Por Alfredo Conde, escritor 8EL PERIÓDICO, 23/04/08):
Sufiah Yusof es una hermosa mujer de veintipocos años. Si ustedes me admitiesen un lenguaje no sé si pacato o tirando más bien a incorrecto, no sabría si decir de ella que está de toma pan y moja o afirmar de inmediato que está como para cometer por ella una locura. Ya saben, esa actitud, vecina de la pasión desenfrenada, a la que somos tan dados los varones. No tanto ellas, mucho más prácticas y seductoras.
Reparen en el hecho, cierto, de que se encumbran en alturas que no tienen, disimulan formas que sí tienen, resaltan otras que no se ofrecerían tan turgentes, ocultan otras, se tiñen los cabellos, se pintan y camuflan, sonríen o gimen según las circunstancias y, aun por encima, consiguen que nos fiemos de ellas. De ellas, sí, tan complejas. Nosotros, sí, nosotros, tan simples y unidireccionales. En fin, cosas.
Sufiah Yusof accedió a los estudios superiores de Matemáticas, en la universidad de Oxford, a la temprana edad de 13 años. Ahora ejerce como puta (¿o prefieren que escriba prostituta?) en la ciudad inglesa de Salford, Manchester, a 165 euros la hora. Si bien se piensa, peores tarifas ofrece un fontanero y, cañerías por cañerías, decidan ustedes por si mismos, estimados congéneres varones. No sé qué dirán ellas, dependerá del fontanero, en todo caso. No se agiten, unas; ni se depriman, otros; en Estados Unidos, las grandes ejecutivas los escogen jóvenes y nada intelectualizados, deriven ustedes las debidas conclusiones.
Sufiah Yusof, es decir, Shilpa Lee durante las horas de trabajo, es de origen malayo y religión musulmana. Antes rezaba cinco veces al día. Ahora ofrece un tallaje corporal del 36 y la posibilidad de recitarte ecuaciones diofánticas, mientras tanto. Parece ser que a algunos tal posibilidad suele producirles incandescencia suma. Como diría Obelix, estos ingleses están locos. Pero la vida es así y así somos nosotros una vez enfrentados a la ciencia.
Faruk Yusof es el padre de Sufiah. Trata de implantar un método de aprendizaje que, al parecer, se basa en la convicción de que estudiar en una estancia sometida a temperaturas inferiores a los cero grados mantiene el cerebro despierto. No debe de ser mentira. Sufiah, tras un número de sesiones de estudio y aprendizaje considerado suficiente, escapó de casa. Lo hizo al acabar su tercer curso en Oxford, no antes. Luego le envió un e-mail a su hermana: “Ya he tenido bastante con 15 años de abuso físico y emocional; tú ya sabes de qué hablo”. Hace poco Faruk Yusof, su padre, fue condenado por abuso sexual de dos niñas de 15 años a las que daba clases y es de suponer que aplicase el método que ustedes y yo nos imaginamos a partir del e-mail que Sufiah le envió a su hermana.
FARUK YUSOF, cuando su hija se escapó de casa, afirmó sin ruborizarse que había sido secuestrada por una organización socialista para poder lavarle el cerebro y obtener la clave de su inteligencia, preclara e inducida por las bajas temperaturas ambientales del aula. Aunque es de suponer que también por las altas y corporales de su propio padre. En la actualidad el Gobierno de Malasia está planeando, según afirman los periódicos, un programa salvífico denominado, como no podría ser menos, “para salvar a Sufiah” y la Asociación Malaya en el Reino Unido inició ya la campaña pertinente destinada a rescatar a la pobre chica que, según afirman o suponen, puede encontrase en la situación citada a causa de algún hechizo propio de la magia negra. Admiten donaciones y sufragios, como no podía ser menos, corroborando el dicho de que hay gente a la que le hizo la boca un fraile. De paso ruegan oraciones para que Sufiah regrese al buen camino. De Faruk Yusof no dicen nada, ni el Gobierno malayo, ni la asociación de marras. ¿Será por algo?
No seré yo quien le discuta a Sufiah el derecho de hacer su cuerpo lo que le pida el cuerpo y con su mente –está acabando un máster en economía– lo que le venga en gana, pero sí quien piense en la facilidad con la que concretas y determinadas actitudes religiosas suelen coger el rábano por las hojas e intentan confundir al personal. Incluso al personal occidental, elaborador de reportajes como el que yo acabo de leer y da origen a este comentario. En ningún momento se cuestiona el comportamiento paterno, el enorme poder patriarcal que su fe le otorga, el desvalimiento de la mujer en la sociedad islámica, el mal uso que hace de su autoridad el golfo este del Faruk, ni las actitudes del Gobierno de su país de origen o las conclusiones a las que tan interesadamente llegan los de la Asociación Malaya en el Reino Unido.
INCLUSO, en el reportaje al que me remito, lo que más se resalta es el hermoso cuerpo de Sufiah, las tarifas que ofrece, las habilidades que luce, pero no la tragedia de una muchacha que, harta de pasar del frío al calor, del calor al frío, de la estancia en el aula a esos “15 años de abuso físico y emocional; tú ya sabes de qué hablo”, ocasionados por su padre, decide abandonar el hogar paterno, ocuparse en la prostitución –algo esperable tras esos tres lustros– y poder llevar así a buen puerto un máster. ¿Alguien podrá negarle la inteligencia desarrollada por su propio padre?
Mientras, políticos y religiosos se la pasan hablando de conjuras y de magias, velando la realidad más inmediata con tal de no poner en solfa sus propios predicados. ¿Cuáles? Decídanlos ustedes, que ya son mayorcitos. Pero no olviden, de paso, la realidad USA de las ejecutivas amigas de los amantes kleenex. Considerar al ser humano como racional se nos sigue ofreciendo como una hermosa, pero mera hipótesis de trabajo. Alá, Jehová y Dios nos cojan confesados, y no sé si pedir que nos tengan de su mano.
Sufiah Yusof es una hermosa mujer de veintipocos años. Si ustedes me admitiesen un lenguaje no sé si pacato o tirando más bien a incorrecto, no sabría si decir de ella que está de toma pan y moja o afirmar de inmediato que está como para cometer por ella una locura. Ya saben, esa actitud, vecina de la pasión desenfrenada, a la que somos tan dados los varones. No tanto ellas, mucho más prácticas y seductoras.
Reparen en el hecho, cierto, de que se encumbran en alturas que no tienen, disimulan formas que sí tienen, resaltan otras que no se ofrecerían tan turgentes, ocultan otras, se tiñen los cabellos, se pintan y camuflan, sonríen o gimen según las circunstancias y, aun por encima, consiguen que nos fiemos de ellas. De ellas, sí, tan complejas. Nosotros, sí, nosotros, tan simples y unidireccionales. En fin, cosas.
Sufiah Yusof accedió a los estudios superiores de Matemáticas, en la universidad de Oxford, a la temprana edad de 13 años. Ahora ejerce como puta (¿o prefieren que escriba prostituta?) en la ciudad inglesa de Salford, Manchester, a 165 euros la hora. Si bien se piensa, peores tarifas ofrece un fontanero y, cañerías por cañerías, decidan ustedes por si mismos, estimados congéneres varones. No sé qué dirán ellas, dependerá del fontanero, en todo caso. No se agiten, unas; ni se depriman, otros; en Estados Unidos, las grandes ejecutivas los escogen jóvenes y nada intelectualizados, deriven ustedes las debidas conclusiones.
Sufiah Yusof, es decir, Shilpa Lee durante las horas de trabajo, es de origen malayo y religión musulmana. Antes rezaba cinco veces al día. Ahora ofrece un tallaje corporal del 36 y la posibilidad de recitarte ecuaciones diofánticas, mientras tanto. Parece ser que a algunos tal posibilidad suele producirles incandescencia suma. Como diría Obelix, estos ingleses están locos. Pero la vida es así y así somos nosotros una vez enfrentados a la ciencia.
Faruk Yusof es el padre de Sufiah. Trata de implantar un método de aprendizaje que, al parecer, se basa en la convicción de que estudiar en una estancia sometida a temperaturas inferiores a los cero grados mantiene el cerebro despierto. No debe de ser mentira. Sufiah, tras un número de sesiones de estudio y aprendizaje considerado suficiente, escapó de casa. Lo hizo al acabar su tercer curso en Oxford, no antes. Luego le envió un e-mail a su hermana: “Ya he tenido bastante con 15 años de abuso físico y emocional; tú ya sabes de qué hablo”. Hace poco Faruk Yusof, su padre, fue condenado por abuso sexual de dos niñas de 15 años a las que daba clases y es de suponer que aplicase el método que ustedes y yo nos imaginamos a partir del e-mail que Sufiah le envió a su hermana.
FARUK YUSOF, cuando su hija se escapó de casa, afirmó sin ruborizarse que había sido secuestrada por una organización socialista para poder lavarle el cerebro y obtener la clave de su inteligencia, preclara e inducida por las bajas temperaturas ambientales del aula. Aunque es de suponer que también por las altas y corporales de su propio padre. En la actualidad el Gobierno de Malasia está planeando, según afirman los periódicos, un programa salvífico denominado, como no podría ser menos, “para salvar a Sufiah” y la Asociación Malaya en el Reino Unido inició ya la campaña pertinente destinada a rescatar a la pobre chica que, según afirman o suponen, puede encontrase en la situación citada a causa de algún hechizo propio de la magia negra. Admiten donaciones y sufragios, como no podía ser menos, corroborando el dicho de que hay gente a la que le hizo la boca un fraile. De paso ruegan oraciones para que Sufiah regrese al buen camino. De Faruk Yusof no dicen nada, ni el Gobierno malayo, ni la asociación de marras. ¿Será por algo?
No seré yo quien le discuta a Sufiah el derecho de hacer su cuerpo lo que le pida el cuerpo y con su mente –está acabando un máster en economía– lo que le venga en gana, pero sí quien piense en la facilidad con la que concretas y determinadas actitudes religiosas suelen coger el rábano por las hojas e intentan confundir al personal. Incluso al personal occidental, elaborador de reportajes como el que yo acabo de leer y da origen a este comentario. En ningún momento se cuestiona el comportamiento paterno, el enorme poder patriarcal que su fe le otorga, el desvalimiento de la mujer en la sociedad islámica, el mal uso que hace de su autoridad el golfo este del Faruk, ni las actitudes del Gobierno de su país de origen o las conclusiones a las que tan interesadamente llegan los de la Asociación Malaya en el Reino Unido.
INCLUSO, en el reportaje al que me remito, lo que más se resalta es el hermoso cuerpo de Sufiah, las tarifas que ofrece, las habilidades que luce, pero no la tragedia de una muchacha que, harta de pasar del frío al calor, del calor al frío, de la estancia en el aula a esos “15 años de abuso físico y emocional; tú ya sabes de qué hablo”, ocasionados por su padre, decide abandonar el hogar paterno, ocuparse en la prostitución –algo esperable tras esos tres lustros– y poder llevar así a buen puerto un máster. ¿Alguien podrá negarle la inteligencia desarrollada por su propio padre?
Mientras, políticos y religiosos se la pasan hablando de conjuras y de magias, velando la realidad más inmediata con tal de no poner en solfa sus propios predicados. ¿Cuáles? Decídanlos ustedes, que ya son mayorcitos. Pero no olviden, de paso, la realidad USA de las ejecutivas amigas de los amantes kleenex. Considerar al ser humano como racional se nos sigue ofreciendo como una hermosa, pero mera hipótesis de trabajo. Alá, Jehová y Dios nos cojan confesados, y no sé si pedir que nos tengan de su mano.
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