, 30 años atrás, aunque la participación haya sido más baja que en otras elecciones: 10 años de guerrilla han producido 1,5 millones de emigrantes y millones de desplazamientos internos que afectan al voto en un país de difíciles comunicaciones y sin voto por correo. En estas circunstancias, la normalidad del proceso y la participación son excepcionales. Todos los líderes políticos lo admitieron enseguida, sin esperar a conocer los resultados.
La segunda sorpresa es que el partido de la antigua guerrilla ha ganando ampliamente las elecciones en todo el país, con más de la mitad de los escaños adjudicados. Ciertamente, los nepalís han votado con todas sus fuerzas por un cambio político radical y el rey tendrá que marcharse en seguida.
El líder maoísta Prachandra ha lanzado un mensaje a la comunidad internacional en el que asegura su compromiso con la democracia, y se muestra dispuesto a un Gobierno de coalición para estabilizar el país, construir la paz duradera, institucionalizar el cambio republicano y dinamizar la economía. ¿Bastará eso para que EEUU y los inversores globales olviden su pasado de guerrillero maoísta y cooperen con él? Así debería ser, y en ello puede desempeñar un papel fundamental la UE, que está desarrollando un importante programa de cooperación al desarrollo con Nepal.
NO DEBERÍAMOS repetir el error cometido en Palestina, donde, después de la victoria electoral de Hamas, nos negamos a hablar con su Gobierno, lo que ha conducido a la dramática situación de Gaza. En Nepal habría muchas menos razones, puesto que allí no hay un conflicto con otro Estado. Además, es curioso escuchar el discurso de los ideólogos maoístas. Su prioridad es acabar con la monarquía y el feudalismo, pero te hablan poco de socialismo, pretenden instalar el capitalismo dentro de un sistema multipartito competitivo.
Los occidentales muchas veces predicamos que lo que pedimos es democracia, pero en el fondo lo que nos interesa es estabilidad. Y por eso hemos dado apoyos vergonzosos a regímenes políticos dictatoriales en países en desarrollo, como en Kenia, mirando a otro lado hasta que estalla la tragedia.
Y hay que actuar aprisa porque uno de los países que más va a sufrir la crisis alimentaría mundial que se avecina es Nepal. Con un fuerte déficit agrícola, se ve muy afectado por las restricciones a la importación decretadas por sus vecinos. Diez millones de nepalís están subalimentados y la malnutrición infantil afecta al 40%.
No es un buen contexto para políticas profundamente reformadoras, y la esperanza democrática no llena los estómagos. Razón de más para ayudar al tránsito pacífico de las balas a los votos.
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