Por Shlomo Ben-Ami, ex ministro de Exteriores de Israel y vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 21/06/08):
La reanudación de las conversaciones de paz entre Israel y Siria después de ocho años de ruido de sables no es una forma de desviar la atención de los problemas políticos de un primer ministro israelí en su etapa final. Tampoco es un plan de Siria para evitar responder ante un tribunal internacional por el asesinato del ex primer ministro libanés Rafik Hariri. Un acuerdo de paz entre Israel y Siria tiene una importancia estratégica fundamental para las dos partes, y ambos lo saben.
Las dos grandes experiencias formativas del régimen baazista de Siria fueron seguramente la pérdida de los Altos del Golán en 1967, bajo Hafez al Assad, y la pérdida de Líbano por parte de su hijo Bashar, que se vio obligado a retirar su ejército ante una irresistible presión internacional dirigida por Estados Unidos. Recuperar el Golán y proteger los grandes intereses de Siria en Líbano no sólo son las preocupaciones estratégicas fundamentales del presidente sirio, sino que son cruciales para el deseo de su régimen de asentar su legitimidad nacional y el de Bashar de reafirmar su posición.
La paz con Israel no es una prioridad para Assad. Es el requisito previo sin el cual es imposible alcanzar otros objetivos más importantes: el acercamiento a Estados Unidos, la legitimación del estatus especial de Siria en Líbano y la posibilidad de evitar una guerra con Israel -que sería devastadora- si no se recuperan los Altos del Golán por medios pacíficos. De hecho, el régimen ha dejado entrever que quizá esté dispuesto a llegar a un compromiso sobre la cuestión (el trazado de la frontera de 1967 a lo largo de una diminuta franja de tierra en la orilla oriental del mar de Galilea) que acabó con las negociaciones hace ocho años.
La paz entre Israel y Siria también es una necesidad estratégica para los israelíes. La complejidad de las amenazas contra Israel es tal que un posible enfrentamiento con Hamás en Gaza podría desencadenar un estallido con Hezbolá en Líbano. La única posibilidad de ganar esa guerra sería la destrucción total de Líbano por parte de la fuerza aérea israelí. Entonces, Siria seguramente aprovecharía la oportunidad para romper el impasse en el Golán con una acción militar que podría convertirse en una guerra masiva de misiles contra la vulnerable retaguardia israelí. E Irán, en su propósito de proteger su programa nuclear frente a un posible ataque de Israel y Estados Unidos, podría intervenir activamente en esta siniestra situación.
Es verdad que las condiciones estratégicas en la región son mucho más complejas hoy que hace ocho años, cuando las condiciones de Israel para un acuerdo con Siria consistían sobre todo en garantizar la seguridad en los Altos del Golán y en que Siria utilizara su influencia en Líbano para permitir un acuerdo de Israel con dicho país. La alianza de Siria con Irán no era un tema importante.
La posterior retirada forzosa de las fuerzas sirias de Líbano no fue positiva para Israel. En la última ronda de negociaciones entre Israel y Palestina, hace ocho años, estaba claro que un acuerdo con Siria abriría inmediatamente la puerta a un acuerdo con Líbano y al fin de la amenaza de Hezbolá en la frontera norte de Israel. Hoy el acuerdo con Siria podría facilitar una paz entre Israel y Líbano con el tiempo, pero no sería una consecuencia automática. Es más, aunque Hezbolá prosperó bajo la ocupación siria, nunca alcanzó el extraordinario poder político del que hoy disfruta.
No obstante, la paz con Siria podría ser un factor importante para un acuerdo más amplio árabe-israelí y, por consiguiente, un Oriente Próximo más estable, aunque no es realista esperar que Siria corte automáticamente su relación especial con Irán a cambio de los Altos del Golán. Se trata de conversaciones de paz, no de un tratado de defensa, y Siria no se apartaría bruscamente de sus amigos iraníes. Sin embargo, las buenas relaciones entre un Estado árabe que esté en paz con Israel e Irán no son necesariamente un elemento negativo. La posición de Siria podría limitar -en vez de ampliar- el alcance de la estrategia iraní de desestabilización regional.
Como siempre, todo dependerá en gran parte de la disposición de Estados Unidos a alejarse de las soluciones militares y los rígidos imperativos ideológicos y adoptar, por el contrario, una cultura pragmática de resolución de conflictos. Una paz entre Israel y Siria con el respaldo de Estados Unidos podría transformar el entorno estratégico y quizá arrastrar a otros en Oriente Próximo a un sistema de cooperación y seguridad regional.
La reanudación de las conversaciones de paz entre Israel y Siria después de ocho años de ruido de sables no es una forma de desviar la atención de los problemas políticos de un primer ministro israelí en su etapa final. Tampoco es un plan de Siria para evitar responder ante un tribunal internacional por el asesinato del ex primer ministro libanés Rafik Hariri. Un acuerdo de paz entre Israel y Siria tiene una importancia estratégica fundamental para las dos partes, y ambos lo saben.
Las dos grandes experiencias formativas del régimen baazista de Siria fueron seguramente la pérdida de los Altos del Golán en 1967, bajo Hafez al Assad, y la pérdida de Líbano por parte de su hijo Bashar, que se vio obligado a retirar su ejército ante una irresistible presión internacional dirigida por Estados Unidos. Recuperar el Golán y proteger los grandes intereses de Siria en Líbano no sólo son las preocupaciones estratégicas fundamentales del presidente sirio, sino que son cruciales para el deseo de su régimen de asentar su legitimidad nacional y el de Bashar de reafirmar su posición.
La paz con Israel no es una prioridad para Assad. Es el requisito previo sin el cual es imposible alcanzar otros objetivos más importantes: el acercamiento a Estados Unidos, la legitimación del estatus especial de Siria en Líbano y la posibilidad de evitar una guerra con Israel -que sería devastadora- si no se recuperan los Altos del Golán por medios pacíficos. De hecho, el régimen ha dejado entrever que quizá esté dispuesto a llegar a un compromiso sobre la cuestión (el trazado de la frontera de 1967 a lo largo de una diminuta franja de tierra en la orilla oriental del mar de Galilea) que acabó con las negociaciones hace ocho años.
La paz entre Israel y Siria también es una necesidad estratégica para los israelíes. La complejidad de las amenazas contra Israel es tal que un posible enfrentamiento con Hamás en Gaza podría desencadenar un estallido con Hezbolá en Líbano. La única posibilidad de ganar esa guerra sería la destrucción total de Líbano por parte de la fuerza aérea israelí. Entonces, Siria seguramente aprovecharía la oportunidad para romper el impasse en el Golán con una acción militar que podría convertirse en una guerra masiva de misiles contra la vulnerable retaguardia israelí. E Irán, en su propósito de proteger su programa nuclear frente a un posible ataque de Israel y Estados Unidos, podría intervenir activamente en esta siniestra situación.
Es verdad que las condiciones estratégicas en la región son mucho más complejas hoy que hace ocho años, cuando las condiciones de Israel para un acuerdo con Siria consistían sobre todo en garantizar la seguridad en los Altos del Golán y en que Siria utilizara su influencia en Líbano para permitir un acuerdo de Israel con dicho país. La alianza de Siria con Irán no era un tema importante.
La posterior retirada forzosa de las fuerzas sirias de Líbano no fue positiva para Israel. En la última ronda de negociaciones entre Israel y Palestina, hace ocho años, estaba claro que un acuerdo con Siria abriría inmediatamente la puerta a un acuerdo con Líbano y al fin de la amenaza de Hezbolá en la frontera norte de Israel. Hoy el acuerdo con Siria podría facilitar una paz entre Israel y Líbano con el tiempo, pero no sería una consecuencia automática. Es más, aunque Hezbolá prosperó bajo la ocupación siria, nunca alcanzó el extraordinario poder político del que hoy disfruta.
No obstante, la paz con Siria podría ser un factor importante para un acuerdo más amplio árabe-israelí y, por consiguiente, un Oriente Próximo más estable, aunque no es realista esperar que Siria corte automáticamente su relación especial con Irán a cambio de los Altos del Golán. Se trata de conversaciones de paz, no de un tratado de defensa, y Siria no se apartaría bruscamente de sus amigos iraníes. Sin embargo, las buenas relaciones entre un Estado árabe que esté en paz con Israel e Irán no son necesariamente un elemento negativo. La posición de Siria podría limitar -en vez de ampliar- el alcance de la estrategia iraní de desestabilización regional.
Como siempre, todo dependerá en gran parte de la disposición de Estados Unidos a alejarse de las soluciones militares y los rígidos imperativos ideológicos y adoptar, por el contrario, una cultura pragmática de resolución de conflictos. Una paz entre Israel y Siria con el respaldo de Estados Unidos podría transformar el entorno estratégico y quizá arrastrar a otros en Oriente Próximo a un sistema de cooperación y seguridad regional.
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