Por Marco Vicenzino, director del Global Strategy Project, con sede en Washington, Estados Unidos (EL MUNDO, 26/06/08):
Mientras el presidente Bush se ha despedido recientemente en un último viaje a Europa, durante el que no hubo mayores novedades en el terreno diplomático, los aliados de Estados Unidos esperan con impaciencia la llegada de su sucesor. La cuestión de cuál será el mejor candidato para Europa domina el debate público europeo.
Según las encuestas, la presidencia de Obama sería bien recibida por la mayor parte de los europeos, lo que debería interpretarse como el deseo de un nuevo punto de partida en las relaciones trasatlánticas históricas. Sin embargo, desde una perspectiva substantiva no es muy probable, ni siquiera posible, que tanto el señor Obama como el señor McCain cambien drásticamente las bases fundamentales de las relaciones, que siguen siendo bastante sólidas en lo esencial.
Una parte considerable de esas relaciones está institucionalizada en el seno de unas estructuras, unos tratados y unas reglas de observancia obligada, y de acuerdo con unos valores, unos principios y unas aspiraciones comunes. Aunque ambos lados del Atlántico continúan compartiendo en gran medida unos intereses comunes, en los últimos años se han multiplicado las diferencias sobre la manera de servirlos adecuadamente en los ámbitos de la diplomacia, la seguridad y la economía. Es más, buena parte de las relaciones está impulsada por el sector privado, con enormes niveles de inversiones estadounidenses en Europa y viceversa.
Los escollos principales para las relaciones trasatlánticas subyacen a largo plazo más allá del terreno bilateral, más allá del teatro atlántico de operaciones y más allá de las amenazas tradicionales a la seguridad. Esas dificultades requieren un liderazgo eficaz y responsable y es en este punto en el que el futuro presidente de Estados Unidos puede marcar diferencias importantes. Su competencia, su experiencia y su capacidad para delegar la autoridad en consejeros cualificados y para cooperar con la habilidad necesaria con sus aliados en Europa y en otros lugares del mundo no sólo pueden alterar el rumbo de la política exterior de Estados Unidos, sino que pueden contribuir a configurar un nuevo paradigma global y una nueva arquitectura geopolítica para el siglo XXI.
La capacidad de comprender, de captar y de conceptualizar unas amenazas en evolución es esencial en este proceso. También es crítica la de comunicar y explicar de forma eficaz las implicaciones de esas amenazas a los dirigentes europeos y a sus opiniones públicas mediante la capacidad de persuasión. Tomar la iniciativa y convertir las amenazas en oportunidades supondrán una diferencia fundamental en el enfrentamiento colectivo a estas dificultades.
El nivel de colaboración y de coordinación a escala trasatlántica e internacional en la lucha contra el terrorismo ha demostrado ser muy eficaz en los últimos años. Hace ya tiempo que se ha aceptado que, dentro de un futuro más o menos previsible, Irak siga siendo responsabilidad de Estados Unidos (aunque como preocupación tenga un alcance regional y global), y que no va a suponer ninguna implicación activa de los europeos, especialmente en razón de que la opinión pública sigue siendo hostil.
Antes bien, el futuro de las relaciones trasatlánticas en materia de seguridad estará determinado en gran medida por Afganistán. La necesidad de un compromiso mayor de los europeos, y de una aportación también mayor de recursos, afecta de manera fundamental al éxito futuro de la operación. Además, para posibilitar la aportación de nuevos recursos sigue siendo crucial la necesidad de que los dirigentes europeos piloten y cambien la percepción de la opinión pública sobre Afganistán. Sin un apoyo considerable en los parlamentos, que dependen en gran medida de la opinión pública, los dirigentes europeos van a seguir sin capacidad de maniobra, incluso aún más. La incapacidad general de muchos dirigentes europeos contemporáneos para conectar con sus opiniones públicas complica aún más esta iniciativa
En su última gira por Europa, el presidente Bush no ha dejado ni un solo momento de plantear la cuestión de Irán. A partir de que se instituyera durante su mandato presidencial un marco multilateral para abordar el tema de la capacidad nuclear de dicho país, con la participación de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas más Alemania, el presidente Bush no ha hecho sino reforzar este punto como parte de su legado. El que este marco termine siendo un éxito es una cuestión enormemente incierta en la medida en que este proceso está todavía en marcha. El sucesor del presidente Bush no tendrá más remedio que heredar este proceso de diplomacia multilateral que los dos candidatos han defendido públicamente, sin descartar la insistencia del señor Bush en no excluir la opción militar.
Hasta cierto punto, las sanciones han tenido un impacto en Irán y han demostrado ser algo así como una espada de doble filo. En el plano diplomático, han hecho daño a la imagen de Irán en el escenario mundial, particularmente en los lugares de encuentro de la diplomacia de altos vuelos. Además, las sanciones han tenido un impacto en la confianza del inversor internacional en Irán y han reducido el monto de la inversión extranjera directa y el acceso a capitales, en particular desde bancos internacionales, que se muestran cada vez más reacios a verse envueltos en el mercado iraní. Esto está empezando poco a poco a dejar sentir sus efectos erosionantes en la economía iraní. Aunque las inversiones procedentes de otros lugares del mundo en vías de desarrollo (China y la India) puedan aliviar en cierta medida las dificultades económicas, esas inversiones no bastan para compensar las inversiones de capital occidental y sus conocimientos tecnológicos, que Irán necesita sobre todo para mantener y desarrollar su sector energético, actualmente en dificultades.
La incertidumbre sobre la resolución de la cuestión nuclear de Irán, sea diplomática o militar, o de cualquier otra índole, sigue infundiendo miedo en los mercados internacionales. La declaración del viceprimer ministro de Israel sobre la inevitabilidad de un ataque a Irán ha producido conmoción en todo el mundo y ha originado un nuevo incremento de unos precios del petróleo que ya estaban altos. Por las calles de Oriente Próximo y en muchos lugares del mundo musulmán, las sanciones le han granjeado al señor Ahmadineyad admiración y respeto. Al hacer alarde público de su desafío a la comunidad internacional para defender el prestigio y los intereses nacionales de Irán y el orgullo de un mundo musulmán aún más amplio, el señor Ahmadineyad ha aprovechado con mucha astucia las sanciones al régimen para reforzar su popularidad a nivel internacional y dentro de su propio país, en preparación de las elecciones del año 2009 en Irán. Al centrarse en las cuestiones nucleares, el señor Ahmadineyad está tratando de apartar la atención de la opinión pública de la fuente de los auténticos problemas del país, esto es, de la incompetencia del señor Ahmadineyad y de su mala gestión de la situación económica.
Yendo más allá de las amenazas tradicionales a la seguridad, el declive relativo, nunca total, de las relaciones trasatlánticas no debe dar lugar al alarmismo, al populismo o a la xenofobia. Debería aceptarse como un proceso evolutivo natural que refleja las realidades globales contemporáneas. No obstante, eso no significa simplemente darse por vencido o someterse al auge de unas nuevas potencias regionales y globales. Será más bien un reto y una responsabilidad del futuro presidente en el ámbito trasatlántico trabajar incansablemente con los dirigentes europeos para mantener al mundo en vías de desarrollo, particularmente a China y la India, dentro de un marco multilateral, gobernado conforme a normas legales, de instituciones y estructuras internacionales que promuevan la estabilidad y el orden mundiales.
De común acuerdo con los aliados europeos, el futuro presidente deberá ponerse al frente de la lucha por la mejora de los métodos de gobierno y en contra de la corrupción en el seno de la comunidad internacional, particularmente en el mundo en vías de desarrollo y, más específicamente, en el continente africano. En Africa, las crecientes inversiones chinas y su también creciente influencia están ofreciendo enormes oportunidades económicas al continente. Además, con sus métodos de ayuda y de inversión están dando pábulo a posibles amenazas en forma de corrupción y de falta de transparencia y responsabilidad. El sucesor del presidente Bush debe cooperar con los dirigentes europeos para contribuir a corregir dichos métodos.
Afrontar la cuestión del cambio climático ofrece una oportunidad para una mayor cooperación trasatlántica en la medida en que ambos candidatos defienden un compromiso más activo con Europa y con la comunidad mundial. La histórica cumbre de Copenhague sobre cuestiones ambientales en el año 2009 proporcionará al nuevo presidente la oportunidad de tomar la iniciativa. En todo caso, la posibilidad de afrontar el cambio climático de manera eficaz a largo plazo estará condicionada en último término por la participación indispensable de China y la India, así como de otras potencias regionales, en este proceso. No debe sumárseles simplemente sobre el papel, sino mediante un acuerdo concertado y una puesta en práctica también concertada de lo acordado.
Ningún futuro presidente va a estar en condiciones de abordar unilateralmente otras cuestiones críticas y en permanente evolución, tales como la seguridad energética y alimentaria, la reducción de la pobreza, la corrupción endémica que entorpece el desarrollo económico en el mundo en vías de desarrollo, las catástrofes naturales y la prevención de las catástrofes causadas por el hombre, lo que guarda relación con el controvertido tema de la responsabilidad de protección, en especial para impedir las atrocidades masivas, tanto si han sido causadas intencionadamente como por negligencia o descuido. El caso reciente de Birmania constituye un claro ejemplo. Son estas cuestiones en las que generalmente convergen los puntos de vista y los intereses trasatlánticos y que requieren un liderazgo global.
Los señores McCain y Obama no pueden permitirse hacer diferencias entre una vieja Europa y una nueva Europa ni estimular esas diferencias para obtener réditos políticos a corto plazo. El nuevo presidente debe proceder de manera proactiva sobre la base de la cooperación con una Europa unificada a fin de consolidar una voluntad colectiva con la que hacer frente de manera multilateral a estos problemas fundamentales y cimentar una capacidad colectiva desde la que poner en práctica las acciones necesarias que, en último término, determinarán el futuro de la alianza trasatlántica y la estabilidad global.
Mientras el presidente Bush se ha despedido recientemente en un último viaje a Europa, durante el que no hubo mayores novedades en el terreno diplomático, los aliados de Estados Unidos esperan con impaciencia la llegada de su sucesor. La cuestión de cuál será el mejor candidato para Europa domina el debate público europeo.
Según las encuestas, la presidencia de Obama sería bien recibida por la mayor parte de los europeos, lo que debería interpretarse como el deseo de un nuevo punto de partida en las relaciones trasatlánticas históricas. Sin embargo, desde una perspectiva substantiva no es muy probable, ni siquiera posible, que tanto el señor Obama como el señor McCain cambien drásticamente las bases fundamentales de las relaciones, que siguen siendo bastante sólidas en lo esencial.
Una parte considerable de esas relaciones está institucionalizada en el seno de unas estructuras, unos tratados y unas reglas de observancia obligada, y de acuerdo con unos valores, unos principios y unas aspiraciones comunes. Aunque ambos lados del Atlántico continúan compartiendo en gran medida unos intereses comunes, en los últimos años se han multiplicado las diferencias sobre la manera de servirlos adecuadamente en los ámbitos de la diplomacia, la seguridad y la economía. Es más, buena parte de las relaciones está impulsada por el sector privado, con enormes niveles de inversiones estadounidenses en Europa y viceversa.
Los escollos principales para las relaciones trasatlánticas subyacen a largo plazo más allá del terreno bilateral, más allá del teatro atlántico de operaciones y más allá de las amenazas tradicionales a la seguridad. Esas dificultades requieren un liderazgo eficaz y responsable y es en este punto en el que el futuro presidente de Estados Unidos puede marcar diferencias importantes. Su competencia, su experiencia y su capacidad para delegar la autoridad en consejeros cualificados y para cooperar con la habilidad necesaria con sus aliados en Europa y en otros lugares del mundo no sólo pueden alterar el rumbo de la política exterior de Estados Unidos, sino que pueden contribuir a configurar un nuevo paradigma global y una nueva arquitectura geopolítica para el siglo XXI.
La capacidad de comprender, de captar y de conceptualizar unas amenazas en evolución es esencial en este proceso. También es crítica la de comunicar y explicar de forma eficaz las implicaciones de esas amenazas a los dirigentes europeos y a sus opiniones públicas mediante la capacidad de persuasión. Tomar la iniciativa y convertir las amenazas en oportunidades supondrán una diferencia fundamental en el enfrentamiento colectivo a estas dificultades.
El nivel de colaboración y de coordinación a escala trasatlántica e internacional en la lucha contra el terrorismo ha demostrado ser muy eficaz en los últimos años. Hace ya tiempo que se ha aceptado que, dentro de un futuro más o menos previsible, Irak siga siendo responsabilidad de Estados Unidos (aunque como preocupación tenga un alcance regional y global), y que no va a suponer ninguna implicación activa de los europeos, especialmente en razón de que la opinión pública sigue siendo hostil.
Antes bien, el futuro de las relaciones trasatlánticas en materia de seguridad estará determinado en gran medida por Afganistán. La necesidad de un compromiso mayor de los europeos, y de una aportación también mayor de recursos, afecta de manera fundamental al éxito futuro de la operación. Además, para posibilitar la aportación de nuevos recursos sigue siendo crucial la necesidad de que los dirigentes europeos piloten y cambien la percepción de la opinión pública sobre Afganistán. Sin un apoyo considerable en los parlamentos, que dependen en gran medida de la opinión pública, los dirigentes europeos van a seguir sin capacidad de maniobra, incluso aún más. La incapacidad general de muchos dirigentes europeos contemporáneos para conectar con sus opiniones públicas complica aún más esta iniciativa
En su última gira por Europa, el presidente Bush no ha dejado ni un solo momento de plantear la cuestión de Irán. A partir de que se instituyera durante su mandato presidencial un marco multilateral para abordar el tema de la capacidad nuclear de dicho país, con la participación de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas más Alemania, el presidente Bush no ha hecho sino reforzar este punto como parte de su legado. El que este marco termine siendo un éxito es una cuestión enormemente incierta en la medida en que este proceso está todavía en marcha. El sucesor del presidente Bush no tendrá más remedio que heredar este proceso de diplomacia multilateral que los dos candidatos han defendido públicamente, sin descartar la insistencia del señor Bush en no excluir la opción militar.
Hasta cierto punto, las sanciones han tenido un impacto en Irán y han demostrado ser algo así como una espada de doble filo. En el plano diplomático, han hecho daño a la imagen de Irán en el escenario mundial, particularmente en los lugares de encuentro de la diplomacia de altos vuelos. Además, las sanciones han tenido un impacto en la confianza del inversor internacional en Irán y han reducido el monto de la inversión extranjera directa y el acceso a capitales, en particular desde bancos internacionales, que se muestran cada vez más reacios a verse envueltos en el mercado iraní. Esto está empezando poco a poco a dejar sentir sus efectos erosionantes en la economía iraní. Aunque las inversiones procedentes de otros lugares del mundo en vías de desarrollo (China y la India) puedan aliviar en cierta medida las dificultades económicas, esas inversiones no bastan para compensar las inversiones de capital occidental y sus conocimientos tecnológicos, que Irán necesita sobre todo para mantener y desarrollar su sector energético, actualmente en dificultades.
La incertidumbre sobre la resolución de la cuestión nuclear de Irán, sea diplomática o militar, o de cualquier otra índole, sigue infundiendo miedo en los mercados internacionales. La declaración del viceprimer ministro de Israel sobre la inevitabilidad de un ataque a Irán ha producido conmoción en todo el mundo y ha originado un nuevo incremento de unos precios del petróleo que ya estaban altos. Por las calles de Oriente Próximo y en muchos lugares del mundo musulmán, las sanciones le han granjeado al señor Ahmadineyad admiración y respeto. Al hacer alarde público de su desafío a la comunidad internacional para defender el prestigio y los intereses nacionales de Irán y el orgullo de un mundo musulmán aún más amplio, el señor Ahmadineyad ha aprovechado con mucha astucia las sanciones al régimen para reforzar su popularidad a nivel internacional y dentro de su propio país, en preparación de las elecciones del año 2009 en Irán. Al centrarse en las cuestiones nucleares, el señor Ahmadineyad está tratando de apartar la atención de la opinión pública de la fuente de los auténticos problemas del país, esto es, de la incompetencia del señor Ahmadineyad y de su mala gestión de la situación económica.
Yendo más allá de las amenazas tradicionales a la seguridad, el declive relativo, nunca total, de las relaciones trasatlánticas no debe dar lugar al alarmismo, al populismo o a la xenofobia. Debería aceptarse como un proceso evolutivo natural que refleja las realidades globales contemporáneas. No obstante, eso no significa simplemente darse por vencido o someterse al auge de unas nuevas potencias regionales y globales. Será más bien un reto y una responsabilidad del futuro presidente en el ámbito trasatlántico trabajar incansablemente con los dirigentes europeos para mantener al mundo en vías de desarrollo, particularmente a China y la India, dentro de un marco multilateral, gobernado conforme a normas legales, de instituciones y estructuras internacionales que promuevan la estabilidad y el orden mundiales.
De común acuerdo con los aliados europeos, el futuro presidente deberá ponerse al frente de la lucha por la mejora de los métodos de gobierno y en contra de la corrupción en el seno de la comunidad internacional, particularmente en el mundo en vías de desarrollo y, más específicamente, en el continente africano. En Africa, las crecientes inversiones chinas y su también creciente influencia están ofreciendo enormes oportunidades económicas al continente. Además, con sus métodos de ayuda y de inversión están dando pábulo a posibles amenazas en forma de corrupción y de falta de transparencia y responsabilidad. El sucesor del presidente Bush debe cooperar con los dirigentes europeos para contribuir a corregir dichos métodos.
Afrontar la cuestión del cambio climático ofrece una oportunidad para una mayor cooperación trasatlántica en la medida en que ambos candidatos defienden un compromiso más activo con Europa y con la comunidad mundial. La histórica cumbre de Copenhague sobre cuestiones ambientales en el año 2009 proporcionará al nuevo presidente la oportunidad de tomar la iniciativa. En todo caso, la posibilidad de afrontar el cambio climático de manera eficaz a largo plazo estará condicionada en último término por la participación indispensable de China y la India, así como de otras potencias regionales, en este proceso. No debe sumárseles simplemente sobre el papel, sino mediante un acuerdo concertado y una puesta en práctica también concertada de lo acordado.
Ningún futuro presidente va a estar en condiciones de abordar unilateralmente otras cuestiones críticas y en permanente evolución, tales como la seguridad energética y alimentaria, la reducción de la pobreza, la corrupción endémica que entorpece el desarrollo económico en el mundo en vías de desarrollo, las catástrofes naturales y la prevención de las catástrofes causadas por el hombre, lo que guarda relación con el controvertido tema de la responsabilidad de protección, en especial para impedir las atrocidades masivas, tanto si han sido causadas intencionadamente como por negligencia o descuido. El caso reciente de Birmania constituye un claro ejemplo. Son estas cuestiones en las que generalmente convergen los puntos de vista y los intereses trasatlánticos y que requieren un liderazgo global.
Los señores McCain y Obama no pueden permitirse hacer diferencias entre una vieja Europa y una nueva Europa ni estimular esas diferencias para obtener réditos políticos a corto plazo. El nuevo presidente debe proceder de manera proactiva sobre la base de la cooperación con una Europa unificada a fin de consolidar una voluntad colectiva con la que hacer frente de manera multilateral a estos problemas fundamentales y cimentar una capacidad colectiva desde la que poner en práctica las acciones necesarias que, en último término, determinarán el futuro de la alianza trasatlántica y la estabilidad global.
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