Por George Yúdice, profesor de la Universidad de Miami, colabora con el Programa de Estudios Independientes del Macba (LA VANGUARDIA, 20/04/08):
La música es la más ubicua de las expresiones pertenecientes a las artes y a las industrias culturales. Se escucha no sólo en la radio, el cine, la televisión, los videojuegos y los equipos de sonido, sino en ascensores, lectores portátiles y teléfonos móviles, ordenadores, publicidad, restaurantes y por doquier en la calle. Desde luego, para la gran mayoría también son ubicuos visión, tacto, gusto y olfato, pero en ninguno de estos casos nos acompañamos continuamente de obras artísticamente organizadas, como hacemos cuando pasamos de una música a otra. Si bien vemos publicidad por doquier, no nos sometemos a ver una película tras otra, ni seguimos comiendo sin parar. Además, se nos hace difícil el multitasking en que figuran visualidades (películas), tactos (masajes) o gustos (comida), mientras que podemos escuchar música en casi cualquier otra actividad. Puede que no pongamos toda la atención en lo que escuchamos, pero confiamos en que la música que seleccionamos nos serene o aliente o tenga otro efecto deseado.
La música también es un ingrediente clave de la constitución de comunidades, desde los antiguos pueblos cuyos rituales eran organizados en torno a la percusión o la melodía hasta el gospel de las iglesias afroamericanas y las oraciones percutidas de la santería o el candomblé de hoy en día. Con el surgimiento de la música grabada a partir de los años cuarenta y cincuenta, proliferaron grupos juveniles que se aglutinaban en bailes. La música, como otras preferencias estilísticas, ejercía una fuerza centrípeta en el grupo a la vez que repelía al resto de la sociedad. Octavio Paz aborda su reflexión sobre la mexicanidad a partir del modo de ser de los pachucos, grupos juveniles en Los Ángeles notorios por sus zoot suits y el jitterbug que bailaban. Este fenómeno no se limitó a Estados Unidos, como reconoce Paz al referirse a grupos de estudiantes y artistas en la posguerra francesa parecidos a los pachucos. Pero es en el país del rock & roll donde la relación entre música y grupo juvenil se espectaculariza en el cine. La película Rebelde sin causa (1955) estableció la asociación entre música y delincuencia, desquicio o depravación, que luego se imputó al rock de los sesenta, el disco y el punk de los setenta, el hip-hop de los ochenta o el tecno de los noventa, así como el funk de las favelas de Río de Janeiro. Y como estos, muchos otros grupos alrededor del mundo. Desde luego, hay grupos juveniles que se escapan de estas referencias negativas, pero también se juntan en torno de valores representados por la música.
La innovación tecnológica a lo largo de los últimos sesenta años expandió las capacidades socializadoras de la música. La popularización del tocadiscos portátil y del disco vinilo en los cincuenta hizo posible que la música se pudiera llevar a cualquier lugar. Las boomboxes de los setenta superaron la necesidad de enchufarse y surgió la figura del joven ensordeciendo a otros peatones. El walkman, introducido en 1979, expandió el uso de la música con la aparición de nuevas figuras: ciclistas, corredores, patinadores y muchos otros transitando con sus audífonos. Luego los iPods y móviles con capacidad de descarga expandieron todavía más los usos de la música y nuevas maneras de escuchar. Con el casete se hizo posible copiar músicas y crear repertorios para tocar en el auto o en los walkmans. Luego esos repertorios se fueron pasando a los amigos, como expresión ya no de una identidad grupal, sino del gusto y de la personalidad. Esos casetes migraban, como hoy los CD y los videocasetes, de un país a otro, expandiendo pues la comunicación epistolar a la del repertorio. Con internet esos repertorios se suben a las páginas personales de los sitios de socialización (social networking),como MySpace, y circulan alrededor del mundo. Las tecnologías dan mayor ubicuidad no sólo a la música, sino a nuestra personalidad.
Crece, además, nuestra capacidad de conocer todas las músicas del mundo. Yo me hago pruebas por si puedo descubrir una música inimaginable, como una salsa persa o una polca china, y por lo general las encuentro. El intercambio de archivos por medio de P2P abre a la infinidad el acceso a la música, y los programas de descomposición, mezcla y recomposición musical nos permiten crear nuestras propias fusiones, mashups y trackers.Nos convertimos en músicos de índole diferente a los amateurs y los profesionales.
La ubicuidad, la constante innovación y el acceso a cualquier repertorio musical conducen a algunos a celebrar el refuerzo cultural y otros a lamentar el allanamiento de criterios artísticos cuando cualquiera puede convertirse en músico. Cada vez más se hacen dispensables los expertos y guardianes del buen gusto. ¿Qué pienso yo al respecto? Mis estudiantes, que nacieron en esta época de ubicuidad, me superan en lo que respecta a estos temas: me dirigen a nuevos sitios de internet, a nuevas prácticas, y con ellos voy aprendiendo.
La música es la más ubicua de las expresiones pertenecientes a las artes y a las industrias culturales. Se escucha no sólo en la radio, el cine, la televisión, los videojuegos y los equipos de sonido, sino en ascensores, lectores portátiles y teléfonos móviles, ordenadores, publicidad, restaurantes y por doquier en la calle. Desde luego, para la gran mayoría también son ubicuos visión, tacto, gusto y olfato, pero en ninguno de estos casos nos acompañamos continuamente de obras artísticamente organizadas, como hacemos cuando pasamos de una música a otra. Si bien vemos publicidad por doquier, no nos sometemos a ver una película tras otra, ni seguimos comiendo sin parar. Además, se nos hace difícil el multitasking en que figuran visualidades (películas), tactos (masajes) o gustos (comida), mientras que podemos escuchar música en casi cualquier otra actividad. Puede que no pongamos toda la atención en lo que escuchamos, pero confiamos en que la música que seleccionamos nos serene o aliente o tenga otro efecto deseado.
La música también es un ingrediente clave de la constitución de comunidades, desde los antiguos pueblos cuyos rituales eran organizados en torno a la percusión o la melodía hasta el gospel de las iglesias afroamericanas y las oraciones percutidas de la santería o el candomblé de hoy en día. Con el surgimiento de la música grabada a partir de los años cuarenta y cincuenta, proliferaron grupos juveniles que se aglutinaban en bailes. La música, como otras preferencias estilísticas, ejercía una fuerza centrípeta en el grupo a la vez que repelía al resto de la sociedad. Octavio Paz aborda su reflexión sobre la mexicanidad a partir del modo de ser de los pachucos, grupos juveniles en Los Ángeles notorios por sus zoot suits y el jitterbug que bailaban. Este fenómeno no se limitó a Estados Unidos, como reconoce Paz al referirse a grupos de estudiantes y artistas en la posguerra francesa parecidos a los pachucos. Pero es en el país del rock & roll donde la relación entre música y grupo juvenil se espectaculariza en el cine. La película Rebelde sin causa (1955) estableció la asociación entre música y delincuencia, desquicio o depravación, que luego se imputó al rock de los sesenta, el disco y el punk de los setenta, el hip-hop de los ochenta o el tecno de los noventa, así como el funk de las favelas de Río de Janeiro. Y como estos, muchos otros grupos alrededor del mundo. Desde luego, hay grupos juveniles que se escapan de estas referencias negativas, pero también se juntan en torno de valores representados por la música.
La innovación tecnológica a lo largo de los últimos sesenta años expandió las capacidades socializadoras de la música. La popularización del tocadiscos portátil y del disco vinilo en los cincuenta hizo posible que la música se pudiera llevar a cualquier lugar. Las boomboxes de los setenta superaron la necesidad de enchufarse y surgió la figura del joven ensordeciendo a otros peatones. El walkman, introducido en 1979, expandió el uso de la música con la aparición de nuevas figuras: ciclistas, corredores, patinadores y muchos otros transitando con sus audífonos. Luego los iPods y móviles con capacidad de descarga expandieron todavía más los usos de la música y nuevas maneras de escuchar. Con el casete se hizo posible copiar músicas y crear repertorios para tocar en el auto o en los walkmans. Luego esos repertorios se fueron pasando a los amigos, como expresión ya no de una identidad grupal, sino del gusto y de la personalidad. Esos casetes migraban, como hoy los CD y los videocasetes, de un país a otro, expandiendo pues la comunicación epistolar a la del repertorio. Con internet esos repertorios se suben a las páginas personales de los sitios de socialización (social networking),como MySpace, y circulan alrededor del mundo. Las tecnologías dan mayor ubicuidad no sólo a la música, sino a nuestra personalidad.
Crece, además, nuestra capacidad de conocer todas las músicas del mundo. Yo me hago pruebas por si puedo descubrir una música inimaginable, como una salsa persa o una polca china, y por lo general las encuentro. El intercambio de archivos por medio de P2P abre a la infinidad el acceso a la música, y los programas de descomposición, mezcla y recomposición musical nos permiten crear nuestras propias fusiones, mashups y trackers.Nos convertimos en músicos de índole diferente a los amateurs y los profesionales.
La ubicuidad, la constante innovación y el acceso a cualquier repertorio musical conducen a algunos a celebrar el refuerzo cultural y otros a lamentar el allanamiento de criterios artísticos cuando cualquiera puede convertirse en músico. Cada vez más se hacen dispensables los expertos y guardianes del buen gusto. ¿Qué pienso yo al respecto? Mis estudiantes, que nacieron en esta época de ubicuidad, me superan en lo que respecta a estos temas: me dirigen a nuevos sitios de internet, a nuevas prácticas, y con ellos voy aprendiendo.
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