Por Manuel Castells (LA VANGUARDIA, 07/06/08):
La victoria de Barack Obama en las primarias demócratas de EE. UU. culmina un proceso que representa un cambio histórico en el país y en el mundo. Que un negro y una mujer hayan sido los candidatos a la nominación del partido que puede acceder al cargo más poderoso del planeta muestra la posibilidad de superar prejuicios ancestrales. Cierto, lo decisivo viene ahora. Mc-Cain está en empate técnico con Obama y con Hillary Clinton. El racismo y el sexismo siguen activos. Y la máquina mediática republicana ya está buscando o fabricando información para destruir a Obama. Tiempo habrá, desde este Observatorio,para analizar la nueva contienda electoral de la que dependen en parte la paz, prosperidad y conservación ambiental del mundo en que vivimos. Pero hoy es momento de hacer un alto en el camino y calibrar la profundidad de la transformación.
Tanto Obama como Hillary han suscitado verdaderos movimientos en torno suyo. No sólo han recibido cada uno casi 18 millones de votos (un récord histórico), sino que han movilizado centenares de miles de voluntarios que han ido puerta a puerta, han llamado a millones desde sus propios teléfonos, enviado mensajes y debatido en internet, asistido a reuniones y mítines, barrio a barrio, ciudad a ciudad, y devorado información en los medios, que han hecho su agosto con esta campaña. Y son millones los que han dado su dinero. Sin dinero no se puede competir en la política estadounidense. De ahí el papel determinante de los lobbies empresariales que apoyaban a los Clinton. Obama diseñó otra estrategia: pasó de los lobbies (como imagen de nueva política) y utilizó internet para recabar donaciones. Consiguió 1,7 millones de donantes, la gran mayoría de menos de 100 dólares, aunque muchos dieron el máximo legal de 2.300. Sustituyendo donaciones millonarias por millones de donaciones recibió más de 300 millones. Clinton sólo adoptó los métodos de Obama cuando iba perdiendo, demasiado tarde, hasta tener que poner 25 millones de su bolsillo (Bill los gana fácilmente).
Este doble movimiento social surge de la profundidad de la crisis económica y moral en Estados Unidos. Más de 2/ 3 de los ciudadanos condenan la guerra de Iraq, aunque son conscientes de que la retirada tiene que ser gradual. Las mentiras y manipulaciones de Bush, Cheney y sus ministros (ahora documentadas, incluso por su ex portavoz) han generado tanta indignación como las mentiras de Aznar en el 11-M. De hecho, McCain se distancia todo lo que puede de Bush para no hundirse con él. Los escándalos políticos, financieros y sexuales de los republicanos los han cubierto de oprobio. Pero Estados Unidos siente ahora el golpetazo de la globalización en sus sectores no competitivos, sufre el fin de la burbuja inmobiliaria y afronta la crisis de mercados hipotecarios especulativos. Más aún: una sociedad prisionera del coche paga en la gasolinera el precio de la desestabilización del Golfo por la guerra.
Los gastos bélicos han disparado el déficit presupuestario y limitan la inversión pública para reactivar la economía. La caída del dólar aumenta la inflación y convierte en lujo el turismo internacional.
Y el escándalo de la nula o insuficiente cobertura sanitaria para decenas de millones de personas ha desbordado la rabia de la gente.
De esa profunda crisis surge un “basta ya” que puede redefinir la relación de Estados Unidos consigo mismo y con el mundo.
Clinton y Obama supieron captarlo, con estilos distintos y escasa diferencias en sus programas, una vez que Clinton se unió a la crítica de la guerra de Iraq que apoyó en un principio, a diferencia de Obama. Clinton se postuló como líder curtida con experiencia, en continuidad con Bill, presta para comandante en jefe y experta en soluciones concretas. Los temas de Obama fueron cambio y esperanza. Para detalles del programa remitió a su página web. Los datos muestran que para el 50% el cambio fue lo decisivo para su voto, en contraste con el 23%, que primaron la experiencia. Obama concretó el cambio en su estilo de hacer política: campaña limpia, discurso de unidad más allá del partido, llamamiento a la reconciliación racial y mensaje de paz y diálogo con el mundo. En cuanto a Clinton, hubo dos Hillarys. Hasta marzo se presentó como la inevitable ganadora, acompañada de toda su artillería de consultores, financiadores y políticos del sistema. Cuando se vio perdida tras once victorias seguidas de Obama, se convirtió en líder de un movimiento de mujeres maduras y de la clase obrera blanca en crisis económica y cultural. Obama, además del apoyo de los negros, recibió el respaldo masivo de los sectores profesionales y universitarios blancos.
Pero el factor más diferencial fue la edad: Obama ganó el voto en los electores de menos de 45 años y superó ampliamente a Clinton en los menores de 30 años, incluidas mujeres. Mientras que Clinton arrasó entre los viejos. Es decir, en un país en crisis, los sectores más pobres y menos educados, y las mujeres con una vida de sexismo a sus espaldas buscaron protección en Clinton, en una demócrata tradicional. Los jóvenes y los más educados, incluidas las mujeres, apostaron por la esperanza, por otra política y por un líder distinto, especial. Barack Hussein Obama: padre de Kenia, madre de Kansas; nacido en Hawái, donde sus padres estudiaban; infancia en Indonesia, donde vivió su madre; luego en Hawái con sus abuelos blancos; estudiante de Columbia, graduado en Harvard, dirigente vecinal en Chicago, abogado de derechos civiles y casado (muy casado) con una brillante abogada negra producto de Princeton y Harvard.
Una personalidad multiidentitaria que trasciende definiciones. Una táctica política que hará escuela al combinar las prácticas del trabajo de base con internet. Y una estrategia construida en torno a una premisa fundamental: el cambio de las formas de hacer política es el cambio decisivo, porque sólo así se puede restablecer la confianza entre ciudadanos y políticos, el fundamento de cualquier cambio en profundidad.
La victoria de Barack Obama en las primarias demócratas de EE. UU. culmina un proceso que representa un cambio histórico en el país y en el mundo. Que un negro y una mujer hayan sido los candidatos a la nominación del partido que puede acceder al cargo más poderoso del planeta muestra la posibilidad de superar prejuicios ancestrales. Cierto, lo decisivo viene ahora. Mc-Cain está en empate técnico con Obama y con Hillary Clinton. El racismo y el sexismo siguen activos. Y la máquina mediática republicana ya está buscando o fabricando información para destruir a Obama. Tiempo habrá, desde este Observatorio,para analizar la nueva contienda electoral de la que dependen en parte la paz, prosperidad y conservación ambiental del mundo en que vivimos. Pero hoy es momento de hacer un alto en el camino y calibrar la profundidad de la transformación.
Tanto Obama como Hillary han suscitado verdaderos movimientos en torno suyo. No sólo han recibido cada uno casi 18 millones de votos (un récord histórico), sino que han movilizado centenares de miles de voluntarios que han ido puerta a puerta, han llamado a millones desde sus propios teléfonos, enviado mensajes y debatido en internet, asistido a reuniones y mítines, barrio a barrio, ciudad a ciudad, y devorado información en los medios, que han hecho su agosto con esta campaña. Y son millones los que han dado su dinero. Sin dinero no se puede competir en la política estadounidense. De ahí el papel determinante de los lobbies empresariales que apoyaban a los Clinton. Obama diseñó otra estrategia: pasó de los lobbies (como imagen de nueva política) y utilizó internet para recabar donaciones. Consiguió 1,7 millones de donantes, la gran mayoría de menos de 100 dólares, aunque muchos dieron el máximo legal de 2.300. Sustituyendo donaciones millonarias por millones de donaciones recibió más de 300 millones. Clinton sólo adoptó los métodos de Obama cuando iba perdiendo, demasiado tarde, hasta tener que poner 25 millones de su bolsillo (Bill los gana fácilmente).
Este doble movimiento social surge de la profundidad de la crisis económica y moral en Estados Unidos. Más de 2/ 3 de los ciudadanos condenan la guerra de Iraq, aunque son conscientes de que la retirada tiene que ser gradual. Las mentiras y manipulaciones de Bush, Cheney y sus ministros (ahora documentadas, incluso por su ex portavoz) han generado tanta indignación como las mentiras de Aznar en el 11-M. De hecho, McCain se distancia todo lo que puede de Bush para no hundirse con él. Los escándalos políticos, financieros y sexuales de los republicanos los han cubierto de oprobio. Pero Estados Unidos siente ahora el golpetazo de la globalización en sus sectores no competitivos, sufre el fin de la burbuja inmobiliaria y afronta la crisis de mercados hipotecarios especulativos. Más aún: una sociedad prisionera del coche paga en la gasolinera el precio de la desestabilización del Golfo por la guerra.
Los gastos bélicos han disparado el déficit presupuestario y limitan la inversión pública para reactivar la economía. La caída del dólar aumenta la inflación y convierte en lujo el turismo internacional.
Y el escándalo de la nula o insuficiente cobertura sanitaria para decenas de millones de personas ha desbordado la rabia de la gente.
De esa profunda crisis surge un “basta ya” que puede redefinir la relación de Estados Unidos consigo mismo y con el mundo.
Clinton y Obama supieron captarlo, con estilos distintos y escasa diferencias en sus programas, una vez que Clinton se unió a la crítica de la guerra de Iraq que apoyó en un principio, a diferencia de Obama. Clinton se postuló como líder curtida con experiencia, en continuidad con Bill, presta para comandante en jefe y experta en soluciones concretas. Los temas de Obama fueron cambio y esperanza. Para detalles del programa remitió a su página web. Los datos muestran que para el 50% el cambio fue lo decisivo para su voto, en contraste con el 23%, que primaron la experiencia. Obama concretó el cambio en su estilo de hacer política: campaña limpia, discurso de unidad más allá del partido, llamamiento a la reconciliación racial y mensaje de paz y diálogo con el mundo. En cuanto a Clinton, hubo dos Hillarys. Hasta marzo se presentó como la inevitable ganadora, acompañada de toda su artillería de consultores, financiadores y políticos del sistema. Cuando se vio perdida tras once victorias seguidas de Obama, se convirtió en líder de un movimiento de mujeres maduras y de la clase obrera blanca en crisis económica y cultural. Obama, además del apoyo de los negros, recibió el respaldo masivo de los sectores profesionales y universitarios blancos.
Pero el factor más diferencial fue la edad: Obama ganó el voto en los electores de menos de 45 años y superó ampliamente a Clinton en los menores de 30 años, incluidas mujeres. Mientras que Clinton arrasó entre los viejos. Es decir, en un país en crisis, los sectores más pobres y menos educados, y las mujeres con una vida de sexismo a sus espaldas buscaron protección en Clinton, en una demócrata tradicional. Los jóvenes y los más educados, incluidas las mujeres, apostaron por la esperanza, por otra política y por un líder distinto, especial. Barack Hussein Obama: padre de Kenia, madre de Kansas; nacido en Hawái, donde sus padres estudiaban; infancia en Indonesia, donde vivió su madre; luego en Hawái con sus abuelos blancos; estudiante de Columbia, graduado en Harvard, dirigente vecinal en Chicago, abogado de derechos civiles y casado (muy casado) con una brillante abogada negra producto de Princeton y Harvard.
Una personalidad multiidentitaria que trasciende definiciones. Una táctica política que hará escuela al combinar las prácticas del trabajo de base con internet. Y una estrategia construida en torno a una premisa fundamental: el cambio de las formas de hacer política es el cambio decisivo, porque sólo así se puede restablecer la confianza entre ciudadanos y políticos, el fundamento de cualquier cambio en profundidad.
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