Por Juan Goytisolo, escritor (EL PAÍS, 29/06/08):
La lectura de la prensa de estas últimas semanas llena de estupor a cualquier ciudadano por curtido que esté a la sucesión de malas nuevas que llueven sobre él. ¿Puede ser cierto lo que lee sobre la patria de Cervantes, de Dante, de Goethe, de Diderot? ¿O se trata de una broma de mal gusto, de un mediocre invento de ciencia-ficción?
Nos enteramos un buen día de que la directiva de Bruselas que permite retener a los inmigrantes indocumentados durante 18 meses, aprobada por una abrumadora mayoría en el Parlamento Europeo, es un “progreso” y responde a “criterios humanitarios”. De que el tiempo máximo de “custodia” de los mismos en centros administrativos -¡por favor, no sean mal pensados, no se trata de cárceles ni de campos de concentración!- obliga a algunos países tenidos hasta ahora por modelos de la gloriosa civilización europea -¡crasa ignorancia la nuestra!- a reducir el amable alojamiento de “irregulares” en espera de su deportación de los 20 meses de Estonia y de la duración ilimitada de Dinamarca, Holanda, Reino Unido y Suecia, a tan sólo 18, lo que autorizaría en contrapartida a los otros -Francia, España, Italia, etc.- a prolongar la suya al amparo de dicha normativa. De que derecha e izquierda -salvo raras excepciones en la última- entremezclaron sus votos en un ejercicio de buen entendimiento, pragmatismo y encomiable responsabilidad.
Mas las noticias insólitas no se detienen ahí. El ministro sarkozyano de Inmigración, Integración, Identidad Nacional y Desarrollo Solidario -cóctel de títulos que deberían ser analizados uno por uno con la atención que merecen- resalta, con la satisfacción de quien anuncia, digamos, una subida espectacular de la renta per cápita de su país, que el número de expulsiones de emigrantes en situación irregular ha aumentado, señoras y señores, desde que ocupa el cargo, ¡en más de un 80%! (aplausos cerrados).
Ni Sarkozy ni el señor Hortefeux nos dicen si los enviados a perdurables vacaciones gratuitas a sus países de origen dispusieron de asistencia jurídica para aceptar el ofertón, ni si el package tour incluía a niños expedidos a países distintos de los suyos. Estos detalles insignificantes no preocupan demasiado a la burocracia bruselense.
Lo importante es dar muestras de firmeza ante un electorado temeroso de la “plaga de langosta” -así llamaba a los africanos un distinguido arabista español- procedente del Sur, de Asia y de Iberoamérica que, según lee día tras día en la prensa amarilla, se le va a caer encima como en el relato de la Biblia.Tampoco las medias tintas y componendas de la izquierda más boba y mostrenca corresponden en modo alguno al genio y figura de Berlusconi. El honestísimo espejo de demócratas, vate de Forza Italia, padre de la gloriosa emergencia gitana y propagandista ferviente del empleo de métodos drásticos para limpiar el espacio de Schengen de ocho millones de huéspedes indeseables, se muestra incluso contrariado e insatisfecho con los paños calientes de sus colegas. “La Unión Europea -dice- necesita un empujón”, y él se encargará de dárselo. ¿Empujón hacia dónde?, se preguntará el cándido lector. Il Cavaliere -muy ocupado en su porfiada defensa de un feminismo de buena ley y de la justa causa del pueblo que le aclama- se guarda la respuesta para luego. Quizá para cuando las Luces de Europa se hayan apagado del todo como en los buenos tiempos del Duce, al que los suyos saludan ya brazo en alto en las gradas del Capitolio romano.
El incendio de los campamentos de rumanos azuzado por la Camorra napolitana y la multiplicación de incidentes xenófobos contra magrebíes y subsaharianos constituyen la prueba tangible de que los ciudadanos honrados encarnados en Il Cavaliere están hasta los güevos de tanto cachondeo. Por ello, junto al crecimiento de los presupuestos militares indispensables para luchar eficazmente contra el terrorismo, habrá que acelerar la creación -en estos benditos tiempos de desaceleración- de los dispositivos de seguridad, no en los campos, sino en los “jardines de concentración” -así los llamó hace cuatro décadas, con un humor que le costó muy caro, el poeta cubano Heberto Padilla, refiriéndose a los de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP).
Los muros de protección exterior no bastan, en efecto, sin el complemento de estos “jardines” cuyo acondicionamiento e higiene no son, según las ONG que alcanzan a visitarlos, los de un hotel de cinco estrellas. Y mientras el número de eufemismos en torno al problema se extiende entre los Gobiernos, el rastreo por los servicios secretos de los correos electrónicos, faxes y llamadas telefónicas sin autorización judicial alguna coronan el cuadro de esta dulce Europa tan distinta de aquella con la que soñaron Olof Palme y las grandes figuras de la socialdemocracia de nuestra posguerra.
La indignación de los líderes de Suramérica contra la que denominan la “directiva de la vergüenza”, no afecta desde luego a Berlusconi ni siquiera a Sarkozy, para quienes no pasa de ser una mera pataleta, convencidos como están de que la historia rueda cuesta abajo y de que la vuelta a la semana de 60 horas marca un hito histórico del desmantelamiento del funesto Estado de bienestar creado por el infantilismo gauchista. Pero ¿qué piensa de ello el actual Gobierno español? ¿Qué hace un partido digno como el PSOE ante un retroceso generalizado como éste? El presidente que elegimos con razonable esperanza y su ministro del Interior tienen que sacarnos de dudas. ¿Aspiramos aún a la Europa de las Luces o nos resignamos a la del Apagón?
La lectura de la prensa de estas últimas semanas llena de estupor a cualquier ciudadano por curtido que esté a la sucesión de malas nuevas que llueven sobre él. ¿Puede ser cierto lo que lee sobre la patria de Cervantes, de Dante, de Goethe, de Diderot? ¿O se trata de una broma de mal gusto, de un mediocre invento de ciencia-ficción?
Nos enteramos un buen día de que la directiva de Bruselas que permite retener a los inmigrantes indocumentados durante 18 meses, aprobada por una abrumadora mayoría en el Parlamento Europeo, es un “progreso” y responde a “criterios humanitarios”. De que el tiempo máximo de “custodia” de los mismos en centros administrativos -¡por favor, no sean mal pensados, no se trata de cárceles ni de campos de concentración!- obliga a algunos países tenidos hasta ahora por modelos de la gloriosa civilización europea -¡crasa ignorancia la nuestra!- a reducir el amable alojamiento de “irregulares” en espera de su deportación de los 20 meses de Estonia y de la duración ilimitada de Dinamarca, Holanda, Reino Unido y Suecia, a tan sólo 18, lo que autorizaría en contrapartida a los otros -Francia, España, Italia, etc.- a prolongar la suya al amparo de dicha normativa. De que derecha e izquierda -salvo raras excepciones en la última- entremezclaron sus votos en un ejercicio de buen entendimiento, pragmatismo y encomiable responsabilidad.
Mas las noticias insólitas no se detienen ahí. El ministro sarkozyano de Inmigración, Integración, Identidad Nacional y Desarrollo Solidario -cóctel de títulos que deberían ser analizados uno por uno con la atención que merecen- resalta, con la satisfacción de quien anuncia, digamos, una subida espectacular de la renta per cápita de su país, que el número de expulsiones de emigrantes en situación irregular ha aumentado, señoras y señores, desde que ocupa el cargo, ¡en más de un 80%! (aplausos cerrados).
Ni Sarkozy ni el señor Hortefeux nos dicen si los enviados a perdurables vacaciones gratuitas a sus países de origen dispusieron de asistencia jurídica para aceptar el ofertón, ni si el package tour incluía a niños expedidos a países distintos de los suyos. Estos detalles insignificantes no preocupan demasiado a la burocracia bruselense.
Lo importante es dar muestras de firmeza ante un electorado temeroso de la “plaga de langosta” -así llamaba a los africanos un distinguido arabista español- procedente del Sur, de Asia y de Iberoamérica que, según lee día tras día en la prensa amarilla, se le va a caer encima como en el relato de la Biblia.Tampoco las medias tintas y componendas de la izquierda más boba y mostrenca corresponden en modo alguno al genio y figura de Berlusconi. El honestísimo espejo de demócratas, vate de Forza Italia, padre de la gloriosa emergencia gitana y propagandista ferviente del empleo de métodos drásticos para limpiar el espacio de Schengen de ocho millones de huéspedes indeseables, se muestra incluso contrariado e insatisfecho con los paños calientes de sus colegas. “La Unión Europea -dice- necesita un empujón”, y él se encargará de dárselo. ¿Empujón hacia dónde?, se preguntará el cándido lector. Il Cavaliere -muy ocupado en su porfiada defensa de un feminismo de buena ley y de la justa causa del pueblo que le aclama- se guarda la respuesta para luego. Quizá para cuando las Luces de Europa se hayan apagado del todo como en los buenos tiempos del Duce, al que los suyos saludan ya brazo en alto en las gradas del Capitolio romano.
El incendio de los campamentos de rumanos azuzado por la Camorra napolitana y la multiplicación de incidentes xenófobos contra magrebíes y subsaharianos constituyen la prueba tangible de que los ciudadanos honrados encarnados en Il Cavaliere están hasta los güevos de tanto cachondeo. Por ello, junto al crecimiento de los presupuestos militares indispensables para luchar eficazmente contra el terrorismo, habrá que acelerar la creación -en estos benditos tiempos de desaceleración- de los dispositivos de seguridad, no en los campos, sino en los “jardines de concentración” -así los llamó hace cuatro décadas, con un humor que le costó muy caro, el poeta cubano Heberto Padilla, refiriéndose a los de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP).
Los muros de protección exterior no bastan, en efecto, sin el complemento de estos “jardines” cuyo acondicionamiento e higiene no son, según las ONG que alcanzan a visitarlos, los de un hotel de cinco estrellas. Y mientras el número de eufemismos en torno al problema se extiende entre los Gobiernos, el rastreo por los servicios secretos de los correos electrónicos, faxes y llamadas telefónicas sin autorización judicial alguna coronan el cuadro de esta dulce Europa tan distinta de aquella con la que soñaron Olof Palme y las grandes figuras de la socialdemocracia de nuestra posguerra.
La indignación de los líderes de Suramérica contra la que denominan la “directiva de la vergüenza”, no afecta desde luego a Berlusconi ni siquiera a Sarkozy, para quienes no pasa de ser una mera pataleta, convencidos como están de que la historia rueda cuesta abajo y de que la vuelta a la semana de 60 horas marca un hito histórico del desmantelamiento del funesto Estado de bienestar creado por el infantilismo gauchista. Pero ¿qué piensa de ello el actual Gobierno español? ¿Qué hace un partido digno como el PSOE ante un retroceso generalizado como éste? El presidente que elegimos con razonable esperanza y su ministro del Interior tienen que sacarnos de dudas. ¿Aspiramos aún a la Europa de las Luces o nos resignamos a la del Apagón?
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