Por Fawaz A. Gerges, de la cátedra Christian A. Johnson de Oriente Medio del Sarah Lawrence College. Autor de El viaje del yihadista. Dentro de la militancia musulmana, Ed. Libros de Vanguardia. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 14/04/08):
Siete meses después del refuerzo de 21.000 soldados estadounidenses más en Iraq, el nivel de seguridad es demasiado tenue y, además, reversible, como para permitir una merma del contingente de 140.000 soldados que en julio aún continuarán en el país. El general David Petraeus (comandante de las fuerzas estadounidenses en Iraq) expuso esta cuestión clave en su última comparecencia ante el Senado, cuyas voces críticas han mostrado su escepticismo sobre el compromiso sin plazo definido de EE. UU. sobre este desgarrado país.
El mismo general que vendió el refuerzo militar a una escéptica sociedad estadounidense el pasado septiembre recomienda ahora congelar durante 45 días cualquier tipo de retirada estadounidense cuando se reevalúe la situación en julio. Petraeus no se ha comprometido siquiera a calendario alguno relativo a una reducción de tropas tras este periodo.
Dicho sin ambages, Petraeus y el embajador estadounidense en Iraq, Ryan C. Crocker, tenían pocas buenas noticias que dar. La guerra de Iraq prosigue, como prosigue la superior presencia militar de EE. UU. Pese a las alusiones a los progresos efectuados, el marco político y de seguridad “sigue siendo muy complejo y desafiante”, en palabras del propio Petraeus.
¿Qué pensar del informe de Petraeus al Congreso?
Poco parece haber cambiado en Iraq en el plano estratégico si tenemos presente que el refuerzo de tropas es una táctica, no una estrategia. Aunque la seguridad ha mejorado algo en los últimos meses, no se han apreciado progresos importantes en el frente político ni en el de los conocidos enfrentamientos entre comunidades.
Las múltiples líneas de fractura han vuelto a aflorar y amenazan con dañar seriamente la propia edificación del nuevo Iraq. No cabe llamarse a engaño, porque el enfrentamiento entre suníes y chiíes, intenso, apenas disimula su faz hirviente. El Gobierno central iraquí bajo control chií se ha opuesto a los esfuerzos estadounidenses de conceder un mayor papel a la comunidad suní en el proceso políticoeconómico. Muchos suníes con quienes me he entrevistado han expresado su cólera y frustración en relación con el Gobierno de Nuri al Maliki, a quien han manifestado claramente que su paciencia tiene un límite y que puede ser que reconsideren la tregua actual con la figura del primer ministro.
A los mandos estadounidenses en Iraq les preocupan las crecientes tensiones entre el Gobierno central y la comunidad suní. Estados Unidos armó y financió a casi cien mil suníes miembros de los llamados Consejos del Despertar para expulsar a los efectivos de Al Qaeda en Iraq llegados de los territorios vecinos. Ahora, los responsables estadounidenses temen que, a menos que estas milicias se integren en las fuerzas de seguridad de Iraq, puedan dirigir sus armas contra las autoridades centrales y las tropas estadounidenses. La verdad es que en el horizonte suní se están formando nubes de tormenta que han escapado a casi todos los observadores extranjeros.
Otro factor alarmante estriba en los enfrentamientos entre grupos chiíes que se mantenían bajo un cierto control pero que han estallado recientemente en Basora. Maliki ha apostado su propia reputación y ha lanzado una ofensiva contra las que ha calificado de “bandas criminales”.
Iraq y Estados Unidos han reiterado que las operaciones no apuntaban contra el religioso radical chií Moqtada al Sadr, sino contra escisiones en el seno de su milicia, el Ejército del Mahdi. Pero las hostilidades se agudizaron y llegaron a afectar a la mayor parte del sur chií y a Bagdad. Milicianos del Ejército del Mahdi atacaron la zona verde bajo control estadounidense con lanzamiento de cohetes y fuego de mortero, lo que causó víctimas estadounidenses e iraquíes.
A preguntas de los congresistas, el general Petraeus calificó de decepcionante la actuación de algunas fuerzas iraquíes enviadas a derrotar a las milicias chiíes en Basora. Los iraquíes, dijo Petraeus, “podrían haber podido planear mejor la ofensiva”. Pero al así admitirlo Petraeus, está minimizando lo que ha ido mal en Basora.
Al estallar las hostilidades en Basora, Bush apoyó públicamente las medidas enérgicas de Maliki, elogiando su condición de líder “valeroso” e indicando que la ofensiva del Gobierno constituía un momento decisivo de la historia de Iraq. El Departamento de Defensa estadounidense indicó que las operaciones en cuestión representaban un avance, porque daban a entender que el Gobierno de Iraq seguía en pie con gallardía y perseguía a las bandas de criminales, sin atisbos de desconfianza o censura.
Cinco días después del estallido de las hostilidades en Basora se logró un acuerdo de alto el fuego entre los líderes chiíes que combatían en la ciudad santa iraní, Qom, merced a la negociación iraní. La crisis demostró a las claras que Irán, no Estados Unidos, es el jugador de más peso en el tablero iraquí. De hecho, Irán ha emergido como un eje alrededor del cual pivota la ecuación de Iraq, no porque sus grupos paramilitares financien y entrenen milicias chiíes como ha dicho Petraeus, sino porque Irán ha ganado para la causa a la mayoría de los grupos y comunidades políticas chiíes, incluyendo a Sadr, que se opuso en un principio a la influencia iraní en su país. Resulta ahora dudoso que Iraq pueda ser estabilizado sin el compromiso político de parte de su poderoso vecino iraní.
Por otra parte, los combates entre grupos chiíes en Basora revelan la falta de planificación estratégica de la Administración Bush. Bush y sus consejeros principales deberían haber sido cautos y prudentes a la hora de proferir semejantes exageraciones sobre los valiosos logros del Gobierno de Maliki. Deberían haber sabido que las milicias chiíes combatían por su superioridad política… y botín económico. No fue una lucha entre el Gobierno iraquí y un puñado de criminales; fue una lucha interna chií que implicaba a numerosas facciones y milicias. Las fuerzas armadas iraquíes instruidas por los estadounidenses fracasaron estrepitosamente.
Según informes dignos de crédito, casi un 40% de las tropas del Gobierno abandonó la lucha antes de un alto el fuego. Muchos soldados y oficiales desertaron de las filas de las milicias combatientes. La desoladora actuación de las fuerzas de seguridad de Iraq ha supuesto un revés para los mandos militares estadounidenses y a ello obedece que Petraeus haya recomendado suspender una posible retirada de tropas a partir de julio.
Los responsables estadounidenses han debido poner mayor cuidado al tomar partido en estos sangrientos enfrentamientos entre grupos chiíes, no sea que se empantanen aún más en las arenas de Iraq. Washington ya se ha creado bastantes enemigos; mientras EE. UU. tropieza, Irán cuenta con mayor margen para ampliar su influencia en Iraq y Oriente Medio.
En definitiva, Estados Unidos se halla a merced de los jugadores locales del tablero de Iraq, del mismo modo que Gran Bretaña en los años veinte y treinta, en la cúspide de su ímpetu colonial. Desesperados por lograr progresos, los responsables estadounidenses pintan cada escaramuza y batalla como si de un momento crucial se tratara, para volver tras sus pasos cuando sobreviene un cambio de rumbo militar o diplomático. ¡No es de extrañar que la opinión pública estadounidense y mundial hayan perdido la fe en la guerra además de la paciencia con esos elementos que recomiendan tener más paciencia!
La pregunta es cuándo el famoso refuerzo de tropas se verá expuesto, a su vez, a las correspondientes críticas. Su último informe sobre los progresos efectuados sólo ofrece la perspectiva de una guerra sin fin.
Siete meses después del refuerzo de 21.000 soldados estadounidenses más en Iraq, el nivel de seguridad es demasiado tenue y, además, reversible, como para permitir una merma del contingente de 140.000 soldados que en julio aún continuarán en el país. El general David Petraeus (comandante de las fuerzas estadounidenses en Iraq) expuso esta cuestión clave en su última comparecencia ante el Senado, cuyas voces críticas han mostrado su escepticismo sobre el compromiso sin plazo definido de EE. UU. sobre este desgarrado país.
El mismo general que vendió el refuerzo militar a una escéptica sociedad estadounidense el pasado septiembre recomienda ahora congelar durante 45 días cualquier tipo de retirada estadounidense cuando se reevalúe la situación en julio. Petraeus no se ha comprometido siquiera a calendario alguno relativo a una reducción de tropas tras este periodo.
Dicho sin ambages, Petraeus y el embajador estadounidense en Iraq, Ryan C. Crocker, tenían pocas buenas noticias que dar. La guerra de Iraq prosigue, como prosigue la superior presencia militar de EE. UU. Pese a las alusiones a los progresos efectuados, el marco político y de seguridad “sigue siendo muy complejo y desafiante”, en palabras del propio Petraeus.
¿Qué pensar del informe de Petraeus al Congreso?
Poco parece haber cambiado en Iraq en el plano estratégico si tenemos presente que el refuerzo de tropas es una táctica, no una estrategia. Aunque la seguridad ha mejorado algo en los últimos meses, no se han apreciado progresos importantes en el frente político ni en el de los conocidos enfrentamientos entre comunidades.
Las múltiples líneas de fractura han vuelto a aflorar y amenazan con dañar seriamente la propia edificación del nuevo Iraq. No cabe llamarse a engaño, porque el enfrentamiento entre suníes y chiíes, intenso, apenas disimula su faz hirviente. El Gobierno central iraquí bajo control chií se ha opuesto a los esfuerzos estadounidenses de conceder un mayor papel a la comunidad suní en el proceso políticoeconómico. Muchos suníes con quienes me he entrevistado han expresado su cólera y frustración en relación con el Gobierno de Nuri al Maliki, a quien han manifestado claramente que su paciencia tiene un límite y que puede ser que reconsideren la tregua actual con la figura del primer ministro.
A los mandos estadounidenses en Iraq les preocupan las crecientes tensiones entre el Gobierno central y la comunidad suní. Estados Unidos armó y financió a casi cien mil suníes miembros de los llamados Consejos del Despertar para expulsar a los efectivos de Al Qaeda en Iraq llegados de los territorios vecinos. Ahora, los responsables estadounidenses temen que, a menos que estas milicias se integren en las fuerzas de seguridad de Iraq, puedan dirigir sus armas contra las autoridades centrales y las tropas estadounidenses. La verdad es que en el horizonte suní se están formando nubes de tormenta que han escapado a casi todos los observadores extranjeros.
Otro factor alarmante estriba en los enfrentamientos entre grupos chiíes que se mantenían bajo un cierto control pero que han estallado recientemente en Basora. Maliki ha apostado su propia reputación y ha lanzado una ofensiva contra las que ha calificado de “bandas criminales”.
Iraq y Estados Unidos han reiterado que las operaciones no apuntaban contra el religioso radical chií Moqtada al Sadr, sino contra escisiones en el seno de su milicia, el Ejército del Mahdi. Pero las hostilidades se agudizaron y llegaron a afectar a la mayor parte del sur chií y a Bagdad. Milicianos del Ejército del Mahdi atacaron la zona verde bajo control estadounidense con lanzamiento de cohetes y fuego de mortero, lo que causó víctimas estadounidenses e iraquíes.
A preguntas de los congresistas, el general Petraeus calificó de decepcionante la actuación de algunas fuerzas iraquíes enviadas a derrotar a las milicias chiíes en Basora. Los iraquíes, dijo Petraeus, “podrían haber podido planear mejor la ofensiva”. Pero al así admitirlo Petraeus, está minimizando lo que ha ido mal en Basora.
Al estallar las hostilidades en Basora, Bush apoyó públicamente las medidas enérgicas de Maliki, elogiando su condición de líder “valeroso” e indicando que la ofensiva del Gobierno constituía un momento decisivo de la historia de Iraq. El Departamento de Defensa estadounidense indicó que las operaciones en cuestión representaban un avance, porque daban a entender que el Gobierno de Iraq seguía en pie con gallardía y perseguía a las bandas de criminales, sin atisbos de desconfianza o censura.
Cinco días después del estallido de las hostilidades en Basora se logró un acuerdo de alto el fuego entre los líderes chiíes que combatían en la ciudad santa iraní, Qom, merced a la negociación iraní. La crisis demostró a las claras que Irán, no Estados Unidos, es el jugador de más peso en el tablero iraquí. De hecho, Irán ha emergido como un eje alrededor del cual pivota la ecuación de Iraq, no porque sus grupos paramilitares financien y entrenen milicias chiíes como ha dicho Petraeus, sino porque Irán ha ganado para la causa a la mayoría de los grupos y comunidades políticas chiíes, incluyendo a Sadr, que se opuso en un principio a la influencia iraní en su país. Resulta ahora dudoso que Iraq pueda ser estabilizado sin el compromiso político de parte de su poderoso vecino iraní.
Por otra parte, los combates entre grupos chiíes en Basora revelan la falta de planificación estratégica de la Administración Bush. Bush y sus consejeros principales deberían haber sido cautos y prudentes a la hora de proferir semejantes exageraciones sobre los valiosos logros del Gobierno de Maliki. Deberían haber sabido que las milicias chiíes combatían por su superioridad política… y botín económico. No fue una lucha entre el Gobierno iraquí y un puñado de criminales; fue una lucha interna chií que implicaba a numerosas facciones y milicias. Las fuerzas armadas iraquíes instruidas por los estadounidenses fracasaron estrepitosamente.
Según informes dignos de crédito, casi un 40% de las tropas del Gobierno abandonó la lucha antes de un alto el fuego. Muchos soldados y oficiales desertaron de las filas de las milicias combatientes. La desoladora actuación de las fuerzas de seguridad de Iraq ha supuesto un revés para los mandos militares estadounidenses y a ello obedece que Petraeus haya recomendado suspender una posible retirada de tropas a partir de julio.
Los responsables estadounidenses han debido poner mayor cuidado al tomar partido en estos sangrientos enfrentamientos entre grupos chiíes, no sea que se empantanen aún más en las arenas de Iraq. Washington ya se ha creado bastantes enemigos; mientras EE. UU. tropieza, Irán cuenta con mayor margen para ampliar su influencia en Iraq y Oriente Medio.
En definitiva, Estados Unidos se halla a merced de los jugadores locales del tablero de Iraq, del mismo modo que Gran Bretaña en los años veinte y treinta, en la cúspide de su ímpetu colonial. Desesperados por lograr progresos, los responsables estadounidenses pintan cada escaramuza y batalla como si de un momento crucial se tratara, para volver tras sus pasos cuando sobreviene un cambio de rumbo militar o diplomático. ¡No es de extrañar que la opinión pública estadounidense y mundial hayan perdido la fe en la guerra además de la paciencia con esos elementos que recomiendan tener más paciencia!
La pregunta es cuándo el famoso refuerzo de tropas se verá expuesto, a su vez, a las correspondientes críticas. Su último informe sobre los progresos efectuados sólo ofrece la perspectiva de una guerra sin fin.
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