Por Gustavo Duch Guillot, director de Veterinarios Sin Fronteras (EL CORREO DIGITAL, 23/06/08):
Analizar la crisis alimentaria como un problema de aumento de precios nos ha permitido desvelar los efectos de la liberalización del comercio agrícola, la especulación que se hace en la Bolsa con la comida, el papel de los agrocombustibles, etcétera. Si ahora analizamos la crisis como el incremento en más de 100 millones del número de personas con graves dificultades para adquirir alimentos a estos nuevos precios, advertiremos que, mayoritariamente, las personas que no pueden acceder a los alimentos son pequeñas y pequeños agricultores sin ningún tipo de apoyo y que cosechan en tierras muy poco productivas, jornaleras y jornaleros contratados con salarios de miseria en grandes fincas dedicadas a la agroexportación o familias campesinas, ahora en suburbios urbanos, expulsadas de sus tierras por la avidez del control y la concentración de las tierras. Es la gran paradoja de esta crisis: pasan hambre las y los productores de alimentos.
No tenemos un problema de abastecimiento ni de productividad sino una desestructuración del mundo rural y la vida campesina que empezó en los años 40 tras la Segunda Guerra Mundial, y que continuó en los 60 con la implantación de la llamada revolución verde. Éste programa sustentado por un paquete tecnológico previsto para aumentar la productividad agrícola (semillas mejoradas, uso de fertilizantes, pesticidas) estaba en realidad «promoviendo las tecnologías y los modelos comerciales que sirven a los intereses de las multinacionales estadounidenses y destruyen la seguridad alimentaria de los agricultores. Frente a la opción de desarrollar una agricultura ecológica, autónoma e independiente de los pueblos, la maquinaria estadounidense (Gobierno de EE UU, Fundación Rockefeller y Fundación Ford) diseñó otro modelo agrícola, extendido y vigente actualmente en todo el mundo, que no se basaba en la cooperación con la naturaleza sino en su conquista», como explica la activista india Vandana Shiva.
La revolución verde, sin ningún respeto por el medio ambiente, permitió incrementar la productividad de los monocultivos, no la productividad de alimentos diversos y variados. Generó una gran dependencia de créditos (inicialmente facilitados por el Banco Mundial y que hoy engrosan la deuda externa) para la compra de fertilizantes y pesticidas químicos, obligó a la concentración de tierras y destruyó la diversidad agrícola que había sido siempre garantía de seguridad alimentaria.
En definitiva, y como ocurre ahora, se pensó en productividad (elegante eufemismo de negocio) no en quién produce. Lo que nos debería preocupar es que las consecuencias que derivaron entonces, por ejemplo, en India pueden repetirse ahora en cualquier punto del planeta. La revolución verde en India contribuyó a provocar el movimiento extremista y el terrorismo en Punjab que se cobró la vida de más de 30.000 personas, y todavía hoy decenas de miles de productores (fundamentalmente de algodón transgénico) se suicidan cada año por no poder realizar el pago de la deuda contraída para comprar la semilla y los insumos que la acompañan. En palabras de la All Sikh Convention, «Si los bien merecidos ingresos de la gente o los recursos naturales de cualquier nación o región son saqueados por la fuerza; si los bienes que producen se pagan a precios establecidos arbitrariamente mientras los bienes que compran se venden a precios más altos y, llevando este proceso de explotación económica a su conclusión lógica, se pierden los derechos humanos de una nación, una región o un pueblo, entonces la gente se sentirá como se sienten hoy los sikhs, con los grilletes de la esclavitud».
La revolución verde y políticas agrarias encaminadas hacia la exportación, la liberalización del comercio agrícola y la transformación de la alimentación (un derecho humano) en un negocio especulativo son responsables de la crisis en el campo y también de que millones de seres humanos del medio rural no puedan acceder a los alimentos. En algunos países, como Haití, ya se han rebelado contra estos grilletes de la esclavitud. Conocer la historia, las injusticias de algunas políticas, nos permite entender las raíces de la violencia y cómo prevenirla.
Analizar la crisis alimentaria como un problema de aumento de precios nos ha permitido desvelar los efectos de la liberalización del comercio agrícola, la especulación que se hace en la Bolsa con la comida, el papel de los agrocombustibles, etcétera. Si ahora analizamos la crisis como el incremento en más de 100 millones del número de personas con graves dificultades para adquirir alimentos a estos nuevos precios, advertiremos que, mayoritariamente, las personas que no pueden acceder a los alimentos son pequeñas y pequeños agricultores sin ningún tipo de apoyo y que cosechan en tierras muy poco productivas, jornaleras y jornaleros contratados con salarios de miseria en grandes fincas dedicadas a la agroexportación o familias campesinas, ahora en suburbios urbanos, expulsadas de sus tierras por la avidez del control y la concentración de las tierras. Es la gran paradoja de esta crisis: pasan hambre las y los productores de alimentos.
No tenemos un problema de abastecimiento ni de productividad sino una desestructuración del mundo rural y la vida campesina que empezó en los años 40 tras la Segunda Guerra Mundial, y que continuó en los 60 con la implantación de la llamada revolución verde. Éste programa sustentado por un paquete tecnológico previsto para aumentar la productividad agrícola (semillas mejoradas, uso de fertilizantes, pesticidas) estaba en realidad «promoviendo las tecnologías y los modelos comerciales que sirven a los intereses de las multinacionales estadounidenses y destruyen la seguridad alimentaria de los agricultores. Frente a la opción de desarrollar una agricultura ecológica, autónoma e independiente de los pueblos, la maquinaria estadounidense (Gobierno de EE UU, Fundación Rockefeller y Fundación Ford) diseñó otro modelo agrícola, extendido y vigente actualmente en todo el mundo, que no se basaba en la cooperación con la naturaleza sino en su conquista», como explica la activista india Vandana Shiva.
La revolución verde, sin ningún respeto por el medio ambiente, permitió incrementar la productividad de los monocultivos, no la productividad de alimentos diversos y variados. Generó una gran dependencia de créditos (inicialmente facilitados por el Banco Mundial y que hoy engrosan la deuda externa) para la compra de fertilizantes y pesticidas químicos, obligó a la concentración de tierras y destruyó la diversidad agrícola que había sido siempre garantía de seguridad alimentaria.
En definitiva, y como ocurre ahora, se pensó en productividad (elegante eufemismo de negocio) no en quién produce. Lo que nos debería preocupar es que las consecuencias que derivaron entonces, por ejemplo, en India pueden repetirse ahora en cualquier punto del planeta. La revolución verde en India contribuyó a provocar el movimiento extremista y el terrorismo en Punjab que se cobró la vida de más de 30.000 personas, y todavía hoy decenas de miles de productores (fundamentalmente de algodón transgénico) se suicidan cada año por no poder realizar el pago de la deuda contraída para comprar la semilla y los insumos que la acompañan. En palabras de la All Sikh Convention, «Si los bien merecidos ingresos de la gente o los recursos naturales de cualquier nación o región son saqueados por la fuerza; si los bienes que producen se pagan a precios establecidos arbitrariamente mientras los bienes que compran se venden a precios más altos y, llevando este proceso de explotación económica a su conclusión lógica, se pierden los derechos humanos de una nación, una región o un pueblo, entonces la gente se sentirá como se sienten hoy los sikhs, con los grilletes de la esclavitud».
La revolución verde y políticas agrarias encaminadas hacia la exportación, la liberalización del comercio agrícola y la transformación de la alimentación (un derecho humano) en un negocio especulativo son responsables de la crisis en el campo y también de que millones de seres humanos del medio rural no puedan acceder a los alimentos. En algunos países, como Haití, ya se han rebelado contra estos grilletes de la esclavitud. Conocer la historia, las injusticias de algunas políticas, nos permite entender las raíces de la violencia y cómo prevenirla.
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