Por Pere Vilanova, catedrático de Ciencia Política de la UB (EL PERIÓDICO, 11/04/08):
Vista en perspectiva, la reciente cumbre de la OTAN ha seguido un guión relativamente previsible y, como buena obra de teatro, ha tenido tres actos y un desenlace más o menos sorprendente. Y preocupante. El primer acto, por supuesto, es la cumbre de la OTAN propiamente dicha, los países miembros reunidos para discutir una agenda muy precisa: confirmar la entrada (o mejor dicho, la “petición de que acepten entrar”) a los tres que llevan haciendo sus deberes hace ya tiempo. Dos han aprobado, Croacia y Albania, y uno ha suspendido: Macedonia. Lo interesante de estos tres casos es que son bastante distintos entre sí.
ES BIEN sabido que desde el final de la guerra fría, y más concretamente desde la extinción de la URSS (espectacular noche de fin de año de 1991), las diversas componentes de la llamada arquitectura europea de seguridad comprensiva han crecido, al menos en cuanto al número de sus miembros. La Unión Europea, en estos años ha pasado de 12 a 27 países. El Consejo de Europa, una organización europea de importancia extraordinaria y en ocasiones subestimada, pues es la que ha avalado que las diversas transiciones hayan alcanzado los estándares aceptables del Estado de derecho, ha aumentado hasta 47 estados. Y la Organización para la Cooperación y la Seguridad en Europa (OSCE) tiene 56 miembros. Salvo excepciones concretas, toda esta expansión territorial y política se ha hecho hacia el Este. Hacia países que o bien formaban parte de la URSS o bien estaban bajo su control directo (con las excepciones parciales de los países que formaban la extinta Yugoslavia y Albania.
Croacia ha hecho sus deberes, sobre todo en estos últimos años, en los que Zagreb ha enterrado la era Tudjman, y Albania, más o menos, pero los líderes europeos creen –con ra- zón–, que apoyar el ingreso de Tirana en la OTAN es incentivar a sus dirigentes para que sigan trabajando en la buena dirección, y así lo piensan también el Consejo de Europa, la OSCE y la Unión Europea. Pero ¿y Macedonia? La cuestión es de escándalo, y, de nuevo, como sucedió en Kosovo en 1998 y 1999, y como volvió a suceder en el 2004 con el tema de Chipre, Europa (ya sea en la UE, ya en la OTAN) permite a Grecia mantener una agenda propia, basada en cuestiones de nacionalismo para consumo interior, o de influencia (real o supuesta) en un supuesto bloque eslavo, para hacer lo que mejor le parece. Macedonia es una república que formaba parte de Yugoslavia, que alcanzó la independencia siguiendo todos los pasos que le exigió la comunidad internacional, que, a pesar de tener una importante minoría albanesa, supo evitar las guerras yugoslavas así como el contagio de la crisis kosovar. Y Grecia le hace la vida imposible nada menos que por sospechas que Atenas no puede probar. La culpa, sorpréndanse: de Alejandro Magno. No hay derecho.
Pero, acto segundo, la cumbre de la OTAN continuó con la cumbre OTAN-Rusia, sobre la que pesaban augurios pesimistas –incluso se temía alguna salida de tono– y que en realidad fue bastante bien, no solo porque no acabó mal, sino porque fue real. Es decir, lo que se hizo y dijo refleja fielmente el estado de las relaciones entre Rusia y la OTAN. La línea roja, para Putin, es el ingreso de Ucrania y Georgia, y es lógico que de los 24 miembros de la OTAN, solo una decena apoyasen a Bush. El resto, encabezados por Alemania, Francia, Italia y España, optó por la prudencia. Si la OTAN quiere cohesión, no tiene que inventarse más problemas de los que ya tiene, y Putin recordó lo obvio: no hay antagonismo frontal con Occidente, no hay nueva guerra fría, pero está en juego el estatus, una cierta concepción de lo que en su día se llamó equilibrio de poder.
AL FINAL, y a modo de transacción, Bush consiguió el apoyo aliado al espinoso tema del escudo antimisiles y Putin recordó (con buenas maneras) que no tiene sentido, que apunta a Rusia y no a Irán, aunque (algunos medios no se han dado cuenta de ello) este es un tema bilateral con Estados Unidos, porque los sistemas en cuestión, y todo lo que tenga relación con armas nucleares, no son propiedad de la OTAN, sino de EEUU, que decide en exclusiva sobre su uso. Por ello, este tema pertenecía a la agenda del tercer acto de esta densa obra de teatro, el encuentro Bush-Putin, en la que las formas fueron exquisitas, puesto que, entre otras cosas, ambos se despedían: el uno del otro, y ambos de su sillón presidencial. Pero queda para la letra pequeña un dato esencial: el acuerdo de Rusia para que las tropas de la coalición internacional (ISAF) en Afganistán puedan hacer llegar sus suministros a través de Rusia y Uzbekistán. Es simbólico, y algunos lo ven como una legitimación adicional del ISAF en Afganistán por parte de Rusia.
El desenlace lo aportó el número dos de Al Qaeda, Ayman al Zauahiri, cuando el segundo día de la cumbre publicó un comunicado en el que Naciones Unidas aparece como “enemiga del islam”. Ya sabíamos que los conceptos de cruzados y de infieles que usa Osama bin Laden nos incluyen a todos, pero esta vez se ha dicho explícitamente. Por ello, que el uso de la fuerza en la escena internacional respete los principios de legalidad y de legitimidad es una exigencia para nosotros de la que no podemos abdicar.
Vista en perspectiva, la reciente cumbre de la OTAN ha seguido un guión relativamente previsible y, como buena obra de teatro, ha tenido tres actos y un desenlace más o menos sorprendente. Y preocupante. El primer acto, por supuesto, es la cumbre de la OTAN propiamente dicha, los países miembros reunidos para discutir una agenda muy precisa: confirmar la entrada (o mejor dicho, la “petición de que acepten entrar”) a los tres que llevan haciendo sus deberes hace ya tiempo. Dos han aprobado, Croacia y Albania, y uno ha suspendido: Macedonia. Lo interesante de estos tres casos es que son bastante distintos entre sí.
ES BIEN sabido que desde el final de la guerra fría, y más concretamente desde la extinción de la URSS (espectacular noche de fin de año de 1991), las diversas componentes de la llamada arquitectura europea de seguridad comprensiva han crecido, al menos en cuanto al número de sus miembros. La Unión Europea, en estos años ha pasado de 12 a 27 países. El Consejo de Europa, una organización europea de importancia extraordinaria y en ocasiones subestimada, pues es la que ha avalado que las diversas transiciones hayan alcanzado los estándares aceptables del Estado de derecho, ha aumentado hasta 47 estados. Y la Organización para la Cooperación y la Seguridad en Europa (OSCE) tiene 56 miembros. Salvo excepciones concretas, toda esta expansión territorial y política se ha hecho hacia el Este. Hacia países que o bien formaban parte de la URSS o bien estaban bajo su control directo (con las excepciones parciales de los países que formaban la extinta Yugoslavia y Albania.
Croacia ha hecho sus deberes, sobre todo en estos últimos años, en los que Zagreb ha enterrado la era Tudjman, y Albania, más o menos, pero los líderes europeos creen –con ra- zón–, que apoyar el ingreso de Tirana en la OTAN es incentivar a sus dirigentes para que sigan trabajando en la buena dirección, y así lo piensan también el Consejo de Europa, la OSCE y la Unión Europea. Pero ¿y Macedonia? La cuestión es de escándalo, y, de nuevo, como sucedió en Kosovo en 1998 y 1999, y como volvió a suceder en el 2004 con el tema de Chipre, Europa (ya sea en la UE, ya en la OTAN) permite a Grecia mantener una agenda propia, basada en cuestiones de nacionalismo para consumo interior, o de influencia (real o supuesta) en un supuesto bloque eslavo, para hacer lo que mejor le parece. Macedonia es una república que formaba parte de Yugoslavia, que alcanzó la independencia siguiendo todos los pasos que le exigió la comunidad internacional, que, a pesar de tener una importante minoría albanesa, supo evitar las guerras yugoslavas así como el contagio de la crisis kosovar. Y Grecia le hace la vida imposible nada menos que por sospechas que Atenas no puede probar. La culpa, sorpréndanse: de Alejandro Magno. No hay derecho.
Pero, acto segundo, la cumbre de la OTAN continuó con la cumbre OTAN-Rusia, sobre la que pesaban augurios pesimistas –incluso se temía alguna salida de tono– y que en realidad fue bastante bien, no solo porque no acabó mal, sino porque fue real. Es decir, lo que se hizo y dijo refleja fielmente el estado de las relaciones entre Rusia y la OTAN. La línea roja, para Putin, es el ingreso de Ucrania y Georgia, y es lógico que de los 24 miembros de la OTAN, solo una decena apoyasen a Bush. El resto, encabezados por Alemania, Francia, Italia y España, optó por la prudencia. Si la OTAN quiere cohesión, no tiene que inventarse más problemas de los que ya tiene, y Putin recordó lo obvio: no hay antagonismo frontal con Occidente, no hay nueva guerra fría, pero está en juego el estatus, una cierta concepción de lo que en su día se llamó equilibrio de poder.
AL FINAL, y a modo de transacción, Bush consiguió el apoyo aliado al espinoso tema del escudo antimisiles y Putin recordó (con buenas maneras) que no tiene sentido, que apunta a Rusia y no a Irán, aunque (algunos medios no se han dado cuenta de ello) este es un tema bilateral con Estados Unidos, porque los sistemas en cuestión, y todo lo que tenga relación con armas nucleares, no son propiedad de la OTAN, sino de EEUU, que decide en exclusiva sobre su uso. Por ello, este tema pertenecía a la agenda del tercer acto de esta densa obra de teatro, el encuentro Bush-Putin, en la que las formas fueron exquisitas, puesto que, entre otras cosas, ambos se despedían: el uno del otro, y ambos de su sillón presidencial. Pero queda para la letra pequeña un dato esencial: el acuerdo de Rusia para que las tropas de la coalición internacional (ISAF) en Afganistán puedan hacer llegar sus suministros a través de Rusia y Uzbekistán. Es simbólico, y algunos lo ven como una legitimación adicional del ISAF en Afganistán por parte de Rusia.
El desenlace lo aportó el número dos de Al Qaeda, Ayman al Zauahiri, cuando el segundo día de la cumbre publicó un comunicado en el que Naciones Unidas aparece como “enemiga del islam”. Ya sabíamos que los conceptos de cruzados y de infieles que usa Osama bin Laden nos incluyen a todos, pero esta vez se ha dicho explícitamente. Por ello, que el uso de la fuerza en la escena internacional respete los principios de legalidad y de legitimidad es una exigencia para nosotros de la que no podemos abdicar.
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