Por Josep Borrell, presidente de la Comisión de Desarrollo del Parlamento Europeo (EL PERIÓDICO, 25/03/08):
Durante nuestra gran emigración vacacional los cayucos han seguido llegando a Canarias, las bombas explotando en Irak y la crisis extendiéndose por el sistema financiero.
Esos acontecimientos reflejan los grandes desequilibrios, de riqueza y de poder, de nuestra sociedad-mundo. Los conflictos generados por el subdesarrollo se agravan en África (Kenia, Chad, Congo, Somalia, Darfur…), donde estamos lejos de alcanzar los Objetivos del Milenio. La guerra de Irak ha contribuido, aumentando el precio del petróleo y el déficit publico, al debilitamiento de la economía americana, y todos vamos a pagar sus consecuencias. Y dos nuevos problemas, los efectos del cambio climático y el aumento del precio de los alimentos, irrumpen con fuerza y afectan especialmente a los países más pobres.
A PESAR DE todos los progresos, más gente muere de malnutrición que de sida, malaria y tuberculosis juntas. Cada año hay cuatro millones más de hambrientos y ahora el aumento de precios agrícolas en todo el mundo, de índice 200 en enero del 2006 a 480 este marzo, agrava el problema.
El primer afectado es el Programa Alimentario Mundial de la ONU. Su directora, la señora Josette Sheeran, acudió a una reunión de urgencia de la Comisión de Desarrollo del Parlamento Europeo para explicar que el índice de precios de los productos que compra para alimentar a 73 millones de personas, el 10% de los malnutridos del mundo, han aumentado un 40% en un año. Y sus reservas, de solo 50 días, están en el nivel más bajo de los últimos 30 años.
Los pobres entre los pobres de la Tierra pueden ser las primeras víctimas de la actual crisis alimentaria. Sheeran necesita 500 millones de dólares para equilibrar su presupuesto, una cantidad verdaderamente irrisoria si se compara con los 12.000 millones de dólares al mes que costará este año la presencia militar americana en Irak. Y, sin embargo, tiene graves dificultades para conseguirlos.
El hambre tiene un nuevo rostro, nos decía Sheeran. En muchos países hay comida en los supermercados, pero a unos precios inasumibles para una parte creciente de la población. Una nueva vulnerabilidad ha aparecido en áreas urbanas, generando revueltas en muchos países, desde Indonesia a México.
Así, la seguridad alimentaria se ha convertido en poco tiempo en un grave problema mundial, relacionado con la seguridad energética, que era la única que preocupaba al mundo desarrollado. Ello se debe a tres causas. Primero, el incremento de la demanda de países emergentes que aumentan y mejoran su dieta alimentaria. Los chinos todavía comen menos de la mitad de carne que nosotros, pero han doblado su consumo y para producir un kilo de carne de cerdo hacen falta seis de cereales.
Segundo, la producción de biocombustibles, que ha disminuido la cantidad disponible de algunos cereales, sobre todo de maíz. Este año, Estados Unidos dedicará a producir etanol un tercio de la cosecha de maíz, que ha alcanzado el precio más alto de la historia. El entusiasmo por el etanol para reducir la dependencia energética del petróleo importado disminuye y hasta el propio Bush ha reconocido que los problemas de la alimentación y la energía colisionan.
PERO ELLO no debería convertir los biocombustibles en el chivo expiatorio de los problemas alimentarios mundiales. Hay mucha tierra que se puede poner en cultivo y muchas especies vegetales no alimentarias pueden producir biocombustibles, como se está demostrando en la India. Los biocombustibles de segunda generación, que no interfieren con la producción de alimentos, pueden contribuir decisivamente a la descarbonificación del transporte y a generar recursos para los países en desarrollo. Pero surge un conflicto de intereses con la industria petrolera, como demuestra dentro de los países emergentes el enfrentamiento entre Lula y Chávez.
El tercero son las alteraciones climáticas, especialmente las sequías en Australia y Ucrania, que han disminuido notablemente la producción. Las dos primeras causas son profundamente estructurales y seguirán presionando sobre la demanda. De aquí al 2030, el incremento de la población y la mejora alimentaria exigirán aumentar un 50% la producción agrícola. La segunda causa puede ser coyuntural, pero la incidencia del cambio climático podría mantenerla y agravarla.
En cualquier caso, el cambio climático obliga a afrontar de otra forma los problemas del desarrollo. Afectará de forma más inmediata e intensa a los países más pobres del planeta, que necesitarán ayudas adicionales para adaptarse a cambios que son ya inevitables. Pero, además, hay que plantearse cómo mantener el derecho al desarrollo en un mundo sometido a las restricciones necesarias para evitar que la temperatura aumente más de dos grados. Hasta ahora el camino de la pobreza a la prosperidad se ha hecho aumentando enormemente el consumo per cápita de combustibles fósiles. Pero el desarrollo de la minoría rica del mundo ha dejado muy poco espacio en la atmósfera para que la mayoría pobre pueda hacer lo mismo.
Ese camino está desde ahora cerrado. Por ello, la crisis del desarrollo y la crisis climática colisionan. Su enfrentamiento se manifiesta ahora a través de la crisis alimentaria como uno de los problemas de equidad a escala planetaria de cuya gravedad no somos suficientemente conscientes.
Durante nuestra gran emigración vacacional los cayucos han seguido llegando a Canarias, las bombas explotando en Irak y la crisis extendiéndose por el sistema financiero.
Esos acontecimientos reflejan los grandes desequilibrios, de riqueza y de poder, de nuestra sociedad-mundo. Los conflictos generados por el subdesarrollo se agravan en África (Kenia, Chad, Congo, Somalia, Darfur…), donde estamos lejos de alcanzar los Objetivos del Milenio. La guerra de Irak ha contribuido, aumentando el precio del petróleo y el déficit publico, al debilitamiento de la economía americana, y todos vamos a pagar sus consecuencias. Y dos nuevos problemas, los efectos del cambio climático y el aumento del precio de los alimentos, irrumpen con fuerza y afectan especialmente a los países más pobres.
A PESAR DE todos los progresos, más gente muere de malnutrición que de sida, malaria y tuberculosis juntas. Cada año hay cuatro millones más de hambrientos y ahora el aumento de precios agrícolas en todo el mundo, de índice 200 en enero del 2006 a 480 este marzo, agrava el problema.
El primer afectado es el Programa Alimentario Mundial de la ONU. Su directora, la señora Josette Sheeran, acudió a una reunión de urgencia de la Comisión de Desarrollo del Parlamento Europeo para explicar que el índice de precios de los productos que compra para alimentar a 73 millones de personas, el 10% de los malnutridos del mundo, han aumentado un 40% en un año. Y sus reservas, de solo 50 días, están en el nivel más bajo de los últimos 30 años.
Los pobres entre los pobres de la Tierra pueden ser las primeras víctimas de la actual crisis alimentaria. Sheeran necesita 500 millones de dólares para equilibrar su presupuesto, una cantidad verdaderamente irrisoria si se compara con los 12.000 millones de dólares al mes que costará este año la presencia militar americana en Irak. Y, sin embargo, tiene graves dificultades para conseguirlos.
El hambre tiene un nuevo rostro, nos decía Sheeran. En muchos países hay comida en los supermercados, pero a unos precios inasumibles para una parte creciente de la población. Una nueva vulnerabilidad ha aparecido en áreas urbanas, generando revueltas en muchos países, desde Indonesia a México.
Así, la seguridad alimentaria se ha convertido en poco tiempo en un grave problema mundial, relacionado con la seguridad energética, que era la única que preocupaba al mundo desarrollado. Ello se debe a tres causas. Primero, el incremento de la demanda de países emergentes que aumentan y mejoran su dieta alimentaria. Los chinos todavía comen menos de la mitad de carne que nosotros, pero han doblado su consumo y para producir un kilo de carne de cerdo hacen falta seis de cereales.
Segundo, la producción de biocombustibles, que ha disminuido la cantidad disponible de algunos cereales, sobre todo de maíz. Este año, Estados Unidos dedicará a producir etanol un tercio de la cosecha de maíz, que ha alcanzado el precio más alto de la historia. El entusiasmo por el etanol para reducir la dependencia energética del petróleo importado disminuye y hasta el propio Bush ha reconocido que los problemas de la alimentación y la energía colisionan.
PERO ELLO no debería convertir los biocombustibles en el chivo expiatorio de los problemas alimentarios mundiales. Hay mucha tierra que se puede poner en cultivo y muchas especies vegetales no alimentarias pueden producir biocombustibles, como se está demostrando en la India. Los biocombustibles de segunda generación, que no interfieren con la producción de alimentos, pueden contribuir decisivamente a la descarbonificación del transporte y a generar recursos para los países en desarrollo. Pero surge un conflicto de intereses con la industria petrolera, como demuestra dentro de los países emergentes el enfrentamiento entre Lula y Chávez.
El tercero son las alteraciones climáticas, especialmente las sequías en Australia y Ucrania, que han disminuido notablemente la producción. Las dos primeras causas son profundamente estructurales y seguirán presionando sobre la demanda. De aquí al 2030, el incremento de la población y la mejora alimentaria exigirán aumentar un 50% la producción agrícola. La segunda causa puede ser coyuntural, pero la incidencia del cambio climático podría mantenerla y agravarla.
En cualquier caso, el cambio climático obliga a afrontar de otra forma los problemas del desarrollo. Afectará de forma más inmediata e intensa a los países más pobres del planeta, que necesitarán ayudas adicionales para adaptarse a cambios que son ya inevitables. Pero, además, hay que plantearse cómo mantener el derecho al desarrollo en un mundo sometido a las restricciones necesarias para evitar que la temperatura aumente más de dos grados. Hasta ahora el camino de la pobreza a la prosperidad se ha hecho aumentando enormemente el consumo per cápita de combustibles fósiles. Pero el desarrollo de la minoría rica del mundo ha dejado muy poco espacio en la atmósfera para que la mayoría pobre pueda hacer lo mismo.
Ese camino está desde ahora cerrado. Por ello, la crisis del desarrollo y la crisis climática colisionan. Su enfrentamiento se manifiesta ahora a través de la crisis alimentaria como uno de los problemas de equidad a escala planetaria de cuya gravedad no somos suficientemente conscientes.
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