Por Walter Laqueur, director del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington (LA VANGUARDIA, 22/06/08):
Desde hace algún tiempo se advierten voces in crescendo - expresadas en libros, discursos y debates- según las cuales asistimos al auge del Este y el declive (si no caída) de Occidente. Cuando Oswald Spengler escribió su famoso libro La decadencia de Occidente tras la Primera Guerra Mundial, el “Este” - entendiendo por ello las “jóvenes naciones”- eran sobre todo Rusia (aunque no la Rusia comunista), Alemania e Italia y, tal vez, Oriente Medio. Ahora el futuro pertenece a China, India, Japón, Corea del Sur y el Sudeste Asiático. Las aludidas voces llegan según la apariencia de variadas formas y aspectos: bajo capa de triunfalismo extremo o de sensatos pronósticos económicos.
China e India han experimentado una evolución económica turbulenta, mucho más que Europa y EE. UU. Según los pronósticos de profesores de Harvard y el MIT, el PIB de China e India será mayor hacia el 2050 que el de Estados Unidos. El ingreso per cápita de China e India, sin embargo, seguirá siendo sólo la mitad del de Estados Unidos.
Curiosamente, la mayoría de comparaciones y pronósticos ni siquiera mencionan a Europa, que, si hay que creer a los triunfalistas asiáticos, ha dejado de contar y puede pasarse por alto sin problema alguno.
Tal evolución de los acontecimientos es perfectamente posible, pero ¿es “inevitable” como reza el subtítulo de un nuevo libro ampliamente debatido del profesor Mahbubani, ex representante de Singapur en la ONU? Nada es “inevitable”, porque no es seguro que el crecimiento asiático continúe a un ritmo tan elevado como en periodos anteriores (y, en caso de continuar, acarreará importantes problemas de lo que los economistas llaman “sobrecalentamiento”). El gran avance económico de China e India fue posible porque eran países de mano de obra barata, pero esta situación no durará mucho tiempo.
Las materias primas, y no sólo el petróleo, se están encareciendo y sin energía barata ni materias primas el progreso chino e indio se hallará en gran desventaja.
Sin embargo, si bien existen dudas sobre la inevitabilidad del auge del “Este” como la nueva fuerza predominante en el panorama de la política internacional, hay que añadir que guardan menos relación con la economía y más con la política. Durante los últimos dos siglos Occidente ha dominado el mundo, pero esta era llega a su fin. Este cambio del equilibrio de poder debería en principio provocar a su vez variaciones de las principales instituciones internacionales. ¿Por qué han de ser miembros del Consejo de Seguridad Rusia, Gran Bretaña y Francia pero no India, Japón, Brasil o Indonesia? La composición del Banco Mundial y del FMI debería cambiar. ¿Por qué ha de ser Canadá miembro del G-8 y no las nuevas y pujantes potencias emergentes?
El notable progreso económico de los países de Asia ha sido posible gracias a la estabilidad política, tanto interna como externa. ¿Tal tendencia proseguirá indefinidamente? El progreso económico en el seno de India y China ha sido muy desigual y poco equitativo; unos pocos se han beneficiado inmensamente pero la gran mayoría sobre todo en medio rural sigue siendo muy pobre. Los dalit como en la Rusia de Putin- es aún bastante reducida.
Se ha argumentado que todo esto no tendrá grandes consecuencias porque los gobiernos asiáticos no gobiernan al estilo occidental sino que eliminan a la oposición si es menester con mano de hierro. En efecto, Occidente no tiene grandes perspectivas en la mayoría de los países asiáticos (un hecho abiertamente admitido).
Existen, por añadidura, tensiones externas destinadas casi forzosamente a ocupar una posición más destacada. Está el problema de Pakistán, un país con armas nucleares donde las últimas elecciones no han contribuido en absoluto a solucionar sus problemas más hondos. La faceta política del islam presiona de forma creciente no sólo en Pakistán, Afganistán, Indonesia, Filipinas y Asia Central sino también en áreas de China y algunos países del Sudeste Asiático. Los vecinos de China sienten aprensión ante su creciente poder e India la considera una amenaza mucho más importante que Pakistán. Siguen existiendo graves conflictos internos en Malasia, Sri Lanka, Birmania e incluso Tailandia. En suma, los conflictos en el seno del “Este” son tan intensos y pronunciados como los generales y comunes.
Aunque el progreso económico de Asia es indudable, las profecías sobre su cultura e ímpetu descollantes como área líder del mundo y su papel como protagonista destacada de la democracia y la libertad individual no son más que atractivas fantasías por el momento. Con visión retrospectiva, las predicciones de Spengler hace casi un siglo sobre la decadencia de Occidente eran más acertadas que su creencia en el auge de las “jóvenes naciones”. Las profecías de los triunfalistas asiáticos podrían igualmente estar equivocadas.
Desde hace algún tiempo se advierten voces in crescendo - expresadas en libros, discursos y debates- según las cuales asistimos al auge del Este y el declive (si no caída) de Occidente. Cuando Oswald Spengler escribió su famoso libro La decadencia de Occidente tras la Primera Guerra Mundial, el “Este” - entendiendo por ello las “jóvenes naciones”- eran sobre todo Rusia (aunque no la Rusia comunista), Alemania e Italia y, tal vez, Oriente Medio. Ahora el futuro pertenece a China, India, Japón, Corea del Sur y el Sudeste Asiático. Las aludidas voces llegan según la apariencia de variadas formas y aspectos: bajo capa de triunfalismo extremo o de sensatos pronósticos económicos.
China e India han experimentado una evolución económica turbulenta, mucho más que Europa y EE. UU. Según los pronósticos de profesores de Harvard y el MIT, el PIB de China e India será mayor hacia el 2050 que el de Estados Unidos. El ingreso per cápita de China e India, sin embargo, seguirá siendo sólo la mitad del de Estados Unidos.
Curiosamente, la mayoría de comparaciones y pronósticos ni siquiera mencionan a Europa, que, si hay que creer a los triunfalistas asiáticos, ha dejado de contar y puede pasarse por alto sin problema alguno.
Tal evolución de los acontecimientos es perfectamente posible, pero ¿es “inevitable” como reza el subtítulo de un nuevo libro ampliamente debatido del profesor Mahbubani, ex representante de Singapur en la ONU? Nada es “inevitable”, porque no es seguro que el crecimiento asiático continúe a un ritmo tan elevado como en periodos anteriores (y, en caso de continuar, acarreará importantes problemas de lo que los economistas llaman “sobrecalentamiento”). El gran avance económico de China e India fue posible porque eran países de mano de obra barata, pero esta situación no durará mucho tiempo.
Las materias primas, y no sólo el petróleo, se están encareciendo y sin energía barata ni materias primas el progreso chino e indio se hallará en gran desventaja.
Sin embargo, si bien existen dudas sobre la inevitabilidad del auge del “Este” como la nueva fuerza predominante en el panorama de la política internacional, hay que añadir que guardan menos relación con la economía y más con la política. Durante los últimos dos siglos Occidente ha dominado el mundo, pero esta era llega a su fin. Este cambio del equilibrio de poder debería en principio provocar a su vez variaciones de las principales instituciones internacionales. ¿Por qué han de ser miembros del Consejo de Seguridad Rusia, Gran Bretaña y Francia pero no India, Japón, Brasil o Indonesia? La composición del Banco Mundial y del FMI debería cambiar. ¿Por qué ha de ser Canadá miembro del G-8 y no las nuevas y pujantes potencias emergentes?
El notable progreso económico de los países de Asia ha sido posible gracias a la estabilidad política, tanto interna como externa. ¿Tal tendencia proseguirá indefinidamente? El progreso económico en el seno de India y China ha sido muy desigual y poco equitativo; unos pocos se han beneficiado inmensamente pero la gran mayoría sobre todo en medio rural sigue siendo muy pobre. Los dalit como en la Rusia de Putin- es aún bastante reducida.
Se ha argumentado que todo esto no tendrá grandes consecuencias porque los gobiernos asiáticos no gobiernan al estilo occidental sino que eliminan a la oposición si es menester con mano de hierro. En efecto, Occidente no tiene grandes perspectivas en la mayoría de los países asiáticos (un hecho abiertamente admitido).
Existen, por añadidura, tensiones externas destinadas casi forzosamente a ocupar una posición más destacada. Está el problema de Pakistán, un país con armas nucleares donde las últimas elecciones no han contribuido en absoluto a solucionar sus problemas más hondos. La faceta política del islam presiona de forma creciente no sólo en Pakistán, Afganistán, Indonesia, Filipinas y Asia Central sino también en áreas de China y algunos países del Sudeste Asiático. Los vecinos de China sienten aprensión ante su creciente poder e India la considera una amenaza mucho más importante que Pakistán. Siguen existiendo graves conflictos internos en Malasia, Sri Lanka, Birmania e incluso Tailandia. En suma, los conflictos en el seno del “Este” son tan intensos y pronunciados como los generales y comunes.
Aunque el progreso económico de Asia es indudable, las profecías sobre su cultura e ímpetu descollantes como área líder del mundo y su papel como protagonista destacada de la democracia y la libertad individual no son más que atractivas fantasías por el momento. Con visión retrospectiva, las predicciones de Spengler hace casi un siglo sobre la decadencia de Occidente eran más acertadas que su creencia en el auge de las “jóvenes naciones”. Las profecías de los triunfalistas asiáticos podrían igualmente estar equivocadas.
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