Por Aurelia Modrego Rico, Laboratorio de Análisis y Evaluación del Cambio Técnico. Universidad Carlos III de Madrid (LA VANGUARDIA, 15/06/08):
La creación del nuevo Ministerio de Ciencia e Innovación ha generado un sentimiento casi generalizado de “ahora es la oportunidad para demostrar que la apuesta por la ciencia y la innovación, y la coordinación de intereses y esfuerzos públicos y privados, contribuyen a propiciar el crecimiento y el bienestar social del país”.
La generación de expectativas es el primer paso para facilitar la consecución de objetivos. Es por ello por lo que las primeras actuaciones del ministerio deberían tener un estilo marcadamente innovador, con estrategias claras, no exentas del riesgo que comporta toda novedad asociada a objetivos ambiciosos, y para el que necesariamente hay que tener previsto un plan de contingencias. Todo ello ha de constituir la nueva marca del ministerio. Hay que pensar en grande, actuar en grande y gestionar en grande. Si no es así, las primeras dificultades que sin duda se van a presentar, lejos de unir fuerzas, van a contribuir a engordar el grupo de los escépticos, del “ya decíamos nosotros…”.
Yendo a lo concreto, el esfuerzo en dotar de mayores recursos a las actividades de investigación, desarrollo tecnológico e innovación (I+ D+ i) es una señal positiva de la importancia que se da al sistema de generación y explotación del conocimiento como factor de desarrollo del país. Ahora bien, este esfuerzo no puede hacer olvidar que las señales de agotamiento que presenta el sistema son incompatibles con un uso eficiente de los recursos. Contar con recursos es una condición necesaria, pero no es suficiente. En este momento es preciso dar prioridad a la introducción de innovaciones en las formas organizativas y en la cultura de las administraciones públicas en general y, en particular, en la del propio ministerio, para garantizar mayores niveles de eficacia y eficiencia.
La introducción de este tipo de innovaciones organizativas no puede convertirse en el objetivo.Son un instrumento para conseguir un sistema dinámico, flexible y con capacidad de dar respuesta a las nuevas situaciones que se presentan permanentemente. Cambiar la cultura del tratamiento equívocamente igualitario y homogeneizador y de control en términos económicos y administrativos a otra, basada en la diversidad y en el dinamismo, en la confianza, en la asunción de responsabilidades, en la valorización (económica y social) de los resultados obtenidos, es una tarea urgente que requiere planteamientos claros y rigurosos y un sistema de gestión de gran complejidad. La creación de la Agencia Nacional de Evaluación, Financiación y Prospectiva de la Investigación Científica, que despertó grandes expectativas y fue apoyada por la Confederación de Sociedades Científicas Españolas, quedó en un intento baldío.
La transformación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en agencia puede ser un banco de pruebas para valorar las ventajas que la ley de Agencias puede aportar al funcionamiento de la actividad investigadora y de innovación.
Sin embargo, la potenciación de la evaluación a todos los niveles, como instrumento de retroalimentación del sistema, más allá del control ex ante y del superado sistema de sexenios - ejemplo de que los mecanismos útiles en su momento pueden generar efectos no deseados veinte años después-, no admite más demoras y reclama una apremiante actuación del nuevo ministerio.
Dos cuestiones más: la formación y el papel de la universidad. La formación a todos los niveles, y en todas disciplinas, tiene que estar orientada a que los niños y los jóvenes aprendan a pensar y a aprender y lo incorporen como un proceso permanente en sus vidas. Este planteamiento en el sistema educativo es crucial para formar y atraer a buenos investigadores, profesionales, empresarios y ciudadanos que conformen una sociedad más justa e innovadora. Conseguir un país atractivo para que las personas de dentro y fuera desarrollen sus capacidades está ligado a salarios competitivos y a un entorno estimulante. Hay que desterrar el mileurismo entre los jóvenes profesionales, pero también entre profesionales y jubilados, algunos de los cuales han hecho grandes contribuciones al desarrollo científico y tecnológico español.
Por lo que respecta a la universidad, es preciso que asuma el compromiso de ser la institución que lidere el cambio de cultura en el ámbito de la formación, de la investigación y de la innovación. La transformación de las universidades en organizaciones inteligentes que generen conocimiento, lo transmitan y lo rentabilicen en beneficio de la sociedad es una tarea pendiente que hay que acometer con decisión, haciendo realidad la cultura de asunción de responsabilidades y de rendición de cuentas de los resultados obtenidos. Porque la cuestión de fondo es conseguir que todos los ciudadanos e instituciones, y especialmente la universidad, se involucren en lograr un país con mayores niveles de progreso económico y social.
La creación del nuevo Ministerio de Ciencia e Innovación ha generado un sentimiento casi generalizado de “ahora es la oportunidad para demostrar que la apuesta por la ciencia y la innovación, y la coordinación de intereses y esfuerzos públicos y privados, contribuyen a propiciar el crecimiento y el bienestar social del país”.
La generación de expectativas es el primer paso para facilitar la consecución de objetivos. Es por ello por lo que las primeras actuaciones del ministerio deberían tener un estilo marcadamente innovador, con estrategias claras, no exentas del riesgo que comporta toda novedad asociada a objetivos ambiciosos, y para el que necesariamente hay que tener previsto un plan de contingencias. Todo ello ha de constituir la nueva marca del ministerio. Hay que pensar en grande, actuar en grande y gestionar en grande. Si no es así, las primeras dificultades que sin duda se van a presentar, lejos de unir fuerzas, van a contribuir a engordar el grupo de los escépticos, del “ya decíamos nosotros…”.
Yendo a lo concreto, el esfuerzo en dotar de mayores recursos a las actividades de investigación, desarrollo tecnológico e innovación (I+ D+ i) es una señal positiva de la importancia que se da al sistema de generación y explotación del conocimiento como factor de desarrollo del país. Ahora bien, este esfuerzo no puede hacer olvidar que las señales de agotamiento que presenta el sistema son incompatibles con un uso eficiente de los recursos. Contar con recursos es una condición necesaria, pero no es suficiente. En este momento es preciso dar prioridad a la introducción de innovaciones en las formas organizativas y en la cultura de las administraciones públicas en general y, en particular, en la del propio ministerio, para garantizar mayores niveles de eficacia y eficiencia.
La introducción de este tipo de innovaciones organizativas no puede convertirse en el objetivo.Son un instrumento para conseguir un sistema dinámico, flexible y con capacidad de dar respuesta a las nuevas situaciones que se presentan permanentemente. Cambiar la cultura del tratamiento equívocamente igualitario y homogeneizador y de control en términos económicos y administrativos a otra, basada en la diversidad y en el dinamismo, en la confianza, en la asunción de responsabilidades, en la valorización (económica y social) de los resultados obtenidos, es una tarea urgente que requiere planteamientos claros y rigurosos y un sistema de gestión de gran complejidad. La creación de la Agencia Nacional de Evaluación, Financiación y Prospectiva de la Investigación Científica, que despertó grandes expectativas y fue apoyada por la Confederación de Sociedades Científicas Españolas, quedó en un intento baldío.
La transformación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en agencia puede ser un banco de pruebas para valorar las ventajas que la ley de Agencias puede aportar al funcionamiento de la actividad investigadora y de innovación.
Sin embargo, la potenciación de la evaluación a todos los niveles, como instrumento de retroalimentación del sistema, más allá del control ex ante y del superado sistema de sexenios - ejemplo de que los mecanismos útiles en su momento pueden generar efectos no deseados veinte años después-, no admite más demoras y reclama una apremiante actuación del nuevo ministerio.
Dos cuestiones más: la formación y el papel de la universidad. La formación a todos los niveles, y en todas disciplinas, tiene que estar orientada a que los niños y los jóvenes aprendan a pensar y a aprender y lo incorporen como un proceso permanente en sus vidas. Este planteamiento en el sistema educativo es crucial para formar y atraer a buenos investigadores, profesionales, empresarios y ciudadanos que conformen una sociedad más justa e innovadora. Conseguir un país atractivo para que las personas de dentro y fuera desarrollen sus capacidades está ligado a salarios competitivos y a un entorno estimulante. Hay que desterrar el mileurismo entre los jóvenes profesionales, pero también entre profesionales y jubilados, algunos de los cuales han hecho grandes contribuciones al desarrollo científico y tecnológico español.
Por lo que respecta a la universidad, es preciso que asuma el compromiso de ser la institución que lidere el cambio de cultura en el ámbito de la formación, de la investigación y de la innovación. La transformación de las universidades en organizaciones inteligentes que generen conocimiento, lo transmitan y lo rentabilicen en beneficio de la sociedad es una tarea pendiente que hay que acometer con decisión, haciendo realidad la cultura de asunción de responsabilidades y de rendición de cuentas de los resultados obtenidos. Porque la cuestión de fondo es conseguir que todos los ciudadanos e instituciones, y especialmente la universidad, se involucren en lograr un país con mayores niveles de progreso económico y social.
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