Por Luis de Sebastián, profesor emérito de Esade (EL PERIÓDICO, 25/04/08):
El Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas ha lanzado un SOS desesperado. Necesita urgentemente 500 millones de dólares. Se están acabando sus reservas de alimentos y de dinero. Si para principios de mayo no recibe esta cantidad, millones de personas, que hasta ahora están alimentadas por el programa, morirán de hambre. Entre otros se contarán los refugiados de la provincia sudanesa de Darfur (más de medio millón de personas), de los cuales muchos se han refugiado en el vecino Chad. De pronto, el hambre, ese terrible jinete del Apocalipsis, cabalga de nuevo.
¿Cómo ha sido posible llegar a esta situación? Porque apenas hace dos años, la FAO, Organización para la Alimentación y la Agricultura, podía afirmar que en el mundo ha- bía comida suficiente para proporcionar a cada uno de los 6.400 millones de habitantes de la tierra las 3.000 calorías diarias que necesita una persona para vivir bien. Siempre quedaba el espinoso problema de la distribución equitativa de los alimentos disponibles, que hace posible la paradoja de que el nuestro sea a la vez un planeta de hambrientos y de obesos. Pero la comida era abundante y barata en relación con tiempos pasados.
PERO VARIOS hechos han alterado el panorama de abundancia en los mercados mundiales. El afán por sustituir el petróleo, un combustible cada vez más caro, políticamente inestable y contaminante, por bio o agrocombustibles creó una situación nueva en los mercados. El maíz se desvió en grandes cantidades de la alimentación de hombres y animales a las fábricas de etanol, sobre todo en EEUU, donde el Gobierno subsidia fuertemente su producción. El desvío encareció el precio de las tortillas en México y el de la carne en Argentina y Canadá. Simultáneamente, en Europa se destinaban los excedentes de trigo y cebada a la producción de biodiésel, con la protección de la Política Agrícola Común.
Estos hechos introdujeron un sesgo al alza en los precios de los cereales. Malas cosechas en Australia, uno de los graneros del mundo, vinieron a contribuir al encarecimiento de los cereales. A estas circunstancias se sumó un nuevo dato. En China y la India se estaba dando una transición alimentaria de gran transcendencia. La creciente clase media en ambos países ha ido dejando de lado sus alimentos tradicionales para adoptar las dietas de países ricos de Europa y América del Norte: más carne de pollo y de vacuno, más pan de trigo, más dulces. Resultado: más demanda de cereales para alimentar hombres y ganado y sus precios al alza.
Pero no son solo los cereales. La transición alimentaria de los países emergentes afecta también a los alimentos procesados que fabrica el complejo industrial-alimentario y venden en China e India grandes cadenas de supermercados como Walt Mart y Carrefour. La demanda de productos agrícolas que entran en su producción, como soja, aceites vegetales, azúcar, lisina, jarabe de fructosa y otros derivados del maíz, los ha encarecido en los mercados mundiales. Por añadidura, la creciente demanda de alimentos ha ido acabando con las reservas de cereales y otros alimentos básicos de los países ricos. Todas estas circunstancias parecen haber sido orquestadas para elevar rápidamente los precios de los alimentos a niveles exagerados, en torno al 100%, en dos años.
Nada de lo dicho hasta aquí explica por qué el precio del arroz, el alimento más esencial para la población mundial, ha subido un 30% en una semana, y se ha duplicado durante los primeros meses de 2008. Porque el arroz no se emplea en ningún lugar para producir etanol, ni se usa para alimentar pollos, cerdos y ganado vacuno. Puede que en algún país productor haya habido una mala cosecha, pero no se tienen noticias de verdaderos desastres de abastecimiento. La explicación del encarecimiento del arroz nos introduce en lo que yo creo que es la causa principal de la presente escalada de precios de los alimentos: la especulación.
La especulación se ceba de la incertidumbre, el miedo, la posibilidad de ganancias y la abundancia de dinero para especular. Las cuatro condiciones se dan en los mercados de alimentos. Hay incertidumbre sobre abastecimientos futuros por el cambio climático, una consideración de largo plazo, que no debería causar convulsiones en los mercados, pero está en un horizonte cada vez más cercano. A más corto plazo, hay incertidumbre sobre la escasez de tierra cultivable para alimentos, si cada vez se aplica más para la producción de agrocombustibles; incertidumbre si las reservas no se reponen y la demanda de la clase media de países emergentes se acelera.
HAY MIEDO de que los países queden desabastecidos, y eso incita a comportamientos especulativos en gobiernos, que, para acumular alimentos, impiden su exportación. Hay muchas ganancias a la vista, porque hay mucha necesidad. Nefasta ganancia a base del hambre de los pobres. Y, sobre todo, hay mucho dinero para especular, que ha salido del castigado sector financiero para entrar con la avaricia y el amor al riesgo que le caracterizan en los mercados de commodities y de alimentos. Conclusión: ¡hay que combatir la especulación!
El Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas ha lanzado un SOS desesperado. Necesita urgentemente 500 millones de dólares. Se están acabando sus reservas de alimentos y de dinero. Si para principios de mayo no recibe esta cantidad, millones de personas, que hasta ahora están alimentadas por el programa, morirán de hambre. Entre otros se contarán los refugiados de la provincia sudanesa de Darfur (más de medio millón de personas), de los cuales muchos se han refugiado en el vecino Chad. De pronto, el hambre, ese terrible jinete del Apocalipsis, cabalga de nuevo.
¿Cómo ha sido posible llegar a esta situación? Porque apenas hace dos años, la FAO, Organización para la Alimentación y la Agricultura, podía afirmar que en el mundo ha- bía comida suficiente para proporcionar a cada uno de los 6.400 millones de habitantes de la tierra las 3.000 calorías diarias que necesita una persona para vivir bien. Siempre quedaba el espinoso problema de la distribución equitativa de los alimentos disponibles, que hace posible la paradoja de que el nuestro sea a la vez un planeta de hambrientos y de obesos. Pero la comida era abundante y barata en relación con tiempos pasados.
PERO VARIOS hechos han alterado el panorama de abundancia en los mercados mundiales. El afán por sustituir el petróleo, un combustible cada vez más caro, políticamente inestable y contaminante, por bio o agrocombustibles creó una situación nueva en los mercados. El maíz se desvió en grandes cantidades de la alimentación de hombres y animales a las fábricas de etanol, sobre todo en EEUU, donde el Gobierno subsidia fuertemente su producción. El desvío encareció el precio de las tortillas en México y el de la carne en Argentina y Canadá. Simultáneamente, en Europa se destinaban los excedentes de trigo y cebada a la producción de biodiésel, con la protección de la Política Agrícola Común.
Estos hechos introdujeron un sesgo al alza en los precios de los cereales. Malas cosechas en Australia, uno de los graneros del mundo, vinieron a contribuir al encarecimiento de los cereales. A estas circunstancias se sumó un nuevo dato. En China y la India se estaba dando una transición alimentaria de gran transcendencia. La creciente clase media en ambos países ha ido dejando de lado sus alimentos tradicionales para adoptar las dietas de países ricos de Europa y América del Norte: más carne de pollo y de vacuno, más pan de trigo, más dulces. Resultado: más demanda de cereales para alimentar hombres y ganado y sus precios al alza.
Pero no son solo los cereales. La transición alimentaria de los países emergentes afecta también a los alimentos procesados que fabrica el complejo industrial-alimentario y venden en China e India grandes cadenas de supermercados como Walt Mart y Carrefour. La demanda de productos agrícolas que entran en su producción, como soja, aceites vegetales, azúcar, lisina, jarabe de fructosa y otros derivados del maíz, los ha encarecido en los mercados mundiales. Por añadidura, la creciente demanda de alimentos ha ido acabando con las reservas de cereales y otros alimentos básicos de los países ricos. Todas estas circunstancias parecen haber sido orquestadas para elevar rápidamente los precios de los alimentos a niveles exagerados, en torno al 100%, en dos años.
Nada de lo dicho hasta aquí explica por qué el precio del arroz, el alimento más esencial para la población mundial, ha subido un 30% en una semana, y se ha duplicado durante los primeros meses de 2008. Porque el arroz no se emplea en ningún lugar para producir etanol, ni se usa para alimentar pollos, cerdos y ganado vacuno. Puede que en algún país productor haya habido una mala cosecha, pero no se tienen noticias de verdaderos desastres de abastecimiento. La explicación del encarecimiento del arroz nos introduce en lo que yo creo que es la causa principal de la presente escalada de precios de los alimentos: la especulación.
La especulación se ceba de la incertidumbre, el miedo, la posibilidad de ganancias y la abundancia de dinero para especular. Las cuatro condiciones se dan en los mercados de alimentos. Hay incertidumbre sobre abastecimientos futuros por el cambio climático, una consideración de largo plazo, que no debería causar convulsiones en los mercados, pero está en un horizonte cada vez más cercano. A más corto plazo, hay incertidumbre sobre la escasez de tierra cultivable para alimentos, si cada vez se aplica más para la producción de agrocombustibles; incertidumbre si las reservas no se reponen y la demanda de la clase media de países emergentes se acelera.
HAY MIEDO de que los países queden desabastecidos, y eso incita a comportamientos especulativos en gobiernos, que, para acumular alimentos, impiden su exportación. Hay muchas ganancias a la vista, porque hay mucha necesidad. Nefasta ganancia a base del hambre de los pobres. Y, sobre todo, hay mucho dinero para especular, que ha salido del castigado sector financiero para entrar con la avaricia y el amor al riesgo que le caracterizan en los mercados de commodities y de alimentos. Conclusión: ¡hay que combatir la especulación!
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