martes, abril 01, 2008

Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Por Sebastián Iribarren Diarasarri, médico especialista en Medicina Intensiva y experto en Bioética Clínica (EL PAÍS, 27/03/08):

Hace unos días era encontrado el cadáver de Chantal Sébire. Esta ciudadana francesa había solicitado permiso a las autoridades de su país para que le ayudaran a morir, dado que había llegado a la conclusión de que su proyecto vital había concluido y sólo le restaba morir con “dignidad”.

Sin embargo, ¿qué es morir con dignidad? ¿Qué es la dignidad? El concepto de dignidad tiene demasiadas facetas y cada uno de nosotros es capaz de ver una de ellas o con suerte más de una, pero en ningún caso somos capaces de verlas todas.

El concepto kantiano de dignidad es el que más me satisface. La dignidad del ser humano consiste en ser considerado como un fin en sí mismo y no sólo como un medio. Esta idea de dignidad va íntimamente unida al deseo de libertad y autonomía del ser humano y, por lo tanto, al desarrollo de aquellos valores que pertenecen a lo más íntimo de nuestro ser.

No me cabe duda de que Chantal sopesó, a la hora de tomar esta decisión, su biografía, sus expectativas vitales, su dolor físico y emocional y el de quienes quería y le querían, así como también sus valores espirituales. Lo creo porque mi profesión de médico me muestra con más frecuencia de la deseada que el afrontar conscientemente la muerte exige un enorme coraje, que la mayoría no siempre tenemos.

Sin embargo, ante una situación como la de Chantal y tantos otros, nuestra sociedad no es capaz de afrontar el problema y darle una solución humana, compasiva y razonable. Nos limitamos a desempolvar el Código Penal y a abandonar al que solicita ayuda. Ayuda para terminar con un sufrimiento que nadie es capaz de paliar, ayuda para morir acompañado por las personas que uno quiere, ayuda para no morir como un delincuente en la clandestinidad, ayuda para que nadie persiga a aquellos que han mostrado más piedad y humanidad que algunos que se arrogan virtud moral y conocimiento.

A pesar de ello, los políticos que nos van a gobernar durante los próximos cuatro años siguen diciendo que todavía “no toca” regular legalmente la despenalización de la eutanasia. Y bien, ¿qué impide reconocer hoy este derecho? Ignorar el problema no se me antoja la solución.

Tratar a los enfermos terminales con todos los medios a nuestro alcance para prolongar su existencia con la mejor calidad de vida posible ha sido el deber de la medicina y seguirá siéndolo. Pero esta labor no tiene por qué colisionar con la regulación de la muerte médicamente asistida si se establecen las debidas salvaguardas. Nadie afirma que la eutanasia esté exenta de problemas, pero no son menos que los que ocasiona darle la espalda, porque el problema existe.

Permitir a los enfermos afrontar el final de su vida con libertad y responsabilidad es un derecho de ellos y un deber de quienes les cuidamos, y en este sentido se ha legislado últimamente. Así la Ley Básica Reguladora de la Autonomía del Paciente y las distintas normas estatales y autonómicas sobre Voluntades Anticipadas o Testamento Vital han clarificado muchos aspectos hasta entonces problemáticos. Es cierto que las leyes no solucionan por sí mismas los problemas que se plantean en la relación sanitaria, pero nos dan seguridad jurídica, suelo firme en el que pisar. Legislar sobre la eutanasia o el suicidio asistido aportaría esta misma seguridad jurídica a los pacientes y a los profesionales sanitarios. Permitiría sacar a la luz la verdadera magnitud del problema y evitar la clandestinidad y el ocultismo.

A mi juicio existen todavía demasiadas personas que creen que la perspectiva que tienen del problema es la verdadera y, por lo tanto, la única posible. Cuesta demasiado aceptar que nuestra sociedad es plural en creencias y valores y que, en principio, aquellas que afectan a nuestro ser más íntimo deberían de merecer el máximo respeto, por lo que deberíamos evitar imponer las nuestras a quienes no las comparten.

Una mayor capacidad de empatía con el que sufre y una menor carga ideológica contribuiría posiblemente a abarcar más perspectivas del mismo problema y facilitaría su solución.

El arzobispo emérito de Pamplona, Fernando Sebastián, ha invocado estos días la pasión de Jesucristo en la cruz para referirse a lo que él entiende por una muerte digna. Quisiera terminar yo también citando a Jesús cuando dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mateo 27,46; Marcos 15,34). Albergo pocas dudas de que el hijo de Dios mostró mayor humanidad que la que mostramos todos los días los que decimos ser sus seguidores. Tratar de ver el sufrimiento con los ojos del que sufre y no con los nuestros puede mover nuestros cimientos, pero en cualquier caso nos hará más humanos.

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