Por Josu Jon Imaz, ex presidente del PNV. Actualmente ejerce como investigador visitante en la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard (EL CORREO DIGITAL, 07/06/08):
Steve Darrow es un dirigente demócrata en el estado norteamericano de Vermont. Este mes de mayo publicaba un artículo en el que decía que en una economía globalizada cualquier país o alianza que pueda controlar el suministro de los recursos naturales estará asegurando su propio futuro y el control sobre otros países. Defiende Darrow que en un futuro próximo el poder político será literalmente la capacidad de cerrar la válvula del gas o del petróleo a otros países. Un claro paradigma de esta visión es Dmitri Medvédev, recientemente elegido presidente de Rusia, y que presidía el conglomerado energético Gazprom desde el año 2000. No es casual en un país que ha hecho de la energía el instrumento estratégico de su política exterior y de su reposicionamiento en el concierto internacional. Rusia sabe que su poder político y económico ha crecido paralelo a su capacidad para abrir o cerrar el grifo.
Según las proyecciones del Departamento de Energía de Estados Unidos, el consumo mundial de petróleo pasará de 86 millones de barriles diarios en 2006 a 118 millones en el año 2030. Si las previsiones del Departamento de Energía para ese año se cumplen, necesitaremos inventar ocho nuevos Irán antes de 2030 para poder abastecer las necesidades de consumo del mundo. Si la producción actual iraní es de 4,2 millones de barriles al día, nos harán falta 32 millones nuevos. ¿De dónde los sacamos?
El National Intelligence Council (NCI) americano, en un trabajo publicado en 2004, no tiene dudas de que China e India, que carecen de recursos energéticos propios, tendrán que asegurar un acceso estable a suministradores externos, por lo que la necesidad de energía será un importante factor a la hora de conformar sus políticas exteriores y de defensa, incluida la expansión de su poder naval. La demanda creciente de nueva energía, y el predominio de los recursos fósiles en zonas geopolíticamente inestables con una presión creciente sobre ellas, lleva aparejado el riesgo de un nuevo juego de influencias que nos retrotrae al Great Game del siglo XIX en Asia central.
Hace mes y medio se ha constituido un nuevo gobierno. En una sociedad moderna las prioridades de la política exterior pasan por la influencia política, los intereses económicos y las políticas de cooperación, y en estos momentos estos tres vectores de la política exterior española están directamente entrelazados con la energía. Además, confluyen en un área geográfica de interés prioritario desde un punto de vista histórico y cultural, y más en un momento en el que nos preparamos para conmemorar el bicentenario de los procesos de independencia en Iberoamérica.
El momento presente en Iberoamérica está siendo influido por la energía como un elemento clave en la geopolítica regional y mundial. Hoy en día las reservas de hidrocarburos en esta región constituyen una oferta energética de primer orden y una referencia para la seguridad del abastecimiento energético mundial. China, Rusia e Irán así lo han entendido y comienzan a extender sus redes de influencia económica e incluso política en el área. Estados Unidos está transformando su desinterés de esta última década en un progresivo interés por América Latina en aras de su seguridad energética. La nueva Administración que gobierne EE UU tras las elecciones de noviembre, sea demócrata o republicana, volverá a poner el foco en su propio continente al considerarlo un área geopolítica de interés estratégico.
La política exterior española debe priorizar Iberoamérica en su agenda. Pero debe hacerlo con el convencimiento de que puede ser un actor en la nueva geopolítica energética de la región; no sólo por su posición e inversiones, sino también por su fortaleza en el sector. La posición puede articularse superando el viejo debate del expolio de los recursos naturales y apostando por compartir proyectos y empresas en el sector desde el reforzamiento mutuo de las dos orillas del Atlántico.
Hoy, nuestra potencia en la energía renovable, tanto eólica como solar, puede ser un activo formidable para generar tejido industrial, tecnología y desarrollo económico en Iberoamérica. Según CC OO, las energías renovables han creado ya 188.000 empleos industriales en España. La cooperación económica en este ámbito tiene potencial para hacer de América Latina un aliado que puede apalancar a su vez su desarrollo con la participación tecnológica y corporativa en este sector. Por otra parte, la energía renovable puede multiplicar nuestra cooperación al desarrollo en el área. Hoy, todavía hay niños en Iberoamérica que mueren porque no hay energía para mantener frías las vacunas necesarias para salvarlos. Sin embargo, tenemos tecnología y medios para llevar agua y electricidad al último rincón de la región. Una política de cooperación reforzada con una fortaleza tecnológica y empresarial puede multiplicar su efecto humanitario.
Nuestra política exterior necesita un sector energético fuerte y competitivo, comprometido con las prioridades del interés general. A su vez, la estrecha relación política y económica en Iberoamérica es un gran activo para las empresas energéticas que, desde las ventajas de su presencia en el sur, pueden reforzar su posición en el gran mercado norteamericano, que seguirá consumiendo la cuarta parte de la demanda energética mundial en un escenario de recursos cada vez más disputados. La política exterior que desarrolle este gobierno tiene la oportunidad de ser un actor relevante en la piedra angular geopolítica por excelencia de América Latina: la energía. Los principales centros de análisis en materia energética perciben que las reservas de hidrocarburos de la región pueden cambiar el equilibrio mundial de la geopolítica energética del futuro. Y nosotros podemos estar ahí, bien emplazados, trabajando conjuntamente con la región. En beneficio mutuo.
Steve Darrow es un dirigente demócrata en el estado norteamericano de Vermont. Este mes de mayo publicaba un artículo en el que decía que en una economía globalizada cualquier país o alianza que pueda controlar el suministro de los recursos naturales estará asegurando su propio futuro y el control sobre otros países. Defiende Darrow que en un futuro próximo el poder político será literalmente la capacidad de cerrar la válvula del gas o del petróleo a otros países. Un claro paradigma de esta visión es Dmitri Medvédev, recientemente elegido presidente de Rusia, y que presidía el conglomerado energético Gazprom desde el año 2000. No es casual en un país que ha hecho de la energía el instrumento estratégico de su política exterior y de su reposicionamiento en el concierto internacional. Rusia sabe que su poder político y económico ha crecido paralelo a su capacidad para abrir o cerrar el grifo.
Según las proyecciones del Departamento de Energía de Estados Unidos, el consumo mundial de petróleo pasará de 86 millones de barriles diarios en 2006 a 118 millones en el año 2030. Si las previsiones del Departamento de Energía para ese año se cumplen, necesitaremos inventar ocho nuevos Irán antes de 2030 para poder abastecer las necesidades de consumo del mundo. Si la producción actual iraní es de 4,2 millones de barriles al día, nos harán falta 32 millones nuevos. ¿De dónde los sacamos?
El National Intelligence Council (NCI) americano, en un trabajo publicado en 2004, no tiene dudas de que China e India, que carecen de recursos energéticos propios, tendrán que asegurar un acceso estable a suministradores externos, por lo que la necesidad de energía será un importante factor a la hora de conformar sus políticas exteriores y de defensa, incluida la expansión de su poder naval. La demanda creciente de nueva energía, y el predominio de los recursos fósiles en zonas geopolíticamente inestables con una presión creciente sobre ellas, lleva aparejado el riesgo de un nuevo juego de influencias que nos retrotrae al Great Game del siglo XIX en Asia central.
Hace mes y medio se ha constituido un nuevo gobierno. En una sociedad moderna las prioridades de la política exterior pasan por la influencia política, los intereses económicos y las políticas de cooperación, y en estos momentos estos tres vectores de la política exterior española están directamente entrelazados con la energía. Además, confluyen en un área geográfica de interés prioritario desde un punto de vista histórico y cultural, y más en un momento en el que nos preparamos para conmemorar el bicentenario de los procesos de independencia en Iberoamérica.
El momento presente en Iberoamérica está siendo influido por la energía como un elemento clave en la geopolítica regional y mundial. Hoy en día las reservas de hidrocarburos en esta región constituyen una oferta energética de primer orden y una referencia para la seguridad del abastecimiento energético mundial. China, Rusia e Irán así lo han entendido y comienzan a extender sus redes de influencia económica e incluso política en el área. Estados Unidos está transformando su desinterés de esta última década en un progresivo interés por América Latina en aras de su seguridad energética. La nueva Administración que gobierne EE UU tras las elecciones de noviembre, sea demócrata o republicana, volverá a poner el foco en su propio continente al considerarlo un área geopolítica de interés estratégico.
La política exterior española debe priorizar Iberoamérica en su agenda. Pero debe hacerlo con el convencimiento de que puede ser un actor en la nueva geopolítica energética de la región; no sólo por su posición e inversiones, sino también por su fortaleza en el sector. La posición puede articularse superando el viejo debate del expolio de los recursos naturales y apostando por compartir proyectos y empresas en el sector desde el reforzamiento mutuo de las dos orillas del Atlántico.
Hoy, nuestra potencia en la energía renovable, tanto eólica como solar, puede ser un activo formidable para generar tejido industrial, tecnología y desarrollo económico en Iberoamérica. Según CC OO, las energías renovables han creado ya 188.000 empleos industriales en España. La cooperación económica en este ámbito tiene potencial para hacer de América Latina un aliado que puede apalancar a su vez su desarrollo con la participación tecnológica y corporativa en este sector. Por otra parte, la energía renovable puede multiplicar nuestra cooperación al desarrollo en el área. Hoy, todavía hay niños en Iberoamérica que mueren porque no hay energía para mantener frías las vacunas necesarias para salvarlos. Sin embargo, tenemos tecnología y medios para llevar agua y electricidad al último rincón de la región. Una política de cooperación reforzada con una fortaleza tecnológica y empresarial puede multiplicar su efecto humanitario.
Nuestra política exterior necesita un sector energético fuerte y competitivo, comprometido con las prioridades del interés general. A su vez, la estrecha relación política y económica en Iberoamérica es un gran activo para las empresas energéticas que, desde las ventajas de su presencia en el sur, pueden reforzar su posición en el gran mercado norteamericano, que seguirá consumiendo la cuarta parte de la demanda energética mundial en un escenario de recursos cada vez más disputados. La política exterior que desarrolle este gobierno tiene la oportunidad de ser un actor relevante en la piedra angular geopolítica por excelencia de América Latina: la energía. Los principales centros de análisis en materia energética perciben que las reservas de hidrocarburos de la región pueden cambiar el equilibrio mundial de la geopolítica energética del futuro. Y nosotros podemos estar ahí, bien emplazados, trabajando conjuntamente con la región. En beneficio mutuo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario